sábado, 28 de julio de 2012

EL PROFETA QUE HABÍA DE VENIR

2 Re 4, 42-44; Sal 145(144), 10-18; Ef 4, 1-6; Jn 6, 1-15


Abres tu mano y con tu Buena Voluntad
satisfaces a todos los seres vivos.
Sal 145(144), 16



1

Celebramos hoy el XVII Domingo del tiempo ordinario, ciclo B. A partir de este Domingo y hasta el Domingo XXI, interrumpiremos la lectura del Evangelio de San Marcos, para ocuparnos del Capítulo 6 del Evangelio de San Juan: Jesús, Pan de Vida.

La lectura de este capítulo 6º se organizará así:


Domingo XVII
Jn 6, 1-15
Domingo XVIII
Jn 6, 24-25
Domingo XIX
Jn 6, 41-51
Domingo XX
Jn 6, 51-58
Domingo XXI
Jn 6, 60-69


Inmediatamente notamos que no se leerá la perícopa del 16-23. ¿Cómo se explica esto?

En el Evangelio de San Juan nos encontramos con 7 milagros, signos, como los llama él, a saber:
1º. Transformación del agua en vino
2º. Curación del hijo de un funcionario real.
3º. Curación de un paralítico
4º. Multiplicación de los panes
5º. Jesús camina sobre las aguas
6º. Curación de un ciego de nacimiento
7º. Resucita a Lázaro

Por la manera como está estructurado el evangelio de San Juan, podemos decir que, al colocarlo en el medio, se le quiere mostrar como importante. Inclusive –nos atreveríamos a decir  que- se le quiere mostrar como el signo más importante. Y también aventuramos la afirmación de que tal importancia se debe a que alude al Sacramento por excelencia: a la Eucaristía. Veamos por un momento lo que queremos decir al referirnos a la estructura del evangelio joánico.

Este evangelio se puede considerar formado por dos partes mayores:
a) El libro de los signos: capítulos 1 al 12, y
b) La hora de Jesús: capítulos 13-20
a su vez, la primera parte se puede parcelar, también, en dos partes:
i) Se anuncia la Vida que Dios da: capítulos 1-6
ii) Jesús enfrentado a los que buscan su muerte: Capítulos del 7 al 12
Aquí ya percibimos la centralidad del “Pan de Vida”, puesto –por así decirlo, en la cúspide de la oferta de Vida que nos hace Dios. La primera parte, la del Libro de los Signos podemos, para fines de estudio, fraccionarla en tres segmentos:
1) Testimonio de los discípulos: Capítulo 1
2) Se anuncia el “Don de vida: Capítulos 2 al 4, 42
3) La Palabra que da vida: capítulo 4, 43 al 5, 47 donde a su vez nos encontramos con dos perícopas esenciales, después de la curación del paralítico en la piscina de Betesda:
3.1) Sobre la Autoridad de Jesús
3.2) El testimonio de Jesús
Estas perícopas sirven como portal de entrada al milagro de la multiplicación de los panes para alimentar a cinco mil.



Volvamos sobre el interrogante de la perícopa del capítulo sexto, que no se leerá en estos cinco domingos en los que nos ocuparemos de este capítulo. Se trata de una inclusión. En el capítulo 6, y después de multiplicar los panes se inserta el 4 “signo”: Jesús camina sobre el agua. Aún cuando este “signo” está en continuidad con la muestra de la naturaleza Divina de Jesús, resulta –por hablar de alguna manera- “ajeno” al tema del Pan de Vida que es el que la liturgia nos quiere mostrar en estos cinco Domingos. Esto nos permite entender porque la Iglesia, al organizar las lectura de este ciclo B, prescindió de la perícopa Jn 6; 16-23 y pasa directamente a lo que ocurrió el “día siguiente”.



