miércoles, 8 de abril de 2020

EL SACRAMENTO DEL SERVICIO


JUEVES SANTO


Ex 12, 1-8.11-14; Sal 115, 12-13.15-18; 1cor 11, 23-26; Jn 13, 1-15

La Eucaristía es realmente… una enormidad… es un misterio que no se termina nunca de comprender.
Raniero Cantalamessa

Jesús sabe que su muerte, mañana, no será la siniestra zambullida en la nada de la que hablan los ateos sino “la entrada en la Casa del Señor” para la eterna alabanza y acción de gracias.
Noël Quesson

Así como el sentido de una comida no es el momento en que se la consume, sino la fuerza que nos da para vivir la jornada, hasta que volvamos a pasar a la mesa y consumamos otra dosis de nutrientes, así los Sacramentos hallan su sentido profundo en la vida integra, integrándose a cada momento de la existencia, a cada lucha que se libra, a cada demonio que se enfrenta. Muchas veces vivimos con grande énfasis el momento de la “Primera Comunión”, mientras que luego –y cada vez más- comulgamos con distracción, con indiferencia, con irrelevancia, casi sin reconocer el Encuentro que estamos compartiendo, sin mirar los Ojos de Jesús, sin darnos por enterados de su Amor. ¿Cuántas veces habremos comulgado sin dirigirle una sola palabra a Quien está allí vivo en su Cuerpo, su Sangre, su Alma y su Divinidad?


Es de esta manera que a lo largo de nuestras vidas vamos dejando que la fuerza de los Sacramentos se  diluya, en el tiempo y el espacio; pero lo que es verdaderamente doloroso, que se deslía en nuestro corazón (menos mal que ellos actúan a nuestro pesar, por sobre nuestro alejamiento). Sea este momento histórico tan especial, encuadrado por la cuarentena, la ocasión de voltear nuestra mirada sobre la peligrosa tibieza que amenaza nuestra vida sacramental, para dimensionar hasta qué punto somos verdaderos creyentes y hasta qué punto podemos reclamarnos sus verdaderos discípulos. Pensando en el contexto sacramental, y trayendo a colación el Sacerdocio Ordinario que el Sacramento del Bautismo nos entregó junto con el encargo profético y el real, tratemos de aquilatar ese “sacerdocio” respecto de la coherencia con la que lo vivimos. No apuntemos el dedo hacia los Sacerdotes Ordenados, sino que –con el corazón agradecido por el don inmerecido- recapacitemos quienes somos al seno de la Asamblea Eclesial que nos permite la co-corporeidad con Nuestro Místico Señor.

Una parábola moderna
«Jesús explicaba los asuntos del reino en parábolas; adoptemos por una vez su método y tratemos de comprender, con la ayuda de una moderna parábola, lo que sucede en la celebración eucarística. En una gran fábrica había un empleado que admiraba y amaba desmedidamente al dueño de la fábrica. Para su cumpleaños quiso hacerle un regalo. Pero antes de entregárselo, en secreto, pidió a todos los colegas poner su firma sobre el regalo. Este llegó pues a las manos del patrón como homenaje de todos los empleados y como un signo de la estima y del amor de todos ellos, pero, en realidad uno solo había pagado el precio del regalo.


¿No es exactamente lo que sucede en el sacrificio eucarístico? Jesús admira y ama infinitamente al Padre celestial. A Él quiere hacer todos los días, hasta el fin del mundo, el regalo más precioso que se pueda imaginar, el de su misma vida. En la Misa el invita a todos sus hermanos a poner su firma sobre el regalo, de manera que llegue a Dios Padre como regalo de todos sus hijos, “mío y su sacrificio” lo llama en el Orate fratres. Pero en realidad sobemos que uno solo ha pagado el precio de ese regalo. ¡Y qué precio!»[1]

El Seder de Pesaj.
Cristo realizó este misterio en un ambiente hebreo, escriturístico, dentro de una mentalidad semítica.
Roberto Masi

La Primera Lectura en la Liturgia del Jueves Santo proviene del Éxodo, más precisamente del capítulo 12, versículos 1-8 y 11-14, o sea que no se leen los versículos 9 y 10 de la perícopa. En ella se establecen los elementos de la liturgia judía de la Cena Pascual. Enumerémoslos:


1.    Un cordero, sin defecto, macho, de un año, cordero o cabrito.
2.    La sangre para la marcación de las jambas y el dintel.
3.    La carne se consumirá asada a fuego.
4.    El pan de la cena será pan ázimo (matzá). El jametz (pan fermentado con levadura)   está estrictamente proscrito del Seder.
5.    Se consumirán también lechugas amargas (maror) mojadas en agua salada para recordar el sabor de las lágrimas.
6.    El ornamento prescrito consta de correa ciñendo la cintura, los pies calzados y bastón en la mano; todo indica la premura para salir. Por eso se comerá de prisa.


