domingo, 30 de septiembre de 2018

SOMOS OBSTÁCULOS O FACILITADORES PARA ACERCANOS A DIOS



Núm 11, 25-29 / Sal 19(18), (8-14) / Sgt 5, 1-6 / Mc 9, 38-43,45,47-48

Algunos se consideran libres cuando viven sin Dios o al margen de él. No advierten que de ese modo transitan por esta vida como huérfanos, sin un hogar donde volver. «Dejan de ser peregrinos y se convierten en errantes, que giran siempre en torno a sí mismos sin llegar a ninguna parte» (Exhort. ap. Evangelii gaudium, 170).
Papa Francisco


Tampoco se puede hacer un fetiche con la palabra “inclusión”, pero es que en el curso del siglo pasado y en lo que va corrido de este, se ha hecho cada vez más frecuente armar círculos exclusivos, y exclusivistas, y lograr pertenecer a ellos es algo muy arraigado en nuestra mentalidad y es casi un objetivo de vida. Lo vemos como una conducta normal y sana y hemos acuñado expresiones y giros del habla popular para la constitución de “roscas” y la tranquilidad de nuestras consciencias. Se arman con frecuencia –también- agrupaciones cuyo propósito es mantener a “ciertas” personas a raya, al margen, y se constituyen –con muy variados pretextos- verdaderos mecanismos de exclusión para marginar por razones religiosas, culturales, raciales o étnicas, los ghettos, en el ghetto el significado esencial es la “segregación”.

Cuando el pueblo Judío experimentó el inmenso Amor de Dios, pensó –porque así pensamos los seres humanos- que “ser amado” era ser “el pueblo escogido”, y de ahí a pensar que era “el pueblo superior” y que Dios era su exclusividad no había más que un paso milimétrico. Esa idea, subproducto de esta lógica, los llevo a pensar así: “pueblo amado por Dios” = “pueblo escogido” = “pueblo dueño de Dios”. Este XXVI Domingo nos muestra otra panorámica, desde el ángulo visual de Dios, Él no puede ser acaparado, no le pertenece a nadie, es para todos, nadie se puede arrogar su exclusividad.

En toda conducta segregativa es esencial el “escándalo”. Los invitamos a tener presente lo que implica el escándalo: la palabra procede del latín scandălum, que, a su vez, procede del griego σκάνδαλον. Los indoeuropeos compusieron con -skand y el sufijo -alo el vocablo skandalo, que significaba ‘obstáculo’, ‘dificultad’, que llegó al griego como skandalon (‘obstáculo’), con el sentido de ‘trampa para hacer caer a alguien’. ¡Ah!, entonces nos estamos refiriendo a lo que puede dañar a otro, a un prójimo, que se pueda ver afectado por el “mal ejemplo”. Escándalo sería, pues, aquello que da motivo a la situación de “pecado”.

Jesús, en el Evangelio nos pone sobre alerta frente a esta situación. Pero vemos que ya desde el principio, en el Libro de los Números, Moisés mismo evitaba y desalentaba las conductas de exclusividad. No se limita la entrega del Espíritu Santo a los 70 que se hallaban presentes, sino que todos los que figuraban en la lista, lo reciben. Y va un gigantesco paso más allá, formula el deseo de que ¡Pudiera ser en la Voluntad de Dios que todo el pueblo del Señor fuera profeta y recibiera el Espíritu del Señor!


¿Cómo se encadena el tema de la segregación, del pecado y el tema del profetismo y de que el Espíritu de Dios cayera indiscriminadamente sobre –de estar en  la Voluntad de Dios-  todos? En la Misión del Profeta. Recordémosla aquí: Anunciar, denunciar y consolar.

La página de Santiago es prototípica el respecto, en su sustancia resuena la denuncia como nota principalísima: “¡Habéis amontonado riqueza,… El jornal defraudado a los obreros que han cosechado vuestros campos está clamando contra vosotros; y los gritos de los segadores han llegado hasta el oído del Señor de los ejércitos. Habéis vivido en este mundo con lujo y entregados al placer. Os habéis cebado para el día de la matanza. Condenasteis y matasteis al justo; porque él no puede resistirles.”


Observemos que no se trata en el evangelio de alguien que simplemente pone en sus labios el Santo Nombre, sino de alguien que pone en el centro de su vida el Santo-Nombre, y por ello, puede obrar milagros.

Estamos listos para presentar una apretada síntesis:

a)    Todos los que sintonizan con el Plan Salvífico pueden obrar y expulsar a los demonios en “su Nombre”, obrar prodigios y ayudar a salvar. Nada, ni nadie ha consignado a Dios en su propia cuenta bancaria o en su talonario de comprobante de depósitos.
b)    Hay otras maneras de ejercer el discipulado y es apoyando la “difusión” del Santo Nombre, o sea la difusión de sus enseñanzas, y es socorriendo a los predicadores, profetas y maestros que ayudan a extender su conocimiento, aun cuando ese apoyo sea simplemente “un vaso de agua” Dios no pasará por alto que ese vaso de agua fue dado pensando en ayudar a llevar la bondad salvadora de Dios allí donde se le desconoce o, donde el olvido, el descuido a la distracción ha tratado de borrarlo.
c)    Por eso hemos de evitar a toda consta ser difusores de lo contrario, ayudando a promover el mal ejemplo, proponiendo vías contrarias a las que ha propuesto el Salvador, porque “el que conmigo no recoge, desparrama” (Lc 11, 23; Mt 12, 30). Antes que llegar a ser un contra-servidor es preferible morir con una piedra de molino atada al cuello.
d)    La mano que se apodera, coge y arrebata, así como los pies que nos pueden llevar por los malos caminos y el ojo codicioso que ve, desea e intoxica el corazón deben “domarse” para podernos sustraer a su control. El discípulo no se deja esclavizar de sus propias manos, pies y ojos cuando ellos van rumbo al precipicio de su perdición. El verdadero discípulo recorre las vías del Señor para mostrar a todos que esa es la vía que conduce a su Reinado.
e)    Esa mano codiciosa, esos ojos avaros que quieren quedarse con el “salario” que en justicia corresponde a los trabajadores fraguan la perdición y la condena del fuego que consumirá sus carnes como las consumiría el fuego. Dios no castiga porque Él es Infinitamente Misericordioso, lento a la ira y rico en clemencia; son nuestros pies los que nos llevan por las sendas indeseables, contra la Voluntad de Dios. (Ver Segunda Lectura de este Domingo).



El anti-discípulo recibe en vez de premio, su castigo de perdición, ir al fuego que tortura y que hace rechinar los dientes por toda la eternidad. Podemos ser sal y luz del mundo o ser la piedra de escándalo que hace tropezar a un hermano y lo lleve a mal vivir y recorrer las rutas que significan “muerte eterna”.

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