sábado, 25 de enero de 2020

SIGANME Y LOS HARÉ PESCADORES DE HOMBRES



Is 8,23-9.3; Sal 26, 1. 4. 13-14; 1 Cor. 1,10-13.17;  Mt. 4,12-23

Y Dios, al concederles a los hombres su Palabra… les enseña la calidad divina de esta palabra: su infinitud, que impide que pueda expresarse enteramente con las palabras humanas….Si ni fuese así, la Palabra de Dios no sería más grande que la del hombre.
Hans Ur von Balthasar

… ya no decimos que somos “discípulos” y “misioneros”, sino que somos siempre “discípulos misioneros”
Papa Francisco. Evangelii Gaudium # 120

Domingo de la Palabra de Dios 2020
Podemos adentrarnos en el mensaje de este Domingo con el corazón lleno de sinceridad y repleto de amor, superando la insignificancia de oír unas anécdotas,  que no nos tocan, salvo porque nos permite estar informados de cómo conformó Jesús su grupo de “discípulos” y cuáles fueron sus primeros cuatro convocados. Y, en cambio articular en ensamble propio la Palabra de Dios, el discipulado, la koinonía, la evangelización y la Misión.


Siempre nos referimos en la Eucaristía a sus dos momentos constitutivos refiriéndonos a ellos como la Mesa de la Palabra y la Mesa del Pan. En el #51 de la Sacrosantum Concilium se nos brinda lo siguiente: “A fin de que la Mesa de la palabra de Dios se prepare con más abundancia para los fieles ábranse con mayor amplitud los tesoros de la Biblia, de modo que, en un periodo determinado de años, se lean al pueblo las partes más significativas de la Sagrada Escritura.” «La celebración de la Eucaristía… se realiza en una conjunción de acto y habla…. La Palabra en la misa es, ante todo, de naturaleza reveladora. A través de ella Dios dice al hombre quién es Él… La Palabra de Dios es un gran misterio. En ella habla Él mismo, pero con la lengua de los hombres.... [A] esta palabra… No le haríamos justicia si simplemente atendiéramos a su contenido expresable conceptualmente;… la Palabra es algo más: contenido y forma, sentido y amos, espíritu y corazón, un todo entero y oscilante; no es una comunicación simple que uno piensa y entiende, sino un ser que proviene de ella y con el cual uno se encuentra… Donde quiera que encontremos esta Palabra, allí reina el poder creador de Dios. Escuchar su Palabra quiere decir entrar en el espacio de la posibilidad sagrada donde aparecerán el nuevo hombre, el nuevo cielo y la tierra nueva… el que celebra correctamente la Eucaristía es aquel que busca entender en ella a Cristo, comprender quién es, que quiere decir, que significa para nosotros, todo esto reunido en su amor redentor… Los textos sagrados contienen un aspecto de la verdad de Cristo, un rasgo de su personalidad, un acontecimiento de su vida que aparecen y deben ser comprendidos y entendidos para poder llevarnos a la plenitud de aquella verdad que durante la transustanciación se hace presente, no en la palabra sino en el ser.»[1]  Así, La idea es participar, enfrentando la situación: ¿Qué haríamos y cómo reaccionaríamos si, dentro de un momento Jesús se cruzara por nuestra vida, si nos llamara y nos pidiera seguirlo? ¡Aquí está la verdadera esencia de la liturgia de la Palabra para este Tercer Domingo Ordinario del ciclo A: El tema de nuestra Misión como miembros del Pueblo de Dios.

En el numeral 21 de la Constitución Dogmática Dei Verbum, leemos: «La Iglesia ha venerado siempre las Sagradas Escrituras... Siempre las ha considerado y considera, juntamente con la Sagrada Tradición, como la regla suprema de su fe, puesto que, inspiradas por Dios y escritas de una vez para siempre, comunican inmutablemente la palabra del mismo Dios, y hacen resonar la voz del Espíritu Santo en las palabras de los Profetas y de los Apóstoles.

Es necesario, por consiguiente, que toda la predicación eclesiástica, como la misma religión cristiana, se nutra de la Sagrada Escritura, y se rija por ella. Porque en los sagrados libros el Padre que está en los cielos se dirige con amor a sus hijos y habla con ellos; y es tanta la eficacia que radica en la palabra de Dios, que es, en verdad, apoyo y vigor de la Iglesia, y fortaleza de la fe para sus hijos, alimento del alma, fuente pura y perenne de la vida espiritual.»

