sábado, 4 de abril de 2020

TU REY VIENE A TI LLENO DE HUMILDAD



Mt 21, 1-11; Is 50, 4-7; Sal 21, 8-9. 17-18a. 19-20. 23-24; Fil 2, 6-11; Mat 26, 14-27, 66

Jesús… muestra a Dios como Aquel que ama, y a su poder como la fuerza del amor.
Benedicto XVI

… en la noche del sepulcro, germina el alba de la Resurrección.
Etienne Charpentier


¿Recuerdan que este Domingo tiene dos evangelios? Uno que se lee para dar inicio a la Procesión conmemorativa de la entrada de Jesús en Jerusalén; no podremos procesionar por la situación de confinamiento, pero nuestro corazón caminará al lado de Jesús que entra con toda su realeza en nuestra vida y en el marco de esta celebración de Semana Santa de otra manera, (no dejemos de vivir esta Semana Mayor, no permitamos que pase desapercibida, seamos fieles a nuestra fe y a nuestras prácticas, bien sea por televisión, o bien por Internet); y luego, durante la Liturgia de la Palabra, leemos –este año, del ciclo A- la Pasión según San Mateo.

Aquí voy a “cortar y pegar” un retazo de mi reflexión del domingo pasado, el V de Cuaresma de este Año de Gracia: « Hay, en la perícopa del Evangelio Joánico, una palabra que me parece clave: En el verso Jn 11, 44 aparece Λύσατε, que viene del verbo λύω, significa “desátenlo”, “libérenlo”, “quítenle las ataduras”, “des-alienen-lo”. El muerto, al ser amortajado, queda como atado, amarrado, impedido de moverse, de avanzar. Pueden llevarlo y ponerlo donde se les ocurra, donde a cualquiera otro se le antoje.» Aquella reflexión la he titulado “Desátenlo”. Hoy, el Primer Evangelio, el que les comento que se lee durante la Procesión del Domingo de Ramos, es una perícopa del evangelio Mateano, Capítulo 21, versos 1-11, en el verso Mt 21, 2 , aparece λύσαντες, que viene del verbo λύω, significa “desátenlo”, “libérenlo”, “quítenle las ataduras”, “des-alienen-lo”; sólo que esta vez no se refiere al recién “llamado a volver a la vida”, sino desatar al burro: ¡El Señor lo necesita!. Hemos de indicar y tratar de penetrar el significado del “burro” y desentrañar el paralelismo verbal entre Lázaro y el pollino de Mt 21, 2. Para decirlo de la manera más evidente aun cuando suene prosaica; el burro es un animal de carga, es un “trabajador”, un “jornalero”, su función es  prestar un servicio. Su imagen se contrapone –en particular a la del caballo, que es símbolo de altivez, de arrogancia y que en muchas ocasiones se asocia a las campañas bélicas, al accionar de los ejércitos, por ejemplo –tomemos un caso que nos interesa especialmente- los romanos se organizaban en legiones, conformadas por 4.000 soldados de a pie (la infantería) y 200 de a caballo; de esa misma referencia eidética tenemos la representación ecuestre de los Emperadores. Podríamos decir que el burrito es la antítesis; pero el burrito en este pasaje bíblico va a cumplir una “misión” fundamental, será él quien “lleve” al Divino Maestro: La misión de este pollino será la de trasportarlo. ¿Quiénes trasportamos hoy día al Señor, al Mesías? Somos los portadores del Señor, en otro lugar hemos aludido a nuestra función de Fieles –Discípulos denominándonos Cristóforos, directo del griego, “Portador de Cristo”.


Lázaro –después de ser “llamado a la vida- fue desatado y se convirtió  en un testigo vivo de Jesús, se dice que empezó a ser perseguido para darle muerte porque su “resurrección” se convirtió en una poderosa “propaganda” de nuestra fe. Nosotros, los cristóforos, requerimos muy urgentemente ser desatados, nuestra “misión de llevar el anuncio de la Buena Nueva hasta los confines de la tierra, requiere de nuestra libertad, libres de nuestras alienaciones, de nuestros temores, de nuestras vergüenzas y respetos- humanos, de nuestra cobardía frente al compromiso, de nuestras ideologías, de nuestras idolatrías, de todos los “becerros de oro” que desvían nuestro corazón del amor y de la vocación de servicio. ¡Nos hizo libres! Libres para amar a Dios y a su Hijo con alma, vida y corazón.

