sábado, 21 de mayo de 2016

RETADOS A VIVIR LA VIDA EN COMUNIÓN


Prov 8:22-31, Sal 8, 4-5. 6-7a. 7b-9.Rm5:1-5, Jn 16:12-15

…la persona humana más crece, más madura y más se santifica, a medida que entra en relación, cuando sale de sí misma para vivir en comunión con Dios, con los demás y con todas las criaturas.
Papa Francisco

Nos gustaría empezar con una afirmación supremamente importante para nuestro “ser-comunidad”. Siempre estamos recalcando que nuestra individualidad personal  está vinculada a su pertenencia a un “ser-Mayor” que nombramos: el “Cuerpo Místico de Cristo”. La afirmación importante es que nuestro ser no termina en la frontera de nuestra piel. Nuestro  ser se “extiende” más allá de la frontera determinada por nuestro cuerpo. Tratar de lidiar con este tema resulta muy arduo puesto que nuestras palabras –todas las que usamos- por lo general parten de un “enfoque” que, para poder hablar de los asuntos espirituales, tiene que rebasarse. Cuando entendemos nuestra “yoidad”, ese “yo”, en nuestra mente, tiene un croquis, cuyos límites son precisamente, los de la piel. Insistimos, el prejuicio tradicional considera que terminamos allí donde termina nuestra dermis. En cambio, quisiéramos tomar conciencia que somos más allá de esa frontera.



Quisiéramos remitirnos a la situación cuando vemos un ser querido a quien le pasa algo, por ejemplo, le duele algo, y, a nosotros también “nos duele”. Más aún, pese a la distancia, aun cuando ese ser querido esté distante, en otro país –puede ser el caso-  a pesar de las distancia, la sensación no es menos nítida. No se limita a situaciones dolorosas, somos capaces también de experimentar la alegría, el bienestar, la mejoría; y no sólo de seres queridos, en muchos casos –variará según el desarrollo del sentido de “solidaridad” que hayamos cultivado y desarrollado- somos capaces de co-padecer con cualquier prójimo aun sin conocerlo y ni siquiera saber su nombre.

La madurez de nuestra conciencia “trascendente” nos permitirá menor o mayor identificación con los “otros”, porque cualquier semejante es nuestro hermano y todo lo que le pasa a un hermano repercute en nosotros mismos. Esto nos lleva a recordar el capítulo 4 del Génesis y su interesantísima continuidad con el pecado de sus progenitores. Adán y Eva pecaron queriendo “ser como Dios”, lo que seguramente destaca que no debemos pretender ser lo que no somos, ahí está la esencia de la falta cometida por  ellos. Ahora, Caín anda “malgeniado” porque Dios no le acepta las ofrendas como las recibe de manos de su hermano Abel. Ya a él lo corroía el pecado de envidia, que consiste en “desear tener lo que otro tiene”. Caín peca no envidiando a Dios –como lo hicieron sus padres- sino envidiando al “otro”, a su “hermano”. ¡Ya aquí está explicito que el “otro” es mi “hermano”! Sí, ¡no hay que nacer de la misma madre para ser hermano”. (Es la misma envidia que tiene el hermano mayor del –así llamado “hijo prodigo”, porque no le dan “un cabrito para gozárselo con sus amigos”. (Lc 15, 11-32).



Todos estos conceptos de la espiritualidad nos cuestan mucho trabajo. No menos trabajo nos da aquello de que marido y mujer “ya no son dos sino que son una sola carne”. (Mt 19, 6b) Esta cita nos habla de un desborde de la “yoidad” en dos cuerpos, como resultado del vínculo conyugal. Toda la mentalidad manipulada por el mundo tiende a rebelarse contra esta “unicidad”. El individualismo exacerbado por nuestra cultura promueve una idea de “persona” en la que quepan ideologías como la de la “auto-realización”, la “auto-determinación-personal”, el “respeto al espacio del otro” y todo aquello que “divide” porque el objetivo del Malo es dividirnos, alimentar nuestra “separación”, fomentar nuestra “soledad” junto con nuestra “increencia”.

«Nuestras experiencias directas suelen ser de divisionismo, de separatismo, de sectarismo, de ruptura, de quiebre, de separación, de individualismo. Nada es más extraño a nuestra experiencia directa que la unidad, la solidez, la comunión, la fidelidad, la compenetración, la solidaridad. Presenciamos unidades transitorias, superficiales, momentáneas, puntuales, estratégicas; lo que se da en nuestro mundo de todos los días son las componendas interesadas,…»[1] Nosotros pensamos –en cambio- que lo “sano” es ser capaces de conmovernos, de sentir el dolor y la necesidad del otro como urgencias propias. Pensamos que un organismo sano y salvo es aquel capaz de buscar el bien del prójimo, mucho pero mucho más que el lucro y la gratificación propias. ¿Por qué esto? ¿Qué hace que prefiramos esa óptica a la del egoísta?



