viernes, 27 de diciembre de 2013

CONSTRUYENDO FAMILIA


Sir 3 3-7, 14-17 a; Sal 127,1-2.3.4-5; Col. 3 12-21; Mt 2 13-15, 19-23


José, indudablemente, no dio a ese hijo su sangre, pero esa sangre tenía que ser alimentada, mantenida, enriquecida. Y fue el humilde carpintero quien, con el sudor de su frente, se encargó de hacerlo. Jesús comerá el pan que José ganará con su trabajo y gracias a él alcanzará la talla humana que necesitaba para salvar al mundo al ser clavado en la Cruz.


Post-navidad

¡Ven a nuestras almas! ¡Ven no tardes tanto! Era nuestra consigna durante el tiempo de Adviento. Y bien, ya tenemos el Bebé entre los brazos, ¿y ahora qué?

Para aquellas personas que han tenida la buenaventura de tener un hijo ya saben la diferencia que hay entre la idea romántica, dulzona y almibarada de la paternidad y el cambio de vida que representa el niño ya nacido. Realmente mientras se espera el nacimiento, la mamá sufre las molestias e incomodidades conexas con el embarazo, pero dentro del vientre materno, la criatura duerme una gran parte del tiempo, además, no se le oye producir ningún ruido, no llora, no grita, su vida es muy –por así decirlo- “pacífica". Pero ya habiendo nacido, llora, exige, se despierta, hay que cambiarlo, bañarlo, atenderlo, cuidarlo, evitar que se enferme, estar permanentemente atentos y pendientes de él.

Esta es sólo una parte de los cuidados y desvelos que el recién nacido reclama. Además de prepararle los alimentos y lavarle su ropita se tienen que allegar los elementos indispensables a su cuidado: la leche, los pañales, los remedios. A todo esto se suma que la madre está cansada, delicada, adolorida.

De manera análoga: Una vez ha nacido el Niño Dios, después de haber colocado la figurita de yeso en el Pesebre y de haber abierto los regalos, comido y bebido las viandas y el trago “navideños”. ¿Qué viene después? La mayor parte de las veces, esperar que llegue el seis de Reyes, desbaratar el pesebre y el árbol y esperar para -a finales del año siguiente- volver a empezar el “rito”: Armar el pesebre, decorar el árbol y adornar la casa con todos los toques, accesorios, iluminaciones… Casi se podría decir que el “pesebre” parece la “tumba del olvido” para el Niño-Dios.

Parecerá normal, es como una especie de “eterno retorno”, el “ciclo de la vida” dirán otros. Pero, para los discípulos-misioneros una verdadera tragedia. Esto es lo que nos temíamos, a esto nos hemos venido refiriendo últimamente. No puede ser que lo invitemos a venir, le insistamos en llegar cuanto antes y luego continuemos, en el colmo de la indiferencia con total indiferencia, con indolencia.

Y, en vez de indiferencia somos llamados a la solidaridad, a la hermandad, a una verdadera fraternidad. Somos convidados a la unidad. Todo este proceso es un proceso de adopción: Jesús nos adopta como hermanos suyos, el Padre Celestial nos adopta en Jesús, san José –superando sus resquemores- adopta a Jesús como hijo y como a un hijo de su sangre y de su carne se aplica a cuidarlo, a velar por Él, a proveerlo, a ser su custodio. Quienes han tenido un hijo adoptivo señalan que se le llega a amar más que a uno propio, porque en vez de que crezca en el vientre de la mamá, crece en el corazón.

Familia y la gran familia de los creyentes

El Domingo siguiente a la Natividad está consagrado a celebrar la Sagrada Familia: María Santísima, San José y el Divino Niño Jesús.



