sábado, 8 de julio de 2017

HABITADOS POR EL ESPÍRITU


Za 9, 9-10; Sal 145(144), 1-2. 8-9. 10-11. l3cd-14; Ro 8, 9. 11-13; Mt 11, 25-30

…a Dios no le gustan los compromisos al aire...
José-Luis Caravias s.j.

Me quedo con Jesús.  Quiero ir con él, aprender de él, ser manso y humilde de corazón.  No voy a cargar con la guerra.  Prefiero que me maten los enemigos, si es que no sean imaginarios, pero morirme con la conciencia tranquila.  Elijo el yugo suave de su paz.
Nathan Stone sj.

Para adentrarnos en este Domingo, requerimos tener una comprensión de lo que significa la Alianza que Dios ha querido con nosotros: «La iniciativa viene de Dios: es Él quien “hace salir a Israel del país de Egipto”. Subrayo esta expresión porque es la fórmula que se repite como un estribillo para exaltar la iniciativa de Dios que precede a la respuesta del hombre y le da un sentido. En definitiva. Lo primero en la Alianza es la revelación de Dios.»[1]


Este Domingo tiene un tono de fondo, tono de fiesta, se exulta de alegría. La alegría rozagante de esta liturgia proviene de la Alianza que se ha pactado, mejor aún, que se nos brindó y a la que nos hemos acogido. Sabemos que la llevamos a cuestas como llevando nuestra cruz, pero –bien vista- no es una cruz insoportable, es más bien “yugo” llevadero y “carga” liviana. Esa dicha festiva –hecha consciente- ha de ser el marco y el fondo de esta Eucaristía. Con ella queremos agradecerle a Dios que haya hecho pacto de Amor con nosotros y que su fidelidad sea el sello de ese pacto: “El Señor es fiel a sus palabras, bondadoso en todas sus acciones. El Señor sostiene a los que van a caer, endereza a los que ya se doblan”.

El Pueblo de Dios que nos presenta la Biblia iniciaba la celebración rememorando la historia del Éxodo en sus 40 años por el desierto,

«Uno de los canticos que más complace al pueblo es El pueblo de Dios en el desierto andaba. Cada estrofa recuerda un episodio de la travesía del pueblo de la Biblia: 1. “El pueblo de Dios en el desierto andaba…”; 2. “El pueblo de Dios también dudaba…”; 3.”El pueblo de Dios también tuvo hambre…”; 4. “El pueblo de Dios a lo lejos vio…”. En seguida el estribillo repite: “También yo soy tu pueblo, Señor, y estoy andando el mismo camino…”.

¡Canto curioso! Porque en sus estrofas hace que el pueblo de hoy vuelva al pasado. Y en el estribillo el pasado se hace presente. Une al pueblo de hoy con el del pasado. Es todo un pueblo, el de hoy que recorre solitario el desierto, duda, siente hambre y, de lejos, ve “la patria querida que el amor le ha preparado”.

Lo mismo sucedía con el pueblo de la Biblia. Todos los años, en la celebración de la Alianza, al escuchar la historia, los peregrinos volvían al pasado: caminaban por el desierto (Ex 19, 1), se reunían a los pies del monte Sinaí (Ex 19,2) y se disponían a renovar la Alianza (Ex 19, 8). Y, al mismo tiempo, recordaban el pasado para determinar el presente (Ex 19, 5; Sal 95, 7). Afirmaban “Yavé no hizo la Alianza con nuestros padres, sino con nosotros, los que hoy estamos aquí, los que vivimos” (Dt 5,3). Era un solo pueblo, el del pasado y el de hoy…. Son los peregrinos de todos los tiempos, nosotros también, que atraviesan el desierto de la vida en búsqueda de la tierra prometida, cantando: “También yo soy tu pueblo, Señor,  y estoy andando el mismo camino. Cada día más cerca de la patria esperada”.[2]

«El Dios de Moisés, Dios que vive en medio del pueblo en proceso de liberación, quiso celebrar una alianza que fijara para siempre su relación con aquel pueblo. Libertados ya de las estructuras opresoras, les propone Dios a los hebreos un pacto de amistad. Dios les propone: “Yo seré el Dios de ustedes. Y ustedes serán mi pueblo”. Y ellos aceptan: “Haremos todo cuanto ha dicho el Señor” (Ex 19, 8).»[3]

