sábado, 27 de septiembre de 2014

JUSTICIA, OBEDIENCIA Y HUMILDAD


Ez 18,25-28; Sal 25(24), 4-9; Flp 2,1-11; Mt 21,28-32

Si queremos que los pobres vean a Cristo en nosotros, primero tenemos nosotros que ver a Cristo en los pobres.

Madre Teresa de Calcuta




«Milagro

-¿Para qué orar? -preguntaba alguien-. Dios no me ha concedido lo que le he pedido. He buscado a Dios, lo he buscado sinceramente, con todo el ardor… pero Dios no ha acudido a la cita.

-Perdón… -contestó otro-. ¿De qué Dios me hablas? ¡Es tan fácil buscar un Dios a la medida de nuestros sueños y deseos! En tu país se considera un milagro el que Dios haga tu voluntad. Entre nosotros se considera un milagro el que alguien haga la voluntad de Dios.

El Dios cristiano nos sorprende, nos desborda y rompe nuestros falsos sueños, nuestros mesías fabricados fácilmente. ¡y nos deja en la verdad!»[1]

Fidelidad con la Justicia

La manera de ser y de pensar de Dios nos sorprende. Siempre quisiéramos que Él hiciera y deshiciera a nuestra manera, según nuestras expectativas y nuestros criterios. Nos sorprendió el Domingo anterior pagando por igual diferentes cantidades de trabajo; y, nosotros que estamos imbuidos hasta el tuétano de la mentalidad humano-mundana nos hemos acostumbrado a pensar que la justicia estriba en pagar distinto por diferentes cantidades de trabajo y por diferentes calidades (es decir según la cualificación del trabajador, a mayor calificación-corresponde mayor salario) nos acostumbramos a juzgar y –de hecho- dijimos algo anda mal en este tipo de “justicia”. O sea, que nos hemos atrevido a “juzgar” a Dios en el mismo momento que nos hemos atrevido a juzgar su Justicia.

Pese a eso, si diéramos un segundo vistazo, en seguida reconoceríamos que después de pagar según lo pactado la justicia se habría cumplido. Ya que de ahí en adelante, la generosidad del “Patrón” lo lleve a darle una prima, una bonificación, algún reconocimiento especial, todo esto estaría enmarcado dentro de las fronteras de la generosidad del que estaría regalando su “riqueza” sin pedir a cambio cierta cantidad de trabajo adicional como contrapartida.


Que semejante actuación desataría envidia, a no dudarlo que así sería, en nuestra sociedad construida sobre la ambición y la envidia. Que más de uno gritaría y gruñiría, no nos cabe ninguna duda. Que otros amenazarían con una demanda o con interponer algún recurso ante los tribunales humanos, así es. Y, sin embargo, ¿no obramos nosotros también de tal manera? No nos ha pasado de darle algo muy especial a nuestra madre, a nuestra esposa o a un hijo que nada han hecho para merecer esa “bonificación”, nada distinto de llenar nuestra vida con su presencia, con su existencia o –como en el caso de mamá- dándonos la propia existencia. Y la justificación para semejante “bono” es aquella frasecita que bien merece poner entrecomillada: “¡Lo hemos hecho por amor!”.

Pues también Dios, que no en vano quiso enseñarnos a través de Jesucristo que lo llamáramos Padre, quiere en repetidas ocasiones darnos “algo” que no recibimos por merecimiento sino sólo porque Dios es Bueno, Generoso, amoroso, Complaciente. Sí, Él se complace en nuestra dicha, desde el Cielo mirará nuestro rostro y se gozará en nuestras pupilas que brillan mientras abrimos el “regalo”, y luego con la cara que ponemos al ver –atónitos- cuanto nos da sin pedirnos nada a cambio, sin pensar en contrapartidas. En el Profeta Ezequiel, recordado que nos atrevimos a pasarlo por nuestra criba, nos pregunta: ¿Qué no son justos mis caminos?  Porque esa era la actitud nuestra, afirmar la “injusticia de Dios” y afirmar nuestra propia justicia.

