viernes, 13 de diciembre de 2013

DOMINGO DE GAUDETE ¿HAY MOTIVO PARA ESTAR ALEGRES?


Is 35; 1-6;  Sal 145, 7. 8-9a. 9bc-10 (R.: cf. Is 35, 4); Sant 5, 7-10; Mt 11, 2-11

“Y si Dios y el hombre eran mucho mejores de lo que
nosotros esperábamos, ¡qué danza era la vida,
qué saltimbanquería era la eternidad!”

José Luis Martín Descalzo

Mirando el testimonio de san Francisco, comprendemos
que el secreto de la verdadera felicidad es precisamente:
llegar a ser santos, cercanos a Dios.

Benedicto XVI

Domingo especial



Salta a la vista el carácter penitencial de esta temporada de Adviento reflejado en el color de los ornamentos: el morado, el color del ayuno y la penitencia, estamos hablando del arrepentimiento por nuestros pecados. Sin embargo, en este Tercer Domingo de Adviento, (llamado “de Gaudete”, que se puede traducir “alégrense”) se propone el color Rosado, para significar la alegría. Tenemos motivo para la alegría, para cambiar nuestro luto en alegría,Tú has cambiado mi lamento en danza; me has quitado el luto y me has vestido de alegría.” Leemos en el Sal 30(29), 11(12). Los motivos de esta muda de sentimientos están expresados especialmente en tres puntos de la liturgia:

·         En la antífona de Entrada, tomada de Flp 4, 4a.5a.c: “Estén siempre alegres en el Señor, se lo repito, estén alegres. El Señor está cerca”.
·         En la oración colecta: “Oh Dios, que ves a tu pueblo con fe esperando la festividad del nacimiento del Señor, concédenos alcanzar la gran alegría de la salvación,…
·         En la Primera Lectura (Is 35; 1-2a): “Regocíjate yermo sediento. Que se alegre el desierto y se cubra de flores, que florezca como un campo de lirios, que se alegre y dé gritos de júbilo, porque le será dada la gloria del Líbano, el esplendor del Carmelo y del Sarón.”



En la perícopa de la profecía de Isaías que leemos este tercer Domingo de Adviento al Mesías se le designa como el “Dios vengador y justiciero viene ya para salvarnos”, y nos precisa cuáles serán sus señas de identidad para poderlo reconocer:

i)              Iluminara los ojos de los ciegos
ii)             Los oídos de los sordos se abrirán
iii)            Saltará como un ciervo el cojo
iv)           La lengua del mudo cantará


En la perícopa del Evangelio San Juan Bautista llama al Mesías “el que ha de venir” ; y le manda preguntar si Él es el Mesías. Jesús –en vez de responderle directamente con un “Si, Yo soy”- le contesta con un elegante y hermosísimo giro literario, mostrándole que verdaderamente Él era “el que había de venir”, el que cumplía con todas las señas profetizadas. Él es la alegría de la salvación y por eso, este Domingo Tercero de Adviento es de Gaudete, “porque el Señor está cerca”.


El salto infinitamente largo

«La mayoría de los pueblos y familias de la tierra celebran en diciembre la Navidad, pero muchos de ellos no saben ya lo que significa Navidad, ni lo que celebran. Se quedan con la apariencia sin el fondo; celebran el “envoltorio” sin abrir el contenido, el regalo que nos llega a todos de parte de Dios. Pero no todos lo abren. ¡Qué lástima! ¡Qué superficialidad!»[1]


«T. S. Eliot escribía en uno de sus poemas:

“Hay varias actitudes hacía la Navidad
De algunas de las cuales podemos prescindir:
La social, la torpe, la abiertamente comercial,
La juerguista (las tabernas abiertas)
E incluso la infantil (que no es la del niño
para quien la vela es una estrella y el ángel dorado
extendiendo las alas en lo alto del árbol
no es sólo un adorno,
sino un verdadero ángel)”.

