domingo, 16 de julio de 2017

UBÉRRIMO


Is 55,10-11; Sal 65(64), 10-14; Rm 8,18-23; Mt 13,1-23

Si no sintonizamos con Jesús, difícilmente entenderemos sus parábolas.
J. A. Pagola

… cada uno… está comprometido o acostumbrado a un estilo de vida que puede volverlo incapaz de comprender lo que significa la liberación, para descubrir finalmente, lo que es la vida humana que Dios quiere.
Ivo Storniolo


Hay unos temas capitales en la Liturgia de este Domingo XV -del ciclo A- del tiempo Ordinario, que como estambres de un tejido se entrelazan y entretejen su sentido profundo, que consiste en revelarnos a Dios como un Dios que da, que derrama hasta el derroche, que se entrega en la más generosa y efusiva donación. Esos temas son, según nuestra óptica: las parábolas, la escatología y la Palabra.

Si empezamos por la Primera Lectura, es el profeta Isaías quien nos trasmite la Palabra de Dios, y lo hace precisamente con una parábola. En ella, la parábola se establece entre la “lluvia”, como realidad conocida y entendida, y, por otra parte, la Palabra de Dios, que es la realidad que se quiere presentar, pero de la que no se puede hablar directamente: Así, como nos lo explica el Padre Gustavo Baena, s.j. La parábola “Es una similitud o comparación en forma de narración que tomada en su conjunto describe el acontecer de Dios como Creador del hombre, tal como Jesús lo experimentaba y del cual solo se tiene una comprensión oscura, por medio de otro acontecer comúnmente conocido y aceptado por el oyente, a fin de hacer tomar conciencia más clara del primero y comprometer al oyente a asumir, frente a él, una postura vital responsable como criatura”. Allí, en el texto isaiano, el acontecimiento comúnmente conocido y aceptado es “la lluvia”, y aquel del cual se tiene una comprensión oscura es “la Palabra de Dios”; cabe recordar que para el pueblo judío, era una experiencia muy exclusiva, sólo experimentada por profetas especiales, como Moisés, el hablar con Dios y, más bien se tenía la concepción que semejante dialogo conducía a la muerte.


Antes de entrar en materia, nos gustaría intentar una aproximación al significado de este término. ¿Qué es una parábola? Para tratar de responder, nos atrae una “definición” del Padre José Antonio Pagola, “Cada parábola es una invitación a pasar de un mundo viejo, convencional y poco humano a un «país nuevo», lleno de vida, tal como lo quiere Dios para sus hijos e hijas. Jesús lo llamaba «reino de Dios». Si no seguimos a Jesús trabajando por un mundo más humano, ¿cómo vamos a entender sus parábolas?” Lo que nos hace caer en la cuenta que las parábolas pretenden llevarnos a vivir en una realidad “superior”, un “mundo trasformado” no por la fuerza de la violencia, de la coerción; sino trasformado por el “hombre nuevo”, que tiene una manera de vivir verdaderamente motivadora, que dan ganas de vivir así. El poder trasformador de Dios es un poder que se basa en la ternura, en el convencimiento, en la profunda convicción. Así, palabras comunes y corrientes se transforman en Palabras que nos “revelan” realidades trascendentes, místicas. A estas realidades Jesús las llama μυστήρια “misterios” y no cualquier clase de misterio, sino μυστήρια τῆς βασιλείας τῶν οὐρανῶν “misterios del Reino de los Cielos”.

“Jesús siembra su mensaje «en el corazón», es decir, en el interior de las personas. Ahí se produce la verdadera conversión. No basta predicar las parábolas. Si el «corazón» de la Iglesia y de los cristianos no se abre a Jesús, nunca captaremos su fuerza transformadora.” -nos dice Pagola.


Vayamos sobre la Segunda Lectura. Siguiendo con la carta a los Romanos, la perícopa inicia así: “…los sufrimientos de ahora no pesan lo que la gloria que un día se nos descubrirá”. Al introducir así este trozo, se nos está presentando una disyuntiva entre el tiempo (cronológico) en que vivimos el “hoy”, y un tiempo “esperado”, el tiempo kairótico de la “promesa”, el de la “gloria”; entramos –así- en lo escatológico. El “tiempo” de la gloria, también los fieles, que ya tienen en su haber de “hoy” las que, San Pablo llama, “primicias del Espíritu”, lo aguardamos igualmente, anhelándolo, ansiándolo afanosamente, que ya quisiéramos tenerlo entre nuestros manos; -para decirlo con las palabras que se usan en la carta- dice “gemimos en nuestro interior”. Este texto de hoy nos identifica y nos da a reconocer la médula de ese anhelo: “que la creación misma se vea liberada de la esclavitud de la corrupción”. Eso nos pone de cara a una “tarea”, la “libertad de los hijos de Dios”, cuya premisa ya quedó sentada en el versículo 15, o sea el que precede a la perícopa de hoy: “…ustedes no recibieron un espíritu de esclavos, sino el espíritu propio de los hijos, que nos permite gritar: ¡Abba!”. Esa es la disyuntiva, vivir como esclavos, o vivir como hijos de Dios. Si nos aferramos a vivir el “sólo ahora”, escogemos vivir como esclavos, si –por el contrario- escogemos la libertad de los hijos de Dios, podemos clamar y proclamar a nuestro Dios llamándolo Padre, como nos lo enseña su Hijo, pero para eso, requerimos caminar con los ojos dirigidos a la “meta”, es decir, hacia la “gloria”. «Puede ser chocante la palabra “esclavo”. Pero ser “esclavo de la justicia” o “esclavo de Dios” es una expresión que tiene mucha fuerza por su contraste. El cristiano tiene que ser tan radicalmente libre que se puede decir de él que es “esclavo de la libertad”.»[1] Insistimos, en «el nivel cósmico es la creación entera la que participa de este movimiento en que es arrebatada la naturaleza humana. Desde ahora la creación aspira a compartir, a su manera, la gloria de los hijos de Dios, que se manifestará en la Parusía de Cristo»[2]


