sábado, 9 de febrero de 2019

REMAR MAR ADENTRO


Is 6, 1-2. 3-8; Sal 138( 137), 1-2a. 2bc. 3. 4-5.7cd. 8bc; 1Cor 15, 1-11; Lc5, 1-11

La educación del evangelizador significa, ante todo, dar a estos el verdadero sentido del perdón misericordioso de Dios sobre el pecado de los hombres.
Carlo María Martini

Nos hemos movido en el contexto del Cuerpo Místico de Cristo, allí hemos considerado los carismas y, entre todos ellos, Dios nos dice que debemos quedarnos con el Amor porque es el mejor carisma. Hemos empezado a ver, muy especialmente en la Primera Lectura del Domingo pasado el tema de la vocación; ahora, debemos voltear a ver hacia el contenido de esa vocación, Dios nos llama, ¿a qué nos llama? ¿Qué se espera del que es vocacionado? Ya lo hemos dicho: A evangelizar, para que seamos portadores de la “Buena Nueva”.


Aquí nos parece supremamente conveniente revisar lo que dice su Santidad Paulo VI en la Evangelii Nuntiandi, numeral 14: “La Iglesia lo sabe. Ella tiene viva conciencia de que las palabras del Salvador: "Es preciso que anuncie también el reino de Dios en otras ciudades"[1], se aplican con toda verdad a ella misma. Y por su parte ella añade de buen grado, siguiendo a San Pablo: "Porque, si evangelizo, no es para mí motivo de gloria, sino que se me impone como necesidad. ¡Ay de mí, si no evangelizara!"[2]. Con gran gozo y consuelo hemos escuchado, al final de la Asamblea de octubre de 1974, estas palabras luminosas: "Nosotros queremos confirmar una vez más que la tarea de la evangelización de todos los hombres constituye la misión esencial de la Iglesia"[3]; una tarea y misión que los cambios amplios y profundos de la sociedad actual hacen cada vez más urgente. Evangelizar constituye, en efecto, la dicha y vocación propia de la Iglesia, su identidad más profunda. Ella existe para evangelizar, es decir, para predicar y enseñar, ser canal del don de la gracia, reconciliar a los pecadores con Dios, perpetuar el sacrificio de Cristo en la santa Misa, memorial de su muerte y resurrección gloriosa.”

Quizás, por ahora nos baste separar en la evangelización dos momentos, la etapa inicial y luego la profundización y maduración catequética. La Segunda Lectura de este V Domingo Ordinario nos trae un ejemplo kerigmático, que es la esencia de la predicación, la sustancia fundamental de nuestra fe (cf. v.11):

1.    Cristo murió por nuestros pecados según las Escrituras;
2.    que fue sepultado
3.    y que resucitó al tercer día, según las Escrituras;
4.    y que se apareció a Cefas y más tarde a los Doce;
5.    después se apareció a más de quinientos hermanos juntos, la mayoría de los cuales vive todavía, otros han muerto;
6.    después se apareció a Santiago, más tarde a todos los apóstoles;
7.    por último, como a un aborto, se me apareció también a mí –dice San Pablo.

Hemos separado los elementos que componen este kerigma, descomponiéndolo en 7 afirmaciones, de las cuales la primera afirma la muerte de Cristo y la segunda su sepultura; las otras 5 se ocupan de la Resurrección, por tanto, el corazón del kerigma es la Resurrección. Queremos poder llegar a afirmar que hemos sido vocacionados específicamente para difundir un contenido esencial: ¿lo decimos otra vez? ¡Jesucristo fue asesinado pero Resucitó. Vayamos un poco después de la perícopa que leemos dentro de esta Eucaristía Dominical, se trata de un argumento que es consecuencia  esencial del kerigma, se refiere a nuestra propia resurrección, vv 12-20:

