sábado, 1 de febrero de 2020

προσδεχόμενος



Ml 3, 1-4; Sal 24(23), 7. 8. 9. 10; Hb 2, 14-18; Lc 2, 22-32

Ahora Simeón, figura del Antiguo Testamento y de todo hombre, puede morir en paz… El recuerdo de la muerte ya no causa miedo y se trasforma en el arte de vivir en paz, porque finalmente es posible encontrar a Dios en la propia limitación.
Silvano Fausti

El Mesías viene a su Templo
En primer lugar, los invitamos a mirar el mapa, para ver donde estaba ubicada la tribu de Asher, para nosotros algo interesante es que en ese territorio estaba Belén, que no se ha de olvidar que significaba “Casa de Pan”.  Ahora bien, Asher era el octavo hijo de Jacob (Israel) -de los 12 que tuvo- y de Zilpa de quien tenía un hermano mayor, llamado Gad.  Jacob bendijo a Asher, (véase Gn 49, 20), prometiéndosele “abundancia de pan” y producir comida digna de reyes. Por otra parte, y sólo como dato curioso, recordemos que Moisés, al repartir la tierra prometida  bendijo a Asher ofreciéndole que mojaría sus pies en aceite, sus puertas se cerrarían con cerrojos de hierro y bronce (o sea bien protegidas y seguras), y su fuerza duraría tanto como su misma vida o sea que en su ancianidad no sufriría el debilitamiento propio de la senilidad.


Otro detalle curioso, ¿qué significa el nombre Asher?, ¿Qué significa el nombre Simeón?, ¿Qué significa el nombre Ana? Bueno, Asher significa “feliz”; Simeón שִׁמְעוֹן, (mismo nombre del hijo de Jacob, segundo hijo de Lea su primera esposa, –o sea, hermano carnal de Judá-), significa “Dios ha escuchado”; y Ana חנה cuyo nombre significa “mujer compasiva”.

Miremos un par de detalles la Primera Lectura, se toma del profeta Malaquías, nos habla del Ángel de la Alianza, con el nombre de “su Mensajero”. ¿A qué viene? A purificar a la tribu sacerdotal para que sean capacitados para ofrecer una “ofrenda digna”. La profecía anuncia lo que estamos celebrando hoy, de improviso ha entrado en el Templo Santo, “el Señor Omnipotente. Este acrisolamiento es requisito para que se refresque la Alianza y vuelva a ser la relación Dios-ser humano, como lo fue en los “tiempos antiguos”, recién establecida la Alianza: Yo seré tu Dios y tú serás mi pueblo.


El salmo para esta celebración, es el salmo 24(23), un salmo que nos habla de la realeza de Dios, Él es el Rey de la Gloria, como va a ser entronizado, va a entrar a su Templo y los guardias de las puertas del Templo interrogan a los peregrinos que quieren entronizarlo. Recuérdese que Dios es Al Shadai, es Omnipotente, es “Él que basta”, es “Señor de las Montañas”, siendo tan “Supremo” no puede entrar por una puerta baja, es necesario que la puerta sea altísima, por eso hay que “alzar los dinteles” para que el Rey de la Gloria pueda entrar en su Santo Templo. Aquel día de la Presentación del Señor, los dinteles tenían que alzarse hasta más alto que las estrellas: iba a entrar “El Rey de la Gloria” el mismísimo Niño Jesús, en brazos de María. Entraba Quien podía dignamente quedarse a morar allí, ¡El de manos inocentes y puro corazón! Este puro ¿hablará de “pureza”? o se refiere a que ¡es un Dios Misericordioso, que no tiene brazos, ni piernas, ni ningún otro miembro del cuerpo humano, sino que Todo-Él es sólo corazón!

