sábado, 2 de febrero de 2019

AMOR Y ETERNIDAD


Jer 1,4-5.17-19; Sal 71(70),1-2.3-4a.5-6ab.15ab.17; 1Cor 12,31–13,13; Lc 4,21-30

Jeremías es el mejor precursor de Jesús. Su fidelidad a Dios y a su pueblo anuncia ya al Mesías.
José L. Caravias s.j.

Vocación de profetas
En la Primera Lectura nos encontramos frente a un texto de vocación que encierra toda la profunda bondad y la dulce ternura de Dios que –siendo el Señor de la Historia- ha trazado derroteros de amor para cada una de sus criaturas. Es una Palabra muy tierna de Dios cuando revela que desde antes de ser concebido ya Dios había trazado una vocación profética para Jeremías. Este encargo-llamada no puede soslayarse, ni puede ser desdeñado; ya en otra parte y en la situación del joven Samuel (véase 1 Sam 3, 10) vimos el designo de muy voluntaria obediencia representado por la respuesta “¡Habla, que tu siervo escucha”. «Dios que trasforma al hombre interiormente para que pueda conocerlo y obedecerlo; Él mismo escribe su Ley en el corazón del hombre: “Pondré mi ley en su interior, la escribiré en sus corazones y yo seré su Dios y ellos serán mi pueblo” (31, 33)»[1]

Esta presencia -previa a nuestra concepción- en el pensamiento de Dios, encierra su paternal designio de llamarnos a la vida, con toda razón pensamos en Él en términos de Padre dado que ya deseó nuestra existencia cuando todavía no “existíamos”, valga decir, que estuvimos primero en el pensamiento de Dios-Padre antes de estar en el vientre materno. Y no sencillamente como un deseo vago de “tener un hijo” sino como el hijo muy deseado que “ya es conocido” porque vamos a ser el que Él ha querido y no otro. Quisiéramos insistir en la belleza del designio puesto que “si ya nos conocía” no podemos defraudarlo porque ya sabía quiénes somos, junto con nuestras limitaciones y nuestras fragilidades; conocernos -desde antes- significa poder perdonarnos lo que seremos y –verdadero amor paternal- amarnos “a pesar de”.


Todavía un rasgo más del amor paterno: nos desea porque sus “amorosos proyectos” nos toman en cuanta, nos incluyen. Nos ama y entramos en sus planes, en los que vamos a jugar un “importante” rol. Desmiente la actitud de la paternidad irresponsable que “echa hijos al mundo” y, se desentiende de ellos. Este es Otro tipo de Padre, es un Padre Providente. En la forma de expresarlo el profeta Jeremías, revisemos como es próvido Dios en su Paternidad: Hace a su elegido
a)    “Ciudad fortificada”
b)    “Columna de hierro”
c)    “Muralla de bronce”
No importa quien venga a rivalizar o a amenazar, sean los reyes de Judá, o sus jefes, o sus sacerdotes, o los simples campesinos, o toda la tierra, o sea, todo el mundo. Y, es así como le infunde semejante fortaleza, “¡no podrán con él!”. ¡Nos ama!

Jeremías, durante toda su larga vida se mantiene fiel a su difícil misión. La humillación y el fracaso le acompañan por doquier. Varias veces intentan matarlo, pasa largas temporadas en prisión; le acusan de traidor y de  loco: pasa terribles crisis personales. Le prohíben entrar en el templo y hablar en nombre de Yavé. Pero él se mantiene siempre fiel a su Dios y a su pueblo. Es prototipo de fidelidad heroica a la experiencia de Dios. Y por ello se le puede considerar la prefigura más clara de Jesús.»[2] «Como Jesús en Nazaret (Lc 4,29) es contestado y rechazado por sus conciudadanos (Jr 11, 18), su delicadeza (1,6) lo acerca al Jesús de Lucas y a la enseñanza de Mateo 5, 39. Como Jesús (Mt 23) ataca el poder religioso (26,8), el templo (7,11; 21,13); célibe como Cristo (16,1), ama a los sencillos y puros, representantes entonces del grupo de los recabitas (c.35), semejante a los nazireos y a sus sucesores esenios. Flagelado (20,2), es llevado como cordero (11,19) a la Pasión y la tradición popular ha identificado el lugar de la detención en la cisterna fangosa (37,16) con la cárcel de Caifás (Jn 18,24). Su lamentación sobre Jerusalén (32,28) se acerca al llanto de Jesús sobre la ciudad amada (Mt 23,37) y la Nueva Alianza que Él anunció (31,32) fue estipulada en la sangre de Cristo (Lc 22,20).»[3]


