sábado, 21 de noviembre de 2015

RECONDUCIR TODO A SU CREADOR


Dn 7,13-14; Sal 92,1ab.1c-2.5; Ap 1,5-8; Jn 18,33b-37

Se está a la expectativa de una epifanía del hombre, de una “antropofanía”. La historia no es más –como para los griegos- una “anámnesis”, un recuerdo. Es más bien una proyección hacia el futuro. El mundo contemporáneo es un mundo de posibilidades latentes, de expectativas.
Gustavo Gutiérrez

Tekiá – el sonido directo y largo del shofar – es el sonido de la coronación del Rey.




El “apocaliptismo” barato habla del fin del mundo como la gran noticia para mañana, lo comentábamos la semana anterior, metiéndonos miedo, anunciando dolores y padecimientos sin término, sus cabecillas sólo ven oscuridad, terror y muerte. ¡Ese “apocaliptismo” tiene su lado sádico! Miren la cara de cualquiera de sus “funcionarios” cuando están en acción: sin duda uno de sus objetivos más preciados es –no sólo asustarnos- sino sumirnos en profunda desazón, que –y eso lo acarician con vehemencia- nos lleva a la impotencia y al derrotismo.

Esas ganas de poder predecir algo que les permita “profetizar” en el sentido de poder ser “periodistas” del futuro tiene su atractivo, y lo más dañoso es que vende, y todo lo que vende es veta de la cual se adueñan los “empresarios” que no tienen ninguna ética. Así proliferan en la cinematografía las producciones emparentadas con esta línea. Con tintes de “futurología” y no pocas veces emparentando con la “ciencia ficción” nos venden sus “pesadillas”. Insistimos que su bien caro objetivo es el quietismo que puedan infundir.

Y ¿por qué retornamos –una vez más- sobre esta idea? Porque no pocas veces en esta rama se posan aves de mal agüero que se consideran “sacerdotes” o “sacerdotisas” de la fe y entran a “evangelizar” con esta clase de “anuncio” desalentador. Se disfrazan de catequistas y se ponen prendas camufladas para pasar por portadores del “anuncio”. En vez de ευαγγελίου  “Buena Noticia” es cacangelio Τα κακά νέα o sea, la mala noticia, la que sirve al Malo.
 
La verdadera fe es un anuncio de optimismo, (decíamos en otra parte que no es el optimismo por el optimismo, que no es ni optimismo pueril, ni optimismo fácil, no ignora la realidad, ni las dificultades que entraña; recordemos que Jesús –en la oración sacerdotal- ora por nosotros, οὐκ ἐρωτῶ ἵνα ἄρῃς αὐτοὺς ἐκ τοῦ κόσμου, ἀλλ’ ἵνα τηρήσῃς αὐτοὺς ἐκ τοῦ πονηροῦ. no para que nos saque del mundo sino para que nos preserve del Malo (Jn 17, 15); (obsérvese que la palabra griega para designar al Malo significa algo así como “el jinete del dolor” porque lo que brinda su maldad es sufrimiento y pena y lo que él promueve son nuestras miserias, tribulaciones y la muerte). La fe trabaja por el futuro, promueve un mañana donde se haga la voluntad del Padre y haga que aquí en la tierra se cumpla con la exacta fidelidad con que se cumple en el Cielo, donde lo que Dios quiere es lo que exactamente es.

 
Para que así sea, se nos da ¡una ruta y se nos propone un “Modelo”! Tenemos ciertas “realidades” modélicas. “Padre” el Padre ideal, es una propuesta modélica de la relación protectiva y solícita del ser con su prole, con sus criaturas. Otra realidad modélica es la de La Santísima Virgen, que modela la feminidad. Los hermanos, entre sí, modelan la relación entre los seres de un mismo género o sea la fraternidad, así como la conyugalidad modela la relación entre seres de distinto género. El pastor modela la actitud del cuidado y los Santos modelan que es posible vivir –con generosidad y heroicamente- lo que Dios nos ha propuesto, ¡que la Ley de Dios no es una utopía!
 
El rey modela la perfección del gobierno. Si es rey debería ser modelo de autoridad debería inspirar a los demás, ser ejemplo de “rectitud” y “justicia” estos son los componentes de su soberanía, el rey no es rey porque sí, lo es en tanto y en cuanto sea paradigma de rectitud y justicia, el Rey representa la verdad, los valores rectos, el rey modela la preocupación por cada uno de sus súbditos; esto se puede perder de vista, y en efecto, si miramos la historia, vemos que así sucedió, se olvidó que el rey era producto de una necesidad social, que respondía a una necesidad histórica y que era la “personificación” de un servicio, y se pasó a fetichizar su valor social, desplazando el significado hacía sus significantes: la fuerza (expresada en las huestes militares a su disposición), el poder –entre otras cosas poder sobre la vida y la muerte de los ciudadanos- (recordemos que los judíos reconocen que han enajenado su autoridad para imponer penas de muerte en favor del César, puesto que se habían convertido en colonia del Imperio Romano cfr. Jn 18, 31d), la riqueza y el ornato en el vestir y en el comer. 
 
