viernes, 27 de marzo de 2020

DESATENLO



Ez 37,12-14; Sal 129,1-2. 3-4ab. 4c-6. 7-8; Rm 8,8-11; Jn 11,1-45

En un mundo “sin Dios”, el mal ya no tiene sentido, se convierte en “fatalidad” implacable contra la cual una sola actitud es posible: la rebelión. Pero seamos claros, esta rebelión es radicalmente estéril, ya que el “mal” de la muerte lo superará. La ola de incredulidad del mundo occidental corresponde al “malestar existencial”, a una profunda desesperación, a un frenesí de gozo inmediato (¿no es esto también un embrutecimiento estéril?) el condenado a muerte se divierte” como puede, para no pensar en el fatal desenlace.
Noël Quesson

Hay, en la perícopa del Evangelio Joánico, una palabra que me parece clave: En el verso Jn 11, 44 aparece Λύσατε, que viene del verbo λύω, significa “desátenlo”, “libérenlo”, “quítenle las ataduras”, “des-alienen-lo”. El muerto, al ser amortajado, queda como atado, amarrado, impedido de moverse, de avanzar. Pueden llevarlo y ponerlo donde se les ocurra, donde a cualquiera otro se le antoje. Esta situación -que estamos viviendo- tiene alguna similitud, el Covid-19, nos ha limitado, nos ha puesto junto a Lázaro. Estamos aguardando que el Señor venga y nos llame con su Voz Potente, que es el “llamado” que nos saca. ¡Todo esto sucedió para que creamos que a Jesús lo ha enviado el Padre!


¿Qué significa Jesús? Significa “Dios Salva”, “YHWS es salvación”. Y, de ello podríamos derivar la caleidoscópia de sus implicaciones. Pero, una y otra vez resurge la pregunta: ¿De qué nos salva Dios? O, ¿Cómo salva Dios? Y el Evangelio de Juan, en el capítulo 11, que es el que se proclama en este V Domingo de Cuaresma, es una página bíblica que se aboca a contestar ese interrogante que se había vuelto neurálgico en el momento histórico que le correspondió vivir y en el que se movió la existencia de la comunidad joánica donde se redactó. Esta comunidad se vio enfrentada a la persecución y a una de sus consecuencias, tener que entregar la vida en martirio. También se vieron expulsados de la Sinagoga, y desplazados de las comunidades judías, predominantemente fariseas del momento. Fue el momento en el que tuvieron que segregarse del judaísmo.

Este texto plantea, pues, un interrogante de no poca monta para esas comunidades y  esencial para nuestras comunidades de hoy: ¿Nos salva de la muerte? Pero, si de todos modos vamos a morir, entonces ¿de qué es que nos salva? Para nosotros, hoy, se plantea urgente poder responder al asunto de la mal llamada “resurrección de Lázaro” ya que Lázaro, simplemente aplazó su muerte, pero, de todas maneras, más adelante murió. Es decir, se pone a la orden del día el interrogante sobre la “vida perdurable”, esa que enunciamos a veces diciendo “no morirá para siempre”. A un paso de celebrar la Semana Santa, entonces, encaramos además la pregunta sobre la –esa sí verdadera- Resurrección de Jesús, que se levantó de la tumba para nunca más morir. Habría entonces, por lo menos dos clases de resurrección, que –como truco gráfico- podríamos distinguir, poniendo la una con “r” minúscula, mientras la otra, la escribiremos con mayúscula, para distinguir la que sólo es aplazamiento de la otra, de la que es paso a la “Vida Eterna”.


Pero más allá del asunto de su distinción, al escribirlas, está lo verdaderamente interesante: ¿Qué es qué?

Anticipemos la existencia de una muerte irreversible, que sería la que acarrea el pecado, ese grave pecado que nos cierra las puertas a la  vida perdurable y que por eso merece el calificativo de “pecado mortal”.

Ganamos un punto de comprensión si a la Resurrección a la Vida Eterna le planteamos dos condicionantes:
·                      Haber aceptado en Jesús –nuestro Dios y Salvador- la posibilidad de una Vida más allá de la “muerte física” (por llamarla de alguna manera), y
·                      Morir (la muerte física) en Estado de Gracia, es decir, libres de las consecuencias del Pecado Mortal.

Habría, por otra parte, una muerte rotunda, sin la esperanza de ningún “Después”, la muerte de quien haya vivido sin alcanzar y disfrutar de la Victoria de Jesús sobre la muerte, Victoria que consiste no en librarse de la muerte que hemos llamado física, sino en poderla trascender para alcanzar el Don de la Vida Perdurable; que dicho sea de paso, es la vida en plenitud, que consistiría en la intensificación de todo lo que reboza” vida, de todo lo que destella plenitud, de toda perfección imaginable, vida indefectible.


Un signo es, por definición, –no lo olvidemos- algo que, nos habla de otra cosa. Recordemos aquí, muy venido al caso, que en San Juan no se llaman “milagros”, los portentos hechos por Jesús, sino “signos”. Es así como tenemos que abordar esta página bíblica, conscientes de que no nos habla de la Resurrección, sino de la resurrección, pero nos la indica, constituyéndose en un signo de aquella, apuntando a la vez que preludiando la que sucederá en Jerusalén, esta antesala, ocurre a contada distancia de la siguiente, en בית עניא Betania (casa de frutos), y los frutos que allí se cosechan son los muchos que creyeron en Él.