«“El Domingo de la Palabra de Dios puede ser esa capacidad del pueblo de comprender la Sagrada Escritura, porque no es sólo un libro es una Palabra, es algo vivo, es algo que toca nuestra vida. Y por eso en la liturgia, en todo lo que expresa la vida de la comunidad cristiana, la Palabra de Dios es un momento de unidad, es un momento en el cual damos la fuerza necesaria para la evangelización”, lo dijo Monseñor Rino Fisichella, Presidente del Consejo Pontificio para la Promoción de la Nueva Evangelización durante la conferencia de presentación del Primer Domingo de la Palabra de Dios. .. el Domingo de la Palabra de Dios es una iniciativa que el Papa Francisco confía a toda la Iglesia, en el que, “la comunidad cristiana se centra en el gran valor que la Palabra de Dios ocupa en su existencia cotidiana” (Aperuit illis 2). …En la presentación del Primer Domingo de la Palabra de Dios, también participó Monseñor Octavio Ruiz Arenas, Secretario del Consejo Pontificio para la Promoción de la Nueva Evangelización. En su intervención, explicó que se escogió esta fecha por dos motivos fundamentales: “en primer lugar, porque en la liturgia el III Domingo del Tiempo Ordinario todos los evangelios: Mateo, Lucas y Marcos nos hablan de la predicación del Señor, el comienzo del anuncio mismo por parte de Cristo de lo que era su mensaje. En segundo lugar, porque es un domingo en el que en cualquier año litúrgico podemos encontrar una referencia explícita a esa comunicación, a ese anuncio que hacia el Señor de la obra salvífica de Dios”.»[2]

La Liturgia Eucarística es, indudablemente un Banquete donde Jesús nos prodiga su doble alimento: «Gregorio (de Niza) parte de la consideración de la Palabra de Dios como manjar, y se permite trasferir las normas de la Cena Pascual al trato con la Biblia. Hay dos disposiciones que le parecen esencialmente significativas: el cordero debe comerse recién sacado del fuego; y no hay que romperle los huesos. El fuego es imagen del Espíritu Santo: ¿no significa esta norma que no debemos alejar el manjar divino de la esfera del fuego vivo, que no debemos dejarlo enfriar? ¿No significa que la lectura de la Biblia debe hacerse junto al fuego, es decir en comunión con el Espíritu Santo, en la fe viva que nos remite al origen del manjar? Y a la inversa: hay unos huesos que no podemos triturar: las grandes cuestiones que se nos plantean y que somos incapaces de resolver: “¿Cuál es la esencia de Dios? ¿Qué había antes de la Creación? ¿Qué hay fuera del mundo visible? ¿Qué necesidad preside todo el acontecer?...No rompas los huesos significa “saber que todo eso es competencia del Espíritu Santo…”… “No te preocupes por lo que te excede”. (Eclo 3,23)»[3]

En el territorio de Zabulón y Neftalí
Vamos a presentar el primer elemento: Primero estaba Juan el Bautista, cuando este fue encarcelado fue como la “señal” para que Jesús recogiendo el turno, pasara a asumir el vacío que quedaba, «El pasaje marca el paso entre la actividad del Precursor y la del Mesías… Juan había sido entregado. Juan no es “arrestado”… es entregado como Jesús. Esta palabra indica tanto la acción de los hombres, que entregan al Hijo del hombre, como la del Padre que lo entrega a nosotros… Juan no es destruido, sino que logra su finalidad: se convierte en testigo, con la vida, de lo que antes había dicho con la palabra.»[4]: San Juan bautista había apuntado hacia Jesús, lo hemos visto últimamente, «“el Bautista”… Ha puesto los ojos en Jesús que pasaba. Y a dos de sus discípulos les ha dicho: “Este es el Cordero de Dios”. No sé qué tendría Jesús: no se qué brisa suave dejó al pasar, no sé qué aroma derramó a su paso, que los dos discípulos de Juan se ponen en camino. Es el momento de seguir creciendo. Es el momento de dejar la comunidad de Juan e iniciar la del Hombre único y fascinante que se llama Jesús.»[5]