“Si se predica que Cristo ha resucitado de entre los muertos ¿cómo andan diciendo algunos entre vosotros que no hay resurrección de los muertos? Si no hay resurrección de los muertos, tampoco Cristo resucitó. Y si no resucitó Cristo, vacía es nuestra predicación, vacía también vuestra fe. Y somos reos de falso testimonio de Dios porque hemos atestiguado contra Dios que resucitó a Cristo, a quien no resucitó, si es que los muertos no resucitan. Porque si los muertos no resucitan, tampoco Cristo resucitó. Y si Cristo no resucitó, vuestra fe es vana: estáis todavía en vuestros pecados. Por tanto, también los que durmieron en Cristo perecieron. Si solamente para esta vida tenemos puesta nuestra esperanza en Cristo, ¡somos los más dignos de compasión de todos los hombres! ¡Pero no! Cristo resucitó de entre los muertos como primicias de los que durmieron.” (Quisiéramos destacar la solidez lógico-argumentativa del razonamiento, polisilogístico, algunos de ellos tomados como entimemas). En esta parte del capítulo 15 de la Primera a los Corintios, nos alcanzamos a dar cuenta de la profunda consecuentalidad de la Resurrección de Jesucristo como primicia de la nuestra, que Él nos participa, como fruto de su Redención y de su solidaridad con el género humano. «El capítulo 15 proclama la resurrección de los muertos en forma más desarrollada de lo que Pablo mismo había tratado 5 años antes, en sus cartas a los Tesalonicenses.»[4] «La resurrección de Cristo es el punto central de la fe,… Negarla es, entonces, negar la fe misma y poner una barrera insuperable en el camino de la comunidad. Las consecuencias de esta negación son evidentes. En medio de una sociedad idólatra, la comunidad pierde toda capacidad de resistencia y confrontación, porque si es cierto que la sociedad injusta mató a Jesús para siempre, no vale la pena luchar. El Evangelio sería mala nueva, pura fantasía. ¿De qué serviría a la comunidad creer o bautizarse?... La resurrección de Cristo es el motor de vida que vence la muerte y la injusticia… aquí está la solidaridad de Jesús para con nosotros: Él es nuestro compañero de camino no sólo en la vida, sino también en la muerte, que es el paso definitivo hacia la vida de Dios.»[5]


En la Primera Lectura nos encontramos ante una Teofanía, hemos venido viéndolas con frecuencia, epifanías, cristofanías: lo vimos en el episodio de los Reyes Magos, en el Bautismo de Jesús y en las Bodas de Caná e –inclusive- cuando Jesús tomó el rollo de Isaías y leyó la Palabra. Hoy se manifiesta a Isaías, Dios se manifiesta en su Palacio, el templo, el templo que tiembla y retumba con la Voz de Dios. Estos sismos acompañan las teofanías para confirmarlas. El templo –que tenemos que recordar que no albergaba la comunidad cultual, sino que era la “morada del arca”-  está dividido en tres áreas: La zona de la Presencia de Dios, el Sancta Sanctorum, que es la zona de la Luz; luego, la zona intermedia, el Santo, lleno con la Orla del Manto, la parte central del edificio, en la penumbra, representa la conciencia del déficit de claridad; el profeta, está en la zona más  exterior, en el Atrio, el área que carece de iluminación, allí donde se requiere la purificación para poderse acercar e ir progresando hacia el Sancta Sanctorum, donde Dios se hace acompañar por su corte, los seres resplandecientes, los Serafines (los quemantes), con su triple par de alas y su canto del Triple Kadosh, que es la manera de construir el superlativo en lengua hebrea, el “Santísimo” o, como decimos en español, el “Tres veces Santo”. Todo esto es símil de la realeza oriental y sus cortes.

Observemos el humilde reconocimiento que hace el vocacionado de su condición de pecador en el verso 5: “«¡Ay de mí, estoy perdido, porque soy un hombre de labios impuros y vivo entre un pueblo de labios impuros, y mis ojos han visto al Rey, YHWH de los Ejércitos!»”; este reconocimiento no de sí mismo sino como órgano-miembro de la Comunidad, del Pueblo. El estado de impureza es subsanado por uno de los “quemantes” que toma –con las tenazas- una braza y purifica lo manchado: aplicando el carbón ardiente a la boca; sobreviene entonces la absolución: “está perdonado tu pecado” (v. 7d), esta purificación lo consagra; El elegido tiene que estar libre de pecado, consagrado significa “puesto aparte de lo profano”, “santificado”. Viene –ahora sí- la vocación, «Entonces, ya purificado, escucha la llamada de Dios, y se siente capacitado para ofrecerse con generosidad»[6]: “¿A quién enviaré? ¿Quién ira por Mí?”. Y reluce la docilidad y la entrega espontánea de Isaías: “Aquí estoy, mándame”.

Pongamos en paralelo las otras dos vocaciones que nos ocupan en la Liturgia de la Palabra este V Domingo Ordinarios del ciclo C:

La de Pedro (Santiago y Juan), en Lucas 5, 8-11: "Al verlo Simón Pedro, cayó a las rodillas de Jesús, diciendo: «Aléjate de mí, Señor, que soy un hombre pecador.» Pues el asombro se había apoderado de él y de cuantos con él estaban, a causa de los peces que habían pescado. Y lo mismo de Santiago y Juan, hijos de Zebedeo, que eran compañeros de Simón. Jesús dijo a Simón: «No temas. Desde ahora serás pescador de hombres.» Llevaron a tierra las barcas y, dejándolo todo, le siguieron."