También en el caso de San Pablo: «Pablo sabe que su vocación tuvo lugar en la ruta de Damasco y sin embargo relee su existencia meditando a Jeremías: nos invita a todos nosotros a contemplar la vida cristiana y nuestra vocación a la luz del profeta, sobre todo en la carta a los Romanos: “Pues a los que de antemano conoció , también los predestinó a reproducir la imagen de su Hijo, para que fuera Él el primogénito entre muchos hermanos y a los que predestinó a esos también llamó y a los que llamó a esos también los justificó; a los que justificó a esos también los glorificó”(Rom 8, 29-30). Si Dios nos ha llamado a ser imagen de su Hijo, no podrá no ser fiel a esta llamada, como se ha mostrado fiel en la vida de Jeremías, en la vida de Pablo y se muestra fiel en relación a Aquel que es el prototipo de toda vocación: Cristo Jesús.»[4]

Pensamos que conviene aquí elevar una plegaria: «Concédenos Señor, que haciendo memoria de tus dones y de la llamada del profeta Jeremías penetremos más profundamente en el  conocimiento de nuestra llamada y aprendamos a hacer memoria de ella como defensa y apoyo para el futuro»[5] «Señor, Dios fiel, ayúdanos a descubrirte en nuestras crisis: en ellas es donde tu Grandeza y Amor nos salvan. Ayúdanos a desenterrar semillas de esperanza para dejarlas germinar, crecer y dar fruto. ¡Señor, hoy somos Jeremías!»[6]

Oración para la ancianidad
¡Dios de mi juventud, sé también el Dios de mi ancianidad!
Carlos G. Vallés s.j.

Entre la Primera Lectura y el Salmo se tiende una especie de puente: En el capítulo 1, verso 5 de Jeremías encontramos: “Antes que te formaras dentro del vientre de tu madre, antes que tú nacieras te conocía y te escogí para ser profeta de las naciones”. En el verso 6 del salmo leemos “Desde el vientre materno en ti me apoyaba, del seno de mi madre me hiciste salir”. El relato de Jeremías no se consignó tan pronto después del llamado; se considera que entre el momento de la vocación y el momento en que se puso por escrito debieron transcurrir algo así como 23 años. En el Salmo 71(70), también ha transcurrido toda una vida: este salmo se llama “de la vejez” u “oración de un anciano”: En el verso 9 se lee “al llegar a la vejez me van faltando las fuerzas, no me abandones”; y por dos veces en el salmo se hace mención que “desde mi juventud eres mi esperanza y mi refugio”. Este salmo, pertenece a los salmos de “Súplica” y quiere cubrir todo el arco de la vida humana, desde la etapa en el vientre materno hasta ahora cuando llega la ancianidad. «Nunca como en nuestro mundo moderno la vejez ha sido una prueba terrible… Nunca como hoy, el anciano ha estado tan aislado… hay que experimentar el terrible sentimiento de abandono esta impresión humanamente dramática de haber cumplido su tiempo, como un viejo utensilio ya fuera de uso… hay que afrontar lúcidamente esta vivencia en que una cierta vida ha terminado y que aquel  tiempo es irreversible… para comulgar con la esperanza del salmista: sí, para el verdadero creyente, las leyes biológicas y psicológicas de la vejez no influyen en quien espera la comunicación de la vida divina. ¡Nuestra nueva juventud, está ante nosotros, en Dios! ¡Allí está la alegría!... ya que Dios nos creó porque Él nos ama (¡Desde el vientre de nuestra madre!), ¿cómo podría Él abandonarnos? la resurrección de los muertos, la Resurrección de Jesucristo, está prevista desde toda la eternidad, y hace parte del proyecto inicial del Creador»[7]


Los exegetas, no obstante, entienden que esta “primera persona” que habla en el salmo no es un “yo” individual, sino que se trata de la voz del pueblo que suplica. Suplica pidiendo dos cosas: que lo  libre y lo ponga a salvo, que no quede derrotado para siempre y la segunda, que nos socorra en nuestra ancianidad.