Hay un determinante básico: Dios nos hizo a “su Imagen y Semejanza”, lo que para nosotros se debe leer como “nuestra sana manera de ser es parecernos a Él”. Primero que todo, y en esto la Santísima Trinidad es clave, Dios no es soledad, Dios es Familia. Dios desde toda la eternidad ha sido Trinitario. Y esa Trinidad no se caracteriza porque cada Uno esté peleando abierta o soterradamente por ser “independiente”. Por ejemplo, ¿Cómo nos queda el ojo cuando Jesús afirma que Él y su Padre son Uno? (Jn 10, 30) O, si queremos corregir nuestro enfoque sádico que piensa que Dios Padre expuso a su Hijo a la muerte, y pensamos que Jesús nos informó abiertamente que Él daba su vida libremente, que nadie se la quitaba, sino que Él la daba “libremente”, “voluntariamente”. (Jn 10, 18). Y si el Hijo sufrió, ¿no estaba el Padre todo el tiempo sufriendo por Él y con Él? ¿No nos damos cuenta que si “son Uno” no le puede doler al Uno y el Otro mirar indiferente? Todo padecimiento que haya sufrido el Hijo dolió con igual o con mayor intensidad (sic) en el Corazón del Padre. Como “epifanía” de ese dolor del Padre se nos da el dolor de María, la Madre al pie de la cruz: Así como le dolía a la Madre ver a su Hijo morir  clavado en la Cruz, así le dolía el Padre.

Las Tres Personas de la Santísima Trinidad “viven” en intercompenetración plena. De ellos se puede predicar el pleroma de la comunión, lo que implica una armonía perfecta, una comunicación absoluta, un entendimiento reciproco total y un compromiso “eterno” de aceptación, de comprensión, de unidad; ese es su modo de ser el Padre es en el Hijo y el Hijo en el Padre; el Padre es en el Espíritu Santo.  El Padre es Creador por eso los Tres son creadores, el Hijo es Compasivo, por tal, los Tres son Compasivos, pero el Espíritu está en nosotros, nos in-habita, por eso los Tres están con nosotros siempre, Ellos se aman infinitamente, porque Dios es Amor, los Tres se aman recíprocamente y generan un dinamismo hacia el Amor, su Amor solidario es los que los une, los entrelaza, los armoniza; y de su Amor brota la que es su “oferta” para todos nosotros. Son una propuesta, un desafío a optar un estilo de Vida Divino: Papa Francisco en la Laudato si lo ha expresado así: «San Buenaventura llegó a decir que el ser humano, antes del pecado, podía descubrir cómo cada criatura «testifica que Dios es trino». El reflejo de la Trinidad se podía reconocer en la naturaleza «cuando ni ese libro era oscuro para el hombre, ni el ojo del hombre se había enturbiado». El santo franciscano nos enseña, que toda criatura lleva en sí una estructura propiamente trinitaria, tan real, que podría ser espontáneamente contemplada si la mirada del ser humano no fuera limitada, oscura y frágil. Así nos indica el desafío de tratar de leer la realidad en clave trinitaria.

Las Personas divinas son relaciones subsistentes, y el mundo, creado según el modelo divino, es una trama de relaciones. Las criaturas tienden hacia Dios, y a su vez, es propio de todo ser viviente tender hacia otra cosa, de tal modo que en el seno del universo podemos encontrar un sin número de constantes relaciones que se entrelazan secretamente. Esto no sólo nos invita a admirar las múltiples conexiones que existen entre las criaturas, sino que nos lleva a descubrir una clave de nuestra propia realización. Porque la persona humana más crece, más madura y más se santifica, a medida que entra en relación, cuando sale de sí misma para vivir en comunión con Dios, con los demás y con todas las criaturas. Así asume en su propia existencia, ese dinamismo trinitario que Dios ha impreso en ella desde su creación. Todo está conectado, y eso nos invita a madurar una espiritualidad de la solidaridad global que brota del misterio de la Trinidad.»[2]


Si, en La Santísima Trinidad está la clave de nuestra propia realización, que consiste en  salir de sí misma y volcarse generosamente hacia el otro, ejerciendo la fraternidad que a todos nos enlaza; fraternidad que como nos lo enseñó San Francisco es extensible a todas las criaturas de la realidad, porque ¡todas las criaturas son nuestros hermanos!. Buscar esa unidad construida en clave de Amor ese es el reto.









[1] PELICANO. rianchab.blogspot.com viernes, 24 de mayo de 2013
[2] Papa Francisco. LAUDATO SI’. Ed. Paulinas Bogotá D.C.-Colombia 2015 p.198 ##239-240

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