sábado, 6 de septiembre de 2014

PERFECCIONAR NUESTRA RELACIÓN CON DIOS


Ez 33, 7-9; Sal 95(94), 1-2.6-9;  Rm 13, 8-10; Mt 18, 15-20

Tú me pides no juzgar a los demás,
sino amarlos;
no condenarlos sino perdonarlos,
no alejarme de los demás,
sino estar con ellos;
estar al paso con los últimos,
respetando sus propios ritmos.

Averardo Dini


Él es nuestro Dios y nosotros somos su pueblo


Alianza proviene del latín "alligare" que significa atar o unir. Comparte etimología con la palabra religión que viene de re-ligare, donde el “re” marca intensidad (este “re” no marca repetición sino intensificación), como quien dice atar o unir fuertemente.

בְּרִית
 Berith: alianza, pacto, trato, tratado, convenio, acuerdo, convergencia hacia un mismo fin,  unión, convención, liga, confederación, vínculo de consanguinidad generado por vía matrimonial. Lo más probable es que este nombre se derive de una raíz mesopotámica -de Acad- que significa “encadenar” o “poner grillos”, atar, y por extensión, unir. La raíz indoeuropea leig significa atar pero también mezclar. בְרִֽית  Berith hace referencia directa a las tablas de la Ley, o sea el “decálogo”.


En griego vino a ser Διαθήκη [diateque] que significa “testamento” de atestiguar, poner por testigo, expresión de la voluntad, trasmisión de una voluntad. Vamos llegando a la idea de Alianza como cumplimiento de una voluntad; las alianzas se daban entre un gobernante que había vencido y “sometido” a otro y el subyugado que se “comprometía” a obedecer y cumplir ciertas reglas.

Quizás la primera vez que se menciona en la Sagrada Escritura es en el capítulo 9º del Génesis, cuando Dios hace un pacto con Noé, donde ofrece no volver a castigar con exterminio por agua, firma el pacto poniendo en el cielo el Arco Iris. Es interesante al leer esta perícopa que Noé ofreció con gratitud (como expresión de gratitud) sacrificio de “animales puros” Gn 8, 21 y su ofrenda fue grata al Señor que la recibió como רֵ֣יחַ הַנִּיחֹחַ֒ ofrenda de olor agradable; en el Corazón de Dios “primereo”, que en este caso es un brotar con espontaneidad, un sentimiento de “ternura” para con nosotros los seres humanos, a pesar que aún desde niños ya somos proclives al mal (la concupiscencia), Él se compromete a no volver a “maldecir” la tierra y dispone un “artilugio” que le recuerde esta Promesa. Así dispone que el Arco Iris le recuerde que se ha comprometido Gn 9, 9-17, que ha hecho Alianza con nosotros, Alianza que se prolonga a nuestros descendientes.


Si avanzamos en el Libro del Génesis hasta el capítulo 17, nos volvemos a encontrar con este concepto. Dios hace Alianza con Abrahán, nuevamente es el Señor quien “primerea” presentándose a Abrahán y haciéndole la oferta, es Él quien ofrece, espontáneamente, poniendo como única condición la de תָמִֽים׃ הִתְהַלֵּ֥ךְ לְפָנַ֖י וֶהְיֵ֥ה  “vivir una vida sin tacha delante de mi” (palabra por palabra sería algo como “camina delante de mí y se perfecto”) Gn 17, 1b. Aquí también nos encontramos con un “signo” que refrenda la Alianza, se trata de un “signo” que se gravará en la propia carne del “comprometido” (persona o personas que hacen la contra-parte en la Alianza), este signo es la circuncisión (vínculo de consanguinidad expresado con el derramamiento de sangre).

