sábado, 23 de octubre de 2021

DESENCADENAR EL CORAZÓN PARA LIBRARNOS DE LA CEGUERA

 


Jer 31, 7-9; Sal 125, 1-6; Heb 5,1-6; Mc 10, 46-52

 

No es difícil reconocernos en la figura de Bartimeo. Vivimos a veces como «ciegos», sin ojos para mirar la vida como la miraba Jesús. «Sentados», instalados en una religión convencional, sin fuerza para seguir sus pasos. Descaminados, «al borde del camino» que lleva Jesús, sin tenerle como guía de nuestras comunidades cristianas.

J. A. Pagola

 

¿Cómo podremos caminar en sinodalidad? ¿Qué podemos hacer para que al recobrar la “vista” podamos seguir al Señor sin trabas? Una de las posesiones más engorrosas es una ideología. Tomemos el siguiente caso: interpretar “ideología” por discurso político-propagandista. Pero muchas veces una ideología no es más que un estereotipo, un conjunto de “rótulos” que se superponen para no ver. Una ideología en realidad está entretejida a punta de prejuicios; no se ve nada por la cantidad de rótulos que se han pegado, uno sobre otro, hasta formar un abigarrado collage que tapa todo. A veces, las posesiones nuestras son sólo amasijos de rótulos, slogans comerciales, encolados con fábulas de cine y televisión. El riesgo está en que nosotros -muy de buena fe- los repetimos y nos parapetamos en ellos, hasta no ver y no dejar que otros vean.

 


Muchas posesiones pueden ser un lastre que nos impida ser discípulos y se frustra así nuestra vocación. Seguir al Señor, por el contrario, está condicionado porque nuestras pertenencias -pocas o muchas- puedan ponerse al servicio de los pobres. Esto fue lo que le paso a la persona que se arrodilló ante Jesús en el Evangelio del vigésimo octavo Domingo ordinario de este ciclo B. Esa obediencia a los Mandamientos se vio empañada, sin embargo, por el lastre de la posesión. No se comprometió, ¡desertó!

 

En el Domingo -pasado- el vigésimo noveno,  los “discípulos”, los que “ya” se habían decidido al seguimiento están  totalmente ciegos, no pueden “ver”, o sea, no se pueden dar cuenta de a quien están siguiendo, porque no van en pos de los valores que Jesús representa, sino de otros intereses egoístas, ocupar ciertos “puestos de poder” al lado del Mesías, perfectamente podemos asumir el discipulado pero no ir tras Jesús, sino tras de otros intereses, tras una fantasmagoría surgida de una falsa concepción del Salvador. No caminar tras el Señor, siguiendo sus pasos; sino, caminar tras una ideología con tintes “cristianos”.

 

Cuando Bartimeo, este Domingo trigésimo, llama a Jesús υἱὲ Δαυίδ Ἰησοῦ, ἐλέησον με, “Hijo de David ten compasión de mí”. (Mc 10, 47c), nos es lícito pensar que pese a su ceguera “física”, había oído hablar de Jesús y le habrían dicho que era el Mesías puesto que al llamarlo “Hijo de David” le está llamando Mesías; valga decir que Bartimeo había sido informado que por los caminos de Judea andaba el Descendiente de David, el Mesías que aguardaba el pueblo judío, el que restablecería el esplendor que había tenido la nación en los tiempos de David.

 


¿En qué radica la diferencia? Pues en que Bartimeo no tiene nada, mejor dicho, sólo tiene su manto-cobija, esa es toda su posesión, y en ese tener mínimo –que prácticamente equivalente a tener nada- radica una profunda libertad que conduce a la disponibilidad. Nada le pesa, nada es rémora para su avance, va totalmente “ligero de equipaje”. Va buscando al Señor, clama -de viva voz- ¡lo invoca!, pide su ayuda, quiere que sea Él quien lo fortalezca (Cfr. Antífona de Entrada de este Domingo XXX Ordinario del ciclo B). De este Timeo, podemos decir que “busca siempre el rostro de Dios”. Ya Jesús había ordenado a sus discípulos no andar con equipajes que entorpecieran su libertad para ir y venir, ni siquiera les autoriza llevar un manto de repuesto; como lo hemos dicho antes, el requisito es “la ligereza del equipaje”, sacudirse todo aquello que pueda impedir andar con desprendimiento, darse, entregarse generosamente.

 

Bartimeo no poseía ni siquiera un nombre, lo recordamos como el hijo de Timeo, lo que no es un nombre “propio”, sino un nombrar a alguien nombrándolo por referencia a su papá. Se podría aseverar que no era persona “importante” puesto que de haberlo sido se le habría conocido por nombre propio. Así de ligero es el equipaje de “Bartimeo”. Por eso, no le cuesta nada abandonar el manto: ὁ δὲ ἀποβαλὼν τὸ ἱμάτιον αὐτοῦ ἀναπηδήσας ἦλθεν πρὸς τὸν Ἰησοῦν.  Arrojó el manto, se puso de pie y se acercó a Jesús. (Mc 10, 50).