Efectivamente hay que prescindir de todas esas falsificaciones que nada tienen que ver con la realidad. Ya hemos disparado bastante contra ellas. Son una falsificación tan clara que molestarse en disiparla, aparte de inútil es una vulgaridad.

Que la Navidad no es nada de eso (ni la juerga, ni el comercio, ni el champagne) es algo demasiado evidente. Todos esos “usan” la Navidad, no la viven y mucho menos la comprenden.

Pero la pregunta es otra: ¿Comprenden la Navidad los que la comprenden, es decir, los que dicen y creen comprenderla? ¿Llegan a la entraña de la Navidad la mayoría de los cristianos, incluidos los fervorosos? ¿Cuántos se han detenido a pensar, completamente en serio, lo que la Navidad es y significa? ¿Cómo es que, incluso en los púlpitos, se hace ternurismo navideño pero ni se intenta teología navideña? ¿Por qué todo se queda en algunos tópicos, más o menos fervorosos?
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 Pero pienso yo que para acercarse a los suburbios de la idea de la Navidad y de la encarnación hay que empezar por tener una idea profunda de lo que es en realidad el hombre, de lo que es en verdad Dios y de lo que fue verdaderamente Jesucristo. Dudo que la mayoría de los creyentes tengan claras estas tres ideas, sin cuya profundización la Navidad queda banalizada. Góngora me parece que lo intuyó en aquel soneto en el que explica porque en Belén se mostró más el amor de Dios que en la cruz, cuando escribe que aquella fue una humillación, un descenso de Dios mucho más hondo “porque hay distancia más inmensa / de Dios a hombre que de hombre a muerto (distancia pequeñísima que todo hombre ha de cruzar). Mientras que el salto en Belén tiene una longitud infinita, literalmente infinita: de Dios a hombre.

Efectivamente, si entendemos que Dios es “el absolutamente otro”, el “eterno”, el “creador”, el “por esencia inmortal”, “el que es”, el “todopoderoso y todoposeedor”, ¿qué no será para Él hacerse, a la vez y sin dejar de ser todo eso, “el absolutamente fugitivo”, “el mortal por naturaleza”, la “criatura”, “el que no es”, “el todonecesitado”?

Navidad es para Dios la gran caída. Como decía san Gregorio Nacianceno, “el que es, nace; quien no lo es, se hace creado; el infinito se hace extenso y limitado; el que enriquece, mendiga; se empobrece tomando mi carne para que yo me enriquezca con su naturaleza divina; se vacía quien está repleto de todas las cosas.”



En Navidad, pues, asistimos a un giro de Dios, de ese Dios que es, por naturaleza, inmutable. En Navidad, descubrimos los hombres, un “nuevo Dios”, distinto del que los filósofos nos habían mostrado. “En el hombre Jesús –escribe González de Cardenal-, Dios se ha acercado a los hombres, ha condescendido hasta ellos y se ha situado al nivel de su palabra, de su visión y audición humanas.

¿Es todo esto comprensible fácilmente? Sólo desde la fe y un poco de locura.»[2]