Si así estamos viendo las cosas, nos es menester darle la vuelta a las gafas, para –por fin- empezar a ver las cosas como verdaderamente son. Ese volteo de las gafas es la conversión: שׁוּב así se dice en hebreo. ¡Darse vuelta 180 grados! Una “vuelta”, un “regreso” para que no vaguemos en los desiertos de la perdición y la maldad, sin una Voz –Cálida que nos diga: ¡Es por aquí, hijo mío!”


Hay un dicho muy popular que reza: “Para atrás, ni para coger impulso”. Esta Primera lectura de este Domingo XXVI Ordinario del Ciclo A, nos enseña esto mismo: Si hemos pecado, conservamos siempre la opción de enmendarnos, podremos vivir, no moriremos. Pero si vivimos en la virtud, si ya pertenecemos a la Voluntad de Dios, entonces, nuestra perdición sería la infidelidad. Bien lo vimos el Domingo XXV, unos son llamados a la primera hora, otros a media mañana, a medio día o todavía más tarde; lo malo no es ser llamados un poco más tarde; lo malo es que –ya habiendo sido llamados- abandonemos nuestro compromiso, decaigamos en la calidad de la respuesta. Entonces moriremos por “la injusticia cometida”. Retroceder no es una opción, avanzar, siempre lo será, por la Bondad Infinita de Quien nos llama.

Le suplicamos nos sostenga fieles

El Salmo 25(24) es una súplica. Una súplica es una oración en que se pide con vehemencia, con una característica, se tiene entera confianza en Aquel a Quien dirigimos la súplica: ¡En ti confío a todas horas! Sal 25(24), 5c. Es ponerse enteramente en sus manos, saber que Él puede guardarnos o quitarnos la vida, pero como sabemos la medida de Su bondad (que es sin medida), ya de partida sabemos que nos la perdonará.  Por eso le pedimos.


¿Qué le pedimos en este Salmo? Veámoslo, Sal 25(24), 2bc. 3. 4bc. 5a. 6bc.:

a)    No dejes que me hunda en la vergüenza
b)    ¡Que no se rían de mi mis enemigos
c)    Que no sea jamás avergonzado ninguno de los que en ti confían
d)    (En cambio) Que sean puestos en vergüenza los que sin motivo se rebelan contra Ti
e)    Señor, muéstrame tus caminos
f)     Guíame por tus senderos
g)    Guíame, encamíname en tu verdad
h)    Señor, acuérdate del amor y la ternura que siempre me has manifestado
i)      …no te acuerdes de mis pecados ni del mal que hice en mi juventud.

Pero, la súplica fundamental de la perícopa que leemos este Domingo XXVI, y que además es el engarce con la Liturgia toda, es la idea de la Justicia. Sobre la Justicia le pide en el verso 9, el último de la perícopa que leemos este Domingo: יַדְרֵ֣ךְ עֲ֭נָוִים בַּמִּשְׁפָּ֑ט וִֽילַמֵּ֖ד עֲנָוִ֣ים דַּרְכֹּֽו׃ “El Señor… a los anawin los guía por su camino a los humildes (עֲנָוִ֣ים a los anawin, dos veces está la palabra en este verso); ¡los instruye en la Justicia! Sal 25(24), 8a-9.

Quisiéramos resaltar la manera estrecha como se abisagran aquí estos dos conceptos: Justicia con anawin. Es muy frecuente dirigir la atención sobre la raíz de la palabra anawin que es  עָנָו [anav] pobre, humilde, manso, dócil; la mencionamos porque es vital captar quien es sujeto protagónico en el tema de la Justicia, es el hombre, pero no cualquier hombre sino aquel que ha sido humanizado por la humildad, la mansedumbre, la pobreza.

Jesús-verdadero Dios se anonadó

Cuando en otra oportunidad nos hemos referido a esta perícopa de la carta a los Filipenses hemos centrado la atención sobre la kénosis. Es sorprendente y nos ayuda a entender cómo es el Pensamiento de Dios, cuál es su lógica. Nadie en sano juicio abandonaría todas sus ventajas para dejarse matar, menos para dejarse matar con una muerte de cruz, y mucho menos para redimir “pecadores”.