¿Desde dónde se inicia esta labor”? El evangelista nos lo informa: en “Cafarnaúm, cerca del lago, en los límites de Zabulón y Neftalí.” «En el territorio de Zabulón y Neftalí. Son los dos hijos de Jacob que se instalaron en esa región. Allí nació el movimiento de los zelotes, que en gran parte eran galileos. El término galileo había llegado a ser sinónimo de subversivo.»[6] Esta ubicación espacial es enriquecida aún con otro dato, que Mateo toma del primer Isaías, del Libro de Emmanuel: “Galilea, tierra de paganos” (Is 8, 23b). Esta tierra, que conectaba Siria con Egipto, educada en el sometimiento y víctima de la usura, tierra “impía”, al norte del reino de Israel, tomada por los asirios, allá por el 732 antes de nuestra era, experiencia que dejó marcados a sus habitantes y a su descendencia, que perdió por eso la nitidez de su identidad. Cómo los veían los judíos ortodoxos, los fariseos del momento, los tenían por una población que “vivía en tinieblas y sombras de muerte”, gente pecadora y despreciable. Es allí donde Jesús empieza a desempeñar su ministerio. No es asunto de poca monta esta contextualización que nos prodiga San Mateo.

¿A quién dirige Jesús su llamado? A pescadores, el pescador saca peces del agua para convertirlos en “pescados”, los discípulos son llamados para que saquen a los hombres del agua “del pecado” y mueran (a esa vida de pecado), pero para nacer a una nueva vida, es decir, para que se conviertan. «… una vida nueva, un proyecto nuevo, una misión nueva. Todo su mundo, desde ahora, sin cosas, sin casas, sin tierras, sin padre y madre, sin nada. Ahora su mundo es Jesús. Jesús y basta. Jesús y punto. Jesús y se acabó.»[7] Lo que más asombra de este seguimiento es su inmediatez, su generosidad desprendida, esa capacidad de dejarlo todo atrás, sin voltear a mirar, sin nostalgias, es la capacidad de desinstalarse, es la entrega retratada en el hermoso compromiso, del Salmo 40(39): “Aquí estoy Señor para hacer tu Voluntad”

Vocación y misión
Esta celebración Eucarística está enfocada sobre ese núcleo: la conversión, que es urgente porque “el Reino de Dios se ha acercado” (Mt 4, 17d). Para ser discípulo no basta reconocernos llamados, no basta tampoco saber dónde hemos de cumplir con ese “llamado”, además, urge saber el “para qué”. La conversión es un re-direccionamiento de la vida y el corazón. Para tal, el discípulo debe “seguir”, o sea continuar el accionar del Maestro que Enseñaba, Predicaba y Sanaba. «Cuando Jesús entra en una vida, quema. Su llama no puede ser guardada. Necesita ser extendida, llevada, comunicada a otros. La experiencia de Jesús llama luego a ser vivida en comunidad.»[8] No como individuos aislados sino como comunidad de discípulos, como asamblea de los convocados que es lo que precisamente significa Iglesia. «… la vocación no es un lujo de elegidos ni un sueño de quiméricos. Todos llevan dentro encendida una estrella. Pero a muchos les pasa lo que ocurrió en tiempos de Jesús: en el cielo apareció una estrella anunciando su llegada y sólo la vieron los tres Magos.

Iglesia urgida de conversión permanente
Sólo tiene vocación el que no sería capaz de vivir sin realizarla… benditos los que saben adónde van, para qué viven y qué es lo que quieren, aunque lo que quieran sea pequeño. De ellos es el reino de estar vivos.»[9] Ser discípulo entraña un seguimiento, pero si ese seguimiento se da con fidelidad implica un compromiso. Ser pescadores de hombres define esa misión. “Misión” y “evangelización” son realidades prácticamente intercambiables. Conceptualmente “evangelización” remite al “qué” de una praxis eclesial: anunciar e iniciar una buena noticia. “Misión” implica que la evangelización se origina en un “envío”.»[10]


En el #15 de la Evangelii Nuntiandi, el Papa Paulo VI asume la Misión que la Iglesia ha recibido como heredad y está llamada a tomar: «—Nacida, por consiguiente, de la misión de Jesucristo, la Iglesia es a su vez enviada por El. La Iglesia permanece en el mundo hasta que el Señor de la gloria vuelva al Padre. Permanece como un signo, opaco y luminoso al mismo tiempo, de una nueva presencia de Jesucristo, de su partida y de su permanencia. Ella lo prolonga y lo continúa. Ahora bien, es ante todo su misión y su condición de evangelizadora lo que ella está llamada a continuar. Porque la comunidad de los cristianos no está nunca cerrada en sí misma….