La Primera Lectura, como vemos, provine del Sirácida, del capítulo 3. Empieza enunciando que la familia está fundamentada en la Gracia de Dios puesto que Él da honra al padre por medio de los hijos y, en cuanto a la madre, recibe “respaldo” en su autoridad de la fuente divina. Así mismo, como reciprocidad, el hijo que honra al padre encuentra perdón de sus pecados, alegría en sus hijos, larga vida y escucha para sus oraciones, lo que haga en favor del padre no se olvidará y se le tomará en cuenta en la contabilidad de sus pecados; y si respeta a la madre encuentra tesoros. Un buen hijo, que es obediente al Señor, será consuelo para su madre.

Concluye la perícopa mencionando algunas de las responsabilidades de un hijo:

Cuidar de su padre en la vejez
No entristecerlo pese a la debilidad de sus años
Tenerle paciencia y no menospreciarlo porque durante la ancianidad merma su vigor.
Resulta muy interesante que el bien causado a los progenitores redunda en la balanza de la justicia a la hora del juicio.

El Salmo contiene un tono de fecundidad, de abundancia, de bienestar, de prosperidad. Tiene tonalidades de banquete, de banquete familiar. Anotemos que la dicha en este banquete está definida por el “temor de Dios”, mencionado en dos oportunidades, tanto al principio como al final “dichoso el que teme al Señor” y “Esta es la bendición del hombre que teme al Señor”: esto no se debe entender como la relación con un dios castigador, temible, sanguinario, un dios que se las cobra todas y que cobra con taza de usurero. Se trata de un Dios-Justo, y el temor significa más bien obediencia, atención a lo que Él nos ha enseñado, a lo que nos ha revelado, a lo que espera de nosotros. Temor en este caso no es sinónimo de miedo, es respeto coherente a sus mandamientos, a sus designios, a su Misericordiosa providencia.

El banquete está mencionado varias veces de manera indirecta: “comerá del fruto de su trabajo”// “su mujer, … sus hijos… alrededor de la mesa”//.

Demos un vistazo a la Segunda Lectura. Proviene de Colosenses. También hace una clara alusión a la familia dirigiendo una exhortación a las mujeres respecto de sus maridos y a los maridos con relación a sus esposas: A las mujeres para que respetan la autoridad de sus Maridos. A los maridos para que no sean bruscos con sus esposas y las amen. Luego, se dirige a los hijos conminándolos a la obediencia para agradar al Señor; y a los padres, para que no sean excesivamente exigentes con los hijos pues ἀθυμῶσιν se desalentarán, se desanimaran (θυμός es valentía, ánimo; y el prefijo indica carencia, falta, ausencia de).

Pero, aun cuando se refiere a estas funciones de la familia nuclear, la exhortación está dirigida a una familia más amplia, mucho más allá de la familia extendida: se trata de la familia en la fe; todos los hermanos creyentes. Unidos a Cristo formamos una familia en la fe, todos hermanos, hermanados en el mismo credo, todos hijos del mismo Padre, todos co-orgánicos en el mismo Cuerpo Místico. Unidos en una hermandad adopcional cuyo acto notarial fundacional fue sellado con la Sangre Bendita del Crucificado.

Para nosotros el llamado a ser una familia σπλάγχνα οἰκτιρμοῦ de entrañas compasivas, χρηστότητα magnánima, ταπεινοφροσύνην humilde, πραΰτητα afable, μακροθυμίαν paciente, que se soporta pacientemente unos a otros perdonándose como Cristo mismo nos ha perdonado, que se perdona el uno al otro si alguno tiene queja del otro. Y, por encima de todo, como iluminando esas virtudes, está ἀγάπην el amor que es el lazo de la unidad perfecta.

Vienen aquí los pilares que sostienen la familia de la comunidad de fe: El amor es la lámpara que ilumina, la Palabra de Cristo, el tesoro que nos enriquece; enseñanza y consejo reciproco nuestra escuela, que nos instruye y corrige; la gratitud que se expresa en le oración; y todo, absolutamente todo en el Santo Nombre de Jesús, por medio del cual va la gratitud al Padre Celestial que nos lo “entregó”.