Aun quisiéramos referirnos a otro episodio bíblico de Alianza: Atalía usurpó el trono y mató a toda la familia real; pero la hija del rey Joram ocultó a Joás para salvarle la vida teniéndolo oculto en el Templo durante los seis años que gobernó Atalía. El sacerdote Joiada sacó en cierto momento a Joás y lo presentó a los capitanes del ejército, ordenó acuchillar a los seguidores de Atalía y allí, fuera del Templo, la mataron. Entonces Joiada hizo Alianza entre Dios, el rey y el pueblo 2R 11, 4-20, de que בֵּ֤ין יְהוָה֙ וּבֵ֤ין הַמֶּ֙לֶךְ֙ וּבֵ֣ין הָעָ֔ם לִהְיֹ֥ות לְעָ֖ם לַֽיהוָ֑ה “ellos serían el pueblo del Señor” 2R 11, 17b. (La sangre ratificatoria en este caso fue la de Matán, el sacerdote de Baal).


Dios nos ha ofrecido su Amistad, la ha plenificado permitiéndonos llamarlo Abba-Padre, la ha viabilizado expresándonos la Ley y escogiendo personas-canales para expresarse y revelarse. Esta relación super-amorosa es la Alianza. Nuestra labor de alpinistas (esfuerzo por ascender)  supone una voluntad ascética, un ardor en el propósito de hacer comunidad, de ser y vivir conforme a su Voluntad, una consagración a construir el Reino, porque el Reino no viene regalado, es recibido, aceptado y nuestras manos –y nuestro ser entero- debe intervenir en su forja. Con las personas muy cercanas debemos ser amorosos y muchas veces lo somos; con otros –próximos, pero menos cercanos- esa amistad amorosa debe ejercitarse no más ni menos que con los más distantes, los adversos, los “enemigos”, los que ni nos entienden ni los entendemos, no sólo con los semejantes sino también con los más “diferentes”, “desemejantes”, “desiguales”, que nadie quede marginado de mi amor, de nuestro tejido de amor; amor para con los pecadores, guerra sólo contra el pecado, pero guerra hecha con las armas del amor.


Así como nos encontramos con el ofrecimiento de la Alianza, también hay una exclusión de la Presencia del Señor: “Porque al Señor le repugna quienes hacen estas cosas. Y si el Señor, su Dios, arroja de la presencia de ustedes a estas naciones, es precisamente porque tienen esas horribles costumbres. Ustedes deben ser perfectos en su relación con Dios.” Dt 18, 12-13a. Donde vemos que estar fuera de la presencia del Señor es estar fuera de la comunidad que Él ama. El que está fuera de la presencia del Señor, el que actúa produciéndole a Dios repugnancia, queda excomulgado. Recordemos que el “cordero expiatorio” era sacado y arrojado a vagar en soledad, donde su excomunión lo condenaba a las bestias salvajes, puesto que solo quedaba expuesto a la indefensión.

Pero la excomunión no tiene por objeto la “condena”, el propósito debe ser la recuperación del “pecador”, no su perdición. La incomunicación, el aislamiento, la expulsión del seno de la Comunidad persigue dar al pecador la oportunidad de reflexionar, de corregirse, de enmendar su comportamiento, de superarse como persona y alcanzar su reincorporación con la comunidad, su re-socialización. Que deje de ser disfuncional respecto de la comunidad y recupere su rol, su función, su papel como hijo de Dios, su misión –la que la da sentido a su existencia. Nadie tiene sentido como individuo, todo el sentido del ser está vinculado a su co-texto social, a su ser en comunidad, a su relacionalidad. Ahí está la importancia no sólo de saber ser, saber hacer, saber conocer sino –como un saber primordial- el “saber ser-y-vivir en comunidad” respetando la diferencia y conviviendo con lo plural.

Ser centinela

En el capítulo 5, versos 19 y 20 de la Carta de Santiago, leemos: “Hermanos míos, si uno de ustedes se aparta de la verdad y otro lo endereza, el que convierte al pecador del mal camino salvará su vida de la muerte y cubrirá una multitud de pecados”.


