sábado, 7 de septiembre de 2013

CONDICIONES PARA EL DISCIPULADO

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Sab 9, 13-18; Sal 90 (89), 3-6. 12-14. 17 (R. 1); Flm 9b-10. 12-17; Lc 14,25-33

Si uno vive evitando problemas y conflictos, si no sabe asumir riesgos y penalidades, si no está dispuesto a soportar sufrimientos por el reino de Dios y su justicia, no puede ser discípulo de Jesús.

José Antonio Pagola


Condiciones de renuncia

Con cierta frecuencia hemos tocado el tema de la conformación de nuestra línea de pensamiento en el marco de una sociedad de mercado. Una herramienta básica para comercializar las mercancías es, sin lugar a dudas la publicidad. Ahora bien, la publicidad tiene por misión procurar que el “comprador-en-potencia” devenga un “comprador-en-acto” para lo cual se refinan constantemente nuevas y nuevas estrategias que echan mano al aporte de ciencias tan diversas como lo son la semiótica y la psicología, pasando por la sociología y la fisiología; en realidad el publicista apela a cuanta teoría o técnica pueda disparar los resortes del consumismo. Se trata –como muchas veces se ha dicho- de mover nuestras pasiones, nuestras pulsiones y generar o “hacer conciencia” de necesidades que “no sabíamos que teníamos”. Estas técnicas y estas estrategias pasan por “cómo hacernos sentir bien”, “cómo sentirnos muy cómodos”, “como hacernos sentir mejor que los demás”, “cómo hacer sentir al otro menos que tú”, y así sucesivamente. Y todo esto cuidadosa y sistemáticamente repetido día tras día, hora tras hora, minuto a minuto, desde la cuna hasta el último instante de nuestra existencia, desde que te levantas hasta que te acuestas, inclusive, cuando duermes y cuando estas despierto (recordemos aquí la existencia de mensajes subliminales).

Entonces viene y se nos presenta una frase tajante, contundente, directa a la mandíbula: οὕτως οὖν πᾶς ἐξ ὑμῶν ὃς οὐκ ἀποτάσσεται πᾶσιν τοῖς ἑαυτοῦ ὑπάρχουσιν οὐ δύναται εἶναί μου μαθητής. “quien no renuncie a sus bienes no puede ser mi discípulo” Lc 14, 33, esto materialmente entra en corto circuito con aquello. Mejor dicho, ¡o es esto o es aquello!

Viene otro punto de conflicto, de crisis: En una cultura que nos enseña a rehuirle al dolor de cualquier manera, una sociedad donde predomina el “pensamiento anestésico”, donde se señala como demencia cualquier aceptación del sufrimiento como masoquismo patológico, viene Jesús con su celebérrima: ὅστις οὐ βαστάζει τὸν σταυρὸν ἑαυτοῦ καὶ ἔρχεται ὀπίσω μου, οὐ δύναται εἶναί μου μαθητής. “Quien no carga con su cruz y me sigue no puede ser mi discípulo” Lc 14, 27.


Luego, hay otro puntico que se nos ha soldado al cerebro: “Lo primero es la familia”, “la familia está por encima de todo”, “al final de cuentas lo único que tenemos es la familia”. Viene Jesús y pronuncia Εἴ τις ἔρχεται πρός με καὶ οὐ μισεῖ τὸν πατέρα αὐτοῦ καὶ τὴν μητέρα καὶ τὴν γυναῖκα καὶ τὰ τέκνα καὶ τοὺς ἀδελφοὺς καὶ τὰς ἀδελφάς, ἔτι τε καὶ τὴν ψυχὴν ἑαυτοῦ, οὐ δύναται εἶναί μου μαθητής. “Si alguien viene a mí y no me ama más que a su padre y a su madre, a su mujer y a sus hijos  , a sus hermanos y hermanas, y hasta a su propia vida, no puede ser mi discípulo” Lc 14, 26.

Nos hallamos ante una verdadera disyuntiva, puestos en una encrucijada, colocados frente y al borde del dilema, ¿qué hacer? ¿Cómo entender estas frases de Jesús? Hay quienes nos dicen que es una manera hiperbólica de hablar, que no se debe leer con extremismos, que Jesús no exigía estos máximos, que tranquilos que podemos añadir  edulcolorante y… todo bien.



