sábado, 11 de octubre de 2014

DESACOMODARSE, DESRUTINIZARSE


Is 25, 6-10a; Sal 22, 1-6; Flp 4, 12-14.19-20; Mt 22, 1-14
XXVIII Domingo Ordinario (A)

«Aquí encontramos una situación paradójica: hay un rey que ofrece un banquete de bodas; el banquete es bueno, los bueyes y los animales gordos ya han sido sacrificados. No es algo que suceda todos los días en Oriente. Además, en ese tiempo no había neveras, y cuando se mataba los animales había que comerlos todos y pronto; después, durante meses no se comía carne. La situación tenía que ser muy atractiva para hombres acostumbrados a comer escasamente durante la semana; es una ocasión privilegiada por la dignidad de quien invita: no todos los días se casa un hijo del rey. La invitación, pues, es muy grande; por eso resalta mucho más la negativa: “ellos no quisieron ir

Más adelante dice: “No se preocuparon”. Es algo verdaderamente paradójico, no sucede nunca que ante una tal invitación la gente diga: no, no me interesa. Por lo menos buscará excusas: no estoy, tengo graves motivos. Pero decir: no me interesa, es absurdo.  Jesús insiste en la paradoja: “Se fueron cada uno a su campo, a sus negocios”. Es un comportamiento inconcebible; ¿por qué Jesús narra una parábola tan extraña? Es una actitud que en realidad nunca sucede! Pero este hecho extraño e inconcebible sucede en nosotros que amamos más nuestras costumbres.



En el fondo, ¿cómo razona esta gente? Metámonos dentro de su propio pellejo: para ir a la fiesta hay que cambiarse de vestido, ¡se encontrará gente nueva! No tengo ganas, más bien me quedo así, con el vestido viejo y voy a trabajar, estoy acostumbrado al trabajo, mi jornada es así… Por tanto se trata de la fuerza de una rutina: ¿para qué cambiar, hacer algo distinto, tener molestias? Además, yo no soy capaz de estar en sociedad, con esa gente importante, príncipes, no me siento cómodo…

…No se dice que los invitados hagan cosas malas: van a su trabajo, al campo, claro que es algo más difícil que ir al banquete. Pero el día siempre se ha pasado así y ni siquiera viene a la mente que se pueda hacer algo distinto, que se pueda estar alegres en compañía, por ejemplo.

Con este procedimiento paradójico Jesús nos hace comprender cuánto puede haber en nosotros de esta rutina que nos tapa los ojos y que nos hace creer que  no puede haber nada distinto. ¿Para qué cambiar? ¡Así estamos bien! Por eso Jesús nos pone esta espada en nuestro corazón diciéndonos: ¿no te sucede también a ti que no quieres probar algo distinto?

Esto se puede aplicar a diversas situaciones nuestras. Les pongo un ejemplo que puede ser significativo. ¿Cuántos de nosotros que vivimos en Roma, nos habíamos dado cuenta, al bajar de tren en la Estación Termini, que había allí vagabundos, gente que dormía en los bancos, debajo de los pórticos? Todos nos habíamos dicho: ¿y qué se puede hacer? Es gente que vive así, no hay nada que hacer. Cada uno se iba para su casa, hasta pensando que sería muy hermoso hacer algo, pero… Ninguno de los millones de romanos, que se bajaban del tren por la noche en Termini, en los años pasados, había tratado de hacer algo.


Lo que más impresiona es que en Roma hay muchos institutos de caridad, específicamente dedicados al servicio de los pobres, pero ninguno de ellos se había puesto el problema… Se necesitaba que viniera de muy lejos Madre Teresa de Calcuta, para darse cuenta que había que hacer algo. Ahora mucha gente se mueve, ayuda, da material, alimento, prepara y ofrece alojamientos. Pero antes ninguno había comprendido que algo se podía hacer, parecía inútil, un problema demasiado grande, sin solución.»[1]



[1] Martini, Carlo María Cardl. EVANGELIO ECLESIAL DE SAN MATEO. Ed San Pablo Santafé de Bogotá – Colombia 1996 p. 52-53.

No hay comentarios:

Publicar un comentario