… —Evangelizadora, la Iglesia comienza por evangelizarse a sí misma. Comunidad de creyentes, comunidad de esperanza vivida y comunicada, comunidad de amor fraterno, tiene necesidad de escuchar sin cesar lo que debe creer, las razones para esperar, el mandamiento nuevo del amor. Pueblo de Dios inmerso en el mundo y, con frecuencia, tentado por los ídolos, necesita saber proclamar "las grandezas de Dios", que la han convertido al Señor, y ser nuevamente convocada y reunida por El. En una palabra, esto quiere decir que la Iglesia siempre tiene necesidad de ser evangelizada, si quiere conservar su frescor, su impulso y su fuerza para anunciar el Evangelio. El Concilio Vaticano II ha recordado, y el Sínodo de 1974 ha vuelto a tocar insistentemente este tema de la Iglesia que se evangeliza a través de una conversión y una renovación constante, para evangelizar al mundo de manera creíble.

—La Iglesia es depositaria de la Buena Nueva que debe ser anunciada. Las promesas de la Nueva Alianza en Cristo, las enseñanzas del Señor y de los Apóstoles, la Palabra de vida, las fuentes de la gracia y de la benignidad divina, el camino de salvación, todo esto le ha sido confiado. Es ni más ni menos que el contenido del Evangelio y, por consiguiente, de la evangelización que ella conserva como un depósito viviente y precioso, no para tenerlo escondido, sino para comunicarlo.

—Enviada y evangelizada, la Iglesia misma envía a los evangelizadores. Ella pone en su boca la Palabra que salva, les explica el mensaje del que ella misma es depositaria, les da el mandato que ella misma ha recibido y les envía a predicar. A predicar no a sí mismos o sus ideas personales, sino un Evangelio del que ni ellos ni ella son dueños y propietarios absolutos para disponer de él a su gusto, sino ministros para transmitirlo con suma fidelidad.


Para ensamblar y conjugar todo esto, miremos en la perícopa del Evangelio cómo está descrita la Misión de Jesús:

a)    recorría toda Galilea (desinstalada, en salida)
b)    enseñando en sus sinagogas y en todas las terrazas y en todos los areópagos
c)    proclamando (no a sí mismos o sus ideas personales), sino el evangelio del reino
d)    curando toda enfermedad y toda dolencia en el pueblo. (Ser “pescador de hombres” es ser terapeuta de cuerpos y almas).

¡Espera en el Señor, sé valiente, ten ánimo, espera en el Señor!












[1] Guardini, Romano. PREPAREMOPS LA EUCARISTÍA. Ed. San Pablo 2009 Bogotá–Colombia pp. 71-74.
[3] Gregorio de Nisa, VIDA DE MOISES. Salamanca. 1993, 89-90. Citado por Ratzinger, Joseph. UN CANTO NUEVO PARA EL SEÑOR Ed. Sígueme Salamanca 1999 pp. 64-65
[4] Fausti, Silvano. UNA COMUNIDAD LEE EL EVANGELIO DE MATEO. Ed. San Pablo2011 2da re-imp. Bogotá-Colombia p.57
[5] Mazariegos, Emilio L. DE AMOR HERIDO. Ed. San Pablo Bogotá-Colombia 3ª Ed. 2001. p. 144
[6] Fausti, Silvano. Op. Cit. p. 58
[7] Mazariegos, Emilio L. Op. Cit. p. 148
[8] Ibid p. 149
[9] Martín Descalzo, José Luis. RAZONES PARA LA ALEGRÍA. Ed. Planeta. Barcelona- España 1996.  pp. 181-183
[10] Sobrino, Jon. EL ESTILO DE JESÚS COMO PARADIGMA DE LA MISIÓN. En Amerindia. LA MISIÓN EN CUESTIÓN Aportes a la luz de Aparecida 2009 p.59

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