¿Por qué sirve de portal de acceso al tema del Pan de Vida, el tema de la Palabra que ocupa el capítulo 5? La clave nos la da Benedicto XVI, cuando dice que «El pan multiplicado milagrosamente recuerda de nuevo el milagro del maná en el desierto y, rebasándolo, señala al mismo tiempo que el verdadero alimento del hombre es el Logos, la Palabra eterna, el sentido eterno del que provenimos y en espera del cual vivimos»[1]

2

Continuamos con la Carta a los Efesios como fuente para la segunda lectura, hoy y dos Domingos más. Es fundamental esta Segunda Lectura de hoy para captar bien el mensaje Eucarístico. Se nos exhorta a ser un solo cuerpo. Más todavía, a ser Ἐν σῶμα καὶ ἐν πνεῦμαun solo cuerpo y un solo Espíritu. En síntesis a ser el Cuerpo Místico de Cristo. Veamos:

[1]  Yo, «el prisionero de Cristo», les exhorto, pues, a que se muestren dignos de la vocación que han recibido.  [2]  Sean humildes, amables, comprensivos, y sopórtense unos a otros con amor.  [3]  Mantengan entre ustedes lazos de paz y permanezcan unidos en el mismo espíritu.
[4]  Un solo cuerpo y un mismo espíritu, pues ustedes han sido llamados a una misma vocación y una misma esperanza.  [5]  Un solo  Señor , una sola fe, un solo bautismo,  [6]  un solo  Dios  y Padre de todos, que está por encima de todos, que actúa por todos y está en todos.



En el verso 1 dice  Παρακαλῶ “les exhorto”, con esta expresión inicia la perícopa el δέσμιος ἐν κυρίῳ “Prisionero del Señor”, “preso de Cristo” han traducido algunos, y no nos parece que traicione el sentido original. «Se trata de un llamado dirigido a alguno para realizar una determinada acción o para asumir una determinada actitud.

Así la exhortación hace relación:

► a un llamamiento hecho con insistencia;
► a un pedido con carácter de súplica;
► a una invitación formulada con términos de estímulo;
► a una amonestación de aliento que trae en sí también un consuelo.

En síntesis: exhortar es para Pablo una súplica que lleva consigo una voz de aliento y tiene como objetivo una acción concreta.»[2]



En este caso que nos ocupa, el llamamiento es muy concreto: la Unidad con lazos de Paz, como lo dice el verso 3: “Mantengan entre ustedes lazos de paz y permanezcan unidos en el mismo espíritu.” Pero así expresado el llamamiento suena un poco abstracto, pero el verso tres ya lo había concretizado señalando los rasgos que corresponden a “nuestra vocación”, a saber:

► humildad
► amabilidad
► paciencia
► y amor para podernos soportar unos a otros; ni siquiera habla de tolerancia –muy importante pero escasa para poder construir la unidad; para alcanzar la unidad, la verdadera fraternidad, necesitamos una virtud y una manera de relacionarnos mucho más alta: el Amor.

La lección no estaría completa sin señalarnos los elementos estructurales de la Unidad: Siete, a saber:
1) Un solo Cuerpo
2) Un solo Espíritu
3) Una sola esperanza ἐλπίδι
4) Un solo Señor εἷς κύριος,
5) Una sola Fe μία πίστις
6) Un solo bautismo ἑν βάπτισμα
7) Un Solo Dios εἷς θεὸς καὶ πατὴρ πάντων, ἐπὶ πάντων καὶ διὰ πάντων καὶ ἐν πᾶσιν. Miren esta hermosísima revelación que nos entrega San Pablo aquí: Un Solo Dios, Padre de todos, que está por encima de πάντων todo, y que καὶ διὰ πάντων actúa a través de todos καὶ ἐν πᾶσιν y en todos.

