sábado, 23 de marzo de 2013

CONSIDEREMOS NUESTRA RESPONSABILIDAD





Señor, te acogieron con fiestas como a un libertador,
y luego te crucificaron como a un malhechor.
Averardo Dini

¡Cuán difícil es dejarse amar verdaderamente!
Card. Carlo María Martini


Discipulado es seguimiento fiel

En el versículo 22, 39 de la Pasión según San Lucas leemos Καὶ ἐξελθὼν ἐπορεύθη κατὰ τὸ ἔθος εἰς τὸ ὄρος τῶν ἐλαιῶν, ἠκολούθησαν δὲ αὐτῷ [καὶ] οἱ μαθηταί. “Salió y se dirigió, como acostumbraba, al Monte de los Olivos y lo siguieron sus discípulos”. En este texto se subrayan dos verbos: πορεύομαι “encaminarse”, “dirigirse a ciencia y conciencia en cierta dirección, o con una determinada intención”; Él sabía lo que se le venía encima; como nos dice el profeta Isaías en la Primera Lectura: “… yo no he opuesto resistencia ni me he echado para atrás”. Pero, por otra parte, está el verbo ἀκολουθέω, “acompañar”, “seguir”; que es el verbo del discipulado por excelencia. Pero si seguimos el relato de la Pasión lo que encontramos es todo lo contrario: el abandono, la deserción, la traición

Por eso hay unos interrogantes que asaltan a nuestro corazón en estas épocas: ¿Cómo pudo traicionarte Judas, uno de tus elegidos para conformar el grupo de los Doce? ¿Cómo pudo negarte Pedro, precisamente el discípulo a quien le habías concedido el primado? ¿Cómo pudieron abandonarte todos los discípulos, al punto que sólo el más joven y unas cuantas mujeres fueron las únicas fieles hasta el último momento?



Mirando hacía estas conductas traidoras o por lo menos desertivas nos asombramos. Tal vez está mal dirigido el foco de la sorpresa y de la interrogación. Quizás mejoraría la apreciación si las comparamos con nuestras propias actitudes y actuaciones. Nos sorprendemos desde nuestra propia perspectiva de creyentes, la indiferencia y la indolencia con la que muchas veces pasamos al lado del sufrimiento y la necesidad. Los medios de comunicación con sus programas nos habitúan a ver el rostro de la muerte, de la crueldad, del sufrimiento; de forma tal que, al mirar al Crucificado, no resulta ser sino un muerto más, otro torturado, otra víctima. La crueldad humana difundida y retrasmitida una y mil veces por el cine, la televisión y otros medios, nos conduce a un nivel de insensibilidad que nos permite perfectamente convertirla en un aliño más de nuestros alimentos (los noticieros suelen coincidir en su horario con el de las horas de comida). Por supuesto, ¡ya nada nos conmueve!

Entonces, ¿en vez de entrañas misericordiosas, tenemos un corazón de dura y fría piedra? El siguiente paso, con gesto inocente de impotencia es preguntar: ¿Y nosotros, qué podemos hacer? Y, corona el pretexto la afirmación: ¡Ese es el mundo en el que nos tocó vivir!



¿Están nuestras conductas aún que sea ligeramente emparentadas con las actuaciones de Judas, Pedro y todos los demás “amigos” de Jesús? O, de pronto, esas conductas retratan lo más “natural” de la conducta humana. En otra parte hemos leído que fue esa actitud la que abrió las puertas y franqueó el curso al nazismo, al Hitlerismo. Fue esa actitud la que permitió Auschwitz y otros “campos de concentración” que registra la historia con vergüenza, páginas de la historia que al tocarlas para dar vuelta a la hoja, humedecen con tinta sangre las yemas de nuestros propios dedos.

Sabrán ustedes que el Crucificado sigue allí, colgado del madero de la cruz, en agonía eterna. Cada ser humano que muere, victimizado de cualquiera manera, es otra vez Jesús pegado a la cruz por crueles clavos. Allí está en la cruz, a pesar de nuestra indiferencia, sigue presente con nosotros, en cada uno de sus “pequeños”, esos que día tras día ensangrientan las páginas de los periódicos y los noticieros televisivos. Muchos preguntan escandalizados ¿dónde está Dios? He ahí la respuesta, ¡sigue muriendo! (y parodiando al poeta añadimos) y nosotros ¡ay! Lo seguimos matando[1].

Bueno, no todos lo siguen matando. Podemos clasificarnos en dos bandos: los que lo abandonamos, los que lo dejamos solo (aunque antes le hemos prometido seguirlo hasta el último extremo y acompañarlo con fiel lealtad) y los que lo vendemos (muchas veces por menos de “treinta monedas”) o los que martillamos los clavos y camino del Gólgota lo flagelamos y a empellones lo vamos forzando a remontar, cuesta arriba, hasta la cima del Monte de la Calavera.