Viene el momento adecuado a la plegaria: Oremos con Carlos Vallés diciendo: Señor, «sostenme cuando otros me fallen. Acompáñame cuando otros me abandonen. Dame fuerzas, dame aliento, dame la gracia de envejecer con garbo, de amar la vida hasta el final, de sonreír hasta el último momento, de hacer sentir con mi ejemplo a los jóvenes que la vida es amiga y la edad benévola, que no hay nada que temer y sí todo a esperar cuando Tú estás al lado y la vida del hombre descansa en tus manos.»[8]

Un camino mucho mejor
No perdamos el hilo temático que hemos venido desarrollando en la Segunda Lectura, donde venimos considerando la Primera Carta a los Corintios –aún en el Quinto domingo Ordinario (C), nos ocuparemos de ella- y veníamos en la vena de los “Dones y Carismas”, donde el contexto era la edificación del Cuerpo Místico de Cristo. Y, nos preguntábamos, ¿qué une las células que forman ese organismo, que nos in-corpora como discípulos? Este Domingo vamos a tocar la esencia –donde se nos contesta a la pregunta de cómo nos enlazamos y coordinamos como “un solo hombre”- de estos tres capítulos (12-14) que San Pablo le dedico a los dones: el Himno del Amor. Para abordarlo proponemos distribuir la perícopa en tres fragmentos: versos 1-3; versos 4-7; y versos 8-13.

«El mayor carisma que puede existir es el amor. Sin él, todos los demás son pura exaltación y exhibicionismo. Es interesante ver, en este himno, que Pablo comienza citando precisamente los carismas ambicionados por los “fuertes”: hablar en lenguas, profecía, conocimiento, fe, etc. Todos ellos, sin el amor solidario, no tienen sentido»[9] En los tres primeros versos es el “yo” el que se pone en el centro, el “yo” que habla en lenguas, el “yo” que profetiza, el “yo” que se las sabe todas sobre el hoy y sobre el mañana, el “yo que mueve montañas, el “yo” que hace donaciones y se concentra en la filantropía hasta entregarse en “holocausto” (sacrificio de quemar la víctima toda entera), todo ese egoísmo no sirve para nada. Cuando se trata de aprender a ser, no hemos aprendido nada, porque todo ese “numerito de circo” para nada aprovecha.

Se nos plantea en el segundo fragmento la urgencia de “descentrarnos” en favor de lo que sí vale, de lo que sí es útil a la vida espiritual, el carisma, lo que sirve a los otros, lo que edifique la comunidad, la diaconía desprendida y desinteresada, que se hace “por amor a Dios”: el ἀγάπη [ágape] que se traduce por amor, o por caridad, “lo que le gusta a Dios”. Y, ¿qué es lo que le gusta a Dios? Leamos el Himno con atención y allegaremos la respuesta: Nos dice 7 cosas que no es y ocho cosas que sí. Vamos a mencionar lo que sí es, y dejamos como tarea al lector completar la definición haciendo consciencia de lo que en el Himno se establece como “lo que no es”. El amor-ágape es paciente μακροθυμέω (tiene gran corazón), es servicial χρηστεύεται (o amable), es decoroso, se alegra con la verdad ἀληθείᾳ (la franqueza), todo lo excusa, todo lo cree,  todo lo espera, todo lo soporta. El amor-ágape no tiene fin, es carisma de eternidad, está en el ADN divino, que tenemos por ser hijos de Dios.