Este significado eucarístico de la Unidad es piedra angular en la exhortación del Pan de Vida que nos llama a una Vida de Verdad, en la Verdad para que sea vivida en plenitud; esa plenitud es la fraternidad, es la integración de todos en un Mismo-Cuerpo-y-Un-Mismo-Espíritu: «En la denominada Didaché (tal vez en torno al año 100) se implora sobre el pan destinado a la Eucaristía: Como este pan partido estaba esparcido por las montañas y al ser reunido se hizo uno, que también tu Iglesia sea reunida de los extremos de la tierra en tu reino (IX, 4).»[3]

Hemos perdido la conciencia que en cada pedazo de pan están congregados múltiples granos, a veces de diverso origen, en perfecta unidad. Esa tiene que ser una meta y un ideal de nuestras comunidades para des-ritualizar el banquete-sacrificio Eucaristico.

3.

Hasta ahora, en los mensajes que hemos recibido durante los dieciséis Domingos que llevamos hemos visto el llamado de los discípulos, la permanencia a su lado, su catequesis, toda la ruta de su catecumenado, todo lo que se refiere a su preparación para poderlos enviar a enseñar y predicar; más recientemente vimos su envío y su regreso después de haber ido a predicar a curar enfermos y a expulsar demonios y el domingo pasado, los vimos regresar, cansados de anunciar la Buena Nueva, y vimos que Jesús –en calidad de descanso- los lleva a… continuar la misión, a seguir enseñando. Ahí quedamos el domingo pasado.



Hasta ahora, prácticamente nos hemos referido a lo bautismal, en el sentido de sacramento de iniciación y puerta de entrada en la Comunidad de los creyentes. Ahora, con el tema del Pan de Vida, entramos en otro Sacramento, Sacramento de Iniciación pero, además Sacramento de Permanencia, de Crecimiento, de Constancia, de refuerzo. Se trata del Sacramento que nos vitaminiza y dinamiza Domingo a Domingo, del Sacramento Central de nuestra fe, del Eje de la Iglesia y del Discipulado: La Eucaristía.

La primer lectura es una perícopa del 2do Libro de los Reyes y alude a una anécdota del profeta Eliseo, quien recibió una ofrenda de veinte panes –igual que los panes del muchacho en el Evangelio de este Domingo, eran panes de cebada- y el profeta, para cumplir lo que dice el Señor, los hizo repartir entre cien hombres. Y, bueno, ¿qué es lo que dice el Señor? “Comerán todos y sobrará”

Después de esto, se fue Jesús a la otra ribera del mar de Galilea, el de Tiberíades, y mucha gente le seguía porque veían las señales que realizaba en los enfermos. Subió Jesús al monte y se sentó allí en compañía de sus discípulos. Estaba próxima la Pascua, la fiesta de los judíos. Al levantar Jesús los ojos y ver que venía hacia él mucha gente, dice a Felipe: «¿Donde vamos a comprar panes para que coman éstos?» Se lo decía para probarle, porque él sabía lo que iba a hacer. Felipe le contestó: «Doscientos denarios de pan no bastan para que cada uno tome un poco». Le dice uno de sus discípulos, Andrés, el hermano de Simón Pedro: «Aquí hay un muchacho que tiene πέντε ἄρτους κριθίνους cinco panes de cebada καὶ δύο ὀψάρια y dos peces; pero ¿qué es eso para tantos?» Dijo Jesús: «Haced que se recueste la gente». Había en el lugar mucha hierba. Se recostaron, pues, los hombres en número de unos cinco mil. Tomó entonces Jesús los panes y, después de dar gracias, los repartió entre los que estaban recostados y lo mismo los peces, todo lo que quisieron. Cuando se saciaron, dice a sus discípulos: Συναγάγετε τὰ περισσεύσαντα κλάσματα, ἵνα μή τι ἀπόληται. «Recoged los trozos sobrantes para que nada se pierda». Los recogieron, pues, y llenaron δώδεκα κοφίνους  doce canastos con los trozos de los cinco panes de cebada que sobraron a los que habían comido. Al ver la gente la señal que había realizado, decía: οὗτος ἐστιν ἀληθῶς ὁ προφήτης ὁ ἐρχόμενος εἰς τὸν κόσμον. «Este es verdaderamente el profeta que iba a venir al mundo». Dándose cuenta Jesús de que intentaban venir a tomarle por la fuerza para hacerle rey, huyó de nuevo al  ὄρος monte él solo.

