sábado, 14 de septiembre de 2013

CONVERSIÓN RADICAL


Se verifica el fin del haber porque dilapida toda su riqueza, del valer porque de hijo de rico pasa a ser porquerizo, del poder porque nadie lo recibe y se descubre en una soledad terrible.
Arturo Paoli

Podemos imaginar algunas ligeras variantes en el desenlace de la parábola del “hijo prodigo”. Por ejemplo, si al hermano iracundo el Padre le pidiera que reorganizaran la herencia para que –de lo que quedó después del malbaratamiento de la parte derrochada- VOLVIERAN A PARTIR, YA NO LA MITAD PARA CADA UNO SINO UN CUARTO.  ¿Será que lo que el Padre quiere es recuperarle la herencia al hermano menor? Es muy importante resolver este punto: cuando vuelve el hermano menor, ¿automáticamente entra a ser, otra vez, coheredero? Ya el año pasado al examinar esta parábola decíamos que el anillo que ordena a los criados que le pongan en el dedo era el sello-firma-cheques (hablando analógicamente, claro). Entonces, ¿podrá volver a derrochar?

Pensémoslo una segunda vez, si él está sinceramente arrepentido ¡no volverá a cometer los mismos errores! Y esto es definitivo –a nuestro modo de ver- para poder entender la parábola. Consideremos que, cuando el muchacho prepara el discurso que dirigirá a su Padre cuando vuelva: Πάτερ, ἥμαρτον εἰς τὸν οὐρανὸν καὶ ἐνώπιόν σου, οὐκέτι εἰμὶ ἄξιος κληθῆναι υἱός σου· ποίησόν με ὡς ἕνα τῶν μισθίων σου.  “Padre, he pecado contra el Cielo y contra Ti; ya no merezco llamarme hijo tuyo. Recíbeme como a uno de tus trabajadores” Lc 15, 18b-19. Ya está puesta la semilla intensa y profunda del sincero arrepentimiento, el deseo firme de no incurrir ya más en lo mismo.



Por eso, cuando uno medita ¿Por qué el Padre accedió a partir la herencia antes de su muerte’, o -dicho en otras palabras- ¿por qué dejó el Padre que su hijo joven e inexperto partiera de su lado? (lo que nos conduce a otra variante de la parábola, la de un Padre que no deja partir al hijo para prevenir el despilfarro). Hay que valorar lo que la crisis enriquece la existencia. ¿Qué creen ustedes, que el Padre debió haber amarrado al hijo a la pata de la cama para que no partiera de su lado? Recuerdo  vivamente (como si hubiera sido ayer) el momento en que Carlos Humberto quiso casarse y, contra toda evidencia, su matrimonio no duro dos años, pero en el momento dado, no valieron los consejos de sus padres y sus hermanos, tras de esas recomendaciones y avisos él creía ver tan sólo la envidia de unas “personas” que no querían dejarlo vivir su felicidad. Muchas veces se nos mete entre pecho y espalda el deseo de “…recibir nuestra parte y partir a un país lejano…” y en ese momento, cuando uno está enceguecido por la terquedad, no valen consejos. Parece que la única manera de aprender –en esos casos- es golpearse las rodillas aunque nos hagamos daño y nos las hagamos sangrar.



Así que muchas veces, el mejor padre o madre se ve obligado a dejar que su hijo se raspe las rodillas. Es muy conocida la anécdota del niño que insiste en tocar la plancha caliente a pesar de la prevención que se la ha hecho de que se va a quemar…. (nos parece que el año pasado dijimos lo mismo), ¿qué se puede hacer?, dejarlo que se queme porque “nadie aprende en pellejo ajeno” reza la sabiduría popular. Nosotros mismos hemos llegado a decir que “un papá verdaderamente responsable esconderá la plancha en un lugar inaccesible para evitar que el chico o la niña se quemen… pero hemos visto que en más de una ocasión el niño (o la niña) llegaran hasta ese sitio tan inaccesible y… se quemará. ¡No es cuestión de padres responsables sino la dialéctica de la curiosidad! El hijo (o hija) que recibe el pre-aviso –por alguna extraña razón- cree que le están mintiendo… (es la misma situación de Eva ante la tentación, a pesar de darse cuenta que el Malo con su disfraz de serpiente le está mintiendo, la curiosidad puede más).



