sábado, 18 de abril de 2015

TOQUÉNME Y CONVÉNZANSE


Hech 3, 13-15.17.19; Sal 4, 2. 7. 9; 2Jn 2, 1-5a; Lc 24, 35-48


El Resucitado es el Señor del Tiempo y de la Historia. Y la liturgia de este Tercer Domingo de Pascua (ciclo B) está tejida de tal manera que nos lo recuerda, clarificándonos. Al escuchar las Lecturas correspondientes parecería que la Escritura es el eje de este Domingo, y si afirmamos tal, no estamos descaminados. En esta tónica, quisiéramos reflexionar ¿cómo se enseñorea el Señor del Tiempo y la Historia? La respuesta que más pronto aflora a nuestro pensamiento –como lo hemos venido señalando- es que Jesús tiene un modo muy especial, muy particular de enseñorearse porque su manera de ejercer la soberanía no se parece para nada al paradigma al cual estamos habituados. También hemos insistido que Él se adueña, se enseñorea con el paradigma antípoda del habitual: sus vías son las contrarias, las opuestas. Dios no piensa como pensamos los hombres: “Así como el cielo está por encima de la tierra, así también mis ideas y mi manera de actuar está por encima de la de ustedes. El Señor lo afirma.” (Is 55, 9). Jesús no necesitó resucitar para ser Señor y Dueño del tiempo y de la historia. Lo ha sido desde siempre, es sólo que ahora, que ha sido exaltado “a la derecha del Padre”, ha sido glorificado.


Es el Señor del Principio porque ya al Principio “el Espíritu de Dios se movía sobre las aguas” (Ge 1, 2d). Es Señor del pasado porque Dios-Padre, el Señor de los antepasados (Lucas cita en esta perícopa de Hechos a Abraham, Isaac y Jacob porque de entre los antepasados había que mencionar a los Patriarcas fundacionales) ἐδόξασεν τὸν Παῖδα αὐτοῦ porque recibió de entre todos ellos por decisión-elección de YHWH el más alto honor He 3, 13b. [el verbo δοξάζω se refiere al reconocimiento de la calidad real, la frase tendría un sentido de “lo honró reconociéndole su calidad de Príncipe-Heredero”; además Παῖδα, más que “siervo” es “niño” o “Hijo” con tintes de mesianismo]. En este episodio de los Hechos de los Apóstoles el señorío de Jesús se expone en el poder sanador comunicado a sus Apóstoles; además del haber sido resucitado, o sea, restablecido por sobre la violencia humana que se hizo recaer en Él. Pero esta prerrogativa de recibir poderes sanadores y restaurativos en depósito -de manos del Hijo a manos de los hijos-adoptivos- proviene de nuestro compromiso “testimonial”; serán los testigos quienes adquirirán tal  franquicia. Jesús fue victimizado y esto, en el contexto señorial significa que aceptó cargar con ultrajes y vejaciones hasta la muerte porque la obediencia significa ni el más leve apartamiento de los designios expresados en el proyecto salvífico y ese proyecto fue manifestado para nosotros “por medio de todos sus profetas” Cfr. Hch 3, 18a. Pero el compromiso-misión de testimoniar nos lleva a una praxis en el “hoy”, entonces, en el corazón de los “testigos” se dinamiza la Soberanía del Señor del Tiempo y de la Historia en el presente.

El Señorío no se limita al pasado (donde era un Señorío en potencia) sino que se proyecta hacía el futuro conminándonos a la conversión: “Vuélvanse al Señor y conviértanse” (Hch 3, 19a) la conversión es una praxis proyectiva hacía el futuro porque la conversión es la construcción del Reino, dimensión actualizante de la Soberanía de Dios.

La praxis testimonial nos conduce a otra vía de “revelación”, a otra forma “escritural”: la predicación, la transmisión boca-a-oído, aquello que sin estar consignado en la Sagradas Escrituras, sin embargo goza y ha gozado desde tiempos inmemoriales del reconocimiento de la comunidad creyente: la tradición oral: «La tradición recibe la palabra de Dios, encomendada por Cristo y el Espíritu Santo a los Apóstoles, y la trasmite integra a los sucesores para que ellos, iluminados por el Espíritu de la Verdad, la conserven, la expongan y la difundan fielmente en su predicación”(CEC #81)

La predicación por medio del ejemplo, del testimonio de vida es la tercera vía. Esta es la vía que nos insinuaba San Francisco: “Predica el evangelio en todo momento, y cuando sea necesario, utiliza las palabras”.

Estas tres vías constituyen –por así decirlo- el sistema circulatorio de la fe que transporta la “sabia vital de la fe” a través del organismo eclesial garantizando la comunicación trans-generacional de las verdades que Dios nos ha descubierto por ser ellas indispensables al proceso soteriológico.


Todo eso no nos puede conducir a la apoteosis del individualismo. Creer en Jesús implica un “estar en comunidad”, desarrollar un sentido de pertenencia, saber que juntos recibimos la “Presencia del Resucitado” con mayor claridad y nitidez que apartados de nuestros hermanos en la fe. Para ello no basta “ir a misa”, tampoco es suficiente “llevar el mercado para la comunicación cristiana de bienes” o “socorrer al necesitado”; todo eso está muy bien y es parte esencial de la comunidad creyente, sin esos elementos no hay fe, no somos discípulos en ningún sentido… y sin embargo, faltan dos puntales.

El Domingo pasado vimos que Tomás que no estaba con su comunidad se perdió la revelación del Resucitado y en consecuencia se quedó sin creer, lleno de dudas, de incredulidad. Sabemos que los discípulos de Emaús, que iban huyendo, desvinculándose de la Comunidad necesitaron que Jesús fuera corriendo a “rescatarlos” y sólo así se cargaron de la “fe” indispensable para no “desertar”, sólo así lo reconocieron. En el Evangelio de hoy, los de Emaús unidos a los ἕνδεκα “Once”, así al calor de la “comunidad” reciben “la segunda dosis” y ven nuevamente al Resucitado y se les instruye: “no se trata de un fantasma”.

Aquí viene la ratificación de lo que venimos argumentando: Se hace comunidad asistiendo a misa, ejercitando las obras corporales y espirituales de misericordia pero hay dos cositas claves: a) Leer la Sagrada Escritura, y para que sea con espíritu comunitario, no leamos donde caiga, en la página que abramos. ¡No! Lo preferible es seguir la lectura que propone la Liturgia de la lglesia, leamos lo que señala la Santa Madre Iglesia para la Liturgia del Día, así aun leyendo a solas, estaremos vinculados a la catolicidad de la comunidad creyente. b) La santa Madre Iglesia nos propone otra fórmula orante de ser comunidad: La liturgia de las horas, que es un acercamiento al salterio que nos conduce a orar en comunidad con toda la Iglesia.

El Señor del Tiempo y de la Historia lo es porque nos une, partiendo de pequeñas comunidades, en una Comunidad Universal Transhistórica donde unos peregrinan en la tierra, otros difuntos se purifican y otros glorificados disfrutan de la contemplación del Rostro de Dios (CEC #954). Esa Iglesia va –paulatinamente- construyendo la Soberanía de Dios haciéndose Pueblo de Dios, (mejor aún, Nuevo pueblo de Dios), formado por “ciudadanos” que son “Hombres Nuevos”, renovados en Jesús Resucitado. Esa Transhistoricidad Universal es el significado de “Católica”.



El discipulado que nos hace Hombres Nuevos en el Resucitado bebe en esa fuente escrituristica y “precisamente en esto conocemos que estamos unidos a Él”. 

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