Lo que la Carta a los Filipenses trata de explicarnos retomando ese antiguo himno cristológico es el incomprensible pensamiento de Dios que hizo todo esto, descendió de Sus Alturas, para dejar que hiciéramos de Él menos que un gusano. Y ahí no paró la sorpresiva lógica de Dios, sino que de ese Gusano clavado en una cruz y sepultado, brotó la más radiante Mariposa. ¡La-Mariposa-Divina-que-Redime!


Este abajamiento, este anonadamiento, esta humildad llevada al remate, a la cúspide, a la cima, a las alturas,  donde en el rótulo leemos INRI. Es el paroxismo  del amor oblativo, a eso es a lo que nos referimos del hombre que es un proyecto de Dios que va ascendiendo en su penosa sublimación, y se va “perfeccionando”, y plenifica su humanización alcanzando la coronación de este proceso en la cristificación.

Para alcanzar esta cima hay dos llaves maestras y están mencionadas en la perícopa de Filipenses hoy: humildad y obediencia. La humildad que no es obediente puede –inclusive- llegar a ser borrachera de sí mismo, egolatría. El humano se puede cristificar sólo si se hace obediente a la Voluntad del Otro, no es dócil a su propio capricho sino que acoge la Voluntad del Padre y entonces su vuelo es por las más altas cumbres.

El Padre responde, admira la obediencia del Hijo y lo premia, le da el Nombre sobre todo Nombre. Es cuestión de nombre. (Si y no). No es cuestión de nombre según lo que nosotros entendemos por nombre, una palabra que designa; sino que es Nombre como es Nombre en hebreo, Nombre es la totalidad de la persona, es lo que Dios tiene escrito en el Libro de la Vida para quien es portador del Nombre, Nombre es vocación y potencialidad, es biografía total. Y a Él se le concedió ser Nombre sobre todo Nombre, es decir, paradigma de humanidad, prototipo del ser-humano.

Modelo de obediencia y humildad

Hay un interrogante poderosísimo que nos plantea el Evangelio. ¿Quiénes son los que alcanzan los umbrales de un anawin (y es que no todos contamos con la mansedumbre y la humildad que se requiere, y esa kénosis también es gracia)? Y el Evangelio nos propone dos posibilidades bien concretas: los publicanos (los cobradores de impuestos para el Imperio), y las prostitutas. Nos dice la perícopa de San Mateo que ellos peligrosamente nos arrebaten las llaves de ingreso a la dimensión divina, para ellos será más probable la apertura de las puertas del Reino de Dios que para nosotros, una cepa demasiado vigorosa da poco fruto, mientras que aparentemente las más débiles producen más. ¡Qué duro! El Padre nos ha llamado y nos ha encargado ir a la Viña y nosotros le hemos dicho que bueno, que iremos… pero no hemos ido.

En cambio, por mucho que nos duela y nos ofenda, los publicanos y las prostitutas han dicho originalmente que no irían, y, pese a ello, muchas veces, muchísimas, son ellos los que sí han ido y se han ocupado de cuidar la viña. Y es que la viña tiene muchos oficios: la poda, el excavo, el apuerco, la vendimia y el lagar.


En el Evangelio reaparece el tema de la conversión cuando dice μετεμελήθητε palabra esta que proviene de μεταμέλομαι que significa cambiar un interés por otro superior, una manera de pensar por otra, radicalmente opuesta, pero mejor. Esto fue lo que hizo el hijo que originalmente se negó pero después fue porque μεταμεληθεὶς› se arrepintió.

La obediencia supone haber transitado una ruta de maduración. No se es obediente cuando se brinda un mecánico “si”, cuando ese si no entraña un compromiso desde el corazón, desde el fondo del corazón. La obediencia (palabra profundamente ligada con la palabra “escucha”) amerita que uno haga propia la Voluntad del Otro. El arrepentimiento no puede ser superficial, no puede ser un simple vamos a “darle gusto”, como se suele decir, llevándole la idea como si fuera un “loco”. La obediencia supone aceptar porque las razones que nos da el Otro pueden convertirse en nuestras propias razones y esas razones nos mueven.