Todos con el mismo tipo de sangre y el mismo ADN del Sacerdote y el Levita de la parábola del “Buen Samaritano”: Tipo de sangre “indiferencia”; ADN “indolencia”. Por lo tanto, no juzguemos a los soldados romanos, ni pongamos en el patíbulo a los discípulos desertores; miremos nuestro propio corazón y nuestro ejercicio como creyentes, porque nosotros también somos discípulos, primeros llamados a acompañar, a no abandonar, invitados desde el principio al seguimiento, comprometidos con Él, con El que se encamina resuelto como una oveja va al matadero: “Ofrecí mi espalda –dice Él, por medio del profeta Isaías 50, 6- a los que me golpeaban, la mejilla a los que me tiraban de la barba. No aparté mi rostro de los insultos y salivazos”. De esa manera ha sellado la Nueva Alianza con su propia sangre (Cfr. Lc 22, 20); y por eso, “Dios lo exaltó sobre todas las cosas y le otorgó el Nombre que está sobre todo nombre,…”Fil 2, 9. Trasfusión de Sangre purificadora, sanadora, reparadora, con la que marcar los dinteles y las jambas para que pase de largo el Ángel Exterminador. (Cfr. Ex 12,13).


Un plan para releer la Pasión según San Lucas.

Πάτερ, εἰς χεῖράς σου παρατίθεμαι τὸ πνεῦμά μου
Padre, a tus manos encomiendo mi Espíritu.
Lc 23, 46

Quiero proponerles un plan de lectura de la Pasión según San Lucas para contemplarla lunes, martes y miércoles, como una preparación para vivir el triduo Pascual. Se trata de una parcelación en 12 perícopas para leerlas a razón de 4 diarias, distribuidas a lo largo del día; se trata de leerlas alargando, reflexionando, profundizando, como suele decirse (especialmente cuando nos referimos a la Lectio Divina) rumiándolas. ¡Hay tanta riqueza, tanta profundidad, tal sublimidad, en cada una de estas perícopas!

1.    22,14 – 22, 38            La Última Cena
2.    22, 39 – 22,46            Jesús ora en el Monte de los Olivos
3.    22,47 – 22,54ª            Prendimiento de Jesús
4.    22,54b – 22,62           Negación de Pedro
5.    22,63 – 22,71             Jesús es presentado ante el Sanedrín
6.    23, 1 – 23,6                Jesús es conducido ante Pilato
7.    23,7 – 23,12               Jesús es remitido a Herodes
8.    23,13 – 23,25             Jesús es “entregado”
9.    23,26 – 23,32             Jesús sube el Calvario
10.  23,33 – 23,46             Jesús es crucificado y muere
11.  23,47 – 23,49             Un centurión reconoce la Inocencia de Jesús
12.  23,50 - 23, 56             El Cuerpo de Jesús es depositado en el Sepulcro.


Domingo de Ramos

«Uno de los hechos más desconcertantes para quien lee la historia de la Pasión de Cristo,… es el contraste, al menos aparente, entre la multitud que el Domingo de Ramos aclama a Cristo y quiere poco menos que proclamarle rey, y esa misma multitud que, sólo cinco días más tarde, grita ante la procuraduría de Pilato lo de “crucifícale, crucifícale”. Los exegetas suelen decir que se trataba de dos grupos diferentes: los del domingo habrían sido los galileos que, durante la Pascua, acampaban en los alrededores de la ciudad, mientras que los del viernes habrían sido el grupo de servidores  y amiguetes de los sumos sacerdotes y fariseos. Es posible que así fuera. Pero también es posible que fuesen los mismos los que un día vitoreaban y al otro insultaban. La historia del mundo está llena de muchedumbres volubles que se van poniendo sucesivamente en apoyo del vencedor de turno.»[2]



Para concluir La reflexión para este Domingo de Ramos, oremos:

«Danos, Señor, en esta semana y siempre,
el valor de sentirnos
personalmente responsables de tu muerte,
para que, con el corazón sinceramente arrepentido,
podamos celebrar contigo la Resurrección.
Amén.»[3]












1.El poeta dice: “pero el cadáver ¡ay¡ siguió muriendo” César Vallejo, MASA.
[2] Martín Descalzo, José Luis. BUENAS NOTICIAS. Ed. Planeta Barcelona – España 2da ed. 1998 p. 114
[3] Dini, Averardo. EL EVANGELIO SE HACE ORACIÓN. Tomo III Ciclo C. Ed Sin Fronteras Bogotá – Colombia p. 37

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