Ya con esa óptica podemos ir sobre la perícopa de Zacarías: En la Primera lectura, el profeta tiene un propósito claro, quiere enseñarnos a ver a nuestro “rey que viene”, un Mesías totalmente diferente, uno que deplora la guerra, que no viene con estruendos de poder o escándalos de fuerza. Zacarías nos muestra sus rasgos novedosos que son la indefensión, la humildad, la mansedumbre al límite, no pacificador, sino pacífico y, sin embargo Victorioso: “Su poder se extenderá de mar a mar y desde el gran río hasta (inclusive) los últimos rincones de la tierra”. Todo esto es fundamental porque tenemos que reconocer Quién es nuestro Aliado, saber a cabalidad en manos de Quién nos vamos entregar, de Quién nos fiamos, Quién trazará toda nuestra táctica, Quién gobernará la estrategia. Él es Quien tiene diseñado el Plan Salvífico. Y nos invita a seguirle, nos da señas para confiar, no nos recluta como soldados, nos congrega como hermanos y la verdadera fraternidad presupone un Padre común. Es Él, El Dios de la Alianza, Quien depone las armas, es Él Quien renuncia a “los carros de Efraín”, Él es Quien quiebra los arcos guerreros, Quien renuncia a los caballos de Jerusalén; y, en cambio,  ha escogido por cabalgadura –para significar que no es combatiente- un pollino. Así se rompe con toda una tradición guerrerista que envolvía la imagen del mesías y se nos revela otro Liberador distinto.


En este capítulo octavo está el eje de esta carta.
Carlos Mesters.

«El privilegio de conocer a Dios está reservado a los últimos. Es un don concedido a quien lo desea, lo desea quien lo necesita, y lo necesita quien carece de él…además de las palabras, existe una sabiduría silenciosa, propia del pobre. Es la “docta sabiduría” del que es puro corazón, al cual Dios se muestra (Mt 5, 8)…»[4] Pero todo el mensaje del Evangelio se vuelve incomprensible y suena absurdo a menos que contemos con la gracia clarificadora del Espíritu. Es el Espíritu Quien nos libera la mente y el corazón y nos ilumina con su resplandor. Ese es el tema de la Segunda Lectura, tomada de la carta a los Romanos.

El ciclo A dedica 16 Domingos a reflexionar la carta a los Romanos, de los cuales este ya es el 6º. De esos 16 dedicaremos 5 (empezando hoy) al capítulo Octavo, donde se trata la vida del cristiano inmerso en el Espíritu, la Esperanza y el Amor de Dios.


Hoy se nos explica, en la Carta a los Romanos, que uno no capta nada y no le haya razón de ser a la propuesta Cristiana a menos que nos libremos de vivir “conforme al desorden egoísta del hombre” σαρκὶ (en otras versiones leemos “instinto”). Para adentrarnos en el Misterio de nuestra fe, en la Alianza con Nuestro Señor Jesucristo, tenemos que vivir, dice San Pablo, “conforme al Espíritu” ἐν πνεύματι. ¿Cómo es esto de vivir en el Espíritu? San Pablo nos responde a renglón seguido: que “El Espíritu de Dios nos habite”, la palabra griega es οἰκεῖ “hacer casa en”, y es que si no mora el Espíritu de Cristo en uno, uno no es de Cristo; así, fácil y sencillamente.

¡Ojo! ¡Mucho cuidado! Que no vayamos a leer esto desde el dualismo de la filosofía griega que escinde a la persona en dos. «Para San Pablo el hombre es una unidad, un solo bloque. En la carne [σάρξ] el ve al ser pecador. En el espíritu, el ser del justo. La misma única persona puede vivir según la carne o según el espíritu. Muchos hoy se embarcan en ese dualismo, adoptan esa duplicidad en la persona y viven exhibiendo ese “espiritualismo”, diciendo valorar solamente las cosas del espíritu y despreciar las cosas de la carne. Pero viven atascados en ellas. Ese espiritualismo es la falsa capa de un individualismo brutal: se ve la sociedad como un montón de individuos sin tener nada que ver los unos con los otros. Son “almas” como antes se hablaba en la Iglesia. Para muchos, sobre todo los grandes, la Iglesia debe preocuparse solamente por su misión espiritual” solamente por las almas, cuidando de las personas individualmente. Cuando la Iglesia se preocupa por los problemas de la sociedad y por las verdaderas necesidades del pueblo, ellos gritan que está abandonando su misión espiritual.»[5]


Las dos Lecturas y el Salmo actúan como prótesis correctivas para que podemos aceptar y cumplir con la Alianza que se nos propone: “Vengan a mí, todos los que estén fatigados y agobiados por la carga, y yo los aliviaré”. (Mt 11, 28). Podemos ascender al Monte, al Monte Sinaí y desde allí ver la panorámica:

