sábado, 21 de agosto de 2021

NATURALEZA REVELADORA DE LA PALABRA

 


Jos 24, 1-2. 15-17. 18; Sal 33, 2-3. 16-17. 18-19. 20-21; Ef 5, 21-32; Jn. 6, 60-69.

 

Los textos sagrados contienen un aspecto de la verdad de Cristo, un rasgo de su personalidad o un acontecimiento de su vida que aparecen y deben ser comprendidos y entendidos para poder llevarnos a la plenitud de aquella verdad que durante la transustanciación se hace presente, no en la palabra sino en el ser.

Romano Guardini

 

… si nosotros somos trasparencia de Dios, somos la palabra de Dios caminando en dos pies… ¿Qué es un cristiano? Un sacramento de Jesucristo, o sea un Jesucristo que en pleno siglo XXI camina en dos pies por las calles.

Gustavo Baena, s.j.

 

La Eucaristía -dice en el numeral 1324 del Catecismo de la Iglesia Católica- es fuente y cima de toda la vida cristiana; y, en el numeral 10 de la Sacrosantum Concilium dice, que la Liturgia es la cumbre a la cual tiende la actividad de la Iglesia y al mismo tiempo la fuente de donde mana toda su fuerza. Hay, en la Liturgia Eucarística dos momentos vitales que quisiéramos destacar para que en lo sucesivo les diéramos realce en nuestro corazón y dejemos que penetren en nosotros meditando en ellos a medida que nos adentramos en la celebración; que cómo -quizá lo hayan notado- lo hemos venido haciendo de un tiempo para acá: se trata de la Antífona de Entrada y de la oración colecta. Vemos que en ellas se nos dan luces claras para una mejor y mayor comprensión de la liturgia de la Palabra y de la Eucaristía entera.

 


La Antífona de Entrada, por lo general, hace referencia a algún Salmo, por ejemplo, para este Domingo XXI (B), se trata (de manera cifrada) del Salmo 85, en los versos del 1 al 3: allí se dice: “Inclina a mi tu oído, y escúchame: Salva, Señor a tu siervo, que confía en ti. Ten piedad de mí, Señor, que a ti te estoy llamando todo el día”. Quisiéramos presentarles ahora el texto del Salmo sin cifrar, para que confirmemos que la Antífona no se desvía ni un ápice del texto original:

Inclina tu oído, Señor, respóndeme,

Que soy un pobre desamparado.

Guarda mi vida, que soy un fiel tuyo,

Salva a este tu siervo, que confía en Ti, Dios mío.

Como descubren, se trata simplemente de una apropiación del Salmo para convertirla en una plegaria de los fieles que acudimos a la Celebración. “¿A quién iremos?” Pero uno tiene que ir por alguna razón, y aquí aprendemos que acudimos a Él porque en Él reconocemos a un Dios que salva al quién confía en Él.

 


La Oración Colecta es otro momento muy especial donde el Sacerdote recoge todo lo que trae los fieles y hace con ello un ramillete que pone en el Altar como súplica que hace sinopsis. Escuchémosla con profunda atención e identifiquémonos con ella detectando como nuestro corazón es una de las flores del manojo: “Oh Dios que unes los corazones de tus fieles en un m ismo deseo, concede a tu pueblo amar lo que mandas y desear lo que promete, para que en medio de las inconstancias del mundo permanezcan firmes nuestros corazones en las verdaderas alegrías”. Evidentemente esto lo pedimos -no podía ser de otra manera: “Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina por los siglos de los siglos. Amén.

 

Aquí, nos parece de vital importancia que reconocemos que Dios es el único que puede unificar y hacer converger nuestros múltiples anhelos, nuestros caprichosos y muy cambiantes corazones, para que sepamos desear lo que nos hará verdaderamente felices en la verdadera dicha, que es la dicha Celestial: y eso es, aprender a querer lo que Dios quiere.

 


Esta vez, serán las palabras de San Pedro las que nos conduzcan a un salto monumental.  Es un salto de la tierra al Cielo. Antes, la gente andaba buscando a Jesús por más pan. Pedro, lleva la vocería de muchos corazones que han alcanzado a vislumbrar cuál es el verdadero nutriente que se ha de perseguir: las Enseñanzas del Divino Maestro. Pedro no le dice ¿a quién iremos?, sólo tú multiplicas los panes y nos sacias el hambre material; no, él nos indica que el alimento que da Jesús y que sólo Él puede darnos, es el alimento espiritual, su Palabra. Este Domingo, XXI Ordinario del ciclo B, hemos alcanzado el “desenlace” del capítulo sexto de San Juan: Jesús es el Pan de Vida eterna, pero ese Pan es el Pan de la Palabra. Porque las palabras de Jesús son “Palabras de Vida Eterna”. En una guía Catequética para la Preparación el sacramente de la Confirmación leemos: «el Cuerpo de Cristo y su Sangre es realmente la palabra de la Escritura, es la enseñanza de Dios.»[1] Nosotros sentimos que, si bien el Alimento Espiritual es la Eucaristía, es la Palabra proclamada la que lleva ese nutriente y lo hace vital, hasta el último rincón del ser. La Palabra hace dinámico en el ser la Comunión, la hace nutritiva. De otra manera, la Comunión queda -por decirlo de alguna manera- pasiva.

 

No es fácil digerir esta aclaración. Hay que pasar de la imagen del Mesías como gobernante poderoso, como rey conquistador y avasallador de otros pueblos; pero además, también hay que superar la comprensión del Mesías como un solucionador de los problemas económicos y de las dificultades materiales. Esa es una verdadera roca de tropiezo, (que es el significado de la palabra “escandalo”). Para esos “seguidores” ¡todo el castillo de naipes se viene abajo!


