martes, 31 de diciembre de 2019

MADRE DE DIOS, MADRE DE LA PAZ Y MADRE NUESTRA



Num 6, 22-27; Sal 67(66) 2-3. 5. 6. 8. (R.: 2a); Ga 4, 4-7; Lc 2, 16-21

Sin María es difícil el camino hacía Jesús. Sin María la búsqueda de Dios en Jesús se vuelve dura, desencarnada, sin entrañas. María está en la vida de Jesús como está el manantial en el río o la raíz en el árbol.
Emilio L. Mazariegos


La Primera Lectura que la Liturgia nos propone para iniciar el Año Civil, es la bendición que Dios confió a Moisés para que se la enseñara a Aarón –a quien se tiene por fundador del Sacerdocio Hebreo, ya que pertenecía a la tribu de Leví. Al proclamar la bendición en este Día, nosotros, el Nuevo Israel, recibimos sus efectos para el Año Civil que hoy se inicia.

Vamos a intentar resumir las lecturas de hoy persiguiendo en ellas un denominador común bipartito: la ratificación de María, Virgen fecunda, como vía escogida por Dios para entregarnos el Tesoro de la Salvación y, a la vez, descubrir en ella nuestra Abogada: «… las lecturas de la liturgia de hoy. Los textos bíblicos, sobre todo el evangelio de san Lucas,…  nos proponen contemplar la paz interior de María, la Madre de Jesús. A ella, durante los días en los que “dio a luz a su hijo primogénito” (Lc 2,7), le sucedieron muchos acontecimientos imprevistos: no solo el nacimiento del Hijo, sino que antes un extenuante viaje desde Nazaret a Belén, el no encontrar sitio en la posada, la búsqueda de un refugio para la noche; y después el canto de los ángeles, la visita inesperada de los pastores. En todo esto, sin embargo, María no pierde la calma, no se inquieta, no se siente aturdida por los sucesos que la superan; simplemente considera en silencio cuanto sucede, lo custodia en su memoria y en su corazón, reflexionando sobre eso con calma y serenidad. Es esta la paz interior que nos gustaría tener en medio de los acontecimientos a veces turbulentos y confusos de la historia, acontecimientos cuyo sentido no captamos con frecuencia y nos desconciertan…. La primera lectura nos recuerda que la paz es un don de Dios y que está unida al esplendor del Rostro de Dios, …Para la sagrada Escritura, contemplar el Rostro de Dios es la máxima felicidad: «lo colmas de gozo delante de tu rostro», dice el salmista (Sal 21,7)…. en la segunda lectura, tomada de la Carta a los Gálatas (4,4-7), al hablar del Espíritu que grita en lo más profundo de nuestros corazones: «¡Abba Padre!». Es el grito que brota de la contemplación del rostro verdadero de Dios, de la revelación del misterio de su Nombre. Jesús afirma: «He manifestado tu nombre a los hombres» (Jn 17,6)…. como afirma san Pablo en el texto que hemos escuchado: «Como sois hijos, Dios envió a nuestros corazones el Espíritu de su Hijo, que clama: “¡Abba Padre!”» (Ga 4,6)…. No hay nada que pueda quitar a los creyentes esta paz, ni siquiera las dificultades y sufrimientos de la vida. En efecto, los sufrimientos, las pruebas y las oscuridades no debilitan sino que fortalecen nuestra esperanza, una esperanza que no defrauda porque «el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que se nos ha dado» (Rm 5,5).»[1]


Conviene recordar que la denominación que damos a la Virgen Santísima como Madre de Dios fue honra que la devoción popular le atribuyó, ya desde el Siglo III se la llamaba así.  El papirólogo de la Universidad de Oxford Edgar Lobel ubicó un papiro datado del 250 d.C., en las proximidades de Oxirrinco con una oración, donde por primera vez tenemos noticia de este apelativo dirigido a Santa María: Θεοτόκος. Lo que hizo el Concilio fue, simplemente darle status de “oficialidad”. Recordemos entonces que desde el Concilio de Éfeso –ciudad excelentemente mariana donde se habría morado la Santísima Virgen con San Juan-; en el siglo V, más exactamente en 431 de nuestra era, María Santísima recibió oficialmente en aquel Concilio el título de “Madre de Dios”. El pueblo se adueñó de la expresión que queda registrada, en el rito bizantino con las palabras: “A Ti, verdadera Madre de Dios, te exaltamos” y en el rito latino: “Santa María, Madre de Dios, ruega por nosotros”.