En la perícopa de Ezequiel que constituye la Primera Lectura de este Domingo XXIII del ciclo A, la palabra en hebreo que nos encontramos es צָפָה un verbo que puede traducirse guardar, espiar, vigilar, mantenerse vigilante. El verbo en este caso nombra el oficio para el que hemos sido llamados cada uno de nosotros, los hijos de los hombres: A ser centinelas, a ser guardianes, a mantenernos vigilantes. Más adelante aparece otro verbo para expresar la misión es el verbo וְהִזְהַרְתָּ֥ que significa “arrojar luz” o sea, “brillar”, “advertir”, “alertar”, “prevenir”.


Cuando el hermano está errado, pierde la ruta, se sale del camino, el Señor nos dirigirá su Palabra encargándonos “llamarle la atención” para que se re-encauce. Nuestra responsabilidad no es que el “´pecador” se enmiende –eso es competencia del “pecador”- nuestro compromiso se dirige a ponerlo sobre alerta, a avisarle que por ahí no es; pero él verá si corrige o se empecina en su “falta”. Lo que no se nos perdonará es callar, dejarlo despeñar sin alertarlo, no prevenirlo del barranco que se cierne ante sus pisadas, no prevenirlo de que está por caer y que su próximo paso lo llevará al fondo del abismo.


Todos los miembros de la comunidad estamos obligados por esta palabra dada al profeta Ezequiel a velar por nuestras hermanas y hermanos, todos cumplimos una función y ministerio de guardianes, todos somos centinelas, y no como Caín que pretendió desentenderse de su responsabilidad. Callar y no prevenir, no alertar, nos llevará a nuestra propia perdición.

No dudar jamás de la Divina Providencia

El salmo 95(94) nos menciona dos lugares famosos en el Éxodo: Se trata de Masá y Maribá. Masá se refiera a poner a prueba, tentar, poner en juicio; porque en este lugar preguntaron los israelitas a Moisés si verdaderamente el Señor estaba con ellos. Meribá significa contender, rebelarse, reclamar porque en ese lugar los israelitas protestaban para qué los habían sacado de Egipto, si era para matarlos de sed.

«Esos incidentes quedaron tan gravados en tu memoria que los citas incluso con los nombres de los lugares en que sucedieron, etapas desgraciadas en la geografía espiritual por la que pasó tu pueblo y por la que nosotros volvemos a pasar en nuestras vidas… Hazme dócil, señor. Hazme entender, hazme aceptar, hazme creer. Hazme ver que la manera de llegar a tu descanso es confiar en ti, fiarme en todo de ti, poner mi vida entera en tus manos con despreocupación y alegría.»[1]


En cambio, en el salmo se ratifica la Alianza: “Vengan y puestos de rodillas adoremos y bendigamos al Señor, que nos hizo, pues Él es nuestro Dios y nosotros su pueblo, Él nuestro pastor y nosotros sus ovejas (mejor todavía, וְצֹ֣אן יָדֹ֑ו “el rebaño que Él guía (el rebaño de su mano)”)”. Sal 95(94), 6-7.


Aquí es muy importante reconocer que la Alianza se hace con un pueblo aun cuando Dios usa de sus profetas, de sus intermediarios y portavoces. La alianza es con עָם el pueblo entero, un Cuerpo Místico,  צֹאן un Rebaño. Es algo a corregir, nosotros por lo general, nos unimos a la fe y al culto como individuos dispersos, como individualidades, dejando al margen el sentido comunitario, corporativo. Entre persona y persona hay un “tejido conectivo”, el amor que Él mismo nos ha mandado tenernos. ¡Nadie se salva solo!

Pueblo por amor reunido.