Después de la destrucción del templo se renunció al sacrificio del Cordero. En el Seder actual (se llama Seder o sea orden, porque todo está prescrito, rigurosamente establecido); se beben 4 copas de vino, se rememora la liberación de la esclavitud que el pueblo soportaba en Egipto (Hagadá) y se canta el Hallel, los salmos 113-118. Siempre se ha dicho que Jesús estableció la Eucaristía en el marco de una Cena Judía. Allí está el Vino, el Pan ázimo, el Salmo, el Cordero sin defecto, sin mancha, sin mácula de pecado, y los ornamentos, la cintura ceñida por el cíngulo, y –en el caso del Obispo, el báculo que es el bastón litúrgicamente prescrito. Inclusive, recordemos que el Obispo lleva su Kippah que nosotros llamamos Solideo, significa que “Dios está por encima de los hombres”, significa que, el Ministro Ordenado (recibió la Orden de “Hacer esto en memoria mía”) está consagrado sólo a Dios. Así como en la Eucaristía el Sacerdote lava sus manos (lavatorio simbólico en el que sólo se humedecen los dedos) así también la Cena Judía tiene también su rito de lavatorio “urjats” y “rajtsá”. Quizá quepa aquí subrayar que este lavatorio de “manos” es un gesto hasta tal punto sublimado que no tiene nada que ver con la higiene, no tiene ningún valor aséptico, para lo físico, sino que alude a los posibles “delitos” del Sacerdote que se dispone a obrar in persona Christie, que impedirían poderse parangonar con Jesucristo –Sumo y Eterno Sacerdote- por eso el Presidente de la Eucaristía ora en secreto reconociéndose pecador, y dice en su fuero “Lava del todo mi delito, Señor, limpia mi pecado”, para que sea consciente que el Señor obra a través de él, y que no es que él se haya convertido en Jesús.


La Eucaristía parte del rito de acción de gracias y reconocimiento de la Majestad de Dios donde se le bendice y alaba: Baruk Adonaí “Bendito es el Señor. La palabra Baruk viene de la raíz בָּרַך brk, ligada con la palabra “rodilla” como signo de arrodillarse ante la Grandeza de Dios. Por eso el rito recibe el nombre de Berakah y, como lo decimos más arriba sirve de núcleo de partida a la estructura de la liturgia eucarística que las comunidades cristianas fueron enriqueciendo en la medida en la que fueron ganando identidad y se fueron segregando de las comunidades judías de origen. O sea que, a la Pascua Judía se aúna el Misterio Pascual de Jesucristo

Sacrificio Incruento
Queremos tocar, así sea superficialmente, el tema del sacrificio y la Eucaristía como Sacrificio. Muchas veces se ventila el tema de que cada Eucaristía es un Sacrificio, y se quiere implicar de ello que el Sacrificio de Jesús no “habría sido suficiente”. Queremos enfatizar que no se trata de un nuevo sacrificio en cada Eucaristía, sino del mismo sacrificio actualizado. Vamos a decirlo con las palabras de Monseñor Masi: «La Eucaristía es el memorial de la muerte del Señor… es un memorial, es decir, un recuerdo, un símbolo, pero también una representación mística de la muerte de Cristo en la cruz para la purificación de los cristianos… La Eucaristía es un sacrificio, pero no es distinto del de la cruz. Es el mismo sacrificio del calvario hecho sacramentalmente presente. Ya el Concilio de Trento enseñó claramente que la misa es un verdadero y propio sacrificio con el mismo sacerdote y la misma victima que el sacrificio de la cruz: Jesucristo… La razón suprema por qué la misa es sacrificio es que recuerda y representa la cruz… la misa hace de nuevo presente en el altar el sacrificio de la cruz, sin multiplicar por ello los sacrificios de Cristo, pero multiplicando la presencia de su único sacrificio.»[2]


Cabe muy bien recordar aquí el numeral 1367 del Catecismo de la Iglesia Católica: El sacrificio de Cristo y el sacrificio de la Eucaristía son, pues, un único sacrificio: "Es una e idéntica la víctima, que se ofrece ahora por el Ministerio de los Sacerdotes, la que se ofreció a sí misma entonces sobre la cruz. Sólo difiere la manera de ofrecer": "Y puesto que en este divino sacrificio que se realiza en la Misa, este mismo Cristo que "se ofreció a sí mismo una vez de manera cruenta sobre el Altar de la cruz, es contenido e inmolado de manera no cruenta"[3]

Servicio como sacramento
El Sacramento de la Ordenación está íntimamente ligado con el Sacramento Eucarístico, son los Sacerdotes los llamados a confeccionar la Eucaristía y a presidir su liturgia. El significado del Sacerdocio -(#1536 El Orden es el sacramento gracias al cual la misión confiada por Cristo a sus Apóstoles sigue siendo ejercida en la Iglesia hasta el fin de los tiempos: es, pues, el sacramento del Ministerio Apostólico. Comprende tres grados: el episcopado, el presbiterado y el diaconado.)- está explicitado de manera excelente en el Prefacio de la Misa Crismal, donde el Obispo Consagra los Santos Oleos: Extractamos de allí el fragmento central, pertinente a la trasferencia del Sacerdocio de Cristo al Ministerio Sacerdotal:


«Que constituiste a tu único Hijo Pontífice de la Alianza nueva y eterna por la unción del Espíritu Santo, y determinaste, en tu designio salvífico, perpetuar en la Iglesia su único sacerdocio.