El discipulado, pues, entra en la triple dialéctica de libertad y servicio, de valentía[1]-humildad; de compromiso-obediencia: Tomemos como punto de partida los versos 7 y 8 del capítulo 2 de la Carta a los Filipenses: “tomando la condición de servidor, llegó a ser semejante a los hombres. Habiéndose comportado como hombre, se humilló y se hizo obediente hasta la muerte-y muerte en una cruz.” Esta acción-decisión está expresada en el texto por un verbo que la rige: “despojarse”, que implica desproveerse, enajenarse, renuncia voluntaria,  abajamiento, renuncia a la autoridad propia. Vaciarse que significa desacomodarse, privarse: ¡Kénosis!

Y, sin embargo, esta renuncia no es capricho, tampoco es rebeldía gratuita; es obediencia respecto del Padre Celestial, en quien se puede confiar sin límites; pero rebelión contra la esclavitud, contra el imperialismo romano, contra toda injusticia. Todo menos callar: Jesús se opone, se posiciona, cuestiona y es capaz de correr todo riesgo sin hacer nada que rompa con su obediencia al Padre. Por eso leemos: “se hizo obediente hasta la muerte-y muerte en una cruz”.

Esta obediencia que le implica “rebelarse-contra” se convierte en la clave de todo el comportamiento de Jesús. Sabemos que Él es el Camino, la Verdad y la Vida: pues esta incondicionalidad que muestra es Camino, Verdad y Vida. Esta es la manera de ser vida, viviendo su incondicionalidad con coherencia, con consecuentalismo. Un consecuentalismo radical. Su radicalidad nos evoca a Sadrac, Mesac y Abednegó (Dn 3, 16-18) que desobedecen a Nabucodonosor antes que desobedecer a su Dios aun cuando la condena es perder la vida muriendo en el horno: “Si el Dios a quien adoramos puede librarnos del horno ardiente y de tu mano, seguro que nos librará, majestad. Pero, aunque no lo hiciera, puedes estar seguro, majestad, que no daremos culto a tus dioses ni adoraremos la estatua de oro que has erigido.” Dn 3, 1-30.

En Jesús, la obediencia a Dios exige coherencia con la justicia, y coherencia con los pobres. Es decir, se espera de nosotros un “ser consecuentes” a la manera de Jesús. Se dice que Jesús bien podría haberse callado, bien podría haber huido; pero quizás donde quiera hubiese ido su consecuentalidad le habría llevado al mismo obediente desenlace. «En la medida en que el Siervo sigue de frente, el sufrimiento aumenta. Lo escupen y lo insultan, le arrancan la barba y le golpean el rostro (Is. 50,6). Pero él “pone la cara dura como la piedra” (Is. 50,7) y ni huye. Esta acción no tiene nada  de fatalismo. Es la actitud del que sabe que en un mundo organizado sobre la base de la injusticia y del egoísmo, la justicia y el amor sólo pueden existir crucificados! Él acepta la cruz como camino de redención y de liberación. El sufrimiento hace parte de la práctica de la justicia y el amor.»[2]

¿Quiere decir que, la exigencia de ser coherente con Dios, de permanecer incondicionalmente fiel implica llegar a la cruz? ¿Quiere decir que todos los caminos llevan al Calvario? Diremos que no. ¡No de todos se espera el martirio! Pero de todos se espera la coherencia, la incondicionalidad hacía Dios, la fidelidad en el discipulado de Jesús, Camino, Verdad y Vida, Camino que conduce a Quien es nuestra Verdad, a Quien es Fuente de Vida.


Esa incondicionalidad para con Dios, para con el proyecto de construcción del Reino es lo que nos da referente existencial. Ninguna fe verdadera puede ser puro ritualismo, aun cuando esté impregnada de ritos que llenan el 100% del tiempo y de la vida. No son los ritos, ni los holocaustos lo que Dios espera –ya nos lo dijo el profeta: “Lo que quiero de ustedes es que me amen, y no que me hagan sacrificios; que me reconozcan como Dios y no que me ofrezcan holocaustos (Os 6, 6)- sino la coherencia con la Justicia que es la manera de demostrarle el amor a Dios. Algunos serán llamados a la gracia del martirio, pero todos estamos invitados a la gracia de la fidelidad, de la coherencia, de la obediencia.