«Por los caminos de Galilea pasó un hombre aparentemente común... Pasó tres años renovando el mismo anuncio: "¡El reino de Dios está cerca!”…  Un día entró en la ciudad de Jerusalén. El pueblo no se contuvo y empezó a aclamarlo: “Bendito el que viene, el rey, en nombre del Señor” (Lc 19, 38). Fue una fiesta, una bellísima fiesta. Todos le cedían el paso al rey, y al mismo tiempo extendían sus mantos y ramas de los árboles por el camino… Cuatro días después, aquel mismo Jesús que fuera aclamado como enviado de Dios, estaba ante Pilato,… Pilato le preguntó: “¡Eres tú el rey de los judíos?” y oyó una respuesta que los dejó más confundido: “¡Tú lo dices! ¡Yo soy el rey! (Mt 27, 11) Por su parte el pueblo, ahora ya no lo aclamaba bendito. Por el contrario, en un solo grito decía: “¡Crucifícalo! ¡Crucifícalo!” (Mt 27, 22-23)…. Algunas horas después se realizaba el deseo del pueblo… ahora estaba inmóvil, colgado en una cruz. Por ironía, habían colocado sobre la cruz una inscripción: Jesús Nazareno, rey de los judíos (Jn 19,19). Bajo la burla de algunos, el alivio de otros y el dolor de unos pocos, murió, después de haber perdonado y haber colocado su vida en manos de su Padre.
Si hubiera sido un simple rey, todo habría terminado allí. Pero, demostrando su origen divino, tres días después resucitó. Volviendo junto a su Padre, y enviando el Espíritu Santo que había prometido, garantizó la extensión de su reino. Quedaba cada vez más claro que no había venido para un pequeño grupo de personas o para determinada época. Su proyecto era y es para todas las personas, de todos los tiempos y lugares. Por tanto, es reino que no se confunde con los límites territoriales de un país, ni está formado por grupos cerrados o por personas que se consideran dueñas de la verdad. Es reino que nace y crece en donde menos se espera. Un día después de tanto oír hablar a Jesús  de él mismo, los apóstoles le preguntaron: Al fin de cuentas ¿cuándo vendrá él? Recibieron una respuesta que en ese momento no entendieron bien: “El reino de Dios ya está entre ustedes” (Lc 17,21).

En verdad, aunque no sea de este mundo, es aquí y ahora en donde se construye. Así, él crece cuando tú estudias o trabajas, cuando te diviertes o rezas, cuando vences la tentación o te donas al hermano necesitado. Crece cuando perdonas o eres perdonado, cuando penetras en el Misterio de Cristo o cuando llevas a otros a conocerlo; cuando formas parte de un partido político y luchas en él para introducir criterios de justicia y de fraternidad, o cuando te unes a los vecinos en un trabajo social; cuando haces un retiro espiritual o participas en la comunidad de base, cuando te indignas ante la injusticia y luchas para extirparla…

En cada una de esas oportunidades o en tantas otras, es Jesús quien está pasando por tu camino y te dice: “Se cumplió el tiempo y el reino de Dios está cerca. Conviértanse y crean en el Evangelio” (Mc 1,15). Escuchando ese llamamiento y aclamando al rey que viene en nombre del Señor, estas colaborando en la extensión de ese reino que es siempre fiesta, bellísima fiesta.»[6]

“Te doy gracias, Padre, Señor de cielo y tierra, porque has escondido estas cosas a los sabios y entendidos y se las has revelado a la gente sencilla. Si, Padre, así te ha parecido mejor” (Mt 11, 25). Qué inmenso júbilo, qué enorme y descomunal dicha, que nos hayas tenido entre la gente sencilla para entregarnos tu revelación, para hacernos partícipes de tu economía salvífica. Esta perícopa del Evangelio de San Mateo es, también conocida como el “himno de júbilo mesiánico”.






[1] Equipo “Cahiers Evangile” PRIMEROS PASOSPOR LA BIBLIA. #35 Ed. Verbo Divino Navarra- España 1992 p. 12
[2] Mesters, Carlos. LA BIBLIA EL LIBRO DE LA ALIANZA. Ed. San Pablo Santafé de Bogotá – Colombia 1995. pp. 15-17
[3] Caravias, José L. s.j. DE ABRAHÁN A JESÚS. LA EXPERIENCIA PROGRESIVA DE DIOS EN LOS PERSONAJES BÍBLICOS. Ed. Tierra Nueva y Centro Bíblico Verbo Divino. Quito-Ecuador 2001 p. 28
[4] Fausti, Silvano. UNA COMUNIDAD LEE EL EVANGELIO DE MATEO. Ed. San Pablo Bogotá-Colombia 2da re-imp. 2011 p.242
[5] Mesters, Carlos. CARTA A LOS ROMANOS. Ed. San Pablo Santafé de Bogotá-Colombia. 1995 pp.50-51
[6] Krieger, Murilo. DEJA SALIR A MI PUEBLO. Ed. Paulinas. Bogotá, D.E.-Colombia 1990. pp. 64-66

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