¿Cómo es que una “resurrección” se constituye en “signo” de la Resurrección? Pues, cuando ya habían pasado los días en que toda “marcha atrás era posible”; ya olía, ya la descomposición había empezado, la muerte había sembrado las señales inconfundibles de su victoria, ya era imposible que estuviera vivo, y sólo el poder de Dios, actuando por medio del Quien se llama “Dios salva”, podía Vencer.

Es por eso que Jesús se demora, Él, en su infinita bondad, sabiendo que este “signo” nos era necesario, deja que trascurra el plazo necesario, para que luego, cuando Él lo traiga del mundo irreversible, a todos nos sea visible su Victoria, ¡la Gloria de Dios! Es por eso que Jesús se demora, no es un capricho, teníamos que ver que no era que estaba “dormido”, no era que estuviera “cataléptico”. Era que estaba muerto, pero muerto-muerto y “bien muerto”; y, pese a eso, hasta los muertos le obedecen.


La demora de Jesús, que María le reprocha, era necesaria para ti y para mí, para que pudiéramos creer, no en la resurrección, porque esa la hemos visto varias veces, aún en ciertas situaciones clínicas, donde se logra con maniobras de resucitación; sino en la que no podemos ver y sólo podremos testimoniar cuando la estemos disfrutando.

«Los minutos son largos, la noche se hace interminable. Pero el centinela “sabe” que la aurora vendrá ciertamente. ¡Con qué impaciencia, el vigilante, acecha los primeros rayos, los primeros signos de la aurora! Ahora bien, lo que espera el creyente, es Dios. “Mi alma espera al Señor más que el centinela a la aurora”. Jamás se dio una mejor definición de la esperanza.»[1]

Todavía tenemos otro detalle que, a nuestro parecer, no se puede quedar en el tintero: Se trata del verso 44, donde leemos –refiriéndose a Lázaro- que: “El muerto salió, atado de pies y con las manos vendadas, y su rostro envuelto en un sudario.” Ante lo cual, recogemos el siguiente comentario: «La vida nueva depende de la acción solidaria y amorosa de la comunidad. “Y Jesús gritó en alta voz: ¡Lázaro, ven afuera!” (11, 43). ¡Atención! La comunidad es la que ayuda a resucitar a Lázaro, desatándole las manos y los pies. La comunidad es la que les devuelve la vida a sus propios miembros, la que ayuda a liberarse del miedo de la muerte, del miedo que paraliza. En el grito de Jesús y de la comunidad está el amor por la vida. Todos y todas están llamados a salir del sepulcro, a asumir el compromiso con la justicia y, si fuere necesario, entregar la vida libremente: “Si el grano de trigo que cae en la tierra no muere, queda infecundo; pero si muere, producirá mucho fruto” (1, 2; cf. 10,18)»[2]

…la acción liberadora de Jesús. Pero su acción liberadora quiere comprometer a todos los que lo siguen… La acción liberadora de Jesús implica nuestra práctica de liberación: desatar a las personas de todos los lazos que las sujetan a una situación de muerte. Al obrar así estaremos continuando lo que Jesús hizo, con el fin de que todos tengan vida en abundancia.[3]

Nosotros estamos llamados a correr a desatar, a tener frente al momento, una actitud liberadora. La seguridad de la victoria de Dios. No podemos quedarnos apabullados, ni arrinconados y temblorosos. Tenemos que com-padecernos como Jesús, llorar con los que lloran, orar por los que “han dado el paso”, reír con los que ríen, con los que logran superar la enfermedad; lanzarnos a la acción solidaria, consoladora, fraternal, esperanzada. Es hora de movilizar todos nuestros recursos espirituales, acatar la cuarentena en cuanto y en tanto, aminora notablemente la movilidad del virus, asumir todas las medidas asépticas que permitan reducir la expansión del contagio; es la hora de recordar que el autocuidado redunda en el cuidado de nuestro prójimo. Mientras, confiados en que más pronto que tarde, resonará la Voz que nos resucitará de este trance.


Inevitablemente habrá los que luego –una vez superada  la crisis- corran donde los fariseos, una vez más, a fraguar y complotar para matar al que da la Vida (Jn 11, 46-53). Porque los esbirros de la muerte no descansan intentando maniatar a “YHWH-el que-desata”, al Liberador. Pero su Luz Resucitada, no detiene su Avance, su Resplandor. ¡Preparemos para mirar Al-que-Traspasaron!











[1] Noël Quesson. 50 SALMOS PARA TODOS LOS DÍAS. GUÍAS PARA LA ORACIÓN Y LA MEDITACIÓN COTIDIANAS. Ed. San Pablo. Santafé de Bogotá-Colombia 1996 p. 215 Meditando el Salmo 129
[2] Centro Bíblico Verbo. LA NUEVA VIDA NACE DE LA COMUNIDAD. EL EVANGELIO DE JUAN. Ed. San Pablo. Bogotá Colombia 2010. p. 82
[3] José Bortolini. CÓMO LEER EL EVANGELIO DE JUAN. EL CAMINO DE VIDA. Ed. San Pablo. Bogotá-Colombia 2002. p. 123

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