sábado, 28 de octubre de 2017

AMAD CON LA PUREZA DE LOS NIÑOS


Ex  22, 20-26; Salmo 17, 2-3a. 3bc-4. 47. 5lab; Tes1, 5c-10; Mt 22, 34-40

¡El deseo de ser como Dios no se realiza en tenerlo todo en las propias manos, sino en ponerse en las manos del Padre y de los hermanos por amor!
Silvano Fausti

Aquel que es víctima es, a los oídos de Dios, la primera voz a escuchar, oráculo del Señor. Este texto viene del Éxodo. Dios crea la humanidad, y –en un clima de libertad- lo deja evolucionar, lo deja crecer, le brinda condiciones para que pueda madurar. Cuando, por fin, alcanza cierto desarrollo, le da un nuevo contexto histórico para que llegue a hacerse pueblo. No es un pueblo más; es ¡el pueblo que será su pueblo!

Testimoniamos, al leer la Sagrada Biblia, la Mano Poderosa de Dios que actúa, porque es un Dios providente, que cuida a su pueblo, que lo pastorea y lo conduce a pastos abundantes. No cesan allí sus cuidados paternales, lo libra del lobo, lo guarda de las fieras acechantes, lo lleva a Egipto, y allí le muestra que sus cuidados no se han interrumpido. Que no lo descuida, que está muy al tanto de sus penurias, que está enterado de sus carencias.



Tierna y dulce es –por ejemplo- la historia de José vendido como esclavo para llegar a convertirse en Mayordomo de los tesoros de Faraón, y cómo –previsor, inspirado por Dios mismo, atesora el grano para las épocas de las vacas flacas, siendo así como este trigo, terminará nutriendo –no tan sólo a los egipcios, sino también a los hambrientos del pueblo de Dios. Dios provee –por mano de José- a su pueblo para que sobreviva la hambruna.

Cuando al final del Padre Nuestro, rogamos a Dios para que prolongue sus cuidados y extienda sus desvelos por nosotros, proveyéndonos “el Pan Nuestro de cada día” hasta el final de los tiempos, le pedimos que nos “libre de todo mal”, porque Él es un Dios Libertador. Así lo proclama el Salmo de la Liturgia de este Domingo Trigésimo Ordinario del ciclo A -que es por antonomasia el repaso de tantos y tantos prodigios que Dios ha obrado en nuestro favor-: “Tú eres mi fortaleza; Señor, mi Roca, mi Alcázar, mi Libertador”. En el siguiente verso dice “Invoco al Señor de mi alabanza y quedo libre de mis enemigos.” Este salmo, todo él, insiste en mostrar a Dios como el Dios que “me libró”.

Cuando nos libra, nos liberta; y nos liberta para hacernos libres y nos dignifica haciendo, de nosotros, un pueblo suyo: un pueblo libre. Como dice San Pablo, no nos creó con un espíritu de esclavos: “No hemos recibido un espíritu de esclavitud para volver otra vez al temor, sino que hemos recibido un espíritu de adopción como hijos, por el cual clamamos: ¡Abba, Padre!”.(Ro 8, 15), quiere decir que nos llamó a la libertad para que las bocas que lo declaran Padre, no sean boca de esclavos, sino labios de libertos. «La mayor dificultad del oprimido radica precisamente en iniciar su vida en libertad,… La esclavitud resulta cómoda, puesto que no implica peligros y riesgos, a condición de que se obedezca. La libertad, por el contrario, acarrea desacomodación, responsabilidad y riesgos. El mayor peligro consiste precisamente en que el pueblo no asuma responsabilidades y riesgos. El mayor peligro consiste precisamente en que el pueblo no asuma las responsabilidades que provienen de su propia liberación.»[1]


No con esclavos, ¡no! sino con personas libres se ha dado, a sí mismo, un pueblo que pueda decirle tiernamente, como dulces bebés: ¡Papito! Que es la traducción de la expresión Abbá.

Luego de tener hijos por medio del Acto Creador, y dejarlos crecer y educarlos en la libertad, los llamó a hacer con Él Alianza. Este vocablo –por su etimología- es portador de una doble connotación: De un lado está el hecho de significar unión; por otro, el de quedar atados, ligados, amarrados. Su más antigua raigambre está en la voz indoeuropea para atar. Dos cosas (o más) que están atadas, pasan a ser una sola. A su vez, ¿Cómo puede la humanidad hacerse una sola cosa con Dios, siendo por su naturaleza tan disimiles? ¡No exageremos la dis-similitud! Bástenos recordar que nos hizo a su “imagen y semejanza”, un poquitín menos que los ángeles, coronados de gloria y majestad (cfr. Sal 8, 5). No se vaya a implicar que al atarlos se hagan iguales, no se trata de eso; se podría atar una rama de eucalipto y una de manzanilla, y no por eso alguna se convertiría en la otra planta. Pero, si podría llegar a suceder que una ganara el aroma de la otra, que la rama de humanidad se divinizara; y, como lo hemos mencionado tantas veces, Dios en su Misericordia ilimitada se “abajó”, se humanó, para brindarnos ocasión de ganar su aroma, de ser portadores de su perfume, de Cristificarnos.

