domingo, 23 de septiembre de 2018

SER “JUSTOS”



Sab 2:12,17-20; Sal 53, 3-8; Stg 3:16-4:3; Mc 9:30-37

No quieras ser como aquella veleta dorada del gran edificio por mucho que brille y por alta que esté, no importa para la solidez de la obra.
-Ojalá seas como un viejo sillar oculto en los cimientos, bajo tierra, donde nadie te vea: por ti no se derrumbará la casa.
San Josemaría Escrivá

Pidamos que el espíritu Santo infunda en nosotros un intenso anhelo de ser santos para la mayor gloria de Dios y alentémonos unos a otros en ese intento.
Papa Francisco

“Si alguno quiere ser” (Mc 9, 35b) se está refiriendo a la disponibilidad,
a la apertura de voluntad, a una toma de decisión:
Es aquí donde se nos hace ese llamado al servicio
y Jesús nos aclara que el verdadero discipulado,
la gran importancia de la persona, se alcanza descentrándose del propio interés
para concentrarse en el “otro”,
         en el prójimo,
     en aquel que puede esperar de nosotros “servicio”,
no porque tengamos que darle ese algo,
sino por gratuidad,
porque somos capaces de ver en él a un hermano,
otro hijo de Dios como nosotros,
necesitado y vulnerable como todos los hijos de Dios.
Resumiendo,
       la propuesta es romper el cascarón del egoísmo,
         la entrega al servicio.

Se ha producido un giro,
Jesús que venía dedicándose a todos
ha identificado la prioridad de enseñar a sus discípulos,
quiere concentrarse en la formación de sus discípulos,
aclararlos;
verdad es que ellos habían logrado un  gran avance,
eran capaces de reconocer en Él al Mesías,
pero aún no podían entender qué clase de Mesías,
es más, esperaban –como se nota hoy-
hacer brillar “su propia importancia”,
se ha hecho visible
la fragilidad de los discípulos
        quienes andan tras las mayordomías;
y no descubren que el Discipulado consiste
en ver lo que necesita el prójimo,
reconocer necesidades,
acudir allí donde estar presente es
hacer presente a Dios,
                                   y desaparecer
para que uno no sea visto
                                       y sólo se vea Su Gloria.

[Tu Nombre está escrito en los cielos y lo pronuncian las nubes entre truenos.
Lo dibujan los perfiles de las montañas en la nieve
y lo cantan las olas eternas del océano.
Tu Nombre resuena en  el nombre de cada hombre en la tierra,
y se bendice cada vez que un niño es bautizado.
Toda la Creación expresa tu Nombre,
Porque toda la Creación viene de Ti y va a Ti.
También yo,
       en mi pequeñez,
       soy un eco de tu Nombre.
No permitas que ese eco
                                 Muera en silencio estéril.][1]



Jesús se concentrará en mostrarnos,
la fidelidad al Mesías,
         a la verdadera Misión del Mesías:
trasparentar el Rostro Misericordioso de Dios
y gastarnos a fondo en el servicio,
hasta disolvernos en su mar de Amor.

¿Por dónde empezar esa tarea?
Busquemos la punta de la madeja:
allí está, la opción preferencial por los más débiles,
por los más necesitados.
Jesús escoge al “más débil, desprotegido y necesitado” de aquella sociedad judía,
de aquel contexto.
Escoge como prototipo de destinatario
del servicio del Mesías al discriminado por excelencia,
que nada tenía y que ni siquiera era considerado persona
en esa sociedad y esa cultura.
Con gesto de Infinita Ternura,
lo abraza y teje una transitividad de Amor DiosPadre--Jesús-niño:
Un niño es como Él mismo,
lo representa a Él;
pero no se detiene ahí,
va más lejos,
el niño representa al Propio Padre Celestial.

Si acogemos al indefenso,
    al débil,
    al necesitado,
 al Anawin,
estamos acogiendo al Mismísimo Dios.


Hay una denuncia en las Lecturas de hoy,
de los que están desviados y caen en el extravío:
se imputa contra los que viven en envidias y rivalidades,
contra la codicia y la ambición,
contra el derroche en placeres,
que conllevan toda clase de maldades
                                                           hasta el asesinato.

Pero también se muestra
Como se gana la mirada complacida de Dios:
Ellos son los pacíficos, los que siembran la paz,
y recogen frutos de justicia.

Al que logra ponerse al servicio del verdadero Mesías
lo llama “justo”.
El “justo” se ve rodeado de amenazas,
porque todo malvado ve en el testimonio de alguien que obra rectamente
algo que lo delata.
Nada hay tan fastidioso para el pecador como el “justo”.
El “justo”, es de alguna manera, un “dedo acusador” que lo señala,
aunque el “justo” no haga nada, y ni siquiera se dé cuenta;
este fenómeno es automático!
Sí, automático,
porque la conducta de un “justo” es como una especie de reflector
que lo pone en evidencia,
que hace notoria su falta,
la ofensa al Señor.
“…nos echa en cara nuestras violaciones a la ley,
nos reprende las faltas contra los principios en que fuimos educados…” (Sab 2, 12c-d).
Por eso el “justo”, en toda la historia,
incomoda,
    estorba,
    es perseguido a sangre y fuego.


Y sin embargo,
el “justo” es la semilla del Reino,
algo así como el Reino en estado embrionario,
el signo visible de la Presencia del reino entre nosotros, dijo el Concilio.

Matar al “justo” es una especie de “aborto del Reino”,
se trata de impedir que salga de su estado embrionario.
Se trata de ahogar la semilla del Reino
porque sería el ocaso del dominio del Malo,
       el final de su cuarto de hora.

Por eso el Bien siempre será perseguido.
Fácilmente podemos reconocer los rasgos del “justo”,
de quien Santiago en la perícopa de hoy de la Segunda Lectura
enumera las señas y a quien llama “poseedor de la sabiduría”:

Son puros
Son amantes de la paz
Son comprensivos
Son dóciles
Están llenos de Misericordia
También están llenos de buenos frutos
(recordemos que “por sus frutos los reconoceréis” Mt 7, 16.20)
Son imparciales
Son sinceros
Pacíficos, ya se dijo, siembran la paz y recogen frutos de justicia.









[1] Vallés, Carlos G. S.J. BUSCO TU ROSTRO. ORAR LOS SALMOS. Ed. Sal Terrae. Santander. 1989. p.106

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