El evangelio se refiera a dos esperas distintas pero que en le corazón y las mentes del pueblo judío se fusionaban en una sola espera. Se trata de la espera del Mesías: del falso y del verdadero.

Se esperaba al Mesías, un verdadero profeta, donde coincidían Elías y Moisés. «… en Qumrám, donde se aguardaba a un (o mejor dicho “al”) profeta junto con otros personajes mesiánicos (mesías sacerdote, mesías rey)… Ese profeta sería un liberador de los últimos tiempos y haría llover de nuevo el maná, según los escritos rabínicos… El profeta esperado reunía en su persona rasgos pertenecientes a Elías, a Eliseo y a Moisés.»[4]


Podemos concluir, como lo concluyó la multitud que Jesús alimentó, que Jesús es el “verdadero profeta que había de venir”, pero también está el lado falso, ellos esperaban un Mesías diferente de Jesús, Jesús es el Mesías verdadero pero no el que se deja hacer rey; antes que aceptar esta tentación, Jesús prefiere la soledad. (Como reza el adagio popular, “más vale solo que mal acompañado”). Mala compañía es la de aquellos que esperan que Jesús se imponga por la fuerza, mala compañía la de aquellos que apelan a las fuerzas oscuras para construir, no el Reino de Dios sino su propia dictadura, su propia tiranía. Jesús huye de los que quieren solamente que “les llenen el buche”; Jesús está a la mano y a pleno alcance del muchacho que está dispuesto a dar todo cuanto tiene, sus panes de cebada (comida en aquel tiempo típica de los pobres), está cercano a sus discípulos, que lo han dejado todo por seguirle. En el episodio de hoy, está al alcance y en cercanía de Andrés (que por su nombre, que significa “hombre”, alude al lado “humano” de la comunidad discipular). Jesús huye de los que quieren emparejar el mundo –muchas veces con muy buenas intenciones- a las patadas, con para-militares, bombas y metralla; huimos con Jesús de los que proponen ideologías de muerte, de los que nos muestran lo malos que son los “enemigos” para justificar y promover el odio y enseñar una ideología asesina despiadada, esos nos quieren envenenar el corazón, nos quieren hacer olvidar a toda costa que somos hermanos; nos acartillan que con tanta maldad, es “justo” sembrar el mundo de minas quiebra-patas, de rencor, de revanchismo, de ojo-por-ojo. Vemos toda las noches tanta maldad en el “patrón del mal” que se nos engancha el corazón con la misma doctrina, “pues si son tan malos contestémosles con la misma maldad”, desconsoladora homeopatía (contra pelos de perra, pelos de la misma perra) que aconseja caer en el juego de responder a la guerra con guerra. Por eso, porque vieron en Él, el lado falso del Mesías y quisieron proclamarlo rey, Él, el Rey de reyes, el Mesías verdadero, el Profeta que había de venir al mundo, prefirió retirarse de nuevo a la montaña, Él solo.

4

La Eucaristía no alcanza nuestra comprensión si la convertimos en un rito, si vamos a ella “por cumplir”, si vamos a ella “por tradición familiar”, o para que “nos vaya bien esta semana”; tampoco entendemos lo que es la Eucaristía si vamos a ella “para que yo me salve, si voy con mi individualismo a cuestas, si llevo al Templo mi morral de egoísmo; es preciso que alcancemos a discernir la dimensión comunitaria, que veamos en cada persona que está allí en la Iglesia a un hijo de Dios, a un hermano de Jesús, y en Jesús, hermano nuestro. Es indispensable esa conciencia de querer construir el Reino de Dios, con percepción de fraternidad, de solidaridad.

