sábado, 14 de abril de 2012

VENCER NUESTRAS DIFICULTADES PARA PODER CREER Y CONSTRUIR UNA NUEVA CREACIÓN





El Padre me ama porque yo mismo doy mi vida, y la volveré a tomar. Nadie me la quita, sino que yo mismo la voy a entregar. En mis manos está el entregarla, y también el recobrarla: este es el mandato que recibí de mi Padre.

Jn 10; 17 -18

 κύριός μου καὶ ὁ θεός μου !
Señor y Dios mío
Jn 20, 28

“La piedra que desecharon los constructores,
es ahora la piedra angular,
Esto es obra de la Mano del Señor, es un milagro patente.”

Salmo 117

No, no, no basta rezar
hacen falta muchas cosas
para conseguir la paz,
De una canción de Alí Primera




1

La resurrección es algo que los fieles damos por descontado, es un dogma de nuestra fe y estamos habituados a este concepto. Pero, cuando alguien nos cuenta algo, nos refiere un suceso insólito, nada común, nuestra primera reacción crítica es someterlo al tamiz de la duda. Es más, algunos de nosotros nos enorgullecemos de ser altamente críticos y no tragar entero.

Algunos otros, rayando en la altanería, nos negamos a creer en nada y desconfiamos de todos y de todo cuanto se nos dice. Nuestra bandera rebelde consiste en no aceptar “nada” y rebelarnos contra todo.

Especialmente, la modernidad nos heredo un tipo de pensamiento que dice no reconocer sino aquello que podemos reproducir, bajo situaciones controladas, replicándolo punto a punto en sus condiciones para repetirlo tal cual; es ese el único criterio de certeza.

Todo esto está bien, inclusive es un antídoto magnifico para evitar un pensamiento pueril, para caer ingenuamente en diversos engaños y ser muchas veces víctimas de estafadores y engañistas de toda laya. ¿Cuantas veces y cuantos no se valen de un sinfín de patrañas para sonsacarnos nuestro dinero, manipular nuestros sentimientos o, simplemente, lucrarse de algún modo de nuestra credibilidad, poniéndonos al servicio de sus intereses?



Pero acercarnos a Jesús, quien, definitivamente, sabemos que no quiere estafarnos ni someternos de ninguna manera, es otra cosa. De Él podemos fiarnos y en el podemos confiar con plenitud, sabiendo que siempre nos dará mucho más de lo que nos pudiera quitar. Por otra parte, cuanto nos quite es porque antes Él mismo nos lo ha dado. Por eso, ser cristiano significa aceptar la voluntad de Dios y el conocimiento que Él mismo nos brinda, dándonos con generosidad “saberes” que de otra forma nos serían inaccesibles y por eso a ese “saber” lo denominamos “Revelación”.

Dios Padre nos ha Revelado su Rostro dándonos a su Hijo y, Jesús mismo nos ha declarado que Él es el Rostro Humanado del Padre (Cfr. Jn 14, 9b) Y en Jn 11, 25 nos revela “Yo soy la Resurrección. El que crea en mí, aunque muera vivirá”.

La fe, por tanto, la hemos clasificado entre las virtudes teologales, es decir, no brotan de nosotros mismos, sino que son don de Dios. Es Dios mismo quien nos la da y Él mismo la sostiene y la fortifica. «se llaman teologales o divinas: no solamente porque se refieren a Dios, sino también porque es Dios quien las hace posibles, quien nos ofrece la gracia de creer… tienen a Dios como objeto y juntamente nos vienen de su benevolencia, son la vida divina en nosotros, la respuesta que el Espíritu Santo suscita en nosotros frente a la Palabra de Dios.»[1] Entonces, ¿no podemos hacer nada para tenerla? Si, basta con pedirla intensamente al Espíritu Santo para que Él, gustosamente nos la otorgue. Como diversas cosas en la vida, ¡basta quererlas, para tenerlas!

Hay algo más que podemos hacer a favor de la fe: a) Fortalecerla b) Ejercitarla. Estas dos cosas son casi una y la misma: es una especie de dialéctica. Si la ejercitas la fortaleces, si la fortaleces es porque la estas ejercitando. Frente a lo que Dios nos ha revelado es necesaria una especie de terquedad: Sí Dios lo ha dicho y nos lo ha comunicado, lo aceptamos y lo sostenemos a rajatabla, digan lo que digan, pase lo que pase.

Un tercer elemento para tener la fe consiste en instruirla. A la fe hay que formarla e informarla. Dios no se nos revela a cada uno personalmente, se ha ido revelando paulatinamente a través de la historia a la Iglesia, a la que Él instituyó precisamente como guardiana. Nosotros debemos acercarnos a la Fuente para beber en ell y saciar nuestra sed; además, para poderla comunicar, asumiendo nuestra misión de difusores. A esta misión nos llama el propio Jesús que –ya lo hemos dicho en otra parte- no quiere que dejemos de hacer lo que hemos elegido en nuestra vida como oficio, sino que transformemos ese hacer en un hacer a la mayor gloria de Dios. Para esto llamó a pescadores, a quienes redirigió, haciéndolos, ya no pescadores de peces, sino pescadores de hombres (Cfr. Mt 4, 19).