Pensamos que no podemos disolver el mensaje de Jesús en 10’000.000 de litros de agua para acomodarlo, suavizarlo y domesticarlo. Creemos que realmente hay que pararse a ver, antes de querer construir una torre, a ver si hay con qué financiarla hasta el final y terminar la obra, o sí sólo echaremos  los cimientos para ser objeto de la burla generalizada (Cfr, Lc 14, 28): Τίς γὰρ ἐξ ὑμῶν θέλων πύργον οἰκοδομῆσαι οὐχὶ πρῶτον καθίσας ψηφίζει τὴν δαπάνην, εἰ ἔχει εἰς ἀπαρτισμόν

La tradición nos ha enseñado, y ahí está la pauta para la correcta comprensión, que Jesús no iba contra la familia, que no hay nada de malo en poseer algo, una casa, un carro, un juego de sala o una nevera, mientras no estemos atados a ello, mientras eso no nos esclavice, mientras no lleguemos al límite de aquella jovencita que afirmó “Sin mi celular no soy nadie”, es ahí donde verdaderamente nace el problema, ahí se nos vienen encima todas las dificultades porque en ese preciso momento la “cosa poseída” vino a estar por encima del ser humano, de la persona. Consideremos por un momento aquello de “yo soy yo y mis gatos” aun cuando uno pueda entender el cariño por una mascota… pongamos justo sentido de proporción entre la dignidad de la persona humana y… sus “muy queridos gatitos” (y ténganlo por seguro que Jesús tampoco tenía nada contra los mininos).



En tercer lugar, el dolor, un elemento connatural con la vida, ¿cómo podríamos extirparlo sin desnaturalizar la existencia? Verdad que no proponemos las peregrinaciones hasta una Basílica, de rodillas (lo respetamos, como una manifestación de la religiosidad popular; y, pensamos, que cabe en la libre elección del ser humano de hacerlas o no, respetando eso sí a quienes quieran hacerlo, ya que será a esa persona a quien le duelan las rodillas y no a uno); pero, no podemos retirar como premisa absolutista el dolor de la existencia porque este, tarde o temprano, pasara y nos hará su coqueto guiño.

Jesús no nos dice: Si se meten a discípulos míos, cuenten con que nunca les dolerá nada, cuenten con riqueza, posición social y títulos nobiliarios. Si nos decidimos a asumir el discipulado calculemos bien si tenemos soldados suficientes para hacerle frente al que nos enfrentará con veinte mil. A vedes, cuando un joven, por ejemplo, está en el Seminario y se aproxima la hora de su ordenación, pasa que sus formadores lo mandan a un año de “prueba”; se trata de desvincularse del Seminario e ir durante ese tiempo a cotejar si con sus diez mil podrá hacer frente a los veinte mil que vienen.

El verdadero discípulo está llamado a sopesar la profundidad del compromiso, no sólo el que está pensando en ser sacerdote o religioso, no sólo la joven que quiere irse de “monjita”, sino todo el que se incline hacia el discipulado, que primero tantee si sus fuerzas le alcanzan porque el Señor no quiere medias tintas, el compromiso es serio y si no se asume con seriedad es mucho el mal que se puede hacer. Pongámonos a pensar, por ejemplo, el daño que puede hacer un “catequista” que le “gusta” catequizar pero que, dizque “no está de acuerdo con ciertas cositas de la Iglesia”; pues esa persona no tiene con qué enfrentar “los veinte mil que vienen” porque en materia de fe uno no puede hacerse una religión sobre medidas aceptando o rechazando según nos venga en gana; hay una coherencia que obliga, de otra manera, οὐαὶ δὲ δι’ οὗ ἔρχεται· λυσιτελεῖ αὐτῷ εἰ λίθος μυλικὸς περίκειται περὶ τὸν τράχηλον αὐτοῦ καὶ ἔρριπται εἰς τὴν θάλασσαν, ἢ ἵνα σκανδαλίσῃ τῶν μικρῶν τούτων ἕνα. Lc 17 1b-2 “más te valdría atarte una piedra de molino al cuello” porque estarías dañando y confundiendo a todos tus catequizados: en vez de salir de tus manos formados, saldrían “deformados” y sobre ellos se te pedirán cuentas.



Hacerse pues discípulo entraña la renuncia a los ídolos y las idolatrías; implica la libertad de los hijos de Dios que les permite tener las alas lo suficientemente fuertes y grandes como para volar al lado de los ángeles, porque el “discípulo” es eso, nada más ni nada menos que un “mensajero”. Relativizar lo que el mundo nos propone para priorizar lo que Dios nos señala, conscientes que ese es el Verdadero Tesoro, para poderlo compartir porque los bienes espirituales no son para acapararlos sino para multiplicarlos por medio de la repartición, porque cuanto más se repartan más se multiplicaran. Pero no nos engañemos, la renuncia a las ambiciones terrenales está de por medio.