Por otra parte, la autoridad supone una subordinación, alguien que manda entraña alguien que obedece: es curioso y a la vez interesante que al comprender la soberanía real nos encontramos con el “individuo” que es a la vez soberano y súbdito. Esto nos lleva a una especie de sin-sentido, a menos que entendamos que en la persona individual está la capacidad de enajenar su autoridad para delegarla en aquel que la personificará. Esa es la in-vestidura, la transferencia de la autoridad personal así como el compromiso de acatamiento que esta transferencia supone. Delegamos la autoridad y asumimos la obediencia. 
 
Delegar lleva, de manera inherente, una comprensión estricta y exacta de la delegación, no es un abandono, no es dejación, no es descuido e indiferencia, el “mandatario” debe responder a sus “delegatarios” y los delegatarios  deben supervisar celosamente  al mandatario; la delegación entraña una dialéctica de responsabilidad. Esta dinámica parece no corresponderse a la imagen que tenemos de la monarquía, pero es precisamente porque la imagen del rey se desgastó y llegó a semejante nivel de deslucimiento que quedó pervertida. La delegación es significada, por ejemplo en la coronación de los reyes Británicos por la Colobium sindonis, prenda que simboliza la transferencia de poder del pueblo hacia el soberano; es la primera prenda con la que el soberano es investido en la ceremonia, de tela blanca, de lino fino, bordada de encaje, abierta por los lados, sin mangas y escotada en el cuello. Otra prenda muy significativa es la Anointing gown que se usa precisamente mientras transcurre la unción. Aquí, lo importante es que la investidura y la soberanía se urden con la unción, la unción es la expresión de la elección divina, la unción es consagración: de paso queremos hacer notar que el color asociado a la consagración real es el purpura que simboliza sabiduría, prudencia, nobleza y dignidad. 
 
Cristo es Cuerpo Místico, somos todos en potencia; pero Él es, además el modelo, hacía Él tendemos. Por Jesucristo fueron creadas todas las cosas ὅτι ἐν αὐτῷ ἐκτίσθη τὰ πάντα ἐν τοῖς οὐρανοῖς καὶ ἐπὶ τῆς γῆς, τὰ ὁρατὰ καὶ τὰ ἀόρατα, εἴτε θρόνοι εἴτε κυριότητες εἴτε ἀρχαὶ εἴτε ἐξουσίαι· τὰ πάντα δι’ αὐτοῦ καὶ εἰς αὐτὸν ἔκτισται·, a Él han sido entregadas, en El fueron creadas todas las cosas, tanto en los cielos como en la tierra, visibles e invisibles; ya sean tronos o dominios o poderes o autoridades; todo ha sido creado por medio de Él y para Él, leemos en Col 1, 16; es en ese sentido que Jesucristo es el Alfa. En ese sentido leemos este Domingo del Reinado de Jesucristo, en la Segunda Lectura, “Yo soy el Alfa y el Omega, dice el Señor Dios, el que es, el que era y el que ha de venir, el Todopoderoso” (Ap 1,8).
 
Omega, en cuanto es el compendio de todo Modelo, todos los valores y todas las virtudes humanas en Él han alcanzado su cúspide, su perfección. «Así agregamos un argumento más para rechazar todo dominio despótico e irresponsable del ser humano sobre las demás criaturas. El fin último de las demás criaturas no somos nosotros. Pero todas avanzan, junto con nosotros, hacía el término común, que es Dios, en una plenitud trascendente donde Cristo resucitado abraza e ilumina todo»[Papa Francisco. LAUDATO SI. #83].  Hacía Él tendemos, Él es la orientación de hacia dónde nuestro destino, Él es nuestro Fin. Por eso es Rey, y hoy, el Domingo de su reinado lo entronizamos en nuestro corazón y confesamos su realeza en nuestro ser, en nuestra vida. Él es el rey de nuestro corazón, de nuestra voluntad, de nuestra conciencia. A Él nos entregamos y a Él nos confiamos enteramente.
 
La manera como Él nos retro-alimenta la soberanía es haciendo de nosotros un reino de sacerdotes para su Dios y Padre (Ap 1, 5). No quiere acaparar la soberanía, la soberanía le pertenece, pero la comparte con nosotros incorporándonos a su ser, o sea –como bien lo significa la palabra- haciéndonos parte de su Cuerpo, miembros de su Ser de la misma manera que nos comparte la condición filial del Padre Celestial por el poder redentor de su Preciosísima Sangre. A Él la gloria y el poder por los siglos de los siglos. ¡Amén!”(Ap 1, 5c)
 
 


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