A algunos les cuesta más el seguimiento confiado y entonces Jesús, Infinitamente Misericordioso, les da más, se les presenta en Persona, y los invita a meter el dedo en sus llagas τς χεράς μου y la mano en su costado πλευράν μου. Cfr. Jn 20, 27: Φέρε τν δάκτυλόν σου δε κα δε τς χεράς μου κα φέρε τν χερά σου κα βάλε ες πλευράν μου κα μ γίνου πιστος λλ πιστός Si, esta oportunidad que da Jesús es para que dejemos de ser incrédulos μ γίνου πιστος y seamos creyentes λλ πιστός.

Ese es el sentido de la perícopa del Evangelio de Nuestro Señor Jesucristo según San Juan que leemos hoy día: Jn 20, 19-30. Que abandonemos nuestra terquedad de incrédulos, terquedad que es altanería mezclada con rebeldía; y, con docilidad demos a torcer nuestro brazo a Dios, para reconocerlo “Señor y Dios nuestro”. κύριός μου καὶ ὁ θεός μου !



Sin embargo, y aquí está el quid del asunto, muchas veces, teniendo la fe, encontramos cómodo negarla porque nuestro pecado nos acusa en la conciencia, entonces es cuando desautorizamos a Dios y, en medio de nuestra rebelión, decidimos negar cuanto Él nos ha manifestado en su Revelación. Es entonces cuando pateamos a la Iglesia y, con ella a todos los que se mantienen fieles a Jesús. «Cuando, … opto por obrar contra los mandamientos, preferiría que Dios no existiera y por consiguiente estoy dispuesto a prestar fácilmente oído a las objeciones acerc de la fe. No pocas objeciones derivan lamentablemente del hecho que nuestra vida cristiana, nuestros comportamientos no son conformes con el Evangelio. Entonces se requiere un camino de conversión que nos lleve a pensar y obrar según la verdad y la existencia de Dios. Entonces el creer nos resultará mucho más fácil.»[2]


2

La perícopa en cuestión inicia declarando un marco circunstancial de tiempo: Es “el primer día de la semana” τ μέρ κείν τ μι σαββάτων, podríamos, perfectamente entenderlo como el Primer día de la Nueva creación.

En el Principio, en el Primer Día, encontramos que todo era oscuridad (ya nos hemos referido largamente al tema de la Oscuridad y al significado espiritual que tiene dentro del Evangelio joánico), fue “entonces que Dios dijo ‘!Que haya Luz!’ y hubo luz Cfr. Gn 1, 1-3. ¿Cómo era la oscuridad? ¿Cuál era el rostro de esa oscuridad? En el evangelio de San Juan, en Jn 20, 19 se nos informa que, esta oscuridad en particular, tenía el rostro del miedo τν φόβον, miedo de los perseguidores, que en este caso eran los “judíos”: που σαν ο μαθητα δι τν φόβον τν ουδαίων.

Y, entonces, Jesús que se presenta y puede entrar aun cuando las puertas estén cerradas, se pone en medio de ellos, e inicia la obra de la nueva creación; ¡les da la Luz! ¿De qué Luz se trata? La paz, esa paz que significa superar el temor, ya no tener miedo. No hay nada que neutralice más al ser, que lo aliene más, que el miedo: el miedo nos hace “inválidos”, el miedo nos “enmudece”, el miedo anula la opción de ser testigos, el miedo nos silencia para llevar el anuncio del Evangelio. Miedo es lo que usan todos los totalitarismos: Policías secretas, aparatos paramilitares, delatores, propaganda de omnipotencia, conciencia policiva de vigilancia constante; cualquier cosa que usted haga la estamos vigilando y sabemos, inclusive, lo que usted está pensando, así que no piense, no disienta, permanezca quieto, callado…



Así inicia la nueva creación, la del Segundo Adán, con un Acto de des-acobardamiento, combatiendo nuestro miedo. Jesús infunde Valor, nos da la Luz que permitirá que nos convirtamos en testigos valientes y decididos, que no tememos al perseguidor porque no nos puede quitar “la vida”, porque Jesús ha demostrado que no nos pueden robar la vida, porque Él es la Vida, es la Resurrección; podemos dar la vida, porque Él nos la restituirá. Cfr. Jn 10, 17-18 Porque Jesús a nosotros nos hace una delegación exactamente análoga a la delegación que el Padre le hizo a Él: “Así como el Padre me envió a mí, yo los envío a ustedes” Jn 20, 21b.