 

Veamos la otra diferencia garrafal: Bartimeo no está anclado a la referencia que le han dado de Jesús, le han dicho que es el Hijo de David, pero esta “noticia” no bloquea su apertura. Ante la pregunta de Jesús: τί σοι θέλεις ποιήσω  ¿Qué quieres que te haga? (Mc 10, 51b), Bartimeo no pide ser agrandado en títulos u honores, no pide cargos preferenciales, no pide prerrogativas para dominar a otros ni riquezas para someter a alguien. Pide lo esencial, lo fundamental, lo más necesario. ¿Qué puede ser lo más necesario para un ciego? ῥαββουνί, ἵνα ἀναβλέψω. Maestro, que pueda ver (Mc 10, 51d). Esa petición implica, además de llegar a tener la capacidad física de ver, tener la claridad intelectual para “ver”, para darse cuenta de la realidad, para penetrar y trasmontar las apariencias y “ver” sin autoengaños, para ir a la Verdad, la que muchas veces queda oculta a una mirada superficial o prejuiciosa.

 


Por eso enfatizábamos que Bartimeo no se ata al prejuicio que le han dado sobre Jesús. En otra curación milagrosa de Jesús, el Divino Maestro ordena, Éfeta. En el caso de Bartimeo esta etapa de la curación ya está superada, Bartimeo ya está “abierto”, disponible para aceptar la Verdad en su vida. Los propios discípulos sufren de “cerrazón”, no aciertan a entender a su Maestro, andan con Él sin entenderlo cabalmente, Él les dice y les enseña algo y ellos lo tergiversan. El mismísimo Pedro, ante el anuncio de la pasión del Señor, cree tener derecho a regañarle tratando de “corregirle” la visión a Jesús. Esa ceguera que solemos sufrir conduce a uno de los regaños más duros del Maestro a uno de sus discípulos: “Vade retro Satána”, y luego, “piensas como los hombres y no según Dios”. (Mt 16, 23b.d).

 

En cambio, Bartimeo, no piensa como los hombres, por decirlo de alguna manera podríamos decir que “suspende el juicio” en espera de ser instruido: Ese es el verdadero discipulado. El que no se hace a una imagen y se aferra a ella, sino que se mantiene abierto a la “Revelación” dispuesto y abierto a oír y ver. Así al conocer a alguien no se puede prejuzgar o pretender mantenernos en cierta imagen recibida, preconcebida, sino “abrir los sensores” para un conocer directo y no de oídas.

 

Queremos poner de relieve que también a sus discípulos -regresemos al “Evangelio del Domingo pasado- les pregunta: “¿Qué quieren que haga por ustedes?” Τί θέλετε με ποιήσω ὑμῖν. La diferencia radica en saber pedir, saber lo que necesitamos, una de las situaciones más delicadas se desprende de no saber lo que queremos, muchas veces -porque lo hemos pedido- recibimos precisamente lo menos conveniente. Por eso, en la Oración Colecta, también nosotros vamos a clamar y suplicar a Dios Todopoderoso y Eterno, que aumente en nosotros la fe, la esperanza y la caridad, y, para que merezcamos conseguir lo que promete, le rogamos nos concede amar lo que nos manda. En el verdadero discipulado, habremos aprendido a pedir, precisamente la fuerza y la fidelidad para recorrer los caminos que Dios nos ofrece como sendero de Salvación y no los caprichosos vericuetos que la mundanidad nos pinta como ideal.

 

ὕπαγε, ἡ πίστις σου σέσωκεν σε. καὶ εὐθὺς ἀνεβλέψεν καὶ ἠκολούθει αὐτῷ ἐν τῇ ὁδῷ. “Ve, tu fe te ha salvado… Al instante recobró la vista y lo seguía por el camino.” Mc 10, 52b-d. Bartimeo no posee nada, ni prejuicios; por eso alcanza la Gracia y la bendición de ser el último discípulo que Jesús gana antes de entrar en Jerusalén, allí tendrá lugar el episodio conclusivo de su vida mortal. Si Bartimeo hubiera sido un “rico”, se habría aferrado pertinazmente a la “noticia” que tenía de Jesús; habría porfiado en su idea preconcebida. Esta clase de ricos son los “teóricos” que se agarran a su “teoría” como un bebé se agarra a su frazada. El discípulo debe ser “libre” para poder ver “lo que es” y no sus ideologías. Para que al recibir la “visión”, lo primero que se encuentren nuestros ojos sea su Rostro.

 


Al disponernos a dilucidar cómo caminar juntos, como avanzar hombro a hombro, con sentido fraternal, oremos con Papa Francisco:

 

Ven, Espíritu Santo.

Tú que suscitas lenguas nuevas

y pones en los labios palabras de vida,

líbranos de convertirnos en una Iglesia de museo,

hermosa pero muda, con mucho pasado y poco futuro.

 

Ven en medio nuestro,

para que en la experiencia sinodal

no nos dejemos abrumar por el desencanto,

no diluyamos la profecía,

no terminemos por reducirlo todo

a discusiones estériles.

 

Ven, Espíritu de amor,

dispón nuestros corazones a la escucha.

Ven, Espíritu de santidad,

renueva al santo Pueblo de Dios.

Ven, Espíritu creador,

renueva la faz de la tierra.

 

Amen.

 

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