«Podemos imaginar el sentimiento de Pedro que seguramente se alegra porque ha sido escogida su barca: entonces no soy el peor del pueblo –se habrá dicho-; probablemente Jesús ha comprendido que hay en mí una persona modesta, pero digna de ser honrada…Es decir, Pedro vive un momento de euforia… cuando el discurso termina y Pedro piensa bajar a tierra para recibir las felicitaciones de la gente, Jesús sin más preámbulos, le dice que siga mar adentro y que eche las redes… por la respuesta de Pedro se puede adivinar que en su mente nacen dudas acerca de la palabra del Maestro, porque ya es tarde, se ha terminado la pesca y hoy no hay peces… Probablemente Pedro piensa en la figura que harán si después no sucede nada, tiene miedo de que todo el pueblo se burle de él como de quien se comporta de manera loca, porque se puso a pescar en una hora en la que ya no se espera una buen pesca… tal vez le convendría decir sencillamente que no y no meterse en la pequeña prueba, en la prueba que podría dejarlo en ridículo ante la gente… He aquí el momento delicado en el que Pedro se juega a sí mismo… “en tu Palabra echaré la red”…”confío en tu palabra”,… Señor. Tú me has afligido, has permitido muchos sufrimientos, pero yo confío en tu palabra... En realidad, el evangelizador se ve precisamente en estos momentos, es cuestión de arriesgar un poco, de echar hacia adelante, de perder el sentido del cálculo, de perder un poco el sentido de la medida. El evangelizador queda siempre caracterizado por este quid irracional:… no en el sentido de algo que va contra la razón, sino en el sentido de dar algún paso más allá de lo que es puramente seguro y sólido.

Y la red echada en la palabra de Jesús se llena, vienen otras barcas y también ellas están por hundirse. ¿Entonces qué sucede? Al ver esto (he aquí un aspecto del kerigma: hay un hecho, un hecho notable, imprevisto) Pedro descubre la manifestación de la potencia de Dios y se echa de rodillas ante Jesús diciendo: “Aléjate de mí porque soy un hombre pecador”. Algo sucedió. La potencia de Jesús hace resaltar la pecaminosidad de Pedro… Jesús lleva a Pedro a tener un acto de confianza, Después de este acto de confianza… para que pueda comprender la misericordia del kerigma, de la palabra de salvación. Lo lleva de este modo tan humano, libre, sin traumatismos fatigosos… Jesús forma al evangelizador por medio de estos saltos de confianza, con la presentación de su potencia; gradualmente hace emerger un verdadero sentido penitencial… de un Pedro orgulloso de sí, hace un hombre que sabe lanzarse en la confianza: de este hombre lleno de confianza, saca un hombre que sabe reconocer espontáneamente la propia pobreza; ahora, de este hombre humillado en su pobreza, saca un hombre lleno de su confianza. He aquí lo que quiere decir experimentar la potencia de Dios, he aquí la formación del evangelista, el que es formado por las innumerables trasformaciones que el poder de Dios obra sobre nosotros cambiando las situaciones humanas.»[7]

Ahora, demos un vistazo a la vocación de San Pablo, que no narra lo sucedido rumbo a Damasco, sino la percepción propia, rememorada, de aquella vocación, 1Cor 15, 8-11. San Pablo reconoce que la absolución y consagración son gracia de Dios; y luego, habla de la misión que ha cumplido.

"Y en último término se me apareció también a mí, que soy como un aborto. Pues yo soy el último de los apóstoles: indigno del nombre de apóstol, por haber perseguido a la Iglesia de Dios. Más, por la gracia de Dios, soy lo que soy; y la gracia de Dios no ha sido estéril en mí. Antes bien, he trabajado más que todos ellos. Pero no yo, sino la gracia de Dios que está conmigo. Pues bien, tanto ellos como yo esto es lo que predicamos; esto es lo que habéis creído."