 

Con no poca frecuencia se ha difundido una perspectiva religiosa que nos muestra a Dios como un solucionador de nuestros problemas, algo así como si Dios fuera unas muletas o una silla de ruedas para ir por la vida arrastrando nuestra invalides espiritual. Esa era, precisamente la mirada de los que siguieron a Jesús porque había dado de comer a toda una muchedumbre. Vimos como Jesús evadió ese paradigma apartándose de esa gente para que tuvieran que hacer prevalecer otro enfoque: Jesús los libera, los hace libres de la relación con un Dios milagrero, apartándose a la montaña. (Cfr. Jn 6, 15)

 


En la siguiente etapa de este capítulo nos fue “catequizando” para que comprendiéramos que la fe verdadera es el esfuerzo por el rescate de nuestra imagen de Dios, desdibujada por el pecado. No se trata -como algunos piensan- de ir a Tierra Santa y poner el pie donde Jesús los puso; sino de vivir Jesús-mente, porque somos hijos, hemos de actuar con la dignidad de hijos, no imitando a Jesús, porque cada hijo tiene su propia identidad, y ningún hijo es igual a otro; sino dejando que esa “imagen y semejanza” salga a flote, se nos vea. Digamos mejor que, hemos de “alimentarnos” de su Cuerpo y de su Sangre para que su “genética” re-active en nosotros todo cuanto tenemos de sus Divinos cromosomas en nosotros. Llevamos un tesoro en vasijas de barro, pero –dentro de nosotros- está ese tesoro, ¡que la vasija se rompa para dejar ver la riqueza de la que es portadora!

 

¿Cómo identificar todos esos rasgos divinos que están en nuestro ser, heredados de Papá-Dios y ocultos por la mancha del pecado? Lo primero, sumergiendo nuestra impureza en su Sangre purificadora. Pero, además, y no menos importante, empapándonos hasta saturarnos de sus Enseñanzas. Ahí cobra toda su importancia y trascendencia la Palabra de Dios. Toda la Palabra, toda la Sagrada Escritura, enriquece nuestra vida; no estamos hablando de la Biblia bonita de gran tamaño, que adorna la sala en repujado atril. Estamos hablando de hacer de la Palabra “carne y sangre” nuestra, allí entran todos los rasgos, las peticiones confiadas que el Padre nos dirige, lo que –esperando nuestra obediencia, o sea, nuestra atenta escucha y acatamiento- Él nos propone.

 


Observemos que aquí se trenzan los dos luminosos haces de la liturgia: la mesa del Pan con la mesa de la Palabra. Vamos a aproximarnos con un enfoque ingenuo pero clarificador: ¿Uno alcanza a misa si alcanza a la consagración, o si alcanza a la comunión? Tomemos como referencia la parábola de la Fiesta: Si a uno lo invitan a una fiesta, ¿llega al final?, solo para pasar a manteles porque no nos interesa charlar con el homenajeado y compartir con él, no nos interesa ni lo que piensa , ni lo que dice,… mejor dicho, no nos interesa, ni siquiera, saber que le celebran, el cumpleaños, un éxito, su promoción laboral…¿?, vamos porque podemos sacar partido de la comida que van a servir, o por hacer acto de presencia y dejar constancia que si estuvimos, quizás apareciendo en una de las fotografías que, en el momento del ponqué, tomen.

 

«… la eucaristía… se realiza en una conjunción de acto y palabra… La palabra en la misa es, ante todo, de naturaleza reveladora. A través de ella Dios dice al hombre quién es Él y qué es el mundo que tiene ante sus ojos, manifiesta su voluntad y hace su promesa.… La palabra de Dios es un gran misterio. En ella habla Él mismo, pero con la lengua de los hombres… (A) esta palabra. No le haríamos justicia si simplemente atendiéramos a su contenido expresable conceptualmente… la palabra es algo más: contenido y forma, sentido y amor, espíritu y corazón, un todo entero y oscilante; no es una comunicación simple que uno piensa y entiende, sino un ser que proviene de ella y con el cual uno se encuentra…. Donde quiera que encontremos esta Palabra, allí reina el poder creador de Dios. Escuchar su palabra quiere decir entrar en el espacio de la posibilidad sagrada donde aparecerán el nuevo hombre, el nuevo cielo y la nueva tierra.»[2] Entonces no basta llegar a la comunión, no basta llegar a la elevación; lo deseable, lo hermoso es llegar antes, alcanzar a escuchar con toda el alma la proclamación de la Palabra y saborear lo que nuestro Amigo nos dice, oír con oídos enamorados lo que Él dice de “viva voz”, “que los humildes lo escuchen y se alegren”, procurando asirlo con la materialidad y concreción de una semilla entre nuestras manos para plantarla, con nuestras mejores habilidades de jardinería, en el huerto de nuestro corazón. No son semillas de trigo para –más tarde- amasar pan; son el Pan de la Palabra. Palabras que son espíritu y Vida.

 

 



[1] Gutiérrez M. María Oliva y Valero C., Yolanda. CONSAGRADOS PARA SER TESTIGOS. PREPARACIÓN PARA CELEBRAR LA CONFIRMACIÓN. Itinerario 5. Instituto Catequístico -Diócesis de Zipaquirá. Guía del Catequista p. 46

[2] Guardini, Romano. PREPAREMOS LA EUCARISTÍA. Ed. San Pablo Bogotá-Colombia 1ª ed. 2009.  pp.

 

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