¿Cómo se alcanza la plenitud del ser? Ese es el tema del tercer fragmento. Ya sabíamos que el don de lenguas, el conocimiento, la ciencia son parciales ellas desaparecerán, cesarán, pasarán, darán paso a la τέλειον. En cambio llegará la perfección, la plenitud, el “desarrollo” total y definitivo, la Completitud. “Cuando venga lo perfecto desaparecerá lo parcial”. En este himno no se habla de cómo se pasará del estatus actual al esperado, pero se nos dice que será un estado de plenitud, donde lo único útil y necesario que seguirá teniendo razón de ser  será el amor-ágape, precisamente porque Él es la plenitud. Desaparecerá la visión nublada y borrosa, la imagen imperfecta de espejo defectuoso y veremos las cosas “tal cual son” porque todo estará iluminado por la Luz del Amor-Ágape.

A través de este himno podemos entender lo que es fútil, perecedero y caduco; y, también sabemos qué es lo perenne. Entendemos ahora que muchos esfuerzos conducen a no-ser-nadie y que hay un carisma único, central y básico que nos abre la existencia del ser-verdadero.

Trasplante de un corazón de carne
Lo que yo no ame, nadie podrá amarlo en mi lugar. Sí yo no amo a Cristo, el talento más grande que he recibido, esa capacidad de amar quedará incompleta, inactiva, estéril.
Héctor Guerra y Juan Pablo Ledesma

«Jesús vuelve a su tierra después de vivir unos años en Cafarnaúm junto al lago de Tiberiades. Llega a su pueblo después de haber comenzado su misión entre los hombres. Llega como para volver a sus raíces, como para revivir su historia… según su costumbre se dirige a la sinagoga. Le agrada volver a sentarse en las mismas bancas de siempre… Ante ellos está, no un profeta más, sino el Profeta. Ante sus ojos está el confidente de Dios, aquel a quien el Padre le ha dicho todo para que nos lo diga a nosotros los hombres… No saben que uno entre ellos ha sido elegido, ha sido escogido, ha sido ungido por Dios como Enviado, como Mesías, el Mesías que ellos esperaban. Lo tienen tan cerca que la luz los ciega; lo ven tan claro que de puro claro no lo entienden; lo sienten tan sencillo, tan descomplicado, que de puro sencillo no es posible… Les dice, sin decirlo, que no tienen fe, que los signos del Reino no se van a manifestar entre ellos. Que se ira como ha venido. Que no lo quieren de verdad, que esperan de Él que los entretenga, que los divierta, que haga cosas espectaculares. Que haga un numerito de circo. ¡Y Jesús  no se ha vestido de payaso!.... Son los suyos, los primeros que quieren dar muerte a Jesús… Es como un ensayo de la muerte de Jesús en otro monte, en el Gólgota… ¿Los primeros?... no; lo quiso matar de niño el gobernante de turno… se les ha escapado de una manera inconcebible. Jesús ha echado a correr. Abriéndose camino entre sus gentes ha desaparecido en el bosque…»[10]

¿Qué ha pasado?, ¿de donde se desató súbitamente tanto odio? Si todos los admiraban y todos habían quedado atónitos, por qué en un instante se da tal trasformación en negativo, recordemos que todos los que estaban en la sinagoga se enfurecieron θυμός que más que ira es animadversión, es un sentir tirria apasionada -enfurecerse es la antípoda del amor- ¡salió el encono de la chistera del mago! También en esto entrevemos un ensayo de una escena posterior: cuando llega a Jerusalén cabalgando el borreguito lo ensalzan y luego, cuando Pilato lo saca al público; en esta oportunidad parece que lo difícil estaba en darse cuenta –según el enunciado de Pilato “Ecce homo” (Jn 19,5)- en verlo desposeído del mesianismo que antes habían visto tan conveniente, tan aprovechable, tan beneficioso para ellos y descubrirlo ahora sangrichorriante. Supongamos la siguiente situación: Entra un personaje renombrado, famoso, un político sobresaliente –por ejemplo- y nos lo van a presentar, ¿cuál es la actitud que nosotros tomamos en general?; ahora pasemos a otro caso, probablemente cómo actuaríamos sí, nos dicen que nos están presentando un “viejito” que tiene un puesto de cebolla larga en un mercado? ¡Sí! La metanoia que requerimos es urgente, el corazón endurecido hasta ser de piedra ha de ser cambiado por uno de carne capaz de la ternura.