Aquí conviene recordar que Jesús instituyó la familia en la fe, grande, incluyente, cuando respondió: «¿Quién es mi madre y quiénes son mis hermanos?»  Y, extendiendo su mano hacia sus discípulos, dijo: «Estos son mi madre y mis hermanos. Pues todo el que cumpla la voluntad de mi Padre celestial, ése es mi hermano, mi hermana y mi madre.» Mt 12, 48b-50.

La huida a Egipto

José el padre adoptivo de Jesús, así como el José –hijo de Jacob- tiene como pivote de su existencia "los sueños". Los capítulos 37 a 50 del Génesis se ocupan de la historia de los hijos de Jacob y tienen como protagonista la vida de José. José es proto-tipo de San José, no sabemos casi nada de San José, pero el hecho de estar enlazados por el signo de los “sueños” nos permite ver en el primero, en el del Antiguo Testamento, un boceto del segundo -el padre putativo de Jesús- de los designios amorosos del Plan Salvífico de Dios.



Su primer sueño le indica recibir a María sin recelos de infidelidad porque el hijo que Ella lleva en sus entrañas fue concebido por el Espíritu Santo. El segundo sueño le advierte la urgencia de huir a Egipto para salvar la vida del Niño Jesús. El tercer sueño le permite el regreso a la tierra de Israel, y el cuarto sueño le previene de regresar a Belén –donde gobierna en ese momento el hijo de Herodes, Arquelao- este cuarto sueño es el que lo decide a ir a vivir con su familia en Nazaret.

Para nosotros esta es la gran enseñanza del Evangelio y la columna vertebral de este Domingo de la Octava de Navidad: La obediencia a los designios de Dios. Como sabemos, la palabra obediencia se deriva de ob-audire, es decir seguir los que oímos, pero no lo que oímos de cualquier fuente, la médula de nuestra obediencia es seguir lo que oímos de Boca de Dios. En el relato del Evangelio mateano, José oye la Palabra de Dios por medio de los labios del ángel (recordemos que la palabra "ángel" significa mensajero).

Esta idea se ratifica en el hecho de que cada acción que ejecuta San José desencadena el cumplimiento de algo que estaba profetizado, o sea, de algo que Dios tenía previsto en su plan de salvación.

Interesarnos y amar a todos nuestros hermanos

Nosotros contamos –hoy en día- con otros medios de comunicación de Dios con nosotros; «El problema es que en nuestro entorno los sueños se han convertido en algo supersticioso, para adivinar o querer conocer el futuro. Sin embargo, los sueños son importantes porque a través de ellos podemos llegar a conocernos mejor»[1]. También tenemos la Iglesia, medio privilegiado para guardar y conservar, difundir –por su magisterio- y llevar el Anuncio del Reinado de Dios y sus proyectos. En el marco Eclesial tenemos la figura del Romano Pontífice, el Papa.

Muchos son los que -desde el otro lado de la barrera- nos reprochan y nos acusan de haber manoseado la imagen del Dios humanado para adormecer, para alienar, para pasar por el lado del más necesitado haciendo gala de ceguera, torciendo la cara para otro lado a fin de no darnos cuenta de nada. Por el contrario, el Papa en su bendición Urbi et Orbi- nos invita a construir la paz, una vez más, tal y como siempre, clamamos para que el cantico de los ángeles, motivado por el nacimiento del Mesías, sea el nuestro, en oraciones y acciones: «… que es el de cada hombre y mujer que vigila en la noche, que espera un mundo mejor, que se preocupa de los otros, intentado hacer humildemente su proprio deber… La verdadera paz – como sabemos – no es un equilibrio de fuerzas opuestas. No es pura «fachada», que esconde luchas y divisiones. La paz es un compromiso cotidiano, y la paz es también  artesanal, que se logra contando con el don de Dios, con la gracia que nos ha dado en Jesucristo.

Viendo al Niño en el Belén, niño de paz, pensemos en los niños que son las víctimas más vulnerables de las guerras, pero pensemos también en los ancianos, en las mujeres maltratadas, en los enfermos… ¡Las guerras destrozan tantas vidas y causan tanto sufrimiento!