«Dios más que aclamaciones rituales, más que recitación de credos”, más que gestos cultuales…; espera de nosotros rectitud de vida. La conciencia moral es lo primero. Seremos juzgados sobre el amor. (Mateo 25, 31-46). “No llegarán a la montaña de Dios” aquellos que se contentan con decir: “Señor, Señor” (Mateo 7,21), sino aquellos “que tengan el corazón puro y las manos inocentes”, que cumplen los deberes que les impone la condición de ser hombres dignos de tal nombre… Decir: “Venga tu Reino”, es comprometerse a hacer cualquier cosa para vivir según sus exigencias.»[1]


«“!levantad los dinteles!” Se trata de un gesto de “homenaje” simbólico, que se pide a las puertas para relievar el esplendor de Aquel que las va a franquear.»[2]

Cristo Luz del Mundo
Ahora, conviene dar foco sobre el Santo Evangelio: Nos hallamos en plena celebración de la Purificación de la Santísima Virgen, quien al dar a luz, según las creencias judías, al haber sangrado habría incurrido en impureza. Eran pues precisos 40 días para que esa condición se superara y hoy hace precisamente 40 días estábamos celebrando la Natividad del Niño Jesús. Esta fiesta Mariana se ha llamado de la Virgen de la Candelaria, por las velas que acompañan su procesión. Al inicio de la Procesión declamamos: “El Señor vendrá con gran poder e iluminará los ojos de sus siervos.” Y en el Evangelio se nombra a Jesús –en boca de Simeón- diciendo de Él que es “Luz que alumbra a las naciones”.

A Simeón se le llama en este Evangelio de San Lucas con un nombre griego: προσδεχόμενος, es el adjetivo “el que espera”, que proviene del verbo προσδέχομαι, es la traducción que le damos, pero me gustaría ir un poco más allá sobre el significado de esta palabra: prosdejomái verdaderamente significa el que aguarda, pero eso implicaba una espera amorosa, una acogida con gran apertura personal, si vamos más atrás en el significado, era el que le abría las puertas, mejor, el que le daba alojamiento en su tienda de campaña, bajo su carpa. Nuestra mejor asociación de ideas es pensar en la manera bondadosamente hospitalaria con que Abrahán acogió a los tres “hombres” que pasaron por frente a su Tienda de Campaña en Gen 18, 1 ss. Quizá hay otro episodio bíblico que nos ayude a entender esta clase de acogida: se trata de la perícopa Lucas 24, 13-35, de los dos que huían hacia Emaús, específicamente Lc 24, 29 cuando le piden a Jesús Μεῖνον μεθ’ ἡμῶν (quédate con nosotros); siempre decimos que en oriente el sentido de la hospitalidad les es proverbial: aquí tenemos una hospitalidad muy especial, es una hospitalidad de carácter religioso, el huésped es acogido porque viene de Dios o es el mismo Dios; además es una hospitalidad en la que se entretejen la fe, la esperanza y la caridad; podríamos quizás definirla como “acogida teologal”. ¿Quién acoge? Precisamente aquel que ha rogado a Dios, que lo ha esperado, que le ha dicho:.” El sentido de mi vida es ver que llegas”, y “Dios lo ha escuchado” por eso él se llama Simeón. ¡El huésped es la Luz misma! Dios lo ha escuchado y él ha podido sostener en sus brazos a Jesús.

Víctima y Sacerdote
«Según Hebreos el misterio de la encarnación es clave en la fe cristiana, resumen y plenificación de la revelación de Dios, pero difícil de entender, escándalo para los piadosos fariseos y locura para los sabios griegos (1Cor 1,17-25).

Hasta que no aceptemos el misterio amoroso de la encarnación, persiste en nosotros la tendencia pagana de rechazar al Dios hecho hombre. Preferimos que Dios se quede en su “cielo”, todopoderoso, majestuoso, solitario, perfectamente feliz en sí mismo… Así es más cómodo vivir nosotros egoístamente aislados. Pues acarrea serias consecuencias creer en una persona divina que “trabajó con manos de hombre, actuó con voluntad de hombre, amo con corazón de hombre” (Vaticano II, GS. 22)….


Hebreos aclara las razones de la encarnación en 2,14-18 y 4, 15-16. Afirma que Jesús” no se avergüenza de llamarnos hermanos”(2,11) pues “tuvo que hacerse carne y sangre” (2,14), tan débil y frágil como nosotros. Porque vino a servir a seres humanos de carne y hueso (y no a ángeles), hijos de Abrahán llenos de sufrimientos, Jesús tuvo que hacerse igual en todo a sus hermanos de carne, sangre y sufrimiento. Y esto por necesidad de amor. Si se enamoran dos personas de distinta clase social o cultura, tendrán que buscar igualarse. Caso contrario, el amor mutuo no puede crecer.