Comparemos

«Muy sugestiva es la narración de Coloma en la que se cuenta la historia de un individuo que buscaba la camisa del hombre feliz. Y sucedió que el único hombre que afirmaba ser dichoso “no tenía camisa”. Sería de sumo interés elaborar una encuesta para averiguar cuál es el retrato del hombre feliz que cada uno de nuestros contemporáneos ha ido diseñando en su mente. Con seguridad la mayoría de los encuestados pintarían a un hombre cargado de dinero, con una casa muy confortable; un personaje que viaja, que se ahoga en placeres, que es apreciado en la sociedad. En resumidas cuentas se acentuaría el aspecto puramente material. Y no sería nada raro, pues respondería al pensamiento de una sociedad que cifra su dicha en la técnica, en el confort… Algunas de nuestras revistas modernas, que se dedican a sondear la vida íntima de figuras de fama internacional –sobre todo en el campo artístico-, son testigos de primera mano de la tragedia de tantos individuos que, rodeados de todas las comodidades, se sienten los más solitarios del universo. A esos artistas de cine, escritores famosos o cantantes de cartel, un día casi los hemos llegado a envidiar, al enterarnos por las revistas de sus cuantiosos ingresos monetarios y de sus sonados triunfos internacionales. Pero, un buen día también, con gran asombro nuestro, leemos en algún periódico que uno de esos personajes se ha convertido en un drogadicto desequilibrado o que se ha suicidado, ingiriendo un mordaz veneno o pegándose un tiro en la sien. ¡Y nosotros que los creíamos los hombres más felices del mundo! Se habían postrado ante sus ídolos, que ellos creían de oro puro, pero que resultaron ser de fragilísimo barro que luego se convirtió en polvo barrido por el viento.……………………………………………………………………………………………….


Jeremías con otra imagen esplendorosa, nos diseña el retrato del hombre feliz, del que confía en Dios: “Es como un árbol plantado junto al agua,… cuando llegue el estío no lo sentirá, sus hojas estarán siempre verdes” (Jer 17, 8). Los santos han sido esos árboles plantados junto a la ribera del río. Sus raíces más profundas estaban en Dios. Para ellos hubo inviernos y estíos, tormentas y huracanes; pero ellos continuaban siempre con sus hojas verdecidas porque para las aguas de Dios no existen estaciones.



El fracaso y la desolación han estado presentes con frecuencia en la vida de los santos; pero el santo no es un sauce llorón que goza viendo su melancólica silueta en las aguas del río. El santo es el verdadero hombre feliz que acepta el plan de Dios y entona el himno a la vida. Nunca un santo escribió una novela existencialista a lo Sartre ni hablo del “absurdo” de la vida.

El sujeto que salió en busca de la camisa del hombre feliz no la encontró nunca. La camisa de felicidad no se encuentra tejida con finísimo algodón de Inglaterra. La verdadera camisa del hombre feliz está fabricada con la burda tela puramente evangélica.»[3]

El hombre nuevo ya ha comenzado

«… lo mismo que en Navidad cambian todos los conceptos sobre Dios, también en este tiempo cambia el concepto del hombre. Ortega y Gasset lo dijo con una frase propia de un Padre de la Iglesia: “Si Dios se ha hecho hombre, ser hombre es la cosa más importante que se puede ser”



Es cierto, en Navidad asistimos a una segunda creación del hombre. En el Paraíso nació un tipo de hombre; en Belén nació el hombre nuevo, una nueva especie humana, el hombre capax Dei, el hombre “capaz de Dios”, con una nueva alma, de dimensiones infinitas esta vez. A partir de Belén, la condición humana no es ya una triste aventura de rumiantes y pasa a ser aquello con lo que la serpiente engañó a Adán: “Seréis como dioses”; seréis literalmente hijos verdaderos de Dios.

¿No debería ser entonces, Navidad la gran fiesta de la humanidad? En Belén hubo un “incremento del ser”, un crecimiento que ya nunca concluirá hasta el fin de los tiempos. “Cuando Cristo apareció en los brazos de su Madre, acababa de revolucionar el mundo” ha escrito Teilhard.



No es por ello, ninguna metáfora escribir que “todos nacimos en Belén”, que todos seguimos “naciendo en Belén”. El don de Dios que fue la entrega de su Hijo es el mayor regalo que jamás han hecho a la humanidad. Y frente a ese don no cabe más respuesta que el asombro, la adoración, el entusiasmo, porque desde ese día no sólo está Dios con nosotros, Dios por nosotros, Dios para nosotros, sino también Dios en nosotros, Dios uno de nosotros.»[4]

El secreto de la felicidad

Hace muchísimos años, vivía en la India un sabio, de quien se decía que guardaba en un cofre encantado un gran secreto que lo hacía ser un triunfador en todos los aspectos de su vida y que, por eso, se consideraba el hombre más feliz del mundo. Muchos reyes, envidiosos, le ofrecían poder y dinero, y hasta intentaron robarlo para obtener el cofre, pero todo era en vano. Mientras más lo intentaban, más infelices eran, pues la envidia no los dejaba vivir. Así pasaban los años y el sabio era cada día más feliz.