Demasiadas ha destrozado en los últimos tiempos el conflicto de Siria, generando odios y venganzas. Sigamos rezando al Señor para que el amado pueblo sirio se vea libre de más sufrimientos y las partes en conflicto pongan fin a la violencia y garanticen el acceso a la ayuda humanitaria. Hemos podido comprobar la fuerza de la oración. Y me alegra que hoy se unan a nuestra oración por la paz en Siria creyentes de diversas confesiones religiosas. No perdamos nunca la fuerza de la oración. La fuerza para decir a Dios: Señor, concede tu paz a Siria y al mundo entero. E invito también a los no creyentes a desear la paz, con su deseo, ese deseo que ensancha el corazón: todos unidos, con la oración o con el deseo. Pero todos, por la paz.»

A continuación oró y nos llamó a unirnos en oración por:

El conflicto de Siria, para que el Señor le concede paz a Siria y al mundo entero
La República Centroafricana
Para que se afiance la concordia en Sudán del Sur
Por Nigeria
Por la tierra que Él eligió para venir al mundo, para que lleguen a feliz término las negociaciones de paz entre israelíes y palestinos
Por las llagas de la querida tierra de Iraq
Por cuantos sufren persecución a causa de su Santo Nombre
Por los desplazados y refugiados, especialmente en el Cuerno de África y en el este de la República Democrática del Congo
Por los emigrantes, que buscan una vida digna, para que encuentren acogida y ayuda
Para que no asistamos de nuevo a tragedias como las que hemos visto este año, con los numerosos muertos en Lampedusa
Por los que están involucrados en la trata de seres humanos

Estos, entre muchos otros conflictos locales y/o nacionales, son algunos de los aspectos y detalles que debemos cuidar del Bebé recién nacido que dijimos esperar y aguardar. Este cuidado por nuestra familia ampliada, creyentes y no creyentes -a quienes el Papa también se dirigió en su bendición Urbe et Orbi- nos permite la prerrogativa de ser familia de Jesús, de trasparentar en nuestra existencia a María y José. No podemos recluirnos en una religión privada, individualista, intimista, de puertas hacia adentro. Tampoco en una Iglesia Domestica, cuya fe y sus efectos sólo vive de puertas adentro. Es preciso salir, abrirnos, llegar allí donde no habíamos llegado, ir como Jesús iba, por los caminos, de poblado en poblado, vagando por las ciudades.  Cuidar a cada uno de los débiles y pequeños de la historia, para hacerlo con Él (Cfr. Mt 25, 40). Digámoslo con otras palabras, con las de nuestro Papa actual: «… prefiero una Iglesia accidentada, herida y manchada por salir a la calle, antes que una Iglesia enferma por el encierro y la comodidad de aferrarse a las propias seguridades. No quiero una Iglesia preocupada por ser el centro y que termine clausurada en una maraña de obsesiones y procedimientos. Si algo debe inquietarnos santamente y preocupar nuestra conciencia, es que tantos hermanos nuestros vivan sin la fuerza, la luz y el consuelo de la amistad con Jesucristo, sin una comunidad de fe que los contenga, sin un horizonte de sentido y de vida. Más que el temor a equivocarnos, espero que nos mueva el temor a encerrarnos en las estructuras que nos dan una falsa contención, en las normas que nos vuelven jueces implacables, en las costumbres donde nos sentimos tranquilos, mientras afuera hay una multitud hambrienta y Jesús nos repite sin cansarse: «¡Dadles vosotros de comer!» (Mc 6,37).»[2] Y esta consigna que nos da el Papa Francisco es nuestra guía para hacer familia, familia sagrada, parientes de los Tres de Belén y de las Tres Divinas Personas.







[1] Cabarrús, Carlos. Orar tu propio sueño. Universidad Comillas, Madrid, 1996. Citado por Chigua, Milton Jordán PINCELADAS BÍBLICAS DEL EVANGELIO San Pablo Bogotá- Colombia 2009. p. 39
[2] Papa Francisco EXHORTACIÓN APOSTÓLICA EVANGELII GAUDIUM #49

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