«Al que peca no tengo nada que perdonarle; pero le soy deudor de la corrección fraterna»
Silvano Fausti

La Alianza se fue cimentando sobre la Ley (el decálogo señalaba la perfección del pueblo para caminar recto ante los ojos del Señor); pero la ley no se multiplica ramificándose sino que converge –sobre sí misma- hacia su compendio: el mandamiento del Amor es su síntesis. «“La alianza”… Aventura extraordinaria de Dios, totalmente otro, que se une amorosamente a su pueblo, a pobres humanos. Esto garantiza vivir la fe como una relación de amor.»[2]


San Pablo nos lo explica con profundidad. Si hay amor reciproco, nadie le queda  debiendo a nadie; en la atmósfera del amor toda deuda está previamente saldada. Esa es la plenitud de la ley: πλήρωμα οὖν νόμου ἡ ἀγάπη. Y no es cualquier clase de amor, sino el amor ágape, el amor desinteresado, que no espera nada a cambio, que no espera reciprocidad, que se derrocha en generosidad, que es capaz de sacrificarse porque es absolutamente desprendido, es oblativo, hostia santa, su único interés es el otro, el prójimo.

Todo este preludio conduce al Evangelio. Nos hallamos ante la perícopa de la Corrección fraterna. En el Evangelio eclesial, la perícopa proviene del capítulo 18, que es el discurso sobre la vida en comunidad. La vida en comunidad siempre conlleva dificultades, roces, desvíos, infidelidades.


La perícopa empieza diciendo que si tu hermano peca εἰς σὲ “contra ti” (este “contra ti” no aparece en todos los manuscritos, parece ser un añadido); el tema no es el pecado “contra uno” sino el pecado en general. Se debe combatir el pecado porque quebranta la Alianza que consiste en “vivir una vida sin tacha delante de mí”.

En anillos concéntricos, equipoderosos, no sólo amar a nuestros familiares a nuestro cónyuge, a nuestros hijos, a nuestros amigos; amor para los cercanos, los menos cercanos y los distantes, amor sin discriminaciones, ni excepciones; algunos para tener pretexto, y darle palo a alguien, llegaron a pensar que si no atendían la corrección de la comunidad y se hacían excomulgar a esos se les podría llevar al “potro de torturas”; craso error, lo que dice Jesús es que hay que tratarlo como a un gentil o a un publicano, ¿cómo obraba Jesús con gentiles y publicanos? Fue a los que más amó, vino a ellos y dijo que su razón de haber sido enviado eran “las ovejas perdidas”, y que había venido para que no se perdiera ninguno… no busquemos pretextos para darle palo a nadie.


La Asamblea de los Llamados (Ekklesia) tiene entre manos el compromiso de hacer extender la fraternidad universal saltándose todas las fronteras y las barreras. Ni el color de la piel ni las rayas trazadas en los mapas, mucho menos las diferencias religiosas. Hijos del mismo Padre que nos brinda su paternidad, que no nos desconoce sino que acude a la notaría para reconocernos, y se complace en ser nuestro Padre pese a nuestros defectos, y que nuestros defectos hacen que nos ame más porque nos hace más necesitados de Él.


El amor conyugal tiene una estructura y espacio de despliegue que es la familia, por eso tan atacada y torpedeada. ¡Defendámosla! Pero amores más amplios, más abarcadores no hallan ambientes de ejercicio y expresión. La Iglesia  para tal propósito nos pone a disposición las “pequeñas comunidades”; y es que no podemos dejar ese amor-ágape en una abstracción. ¡Cultivémoslo en familia, en nuestros ambientes de trabajo, en nuestros espacios vitales; pero, para abrirle mayores y más fértiles espacios de práctica, participemos en esta modalidad de construcción del Reino, de coparticipación en el Cuerpo místico de Cristo.


«Muy dentro de la historia está la salvación como un proceso de cambio en marcha. Ya está llegando. Y llegará de una manera tan infalible como la luz del día, como la aurora. La noche ya va pasando… Es la hora de despertar para entrar en ese plan que es el plan de Dios.»[3]




[1] Vallés. Carlos G. BUSCO TU ROSTRO. ORAR LOS SALMOS. Ed. Sal Terrae Santander – España 1989. p. 183
[2] Quesson, Noël. 50 SALMOS PARA TODOS LOS DÍAS. Ed. San Pablo Santefé de Bogotá-Colombia 1996 p. 174
[3] Mesters, Carlos. CARTA A LOS ROMANOS. Ed. San Pablo Santafé de Bogotá-Colombia 1999. p. 62.

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