Devolvámonos al salmo, a este himno donde Dios nos invita a la vez que nos reta: “Venid y ved las obras de Dios” (Sal 65(64), 5). Es Otra “parábola”. Dios es el “Agricultor”, es el “Sembrador”, es el “jardinero”, es el “Hortelano” (Gn 2, 8) (no estaba tan despistada María Magdalena al creer que se trataba del “hortelano” (Jn 20, 15)); que cuida su campo y atiende vigilante sobre las semillas que ha plantado, y toma todas las medidas tendientes a garantizar la copiosa abundancia de la mies. ¿Accedemos el reto?, ¿admitimos la invitación?, ¿si queremos ir y ver, de verdad? «No te contentes con escuchar, o leer, o estudiar. Te has pasado toda la vida estudiando y leyendo y abstrayendo y discutiendo. Todo eso está muy bien, pero es sólo evidencia de segunda mano… Ven y ve. Busca y encuentra. Entra y disfruta. El Señor te ha invitado a su corte…Tus palabras no dejan lugar a duda, y tu invitación es seria y deliberada. Sin embargo yo me dejo llevar por la timidez, me resigno, me refugio en excusas… prefiero seguir el camino trillado,… me contento con la espiritualidad rutinaria… Me temo que, si de veras me encuentro contigo, mi vida habrá de cambiar, mis apegos habrán de soltarse y mi tranquilidad se acabará… Sé que en mí es pereza, inercia y cobardía… falta de confianza en Ti, y quizá en mí mismo. Reconozco mi pusilanimidad, y te ruego que no retires tu invitación… Siervos tuyos en todas las religiones hablan de la experiencia que cambia sus vidas, la visión que satisface todas sus aspiraciones, la iluminación que da sentido a toda  su existencia. Yo, en mi humildad, deseo también esa iluminación, y la espero de tu Rostro, que es lo único que puede dar luz sobre su propia existencia a ojos mortales. Quiero ver, y al decir eso quiero decir que quiero verte a Ti, que eres la única realidad que merece verse; a Ti, que con el resplandor de Tu Rostro das luz a la creación entera y a mi vida en ella. Ese es mi deseo y esa es mi esperanza… Voy, Señor, Dame la gracia de ver.»[3]


Pero ahí mismo sobreviene la tercera idea medular de esta fecha litúrgica: “La Palabra”. Para ir y ver tengo que llegarme asiduo a la Palabra.

Con mucha frecuencia entendemos de manera floja la transustanciación de la semilla en la Presencia Integra de Nuestro Señor Jesucristo, como si la única transustanciación fuera  la de la semilla de trigo, ero está también la semilla de la palabra: la parábola de hoy, la del sembrador, de la que siempre concluimos que Jesús es el Sembrador, pero , no sólo, sino también la Semilla. La semilla es de trigo, el trigo se hace pan, el pan se ofrenda como hostia, la hostia se hace comida y quien se hace alimento es Jesús. Pero, de la misma manera, la Palabra es semilla, nuestro pecho es su tierra, fértil o llena de abrojos, o pedregosa, o borde-caminera. Quizá nuestra “tierra” sea perezosa, cobarde, tímida, falta de confianza en Jesús, temblorosa en su exceso de egoísmo. Y, debería ser todo lo contrario, nuestra vida integra, debería estar iluminada y calentada por la Palabra.


«Hay que vivir el primado de la Palabra. Ahora no se lo vive. Nuestra vida está lejos de que se pueda decir de ella que está alimentada y regulada por la Palabra. Nos regulamos, aun en el bien, sobre las bases de algunas buenas costumbres, de algunos principios de buen sentido, nos referimos a un contexto tradicional de creencias religiosas y de normas morales recibidas… experimentamos por lo general muy poco cómo la Palabra de Dios pueda llegar a ser nuestro verdadero apoyo y consuelo, cómo pueda iluminarnos sobre el “verdadero Dios” cuya manifestación nos llenaría el corazón de alegría. Sólo muy raramente experimentamos cómo el Jesús de los Evangelios conocido a través de la escucha y la meditación de las páginas bíblicas, puede llegar a ser en realidad de verdad “buena noticia” para nosotros… La Misa dominical pasa a menudo sobre nuestras cabezas sin llenarnos el corazón y cambiar la vida. Nos parece que la palabra de Dios y la crónica cotidiana constituyen como dos mundos separados. Nuestra vida podría llenarse de luz al contacto prolongado con la Palabra, pero nosotros la pasamos en una penumbra perezosa y resignada. ¿Por qué no sacudirnos, hacer algo para que los tesoros que tenemos entre las manos den sus frutos?»[4]





                                                        



[1] Mesters. Carlos. CARTA A LOS ROMANOS. Ed. San Pablo 4ª ed. Santafé de Bogotá-Colombia 1999.  p. 41
[2] Cerfaux, Lucien. LA TEOLOGÍA Y LA GRACIA SEGÚN SAN PABLO.  en SELECCIONES DE TEOLOGÍA Facultad de Teología San Francisco de Borja. Barcelona-España Ene-Mar 1967. Vol. M 6 No. 21 p. 12.
[3] Vallés, Carlos G. sj. BUSCO TU ROSTRO. ORAR LOS SALMOS. Ed. Sal Terrae Santander-España 8va ed. 1993. p. 123-124
[4] Martini, Carlo María. Card. POR LOS CAMINOS DEL SEÑOR. Ed. San Pablo Santafé de Bogotá D.C.-Colombia 1995. pp. 440-441.

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