Tomemos un caso, a manera de ilustración. La Madre Teresa de Calcuta tomo el interés de los más pobres, de los enfermos como su interés superior, porque pudo ver en los rostros de ellos el Rostro de Nuestro Bien Amado Señor Jesucristo. Ella nos enseñaba: «Si a veces nuestros pobres han muerto de hambre, no es porque Dios no cuidó de ellos, sino porque ustedes y yo no fuimos capaces de dar. No fuimos instrumento en las manos de Dios para darles ese pan, esa ropa; no supimos reconocer a Cristo cuando, una vez más, vino hacia nosotros bajo ese terrible disfraz: el del hombre hambriento, del hombre solitario, el niño solitario buscando alimento y abrigo».

Entonces, hay que “ir a la viña” con todo, dispuestos a jugárselo todo a favor del otro que personifica al Otro y volcarse en amor, si es preciso hasta disolvernos, si es necesario hasta deshacernos. Es preciso “ir a la viña” desacomodándonos, con una sencillez, humildad y mansedumbre que esté tejida con nuestra carne, con nuestro ser-entero, rehusando nuestros “derechos”, agudizando nuestra capacidad oblativa, dando-como lo dijera la Madre Teresa de Calcuta- hasta que nos duela; como mansos corderos llevados al matadero (cfr. Is 53, 7a), para parecernos al כַּשֶּׂה֙ Cordero de Dios, nuestro Modelo. ¡Esa sí es obediencia!


Recojamos una definición de humildad que nos prodigó la Madre Teresa de Calcuta: «La humildad no es sino la verdad. ‘¿Qué poseemos que no hayamos recibido de otro?’ pregunta San Pablo. Y si todo cuanto tengo lo he recibido, ¿qué bienes propios puedo poseer? Si estamos convencidos de esto, nunca levantaremos la cabeza con arrogancia. Si somos humildes, nada nos afectará, ni las lisonjas, ni el descredito, porque sabemos lo que somos. Si nos acusan, no sentiremos desaliento. Y si nos califican de santos, nunca nos colocaremos en un pedestal.»

«Donando sangre

“Hace muchos años, cuando trabajaba como voluntario en un hospital de Stanford, conocí a una niñita llamada Liz, ella sufría de una extraña enfermedad. Su única oportunidad de recuperarse era una trasfusión de sangre de su hermano de cinco años, quien había sobrevivido milagrosamente a la misma enfermedad y había desarrollado anticuerpos necesarios para combatir la enfermedad. El doctor explicó la situación al hermano de la niña, y le preguntó si estaría dispuesto a dar su sangre para su hermana. Yo lo vi dudar por sólo un momento antes de tomar un gran suspiro y decir. ‘Si; yo lo haré, si eso salva a Liz’. Mientras la trasfusión continuaba, él estaba acostado en una cama al lado de la de su hermana y sonriente mientras nosotros lo asistíamos a él y a su hermana, viendo retornar el color a las mejillas de la niña.


Entonces la cara del niño se puso pálida y su sonrisa desapareció. Él miró al doctor y le preguntó con voz temblorosa: “¿A qué hora empezaré a morirme?”

Siendo sólo un niño, no había comprendido al doctor; él pensaba que le daría toda su sangre a su hermana, y aun así estuvo dispuesto a dársela”.

Da todo por quien amas; y cuida a tu familia.»[2]


Pero, además recordemos ¿quiénes forman nuestra familia, quién es mi madre y quiénes son mis hermanos? Cfr. Mt 12, 48, todos los humanos somos familia, todos hijos del mismo Padre, hermanos en Cristo Jesús, puestos en la misma casa –el mundo- para ejercer la obediencia de ser fraternales. Prosigamos –otra vez- con palabras de la Madre Teresa de Calcuta: “…pidámosle ahora al Señor que nos utilice para recorrer el mundo, y en especial nuestra propia comunidad, para seguir conectando los cables de los corazones humanos a la energía que nos brinda Jesús.”




[1] Agudelo, Humberto Pbro. VITAMINAS DIARIAS PARA EL ESPÍRITU #3. Ed. Paulinas Bogotá Colombia 2006. p.31-32
[2] Agudelo, Humberto Pbro. VITAMINAS DIARIAS PARA EL ESPÍRITU #1. Ed. Paulinas Bogotá Colombia 5ta reimpresión 2003. p.47-48

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