El Salmo 138(137) pertenece a la clase de los salmos Hímnicos. Por lo general los Himnos se refieren a Dios en tercera persona, hay algunas excepciones, y esta es una de ellas, aquí se le habla a Dios, como dirigiéndose a Él en oración, en Segunda Persona. Esta oración conlleva su petición: «“¡No abandones señor, la obra de tus manos!” Oración que debemos repetir, constantemente, en el mundo de hoy. Dios en acción, hoy. Y si mi oración no es perezosa… yo también en acción contigo. En “acción”… ¿para hacer qué? Para amar, porque “Dios es amor”…. Pensamos demasiado en los esfuerzos que tenemos que hacer para amar a Dios. ¡Dejémonos amar por Él! ¡No sé si te amo Señor, pero si de algo estoy seguro, es que Tú me amas! Y este amor, el tuyo, es eterno… Aun si el mío es voluble, pasajero, infiel. Para Ti, lo “dado” es dado. Lo “prometido es prometido”. “Te doy gracias por tu palabra”… ¡La fuente del amor es Dios! “Todo hombre que ama verdaderamente conoce a Dios”, nos dice San Juan (Juan 4, 7-8). Hagamos la experiencia: somos amados de Dios, y “el otro-difícil-de-amar” ¡es también amado por Dios! Eso cambia todo. Nos preguntamos a veces cómo Jesús pudo decir: “amad a vuestros enemigos”. Pues bien, meted en la cabeza y en el corazón que Dios, El ama a vuestros enemigos. Entonces, si decís que amáis a Dios… sacad la conclusión.»[8]


Podemos concluir con el mensaje de San Juan Pablo II al acoger este tercer Milenio: «… resuenan en nuestro corazón las palabras con las que un día Jesús, después de haber hablado a la muchedumbre desde la barca de Simón, invitó al Apóstol a “remar mar adentro” para pescar: “Duc in altum” (Lc 5,4). Pedro y los primeros compañeros confiaron en la palabra de Cristo y echaron las redes. “Y habiéndolo hecho, recogieron una cantidad enorme de peces” (Lc 5,6).

¡Duc in altum! Esta palabra resuena también hoy para nosotros y nos invita a recordar con gratitud el pasado, a vivir con pasión el presente y a abrirnos con confianza al futuro: “Jesucristo es el mismo, ayer, hoy y siempre” (Hb 13,8)… Cristo. A él, meta de la historia y único Salvador del mundo, la Iglesia y el Espíritu Santo han elevado su voz: “Marana tha - Ven, Señor Jesús” (cf. Ap 22,17.20; 1 Co 16,22)…

Alimentarnos de la Palabra para ser “servidores de la Palabra” en el compromiso de la evangelización, es indudablemente una prioridad para la Iglesia al comienzo del nuevo milenio… Hemos de revivir en nosotros el sentimiento apremiante de Pablo, que exclamaba: “¡ay de mí si no predicara el Evangelio!” (1 Co 9,16).


Esta pasión suscitará en la Iglesia una nueva acción misionera, que no podrá ser delegada a unos pocos “especialistas”, sino que acabará por implicar la responsabilidad de todos los miembros del Pueblo de Dios. Quien ha encontrado verdaderamente a Cristo no puede tenerlo sólo para sí, debe anunciarlo.»[9]








[1] Lc. 4, 43.
[2] 1 Cor. 9, 16.
[3] Cf. Declaración de los Padres sinodales, n. 4: L'Oservatore Romano, Edición en Lengua Española, 3 de noviembre de 1974, pág. 8.
[4] Seubert, Augusto y Equipo CÓM ENTENDER EL MENSAJE DEL NUEVO TESTAMENTO. Ed. San Pablo Bogotá D. C.-Colombia 7ª reimpresión 2002 p. 126
[5] Bortolini, José CÓMO LEER LA 1ª CARTA A LOS CORINTIOS. SUPERACIÓN DE LOS CONFLICTOS EN LA COMUNIDAD. Ed. San Pablo Santafé de Bogotá-Colombia 1996. pp. 58-59
[6] Caravias, José L. DE ABRAHÁN A JESÚS. LA EXPERIENCIA PROGRESIVA DE DIOS EN LOS PERSONAJES BÍBLICOS. Ed. “Tierra Nueva” Quito-Ecuador 2001 p. 72
[7] Martini, Carlo María. EL EVANGELIZADOR EN SAN LUCAS. Ed. San Pablo Santafé de Bogotá-Colombia 1996 pp. 55-60
[8] Quesson, Noël. 50 SALMOS PARA TODOS LOS DÍAS. Ed. San Pablo Santafé de Bogotá-Colombia 1996 p. 255
[9] San JUAN PABLO II. CARTA APOSTÓLICANOVO MILLENNIO INEUNTE Vaticano 2001 ## 1.40

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