Para poder hacer de puente entre lo divino y lo humano “tuvo que hacerse semejante en todo a sus hermanos” (2,17)»[3]

El sacerdocio debía ser purificado, hemos observado en la profecía de Malaquías para poder ofrecer sacrificios dignos. El que llamamos Carta a los Hebreos, se calcula fue escrito hacía el año 90. «En  los primeros decenios del cristianismo nadie se había atrevido a considerar a Jesús como sacerdote, con lo que el problema del culto quedaba un poco confuso. Jesús históricamente no había sido sacerdote, sino, precisamente, un perseguido por parte de los sacerdotes. Y su muerte como condenado lo había colocado fuera del ámbito sagrado. (Gal3, 13).

Pero de alguna manera la acción salvífica de Jesús ya se había expresado en términos rituales: “Cristo… se entregó por nosotros como oblación y suave aroma” (Ef 5,2). “Nuestro cordero Pascual, Cristo, ha sido inmolado” (1Cor 5,7). La Eucaristía se había colocado en el marco de la Pascua. Pero nadie se había atrevido a decir que Jesús era sacerdote. Hebreos, en cambio, lo hace con gran osadía.»[4]

«Lucas cita ante todo explícitamente el derecho a reservarse al primogénito: “Todo primogénito varón será consagrado (es decir, perteneciente) al Señor (2,23; cf. Ex 13,2; 13,12s.15). Pero lo singular de su narración consiste en que luego no habla del rescate de Jesús, sino de un tercer acontecimiento, de la entrega (“presentación”) de Jesús. Obviamente, quiere decir: este niño no ha sido rescatado y no ha vuelto a pertenecer a sus padres, sino todo lo contario: ha sido entregado personalmente a Dios en el Templo, asignado totalmente como propiedad suya. La palabra paristanai, traducida aquí como “presentar”, significa también “ofrecer”, referido a lo que ocurre con los sacrificios en el templo. Suena aquí el elemento del sacrificio y el sacerdocio.»[5]

En Hebreos, «El autor comprende que todo sacerdote es un mediador entre Dios y los hombres, y que esa es precisamente la misión básica de Jesús. Todo cristiano pone su esperanza en que por medio de Jesús tenemos pleno acceso  a Dios. “Se nos abre una esperanza muy grande: la de tener acceso a Dios” (Heb 7,19). “Con toda seguridad podemos entrar en el Santuario, llevados por la sangre de Jesús. El inauguró para nosotros ese camino nuevo y vivo que atraviesa la cortina, es decir, su sangre… Acerquémonos, pues, con corazón sincero y con plena fe…Sigamos profesando nuestra esperanza… ya que es digno de confianza. Aquel que se comprometió” (10, 19-23).[6]

Es significativo que ahora la fiesta ya no se denomina “Purificación de la Santísima Virgen”, sino que el nuevo nombre: “La Presentación del Señor”, alude subrayando el no-rescate del primogénito y, en cambio sí,  su entrega como Cordero sacrificial: “Agnus Dei, qui tollis peccata mundi”.










[1] Quesson, Noël. 50 SALMOS PARA TODOS LOS DÍAS. Ed. San Pablo 1996 Santafé de Bogotá, D.C.-Colombia pp. 52-53
[2] Ibid p. 50
[3] Caravias, José L. sj. DE ABRAHÁN A JESÚS. LA EXPERIENCIA PROGRESIVA DE DIOS EN LOS PERSONAJES BÍBLICOS Ed. Tierra Nueva Centro Bóblico “verbo Divino” Quito – Ecuador. 2001 pp. 220-222
[4] Idem p. 219
[5] Benedicto XVI-Ratzinger, Joseph. LA INFANCIA DE JESÚS. Ed. Planeta Bogotá –Colombia 2012. p. 89
[6] Caravias, José L. sj. Loc Cit.

No hay comentarios:

Publicar un comentario