Al celebrar el Domingo de Ramos –nos gusta volver sobre este cuadro, Jesús montado en un borrego-, nada más humilde, rayando en lo ridículo, las piernas colgando y los pies prácticamente tocando el suelo. Los reyes y los poderosos iban de a caballo. Nos informan los historiadores que las autoridades judías, en el antiguo Israel, iban montando en una mula, pero en burro…

Ruego de Salvación
«”¡Hosanna!”. Originalmente, ésta era una expresión de súplica, como “¡Ayúdanos!”… la súplica se convirtió cada vez más en una aclamación de júbilo (cf. Lohse, Th WNT, IX p. 682). … se saluda como al que viene en nombre de Dios, como el Esperado y el Anunciado por todas las promesas.»[3]

Estamos frente al cumplimiento de una profecía. El caballo es –por antonomasia- una cabalgadura bélica. El burrito no, el burrito simboliza un tipo de pacifismo, es la renuncia a la violencia, es el anti-poder en esencia, o mejor, es el signo de otra manera de ejercer el verdadero poder, el poder que en vez de subyugar, encanta, seduce, que gana el corazón. Este signo del burrito, re-contextualiza toda la perícopa, explica la práctica de Jesús: la Obediencia, la Humildad y el Amor. Además, ¡Recordemos que Él siempre está; nunca abandona!


En el Salmo nos encontramos con esa paradoja: Jesús –si ponemos el salmo en labios de Jesús, y el evangelio nos informa que Jesús antes de morir pronuncio el versículo 1º, Elí, Eli lemá Sabactaní Mt 27, 46- reclama al Padre porque aparentemente lo ha abandonado; y, sin embargo, si le reclama es porque tiene conciencia que está allí presente con Él. Como nos lo dice Carlos Vallés s.j. «Mi queja ante ti era en sí misma un acto de fe en Ti, Señor. Me quejaba a ti de que me habías abandonado, precisamente porque sabía que estabas allí.»[4] El salmo queda sumido en lo incomprensible sino se leen los versos finales:

Para Ti mi alabanza en la asamblea,
mis votos cumpliré ante su vista.

Los pobres comerán hasta saciarse,
alabarán a Dios los que lo buscan;
vivan sus corazones para siempre.

De Dios se acordará toda la tierra
y a Él volverá ; todos los pueblos,
razas y naciones ante Él se postrarán.

¡Rey es Dios, Señor de las naciones!
Todo mortal honor le rendirá.
Se agacharán al verlo
los que al sepulcro van.
Para Dios será sólo mi existencia.

No nos equivoquemos, Él no viene a atar, viene a liberar, viene a desatar nuestra naturaleza divina que una cultura de muerte nos ha hecho creer que no tenemos, y nos induce –atándonos con su pesado cepo- a pensar que somos puro barro y que no hay soplo divino que nos infunde vida, que nos lleva a pensar que no somos sus hijos a imagen del Hijo. No nos dejemos deslumbrar, ni ensordecer por el barullo, no nos dejemos distraer por el ambiente de alarma… ya es sabido que detrás del estruendo y el alarmismo está el silencio, la paz que derrama Nuestro Redentor, y desde el silencio (de la cruz) nos habla Dios… que nunca nos desampara, que siempre está allí, aun cuando no lo sabemos ver o no lo podemos descubrir; es entonces cuando está más presente!


[1] Prevenirnos de la “valentía” fetichizada como valentía de guerrero o de héroe cinematográfico, valiente para atropellar, destripar y cortar vidas.
[2] Mester, Carlos O.C.D. LA MISIÓN DEL PUEBLO QUE SUFRE. LOS CÁNTICOS DEL SIERVO DE DIOS EN EL LIBRO DEL PROFETA ISAÍAS. EDICAY y Centro Bíblico “Verbo Divino” Quito-Ecuador. 1993 p.69
[3] Benedicto XVI. JESÚS DE NAZARET. SEGUNDA PARTE. Ed. Planeta. Madrid-España 2011. P. 17.18.
[4] Vallés, Carlos G. s.j. BUSCO TU ROSTRO. ORAR LOS SALMOS. Ed. Sal Terrae. Santander-España 1989 p.45

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