Pero, nos hemos adelantado muchísimo y nos saltamos etapas muy importantes de esta historia salvífica; tendremos que hacer un fly back a los tiempos de “la educación para vivir en libertad”. Dios nos enseñó su Ley, nos la dio tabulada en piedra. «Las normas básicas, que darán el cimiento para ese nuevo pueblo, están contenidas en el Dacálogo, que se convirtió en una verdadera Constitución para el pueblo de Dios (cf. Ex 20, 1-17; Dt 5, 1-22). Centrada en el respeto a la vida (No matar), esa Constitución se abre como un abanico para todas las relaciones sociales, dando los fundamentos básicos y provocadores de vida para el pueblo. En el transcurrir del tiempo, se necesitó elaborar normas básicas en situaciones diferentes.»[2]. Nosotros, pueblo de dura cerviz, tardamos lo que un merengue en la puerta de un colegio, para infringirla. Esta necedad humana, tan propia de nuestra rebeldía in-causada, ya se dibujó en la conducta de Adán y Eva y la anécdota del “fruto prohibido”; y se repite –en el Éxodo- en la página del “becerro de oro”, que es la página de la idolatría. Y luego, con terquedad inusitada, cientos de veces, abusando del amor inquebrantable del Padre.


La Primera Lectura está tomada del Libro del Éxodo, precisamente de la sección donde se nos ofrece el –así llamado- Código de la Alianza: «Los investigadores modernos han reconocido que una buena parte del amplio cuerpo legal de Israel… tuvo su origen y se trasmitió como ley popular. Los ancianos reunidos a las puertas de los pueblos eran los portadores de la tradición. Allí oían las disputas que surgían en el pueblo y, sobre la base de la ley de YHWH que habían recibido de sus padres, emitían fallos (Rt 4, 1-8; Am. 5, 10.12)…En el proceso de recopilación de estas leyes se formaron tres grandes códigos legales, que hoy se encuentran en el Pentateuco. Son el Código de la Alianza (Ex. 20, 22-23, 29) el Código Deuterocanónico (Deut. 12-26) y el código de Santidad (Lev. 17-26), que se recopilaron en este orden cronológico.»[3]

«El código de la Alianza proporciona varios ejemplos de la preocupación de Israel por los pobres: el trato al extranjero (Ex 22, 21-23) y al miserable (Ex 22, 24). El sujeto que habla en estas leyes es YHWH, el Dios del éxodo y el destinatario es el israelita que ha sido liberado de Egipto. Tanto la ley que exige restituir lo robado (Ex. 21, 37) como la prohibición de usura vista antes (Ex. 22, 24) indican cómo la ley privilegiaba la vida sobre la propiedad.»[4]

Y, sin embargo, la Ley de Dios no es el cauce mismo para enfocar nuestra libertad, sino tan sólo un campo de entrenamiento. El Amor, por ejemplo, no puede hacerse Mandamiento, el amor debe brotar espontaneo, autónomo, silvestre. La ruta del amor no se puede hacer recorrer a la fuerza. Por eso precisamente es que los que entran al reino son los que se hacen como niños, porque son ellos los que aman así, sin esperar nada a cambio, saltan a tu cuello y te enredan en sus abrazos y en sus ternuras; sucede inclusive, que –un momento después de haber sido reprendidos, abandonando cualquier clase de rencor, vuelven a florecer con sus dulces expresiones de afecto. Ellos, nos complacemos en constatarlo, cinco segundos después de haberse disgustado con su amiguito por cualquier causa, retoman su amistad, sanando las heridos, perdonando la ofensa, en fin, superando lo que separa y restañando la unión. Recordémoslo siempre: ¡Si no nos hacemos como niños….!

Retomemos la idea: La ley es un campo de entrenamiento, pero lo que nos Diviniza, no es la ley sino el Amor. ¡También con la Ley se corre el riesgo de fabricarse un fetiche! El pueblo judío, llegó a “fabricarse” 613 leyes que se podían descomponer en 365 prohibitivas y 248 incitativas. Y, en general, abusando de la multiplicación de los entes, todos vamos multiplicando ademanes que parecen –so capa de engaño- acercarnos a Dios: El cuadro del Sagrado Corazón en la sala, la imagen de la Santísima Virgen en el rellano de la escalera, la imagen de San Judas Tadeo en la billetera, el Santo Rosario en el bolsillo derecho, el golpe de pecho al pasar frente a…, la genuflexión cuando saludamos a …, la oración A y la jaculatoria B y así sucesivamente, sin trascender el plano ritual. Ay, al lado de cada uno de estos gestos, ¡qué pobreza! si lo comparamos con un sencillo acto de amor; pero realizado “con alma, vida y sombrero”.