Al hablar de este tema, no se pueden pasar por alto los nombres de Nestorio de Constantinopla y Cirilo de Alejandría. El debate sería entre dos denominaciones: Theotokos y Christotokos. Muchos quieren, al historiar el debate, ridiculizarlo, proponiéndolo como una simple cuestión de palabras, una polémica bizantina, adjetivo este que despectivamente se refiere a polemizar sobre una forma cuyo contenido no difiere, algo así como una sinonimia perfecta, y sin embargo, comprometerse en una feroz argumentación por la una o por la otra. Quien así procede trata de ocultar que a este debate subyace una “sustancia” de gran envergadura para nuestra fe, a saber, Jesús es sólo hombre, de pronto un gran profeta, pero sencillamente un hombre más, o –como afirmamos en nuestra fe- es Dios mismo, en una de las Tres Personas de la Trinidad Santa, que se encarnó y se hizo hombre, igual que todos nosotros, excepto en el pecado. Así, al decir Theotokos estamos afirmando que en Jesús se produce la unidad hipostática de Dios y hombre, María no es sólo la madre del ser humano, sino que, a la vez, es la Madre de Dios.


Nos hallamos ante la amenaza de una “herejía”, la posición de Nestorio niega la afirmación que conlleva la palabra griega Theotokos que significa “la que ha dado a luz a Dios”, ya que a Nestorio le repugnaba la idea de Dios formándose en el vientre de una mujer; mientras que Cirilo respaldaba la teoría unitaria y unificadora que veía en Jesús la presencia del hombre completo y de Dios completo. El Concilio de Trento culminó con el reconocimiento de María como Madre de Dios, vale la pena recordar la declaración de San Cirilo en las conclusiones del Concilio: "Te saludamos, Oh María, Madre de Dios, verdadero tesoro de todo el universo, antorcha que jamás se apagará, templo que nunca será destruido, sitio de refugio para todos los desamparados, por quien ha venido al mundo el que es Bendito por los siglos. Por ti la Trinidad ha recibido más gloria en la tierra; por ti la cruz nos ha salvado; por ti los cielos se estremecen de alegría y los demonios son puestos en fuga; el enemigo del alma es lanzado al abismo y nosotros débiles criaturas somos elevados al puesto de honor". El II Concilio Vaticano ha puesto señas de ratificación de estas verdades de nuestra fe en la Lumen Gentium.


Iniciamos el Año Civil con esta celebración de María Santísima bajo la denominación de Madre De Dios, y sin embargo, las Lecturas que se nos proponen para esta liturgia no aluden especialmente a Santa María, Madre de Dios, a quien nos referimos -resaltándola sencillamente- como Aquella que ἡ δὲ Μαρία πάντα συνετήρει τὰ ῥήματα ταῦτα συνβάλλουσα ἐν τῇ καρδίᾳ αὐτῆς. “guardaba todas estas cosas y las meditaba en su corazón”. Queremos detenernos en dos palabras: i) συνετήρει (del verbo  συντηρέω) traducida como “guardaba” pero que tiene dos connotaciones importantes al caso que nos ocupa, y muy interesantes: la de “atesorar”, porque implica no guardar cualquier cosa, como quien guarda un botón, un tornillo o una tuerca; sino, guardar un “tesoro”; y también, “guardar algo con mucho cuidado”, “preservarlo”, inclusive, “conservar en la mente”, es decir, “memorizarlo como dato de suprema valía”. ii) y la palabra  συντηρέω que hemos traducido “meditaba” que quedaría bien como “reflexionar”, “sopesar”, “ponderar”, en todo caso, originalmente la palabra se refería a algo relacionado con “calcularle el peso”. “guardaba todas estas cosas y las meditaba en su corazón” Lc 2, 19. Este examen de dos palabras griegas y su significado, no es –de manera alguna- una pretensión erudita, simplemente creemos poder penetrar mejor el “mensaje” de la Sagrada Escritura al precisarlas.

Nos gustaría señalar una palabra que se destaca tanto en el Evangelio como en la Segunda Lectura, es la palabra corazón.  La hemos encontrado ya en Lc 2, 19 ἐν τῇ καρδίᾳ αὐτῆς “en su corazón”; En la carta a los Gálatas, de donde tomamos la Segunda Lectura de esta liturgia, se menciona que Ὅτι δέ ἐστε υἱοί, ἐξαπέστειλεν ὁ Θεὸς τὸ Πνεῦμα τοῦ Υἱοῦ αὐτοῦ εἰς τὰς καρδίας ἡμῶν, κρᾶζον Ἀββᾶ ὁ Πατήρ. “Puesto que ustedes son hijos, Dios ha enviado a sus corazones el espíritu de su Hijo que clama “¡Abba!”, es decir, Padre. (Ga 4, 6). En las dos perícopas, la de la Carta a los gálatas tanto como en el Evangelio Lucano está presente la palabra καρδίας es decir, corazón.