Si, la Eucaristía se empobrece si pierdo de vista mi compromiso, mi ser-parte-de-la-Iglesia. Tengo que saberme granito de trigo (o de cebada) capaz de integrarme a los otros granitos para llegar a ser pan, y no ser más granos dispersos en las montañas, sino “hombro a hombro y codo a codo”. Para lo cual no se requiere que le estampe un besote a cada persona que está en la iglesia, sino que, con plena sinceridad, les extienda mi amor-ágape, mi fraternidad, mi repudio al exclusionismo y mi acogida hospitalaria, para que en Jesús y en Su Amor seamos de verdad Pan Partido y Compartido: Hagamos Comunidad. «No se puede gobernar la historia con meras estructuras materiales, prescindiendo de Dios. Si el corazón del hombre no es bueno, ninguna otra cosa puede llegar a ser buena. Y la bondad de corazón sólo puede venir de Aquel que es la Bondad misma, el Bien»[5]

«Al considerar la Eucaristía como Sacramento de la comunión eclesial, hay un argumento que, por su importancia, no puede omitirse: me refiero a su relación con el compromiso ecuménico. Todos nosotros hemos de agradecer a la Santísima Trinidad que, en estas últimas décadas, muchos fieles en todas las partes del mundo se hayan sentido atraídos por el deseo ardiente de la unidad entre todos los cristianos. El Concilio Vaticano II, al comienzo del Decreto sobre el ecumenismo, reconoce en ello un don especial de Dios. Ha sido una gracia eficaz, que ha hecho emprender el camino del ecumenismo tanto a los hijos de la Iglesia católica como a nuestros hermanos de las otras Iglesias y Comunidades eclesiales. La aspiración a la meta de la unidad nos impulsa a dirigir la mirada a la Eucaristía, que es el supremo Sacramento de la unidad del Pueblo de Dios, al ser su expresión apropiada y su fuente insuperable. En la celebración del Sacrificio eucarístico la Iglesia eleva su plegaria a Dios, Padre de misericordia, para que conceda a sus hijos la plenitud del Espíritu Santo, de modo que lleguen a ser en Cristo un sólo un cuerpo y un sólo espíritu. (“Haz que nosotros que participamos al único pan y al único caliz, estemos unidos con los otros en la comunión del único Espíritu Santo”. Anáfora de la liturgia de San Basilio.»[6]



Ofrezcamos a Jesús nuestros panes y peces, que muchas veces estarán salpicados de nuestras debilidades y nuestras propias carencias; Él los purificará  y los hará aceptos por el Padre; el propio Jesús los multiplique y los de a los que están hambrientos del Pan y la Palabra; y, a la vez, busquemos la comunión en un sentido profundo de estar construyendo el Reino en la Paz y la Unidad.





[1] Benedicto XVI. JESÚS DE NAZARET. Ed. Planeta. Bogotá – Colombia. 2007 p.191
[2] José Matos, Henrique Cristiano. LA VIDA CONSAGRADA A LA LUZ DE LA ESPIRITUALIDAD PAULINA SUBSIDIOS PARA LA FORMACIÓN PERMANENTE. Ed. San Pablo. Santafé de Bogotá – Colombia 2000 p. 21
[3] Benedicto XVI Op. Cit. p. 320
[4] Jaubert, Annie EL EVANGELIO SEGÚN SAN JUAN Ed. Verbo Divino Cuadernos Bíblicos # 17 Navarra-España 2000 p. 45
[5] Benedicto XVI Op. Cit. p. 58
[6] Juan Pablo II CARTA ENCÍCLICA ECCLESIA DE EUCARISTÍA Ed. Paulinas 6ª reimpresión Bogotá Colombia 2003 pp.60-61


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