«El abuso de la lógica desemboca en la dureza de corazón. Es una esclerosis del alma, una ceguera total. La insensibilidad no ya hacia lo elevado, sino hacía lo más esencial, como las necesidades del prójimo. Enfriamiento vil del corazón que deja de amar y porque no ama a nadie cree amarse y amar a Dios. Triste espejismo. Es la hermana de la soberbia. No alcanzamos a ver y a compartir la pasión de Cristo, prolongada a lo largo de todos los siglos en cada ser humano que sufre. No vemos las heridas de nuestros hermanos en el mundo. Es necesario abrir nuestro corazón, ayudarnos a ver con el corazón… La dureza del corazón nace de la rutina y de la superficialidad, de la falta de sencillez, del engreimiento personal que se proyecta por encima del amor a Dios.



Cristiano es quien vive como tal, quien lleva en el pecho un corazón de carne, sensible a la pasión de Cristo y a todo sufrimiento. También Dios tiene un “corazón de carne”.  Así lo afirmaba Benedicto XVI al concluir la celebración del Vía Crucis un viernes santo: “Nuestro Dios no es un Dios lejano, intocable en su bienaventuranza. Nuestro Dios tiene un corazón, más aún, tiene un corazón de carne. Se hizo carne precisamente para poder sufrir con nosotros y estar con nosotros en nuestros sufrimientos. Se hizo hombre para darnos un corazón de carne y despertar en nosotros el amor a los que sufren, a los necesitados.»[11]

«Posponer el amor o pasar por esta vida sin amar a Dios equivale a despilfarrar día a día, gota a gota, las posibilidades más meritorias y más dignificantes que llevo dentro de mí. Equivale a renunciar al título de nobleza más grande que he recibido gratuitamente, porque alguien me amó primero y me quiso regalar este don…. Millones de hombres y mujeres a lo largo de los siglos han encontrado en la relación de amistad y amor con Cristo la razón de su existir, la motivación más poderosa de su existencia, el sentido profundo y definitivo de sus vidas[12]


[1] Ibid pp. 126-127



[1] Caravias, José L. s.j. DE ABRAHÁN A JESÚS. Ed. “Tierra Nueva” Quito-Ecuador. 2001 pp. 86-87
[2] Ibid p. 82
[3] Ravasi, Gianfranco. LOS PROFETAS. Ed. San Pablo Santafé de Bogotá-Colombia 1996. p.176
[4] Martini, Carlo María. VIVIR CON LA BIBLIA. Ed. Planeta. Santafé de Bogotá-Colombia 1999 p. 283
[5] Ibid p. 275
[6] Caravias, José L. s.j. Op. Cit. p.87
[7] Quesson, Noël. 50 SALMOS PARA TODOS LOS DÍAS. Ed. San Pablo. Santafé de Bogotá-Colombia 1996 pp. 140-141
[8] Vallés, Carlos G. s.j. BUSCO TU ROSTRO. ORAR LOS SALMOS Ed. Sal Terrae Santander-España 1989 p. 134
[9] Bortolini, José. COMO LEER LA PRIMERA CARTA A LOS CORINTIOS. SUPERACIÓN DE LOS CONFLICTOS EN LA COMUNIDAD. Ed. San Pablo Santafé de Bogotá-Colombia 1996  p. 55
[10] Mazariegos, Emilio L. DE AMOR HERIDO. Ed. San Pablo Bogotá D.C.-Colombia 2001 pp.48-53
[11] Guerra, Héctor.  Ledesma, Juan Pablo. VENID Y VEREIS Ed. Planeta Barcelona-España 2009 pp. 205-206
[12] Ibid pp. 126-127

No hay comentarios:

Publicar un comentario