Vamos a decir que el corazón es “la glándula de la Paz”. En él se cocinan los elementos constitutivos de la Paz: la fraternidad y la solidaridad. En este primer día del año 2020 celebramos la Quincuagésima tercera Jornada Mundial de la Paz. Papa Francisco, nos ha dirigido su Mensaje para iluminar esta Jornada, y      queremos sintetizarlo, para motivar su lectura total, entresacando de él, algunos fragmentos fundamentales y, lo reiteramos, las hemos entresacado para incentivar la oportunidad de una lectura total, y no como pretexto para soslayar el resto del Mensaje, que es -en su totalidad- un documento coyuntural. Papa Francisco nos presenta el mansaje organizado en cinco partes, presentaremos las citas, referenciando a qué parte corresponden:

Del numeral 1:
- La paz, como objeto de nuestra esperanza, es un bien precioso, al que aspira toda la humanidad… la esperanza es la virtud que nos pone en camino, nos da alas para avanzar, incluso cuando los obstáculos parecen insuperables.
Y, con tono de denuncia- continúa:
-toda guerra se revela como un fratricidio que destruye el mismo proyecto de fraternidad, inscrito en la vocación de la familia humana.
-La guerra se nutre de la perversión de las relaciones, de las ambiciones hegemónicas, de los abusos de poder, del miedo al otro y la diferencia vista como un obstáculo; y al mismo tiempo alimenta todo esto.


Del numeral 2:
-La memoria es, aún más, el horizonte de la esperanza: muchas veces, en la oscuridad de guerras y conflictos, el recuerdo de un pequeño gesto de solidaridad recibido puede inspirar también opciones valientes e incluso heroicas, puede poner en marcha nuevas energías y reavivar una nueva esperanza tanto en los individuos como en las comunidades.
-no se puede realmente alcanzar la paz a menos que haya un diálogo convencido de hombres y mujeres que busquen la verdad más allá de las ideologías y de las opiniones diferentes
-el proceso de paz es un compromiso constante en el tiempo. Es un trabajo paciente que busca la verdad y la justicia, que honra la memoria de las víctimas y que se abre, paso a paso, a una esperanza común, más fuerte que la venganza.
- el trabajo paciente basado en el poder de la palabra y la verdad puede despertar en las personas la capacidad de compasión y solidaridad creativa.

Del numeral 3:
-Se trata de abandonar el deseo de dominar a los demás y aprender a verse como personas, como hijos de Dios, como hermanos. Nunca se debe encasillar al otro por lo que pudo decir o hacer, sino que debe ser considerado por la promesa que lleva dentro de él.
-Aprender a vivir en el perdón aumenta nuestra capacidad de convertirnos en mujeres y hombres de paz.

-«La victoria sobre el subdesarrollo requiere actuar no sólo en la mejora de las transacciones basadas en la compraventa, o en las transferencias de las estructuras asistenciales de carácter público, sino sobre todo en la apertura progresiva en el contexto mundial a formas de actividad económica caracterizada por ciertos márgenes de gratuidad y comunión» citando al Papa Emérito, en su Caritas in Veritate.

Del numeral 4, remitiéndose a su propia Laudato si, nos dice:
-Si una mala comprensión de nuestros propios principios a veces nos ha llevado a justificar el maltrato a la naturaleza o el dominio despótico del ser humano sobre lo creado o las guerras, la injusticia y la violencia, los creyentes podemos reconocer que de esa manera hemos sido infieles al tesoro de sabiduría que debíamos custodiar» necesitamos una conversión ecológica.
-El reciente Sínodo sobre la Amazonia nos lleva a renovar la llamada a una relación pacífica entre las comunidades y la tierra, entre el presente y la memoria, entre las experiencias y las esperanzas.
-Además, necesitamos un cambio en las convicciones y en la mirada, que nos abra más al encuentro con el otro y a la acogida del don de la creación, que refleja la belleza y la sabiduría de su Hacedor.
-Para el cristiano, esta [reconciliación] pide «dejar brotar todas las consecuencias de su encuentro con Jesucristo en las relaciones con el mundo que los rodea».

Finalmente, del numeral 5 entresacamos dos citas:
-La cultura del encuentro entre hermanos y hermanas rompe con la cultura de la amenaza. Hace que cada encuentro sea una posibilidad y un don del generoso amor de Dios. Nos guía a ir más allá de los límites de nuestros estrechos horizontes, a aspirar siempre a vivir la fraternidad universal, como hijos del único Padre celestial.
-Día tras día, el Espíritu Santo nos sugiere actitudes y palabras para que nos convirtamos en artesanos de la justicia y la paz.


Cuando la Iglesia, bajo el Manto Maternal de la Theotokos, nos propone celebrar la Jornada Mundial por la Paz en este Primer Día del Año Civil, parece decirnos, entre líneas, que la tarea de construir una cultura del encuentro, una cultura de Paz, es la tarea permanente, para todo el Año, de quienes se declaran comprometidos en la construcción del Reino de Dios.









[1] Benedicto XVI HOMILÍA DE LA SANTA MISA EN LA SOLEMNIDAD DE SANTA MARÍA, MADRE DE DIOS. XLVI JORNADA MUNDIAL DE LA PAZ. Basílica Vaticana. 1º  de enero de 2013.

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