Un día llego ante él un niño y le dijo: "Señor, al igual que tú también quiero ser inmensamente feliz. "Por qué no me enseñas que debo hacer para conseguirlo?"



El sabio, al ver la sencillez y la pureza del niño, le dijo:

"A ti te enseñaré el secreto para ser feliz. Ven conmigo y presta mucha atención. En realidad son dos cofres en donde guardo el secreto para ser feliz y estos son mi mente y mi corazón, y el gran secreto no es otro que una serie de pasos que debes seguir a lo largo de la vida".

El primer paso, es saber que existe la presencia de Dios en todas las cosas, y por lo tanto, debes amarlo y darle gracias por todas las cosas que tienes y por todo lo que te pasa.

El segundo, es que debes quererte a ti mismo, y todos los días al levantarte y al acostarte, debes afirmar: yo soy importante, yo valgo, soy capaz, soy inteligente, soy cariñoso, espero mucho de mí, no hay obstáculo que no pueda vencer. Este paso se llama autoestima alta.

El tercero, es que debes poner en práctica todo lo que dices que eres, es decir, si piensas que eres inteligente, actúa inteligentemente; si piensas que eres capaz, haz lo que te propones; si piensas que eres cariñoso, expresa tu cariño; si piensas que no hay obstáculos que no puedas vencer, entonces proponte metas en tu vida y lucha por ellas hasta lograrlas. Este paso se llama motivación.

El cuarto paso es que no debes envidiar a nadie por lo que tiene o por lo que es, ellos alcanzaron su meta, logra tú las tuyas.

El quinto paso, es que no debes albergar en tu corazón rencor hacia nadie; ese sentimiento no te dejaría ser feliz; deja que las leyes de Dios hagan justicia, y tú… perdona y olvida.

El sexto paso es no tomar las cosas que no te pertenecen, recuerda que de acuerdo a las leyes de la naturaleza, mañana te quitarán algo de más valor.

El séptimo paso, es no maltratar a nadie; todos los seres del mundo tenemos derecho a que se nos respete y se nos quiera.

Y por último, levántate siempre con una sonrisa en los labios, observa a tu alrededor y descubre en todas las cosas el lado bueno y bonito; piensa en lo afortunado que eres al tener todo lo que tienes; ayuda a los demás sin pensar que vas a recibir nada a cambio; mira a las personas y descubre en ellas sus cualidades y dales también a ellos el secreto para triunfar y que de esta manera, puedan ser felices".

Y como pueden ver, lo que los reyes y poderosos ansiaban, lo tenían al alcance de la mano. [5]





[1] Llano, Alfonso. s.j. 100 RAZONES PARA HACER UN ALTO EN EL CAMINO intermedio editores Bogotá - Colombia 2011 p. 138
[2] Martín Descalzo, José Luis. BUENAS NOTICIAS. Ed Planeta Barcelona- España 1998. pp. 87-89
[3] Estrada, Hugo. s.d.b. MEDITACIONES BÍBLICAS  Ed. Centro Carismático “Minuto de Dios” Bogotá-Colombia 1987. pp. 161-165
[4] Martín Descalzo, José Luis. Op. Cit. pp.89-90
[5] Agudelo, Humberto Pbro. VITAMINAS DIARIAS PARA EL ESPÍRITU T. 2. Ed. Paulinas Bogotá Colombia 2005 3ª. imp. Pp. 221-222

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