Pensémoslo una tercera vez:  No creemos que se trata  -sensu stricto- de una herencia en el sentido de un “dinero” sino de una especie de alegoría y lo repartido por el Padre son los “valores del Reino”, no los bienes terrenales sino la “Vida de la Gracia”, no “dinero” sino verdaderos “bienes”, el Amor de Dios Padre. Y el país lejano donde se va a despilfarrar es el alejamiento de esos valores, de esas leyes, es vivir de espaldas a la Ley de Dios, la ley del Amor. Un país lejano es el lugar donde no impera ni se recuerda lo que Dios nos ha señalado y revelado –por medio de su Hijo- como los peldaños que conducen a la salvación. Esto es tema clave, el arrepentimiento conduce a una conversión y la conversión consiste exactamente en eso, proponerse vivir conforme con su “Santa Voluntad”, la conversión –para que sea verdadera conversión- tiene que ser la libre aceptación de sus enseñanzas, la apertura de nuestro corazón para escuchar enamorados lo que Él nos dice, aceptar sus “románticos” murmullos pronunciados al oído de nuestro corazón, con su Dulce-Voz. Como el profeta Jeremías: “El Señor me sedujo, y yo me deje seducir…” Jr 20, 7. Consiste en permitir que Él obre en nosotros y a través de nosotros hasta que podamos decir con San Pablo: ζῶ δὲ οὐκέτι ἐγώ, ζῇ δὲ ἐν ἐμοὶ Χριστός· “No soy yo quien vive, es Cristo quien vive en mí” Gal 2, 20b. Sin oposición, sin violencia, en armonía interna, siendo capaz de aceptar que el timón de nuestra barca lo lleve Él.

Des-cosificar nuestras relaciones interpersonales

El tema de la conversión no sólo comprende un arrepentimiento sólido y muy sincero, sino además, un cambio rotundo en el modo de relacionarnos con las cosas y especialmente con las personas. En los Domingos anteriores vimos la importancia de replantear nuestras relaciones con las cosas, especialmente cuando las cosas nos encadenan y tienden a ganar una importancia exagerada, desmedida y a convertirse en “ídolos”. También nuestra relación con las personas (particularmente como lo decíamos el Domingo anterior, el XXIII) con la familia, pueden convertirse en un impedimento, en una traba para tener una relación profundamente personal con Dios. En la parábola del “Hijo pródigo” se echa de notar que este joven ve en su Padre, no la persona amorosa que lo ama, sino el dispensador de dinero, bienes y provisiones (cosa que hoy día suele suceder y que denominaremos “ver al papá como un cajero automático”. Descubrimos el gran valor que tuvo el “despilfarro” de sus bienes por parte del hijo menor, cuando ya no le quedaba nada, tuvo que “darse cuenta” por fin del verdadero significado del Padre. A veces decimos que la “conversión” consiste en una “re-significación que revalúa”.



No falta quien haga un cálculo de inversión-ganancia para evaluar la “perdida”: ¿se justificaba que el joven malbaratara toda su herencia para que dejara de ver al Padre cosificadamente como si su papá tuviera el rostro de un billete? Pero el amor no tiene tablas contables de inversión ganancia, tampoco la economía salvífica sopesa a doble columna cuánto se invierte para “salvarnos”. Lo que hemos constatado es que Dios en la Persona de Jesús lo “apostó” todo, absolutamente todo por nosotros, hasta la última gota de su Sangre. El slogan de la economía de la salvación es este: μείζονα ταύτης ἀγάπην οὐδεὶς ἔχει, ἵνα τις τὴν ψυχὴν αὐτοῦ θῇ ὑπὲρ τῶν φίλων αὐτοῦ. “No hay amor más grande que el de dar la vida por un amigo” Jn 15, 13.

