1Tim 1, 15-17
«Timoteo
nació en Listra, Licaonia, hijo de padre griego y madre judeo-cristiana… La
importancia de 1Tm está en su testimonio histórico sobre la organización eclesiástica.
Pablo insiste en que Timoteo desempeñe con firmeza y con valor la función que
recibió de Cristo sobre el rito de imposición de manos (“ordenación”)». (Ivo
Storniolo; Euclides Martins Balancin). La Carta va poniendo puntales firmes que
orienten la labor pastoralista de Timoteo. Lo primero, como punto de partida, es
que Jesús vino como Salvador: “Jesús vino al mundo para salvar a los
pecadores…” Esa Misión salvadora tenía un “para quien”, para los pecadores.
Esta
declaración, dice en la carta que, es πιστός [pistos] que significa “plenitud de la fe”. ¿Cómo sería
esto, entonces? Que Jesús vino al mundo para salvar a los pecadores, esa es la
“plenitud de la fe”. Nosotros, lo que aceptamos, de todo corazón, es que Jesús
vino, no a mandar a los pecadores al Hades, la Tiniebla Sombría. ¡No! Ese no es
el Dios de nuestra religión, esa no es nuestra fe. Ese es el dios punitivo, que
creó para castigar, para torturar, para hacer sufrir. Ese es un dios que
segrega, que busca cómo tener por fuera a los pecadores, y sólo admite a los
“santitos”. Y, ahí lo grave, es que, no se hace nada por salvarlos y por
cooperar en el proyecto de Dios, de compadecerse y acudir en socorro de la
oveja extraviada. Todo queda reducido a que yo sea santito, y que los demás se
pudran. ¡Coma yo y coma mi macho, y que se reviente el muchacho!
Ahora
viene un segundo punto: La escogencia de “delegatarios” que ejercieran como
Apóstoles llevando el mensaje. ¿Sería que para ese encargo buscó algunos santitos?
¡Pues no! Y, él mismo se pone como ejemplo, mejor dicho, prácticamente como
contra ejemplo, al decir que Dios mismo ha hecho gala de Maravillosa Paciencia
eligiendo como Apóstol de los Gentiles, a quien -eso lo reconoce San Pablo- uno
de los grandes pecadores, como sabemos, un perseguidor redomado de la Fe.
Es
una especie de ironía, que hubiera dirigido su Mirada hacia aquel que se había
dado como tarea farisaica, perseguir a los del “Camino” y conducirlos al
martirio, por infieles al judaísmo.
Lo
que hizo Jesús con Pablo fue, precisamente, tomarlo a él como contra-ejemplo:
Como vino a salvar a los pecadores, empezó por el que se había ganado la fama de
peor pecador: el que había elegido como oficio ser asesino de cristianos. Dios
dejó al descubierto su infinita paciencia para que todos pudiéramos ver en
Pablo, que el Dios que se apiada es el Dios que es Jesús y que en su Carne se
muestra.
Pero,
ahí está el “Milagro”, ahí se manifiesta la grandeza de Dios, ahí muestra Dios
que Él no está tan afanado por los “sanos”, sino por los “enfermos” que son los
que de verdad tienen urgencia de Médico. De un “Perseguidor” sacó un
“Predicador incansable”, regalándole a Saulo, su maravillosa trasformación.
Mira
su corazón, y asombrado de lo que era, y del salto descomunal que dio para
llegar a ser ὑποτύπωσιν [hipotuposin] “modelo” de los que
habrían de creer en Él y llegar a tener Vida Eterna” (Cfr. 1Tim 1, 16).
Este
Dios que Pablo reconoce en sí mismo, que actúa en su corazón y en su vida, es
el que le trata de reavivar a Timoteo. Timoteo necesitaba tener claro este
punto, todo el trabajo misionero y pastoral que se le encomendaba dependía de
esta intelección. No otra podía ser su plataforma de despegue.
Uno
puede hablar de honor, gloria y majestad, hasta para referirse a un producto
que se quiere comercializar y que produzca magnifica ganancias. En cambio, aquí
al Dios que se le encomienda a Timoteo, para que Lo anuncie, es verdaderamente
digno de toda Honra, porque es Rey Eterno, Inmortal, no accesible a nuestros
sentidos, pero Único, -como lo venía declarando siempre el judaísmo- pero que
no ha preparado sus Insuperables regalos como premio para los “juiciosos de
siempre”, “los que no necesitan ningún médico”, sino que Él vino a cuidar y
rescatar a los que estaban perdidamente enfermos y desahuciados.