Condición de hermandad

También en el terreno de las relaciones interpersonales es necesario un nuevo enfoque, un planteamiento diverso. Las relaciones con las personas pueden volverse fácilmente relaciones con “una cosa” o por una cosa. Es típica –y la mencionamos a manera de ejemplo- las relaciones de padres a hijos y viceversa. Muchas personas ven a su hijo como un “estorbo”, algo así como “un compromiso engorroso” por eso prefieren no tenerlo. Hoy día se oye con frecuencia que “es mejor no tener hijos” y hemos oído a muchos refiriéndose a ellos como “unos desagradecidos” que “se meten en cada problema” y que “no se sabe con qué van a salir”. Se les ve como maldición o como castigo; y, no se conforman con pensarlo sino que lo publicitan y lo proponen como “fórmula de vida”.



Simétricamente, muchos hijos e hijas, ven en sus progenitores al que me castiga, el que me impide, el que no me da permiso, o el que me da, el que me regala, el que me compra cosas, el que me da dinero, el que me lleva y me trae, al que puedo engañar, al que puedo manipular a mi antojo, a los que puedo indisponer entre ellos para sacar el mejor partido, y… quien sabe que otras relaciones se plantean que impiden un trato de persona a persona y lo reducen, lo empobrecen, lo deshumanizan.



Otro ejemplo de una relación “cosificada” es el de la relación esclavista, esa que impide ver un ser humano y sólo deja ver al que “tienen que servirme”, al que “está obligado a hacer por mí cuanto me plazca”. Como sabemos muchas sociedades se construyeron sobre la base de esta relación amo-esclavo, en la que el amo era dueño hasta de la vida y podía matar a su esclavo. A todos nos viene a la memoria las imágenes en las películas del traficante de esclavos que permitía al comprador avaluar la calidad de su mercancía revisando la dentadura del esclavo, o encadenados por el tobillo en las bodegas de los barcos, enfermos hasta morir, torturados y obligados a látigo, separados de sus familias que eran desmembradas para enviar a cada uno de sus miembros a diversos lugares. En esas sociedades este trato in-humano era visto como normal y la historia nos explica que los esclavos ni siquiera eran tenidos como seres humanos. Cabe recordar –pese al cliché que se maneja, la esclavitud no ha sido abolida, sólo ha cambiado su forma. Muchas relaciones interpersonales se siguen dando aproximadamente en estos términos, sino en peores. Para dar un ejemplo recordemos a una “tía-abuela” que la traen para que haga los oficios domésticos y “atienda a mis hijos”, sin paga, sin ningún derecho, sin ningún horario, simplemente porque le prodigan la alimentación y un techo. Casos espantosos se pueden mencionar –otro ejemplo: Hemos sabido de una joven que “se enamoró” por Internet, el novio vino a Colombia, conoció la familia, se casó con ella y se la llevó a vivir a su país. Poco a poco la fue incomunicando, la fue aislando y en poco tiempo la redujo a la esclavitud del apartamento, con el único fin de tener “sirvienta gratuita”, la mantenía no sólo incomunicada sino encadenada. También hemos sabido de casos de personas que nacieron con algún defecto congénito y fueron criadas en un sótano, y en estos casos el denominador común era el “permanecer encadenados”. Para no dar más ejemplos permítasenos mencionar el tráfico de seres humanos, muchos de ellos destinados a la esclavitud “sexual”; este es uno de los más terribles azotes de nuestra sociedad, y que -según estiman muchos analistas- es el segundo renglón que más mueve dinero en el mundo, sólo por debajo del mercado de armas.



La carta a Filemón se relaciona con uno de estos casos de “esclavitud”: Onésimo, nombre que significa “útil” (ya ahí, en el nombre, podemos descubrir la “cosificación” de la relación) era esclavo de Filemón, (algunos piensan que habría huido de su lado robándole algo). Filemón es apelado por San Pablo en esta carta para que –dimensionando el compromiso del “discípulo”- replantee la relación con Onésimo, para que en lo sucesivo la relación ya no se plantee en términos de esclavitud sino en términos de hermandad, de fraternidad, porque Onésimo también es hijo de Dios y por eso San Pablo se refiere a él como un hermano y le pide a Filemón que le dé el mismo trato.



Sin embargo, observemos que este cambio de relaciones interpersonales que deja ver al otro como “ser humano” no se puede imponer, no se puede exigir como obligación (χωρὶς δὲ τῆς σῆς γνώμης οὐδὲν ἠθέλησα ποιῆσαι, ἵνα μὴ ὡς κατὰ ἀνάγκην…κατὰ ἑκούσιον. “no he querido hacer nada sin tu consentimiento para que…. no sea como por obligación… Fil 1,14);  pero si es un requisito del discipulado. Nos atrevemos a afirmar que el precepto rezaría así. “Nadie que tenga a su hermano como esclavo o lo trate como tal, o “cosifique” la relación con él, merece ser llamado mi discípulo”.





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