El ciego recién curado también veía a las personas como cosas, le parecían que eran árboles Mc 8, 24b. y Jesús le puso las manos nuevamente sobre los ojos  y quedó completamente sano. Este “hijo menor” ha necesitado de este toque sanador, perderlo todo, pasar hambre, tener envidia de los cerdos y no poder probar las bellotas con las que lo alimentaban, subrayamos siempre que para un judío la peor suerte es la de tener que cuidar cerdos, un “animal inmundo”. Diríamos que este joven “tuvo que tocar fondo” para des-cosificar su relación con el Padre.



En general son muchos los casos en que no alcanzamos a ver a la persona y sólo alcanzamos a ver una cosa que es la mediación con ella. Ver a los otros con los mismos ojos con los que nos ve Dios significa sanar nuestra mirada y ser capaces de ver al ser humano que está detrás, que es lo verdaderamente valioso, que es nuestro hermano, un hijo de Dios como nosotros (y no nos cansamos de insistir en este punto porque es un punto nodal de nuestra fe).

Amor desproporcionado

Todo el Evangelio nos muestra que Dios nos ama más allá de la lógica humana, nos ama con su Lógica Divina. Y nosotros ¡No la alcanzamos a entender! En un intento ingenuo vamos a tratar un asomo de referencia diciendo lo que no es: Hemos visto algún niño que creaba una figurita en plastilina y después la destripaba despiadadamente con las mismas manitas con las que la había fabricado. ¡Ese no es el Padre Celestial! Dios nos crea e inmediatamente nos ama, es más, antes de crearnos ya nos amaba y, si nos ve amenazados por algún riesgo, no vacila en dejar solas las 99 ovejas que “están a salvo” e ir corriendo a rescatarnos. Nos cuida y nos quiere más que lo que  la mujer que atesoraba 10 monedas de plata, cada uno de nosotros le es millones de veces más precioso.



Ahora, si hay uno al borde del abismo y lo logra rescatar, hace fiesta ¡óigase bien! FIESTA, y no vacila en hacernos matar “el ternero cebado” y nos recibe con manto nuevo y anillo al dedo y sandalias. Pero otro detalle, no somos figuritas de plastilina para Él, nuestro creador no es un niño caprichosos que hace y deshace según la volubilidad de su talante. ¡No! Nos creó y luego, nos dotó de dignidad y libre albedrío. Si queremos nuestra parte, y si escogemos marcharnos a un país lejano, no por eso nos deja de amar; observemos que: ἔτι δὲ αὐτοῦ μακρὰν ἀπέχοντος εἶδεν αὐτὸν ὁ πατὴρ αὐτοῦ καὶ ἐσπλαγχνίσθη, καὶ δραμὼν ἐπέπεσεν ἐπὶ τὸν τράχηλον αὐτοῦ καὶ κατεφίλησεν αὐτόν. “Estaba todavía lejos cuando su Padre lo vio y se enterneció profundamente. Corrió hacia él, y echándole los brazos al cuello, lo cubrió de besos.” Lc 15, 20b. Este verbo σπλαγχνίζομαι ha venido a cobrar una enorme importancia dentro de la teología, porque representa el amor ágape de Dios, su Amor Misericordioso, no un sentir frio, despersonalizado, sino un “sentir” maternal, como nos lo ha explicado otro gran teólogo remitiéndose a la palabra hebrea que da sentido a la palabra “Misericordia”, un sentir que nace de las entrañas, del mismo útero. Así nos ama Dios: Tiernamente, con sus entrañas, por más pecadores que seamos, mejor dicho, precisamente por pecadores, porque nos ve al borde del abismo y si logra llegar a nosotros antes que caigamos, ¡HACE FIESTA!.

Y entonces ¿la Primera Lectura?