“A Él, honor y gloria por los siglos de los siglos. Amén”
Sal
113(112), 1b-2. 3-4. 5a y 6-7
Este
salmo es un Himno. Es el primero del Hallel egipcio -conformado por los salmos
113(112) – 118(117)-. Tiene 9 versos, de ellos se tomaron 5 y medio para
organizar la perícopa que se proclama. El salmo tiene tres estrofas: En la
primera, los levitas hacen la convocatoria para acudir con Alabanzas. En la Segunda
estrofa se señala que Dios se acrece en su Gloria y Majestad, y Sube, Sube, y
su Trono está en las Alturas de su Soberanía, pero, a pesar de eso, se “abaja”
para atendernos, oírnos y cuidarnos. En la estrofa conclusiva, muestra que Dios
ha bajado para “levantar”, y nos recoge para llevarnos al Principado -que Su
Hijo ha querido compartirnos- y, a la que llamaban “la infecunda”, le ha dado
hijos de todas las naciones de la tierra. Ella se felicita por su maternidad
universal.
Concibió a Jacob, que llegó a ser padre de las doce tribus, recogiendo el cumplimiento de la Promesa que le había entregado a Abrahán.
ARRAIGADOS
EN LA MISERICORDIA ALCANZAREMOS LA BIENAVENTURANZA
Lc
6,43-49
No todos los que me
dicen “Señor, Señor”, entraran en el Reino de los Cielos, estos hablan, hacen,
pero les falta otra actitud, que es precisamente la base, el fundamento del
hablar, del actuar: falta escuchar. Por eso Jesús continúa: “Quien escucha mis
palabras y las pone en práctica”.
Papa Francisco
Escuchar
es muy diferente de oír. Oír simplemente significa que unas ondas sonoras
impacten el tímpano, con la suficiente energía para hacerlo vibrar. En cambio,
“escuchar”, significa alcanzar la “consciencia”, valga decir, pasar del oído a
la mente, para a) entender, b) acoger y c) asimilar en el propio ser, el
“mensaje”. Escuchar requiere quitarle la gabardina al cerebro -ruta directa al
corazón, puente de paso a la aplicación en la vida-, y dejar que nos “mojen” y
que, nos empapen las palabras con toda su significación (lo que no quiere
decir, una asimilación acrítica).
Esa es -otra pata que le nace al cojo- pretender que asimilemos como autómatas los mensajes que, en vez de procurar acercarnos a Dios, produzcan sólo, destellos pasajeros, por ejemplo, de admiración, pero sean sólo edificios endebles que no dan otra cosa que la ilusión de la solidez. Cuando venga el lobo y sople, tirará la casita de inmediato, porque está cimentada en la arena. La estructura sólida de la “casa” de nuestra fe, tiene que apoyarse en bases de cables y barras de acero -no nos deje suponer la pereza- que, podemos superar su endeblez, pegándola con babitas (Cfr. 1Pe 3, 15).
¿Podría
alguien dar algo que no tiene? ¿Puede el palo de cerezas cargar naranjas? El
hombre que tiene perversión y maldad en su pecho, ¿puede esparcir una cosecha
pía? ¿Podrá el sordo -que ni siquiera sabe leer los labios, mucho menos, los
libros- recibir las predicaciones de los Doctores de la Iglesia? ¿Puede -y esta
condición es mucho más grave- recibir en su pecho la “Buena Nueva”, el hombre
que, en vez de corazón, tiene una piedra?
«Cuando
Jesús advierte a la gente sobre los ‘pseudoprofetas’ dice: ‘por sus frutos los conoceréis’.
Y de aquí, su actitud: muchas palabras hablan, hacen prodigios, hacen cosas grandes,
pero no tienen el corazón abierto para escuchar la Palabra de Dios, tienen
miedo de la Palabra de Dios y estos son ‘pseudocristianos’. Es verdad, hacen
cosas buenas, es verdad, pero les falta la roca». (Papa Francisco)
Vamos
saltando así a condiciones cada vez más inalcanzables: ¿Podrá una persona a la
cual se le han destilado galones y galones de rencor, acíbar y veneno en el
alma, comprender y darse a la tarea de ser un fervoroso cristiano? Y, sin
embargo, ¡para Dios nada hay imposible! (Cfr. Lc 1, 37)
Vivimos
en un “medio ambiente” que le gusta enseñorearse para dominar y humillar,
entonces nos enseña y nos inocula la palabra “Señor”; pero a estos tales, como
les fascina la prepotencia y la dictadura, les resulta imposible reconocer el
Señorío de Jesús que no quiere dominar, ni someter, sino amar.
¿Queremos
construir una casa que resista el embate del peor huracán? ¿Quisiéramos que
nuestra casa tuviera la estructura del acero más firme? Tenemos que
consagrarnos a la tarea de eliminar toda ambición de requerir a nuestro prójimo
sumisión y sometimiento. Y estar en la comunidad, en la sinodalidad, atentos a
la mutua escucha, prontos a prestar nuestros brazos y manos y todas nuestras
fuerzas a la construcción del Reino. (Y no a la elevación de Altares personales).
O, ¿quizás te ilusiona más que tu casa se derrumbe ante el suspiro de una mariposa?