Aun cuando parece desviarnos del propósito, cabe señalar que ni siquiera la frase “amor con amor se paga” es lícita; porque, el amor no se paga con nada, el amor no es una transacción de toma y daca. El verdadero amor no espera nada a cambio… Y, sin embargo, la dialéctica salvífica aguarda “una contraprestación” (la hemos llamado así, aun cuando tampoco es la palabra más afortunada, porque también conlleva un sentido de dar-por-un-esperado-recibir. ¡Y no es así! Dios nos ama, nos da, pero Él no necesita nada: Él lo tiene todo y es el Dueño de Todo; ni nuestras oraciones lo hacen más grande, ni nuestra ingratitud lo disminuye, en una palabra: “No necesita nada nuestro” pero le complacen nuestras ternezas, que Él, Dulce y Amoroso Padre las descubre y las lee como Incienso agradable a su Presencia.


Entonces, la ley no conlleva un sinnúmero de arandelas; sino, como nos lo muestra Jesús en una maravillosa y apretada síntesis, la Navaja de Ockham llevada al extremo de la simplificación: Dos cosas solamente: el Querer de Dios y las necesidades de nuestros hermanos que como nos lo recordaba Helder Câmara, en nuestro blog del Domingo XXIX, “toda criatura humana es hermana nuestra, hija del mismo Padre”. «El mandato es doble, amar a Dios y al prójimo, porque nosotros, sólo amando al Padre y a los hermanos, llegamos a ser lo que somos: hijos. Así logramos nuestra identidad, sanando la ruptura originada con el Otro, con nosotros mismos y con los otros.»[5]

«De lo que más largamente habla el código de la Alianza es del derecho de los pobres (22,20 al 23,13). Manda de una manera insistente a que se les ayude. Prohíbe cobrar intereses en los préstamos a los necesitados. Enseña que el mínimo vital para poder vivir como Dios quiere está por encima de cualquier otro interés. En resumen, los creyentes en este Dios deben prestarse servicios los unos a los otros con sinceridad, integridad y justicia. Más tarde este espíritu de servicio mutuo se resumirá en aquella célebre frase de “Ama a tu prójimo como a ti mismo” (Lev 19,34).»[6]

Este Amor-Ágape que Dios tiene por nosotros y nosotros por Él, da como fruto la Alianza que es un amor no pagado sino bien retribuido, a Dios que lo da, le damos con largura nuestra gratitud, nuestro amor. Él nos habló, nosotros le respondemos. Él nos ama, ¡Quién lo amara tanto que de Amor muriera!

Con el fiel, Tú eres Fiel,
con el integro, Tú eres Integro;
con el sincero, Tú eres Sincero;
con el astuto, Tú eres Sagaz.
Tú salvas al pueblo afligido
Y humillas los ojos soberbios. (Sal 17, 25-27)

«A través del amor, lo que está en el Cielo, sucede también sobre la tierra: el hombre entra en la misma vida de Dios, en la Trinidad.»[7]



[1] Balancín, Euclides Martins. Storniolo, Ivo. CÓMO LEER EL LIBRO DEL ÉXODO. UN CAMINO HACIA LA LIBERTAD Ed. San Pablo Santafé de Bogotá D.C.-Colombia 1995. pp. 48-49
[2] Martins Balancin, Euclides. HISTORIA DEL PUEBLO DE DIOS. Ed. San Pablo Bogotá-Clombia 2005. Pp 33-34
[3] Napole, Gabriel. O.P. DIOS OPTA POR LOS POBRES. EL TESTIMONIO DE LA BIBLIA. Ed. San Pablo BB. AA.-Argentina 1994 p. 21.
[4] Ibid p. 22
[5] Fausti, Silvano. UNA COMUNIDAD LEE EL EVANGELIO DE MATEO. Ed. San Pablo. Bogotá-Colombia. 2011 2da reimpresión. P.498.
[6] Caravias, José Luis. s.j.  DE ABRAHÁN A JESÚS. LA EXPERIENCIA PROGRESIVA DE DIOS EN LOS PERSONAJES BÍBLICOS. Ed. Tierra Nueva y Centro Bíblico “Verbo divino” Quito-Ecuador 2011. p. 31
[7] Fausti, Silvano. Op. Cit. p. 501

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