Nosotros lo entendemos como dos pedagogías diferentes: En el Primer Testamento hay una primera forma de pedagogía, algo así como una pedagogía para niños. Su pueblo está en formación, vaga por el desierto, es ingenuo y pueril, pues en esta etapa de su formación requiere una pedagogía especial. Le da grandes prodigios, le permite atestiguar su poderío, lo saca con gran poder y majestad de Egipto y le da líderes, jueces, patriarcas, héroes; le permite y lo acompaña a conquistar la Tierra Prometida –podemos afirmar que- lo lleva de la mano, como a un niño que aprende a caminar.



Ya su pueblo ha alcanzado cierto grado de madurez, está conformado, ha recibido “Las Tablas de la Ley”, ha recibido la Tierra de Promisión, tiene su gran hito cultual, el Templo de Jerusalén; se procede a una nueva pedagogía: Jesucristo, ¡el Evangelio del Amor! Hay un cambio en el modelo pedagógico que va de la playa a la montaña; ustedes saben que son a cual más de hermosos, pero distintos; sus paisajes, sus panoramas son radicalmente diferentes, cada uno con su propia grandeza y su propia majestuosidad. ¡Se trata de un cambio pedagógico radical!



Nosotros leemos la Primera Lectura así: Dios dicta su sentencia para un pueblo de cabeza dura Él va a consumirlos: וְעַתָּה֙  הַנִּ֣יחָה  לִּ֔י  וְיִֽחַר־  אַפִּ֥י  בָהֶ֖ם  וַאֲכַלֵּ֑ם. Ex 32, 10 ab. Pero Dios conoce a Moisés, Él sabe que Moisés no es para nada egoísta, Él sabe que su solidaridad con el Pueblo escogido llega a los límites de matar al capataz egipcio que atropellaba a su hermano hebreo. Dios nos conoce hasta el límite que no hemos pronunciado una palabra y Él ya la conoces entera cfr. Sal 139(138), 4. Dios sabía que Moisés renegaría de privilegios para Él, que no era la clase de persona que daría la espalda a los suyos sino que intercedería por ellos. En esta Lectura extractada del Éxodo 32, 7-11. 13-14 Dios nos rebela como escoge los líderes que Él nos da, se trata de personas acrisoladas, templadas, fieles, solidarias con su pueblo. No se trata de que Dios del Primer Testamento sea un Dios castigador y luego, en el Segundo Testamento, se haya reblandecido como un viejito; se trata de revelarnos quien merece ser líder, cómo es un Discípulo. Se trata de que nosotros no somos Dios y no podemos conocer el corazón de los hombres pero Dios –en esta perícopa- nos da esa facultad y, por un momento, nos volvemos capaces –mejor aún- Él nos capacita para que veamos dentro del corazón de Moisés y sepamos por qué es el interlocutor, el mediador, el pro-fetes (que habla en nombre de otro) a quien Dios hablaba cara a cara, desde la Zarza hasta el Monte humeante de la entrega de las Tablas y hasta la Tienda del Tabernáculo, y salía con el Rostro radiante.



Una palabra sobre el Salmo

No se puede soslayar que en el Evangelio el hermano menor no sólo estaba “perdido”, no sólo había extraviado el camino; no, el asunto era muchísimo más grave: “estaba muerto”. Entonces, la verdadera conversión es un cambio tan profundo que es una verdadera resurrección, el Padre lo dice así: “ha vuelto a la vida”; pero trasformado, ahora es capaz de ponerse a la altura de un “servidor”, es consiente que ha ofendido al Cielo y a su Padre, ahora está en condiciones de atarse la toalla alrededor de la cintura y lavar los pies: ποίησόν με ὡς ἕνα τῶν μισθίων σου. “trátame como a uno de tus siervos a paga”.



El Salmo nos invita a la verdadera y radical conversión, a rogarle a Dios para que nos “transforme”, para que nos “transfigure”, para que nos lave de los delitos y nos purifique de todo pecado, para que nos ayude a “configurarnos” con Jesús, a reflejar su Amor, a trasparentar su σπλαγχνίζομαι, a ver a nuestros prójimos con los ojos con los que Él nos ve. Amén





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