Él no sólo confiere el honor del sacerdocio real a todo su pueblo santo, sino también, con amor de hermano, elige a hombres de este pueblo, para que, por la imposición de las manos, participen de su sagrada misión.

Ellos renuevan en nombre de Cristo el sacrificio de la redención, preparan a tus hijos el banquete pascual, presiden a tu pueblo santo en el amor, lo alimentan con tu palabra y lo fortalecen con los sacramentos.

Tus sacerdotes, Señor, al entregar su vida por ti y por la salvación de los hermanos, van configurándose a Cristo, y han de darte así testimonio constante de fidelidad y amor.»[4]


Se nota en esta cita la discriminación entre dos sacerdocios diferentes pero inter- compenetrados en su mutua correspondencia y en su reciproca razón de ser. A este respecto es clarificador el numeral 1547 del Catecismo de la Iglesia Católica, veamos: «El sacerdocio ministerial o jerárquico de los obispos y de los presbíteros, y el sacerdocio común de todos los fieles, "aunque su diferencia es esencial y no sólo en grado, están ordenados el uno al otro; [...] ambos, en efecto, participan (Lumen Gentium 10), cada uno a su manera, del único sacerdocio de Cristo" (Lumen Gentium 10). ¿En qué sentido? Mientras el sacerdocio común de los fieles se realiza en el desarrollo de la gracia bautismal (vida de fe, de esperanza y de caridad, vida según el Espíritu), el sacerdocio ministerial está al servicio del sacerdocio común, en orden al desarrollo de la gracia bautismal de todos los cristianos. Es uno de los medios por los cuales Cristo no cesa de construir y de conducir a su Iglesia. Por esto es transmitido mediante un sacramento propio, el sacramento del Orden.»

Como la Iglesia es Madre y Maestra, el Sacerdote participa junto con su Ministerio Ordenado de un ministerio docente que lo llama, a imagen del Buen Pastor -que no en vano se la llama Divino Maestro- a la enseñanza responsable para combatir el analfabetismo de la fe, forma de incultura espiritual que imposibilita la trascendencia y que es uno de los graves males de nuestro siglo. Y ¿qué ha de enseñar? ¡Ni lo preguntéis! Está claro que su sola enseñanza tiene que ser la Verdad que nos mostró Jesucristo, la que nos hará libres (Cf. Jn 8, 32), la del Pan de Vida (Cf. Jn 6, 51-58. 60-69).

Este gesto de lavar los pies reviste la máxima importancia, está a la base del ministerio que Jesús está instaurando en la última cena: “Les he dado ejemplo para que ποιέω se porten como yo me he portado con ustedes! Jn 13, 15. Este verbo griego nos pide actuar, hacer lo mismo, obrar de igual forma. Bueno, es fundamental saber que según la cultura semita, el que se ocupaba de lavar los pies era un “sirviente”. Según eso, tal vez por tanto se escandalizó Pedro y se negaba tan rotundamente a aceptar que el propio Mesías “actuara” fungiendo de “sirviente”.

Derivemos ahora todas las consecuencias de esta manera de conducirse de Jesús, el Mandamiento que está estableciendo con este gesto que –prácticamente viene siendo como la manifestación de su Última Voluntad. Relacionémoslo luego con el discipulado y –más específicamente con el Sacramento del Orden Sacerdotal- que se está instituyendo en esta Cena, donde quedaron instituidos dos sacramentos. Me recuerda la catequesis sobre los ornamentos que escuché a un Sacerdote, quien explicaba el significado de la Casulla, como si se tratara del delantal que se ciñe el Sacerdote para cumplir su Ministerio. También me traen a la mente algunas comunidades religiosas, tanto masculinas como femeninas que –últimamente- han decidido remplazar su hábito por un delantal. Y de inmediato, pienso que una reliquia esencial, de recordación de San Pablo era su “delantal”. Nosotros, como lo hemos visto últimamente, estamos llamados a ser desatados, a liberarnos de todo prejuicio contra la categoría de “siervo”. Esa es otra forma de idolatría: la idolatría hacia los “amos”, la idolatría de la arrogancia. Todos hemos sido educados con la mentalidad del “dominio”, hasta se nos habla del “dominio propio” y nadie quiere acordarse de Jesús, quitándose el manto, tomando la toalla y ciñéndosela a la cintura: “Lo mismo deben hacer unos con otros”










[1] Cantalamessa, Raniero. “ESTO ES MI CUERPO” Ed. San Pablo Bogotá Colombia 2007. pp. 118-119
[2] Masi, Roberto. SACERDOCIO Y EUCARISTÍA EN LA VIDA DE LA IGLESIA. Ed. Paulinas Bogotá Colombia 1967. pp. 219-221
[3] CEC. #1367.Cc. de Trento, Sess. 22a., Doctrina de ss. Missae sacrificio, c. 2: DS 1743.
[4] ORDINARIO DE LA MISA. Ed. Paulinas Caracas – Venezuela 1989 p. 76

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