Y aquí viene el gesto de Jesús que nos confirma que estamos narrando con Juan la segunda Creación: Se trata del soplo de Jesús. En el versículo 22 Jesús sopla sobre ellos el Espíritu Santo, conforme el Creador sopló en nosotros – a través de nuestras narices- el aliento de vida, el famosísimo “Nefesh”.

Queremos hacer paráfrasis y decir que quien no tiene vida es el acobardado que no testimonia, ese carece del “Soplo”, del “Espíritu” (como sabemos las dos palabras son la misma en Griego), ese Espíritu soplado por Jesús, es el aliento de la valentía, de la decisión de ser “testigos”. Así Jesús, Señor y Dios nuestro, nos a re-creado. ¡Ha hecho todo nuevo! (Cfr. Ap 21, 5b.)[3]

3

Este domingo se denomina ahora el Domingo de la Misericordia y tiene en su primera lectura –como en todos los domingos de la Pascua y en todas las misas semanales también- una perícopa  tomada de los Hechos de los Apóstoles 4, 32-35. Su núcleo es la siguiente frase: “Todo lo poseían en común y nadie consideraba suyo nada de lo que tenía.” (He 4, 32b).

Ya antes, en el capítulo 2, se había referido San Lucas a la Comunión fraterna. Glosando esta idea nos dice Ivo Storniolo: «¡En qué consiste la comunión fraterna? La palabra griega koinonía expresa la unión de los cristianos, unión fundada en la misma fe y en un idéntico proyecto de vida. .. Un poco más adelante, el texto pone en claro en qué consistía esta comunión fraterna: “Todos los creyentes vivían unidos y tenían todo en común; vendían sus posesiones y sus bienes y repartían el precio entre todos, según la necesidad de cada uno” (2, 44-45) Vemos, en consecuencia, que esta comunión reviste un aspecto político (fraternidad en la que todos pueden participar libremente en las decisiones) y un aspecto económico (repartición de los bienes según la necesidad de cada cual)… La vida de la comunidad cristiana se presenta entonces como un proyecto social alternativo que fermenta e incuba transformaciones políticas y económicas. Justamente por esta razón, la comunidad será desde entonces objeto de oposición y persecución, puesto que los dueños del poder y la riqueza no pueden aceptar pasivamente tal propuesta.»[4]



Y más adelante, tocando la perícopa de los Hechos de los Apóstoles que se lee hoy, dice lo siguiente: «…la primera o las primeras comunidades cristianas… Su rasgo fundamental es la unanimidad que se traduce en compartir… El fundamento de la unanimidad es el testimonio de los Apóstoles acerca de la Resurrección de Jesús: Él está vivo, presente en la vida y en la actividad de la comunidad, dando a todos libertad y vida…el texto explica claramente lo que quiere decir “tener un solo corazón y una sola alma”, que consiste en repartir entre todos el don que Dios ha hecho y destinado para todos. Es una nueva versión de la economía, ya no fundada en la propiedad privada y en la acumulación en provecho personal, sino en disponer todo con miras al bien común. Todo pertenece a todos, y está al servicio y al uso de la necesidad de cada uno. Es esta una comunidad que se tomó en serio lo propuesto en Dt 15,4: “Cierto que no debería haber ningún pobre junto a ti”. Más para que no haya ningún pobre ers indispensable que haya reparto, todos comparten. Quien más posee más comparte, quien tiene menos comparte menos; pero todos acaban por disponer de lo suficiente para tener una vida digna. Es, pues, la aparición simbólica de una nueva humanidad que disfruta igualitariamente de la vida, don que Dios concede a todos.»[5]

4.

«Tomás ha sido un buen discípulo de Jesús, pero un poco lento para captar los altos conceptos de Jesús (11,16; 14, 5). Aquí también exige pruebas palpables de que Cristo realmente vive. Ejemplo de esa fe inadecuada, condenada en 4, 48: “Si no ven señales y prodigios, no creen” (Cfr. 2, 23-25; 6, 26; 12, 18). Tomás en su rol de dudoso, aparece sólo en este cuarto Evangelio. Pero, no sólo él dudaba. El representaría a todos esos discípulos de los primeros años que “dudaban” (Mt 28, 17); tenían “dudas en su corazón” (Lc 24,38); “no creyeron a quienes habían visto al Resucitado” (Mc 16, 14)».

A través de la historia de la Iglesia hemos alabado y nuestro corazón ha hecho eco de esta frase tan hermosa que quedó incorporada a la liturgia de la Consagración Eucarística”, con la cual reconocemos, con la voz de Santo Tomás, ante la Forma Consagrada la Presencia de Jesús-Cristo en su Cuerpo, su Sangre, su Alma y su Divinidad. «Con esta proclamación asombrosa de Tomás, se termina este Evangelio. El Evangelio comenzó con “la Palabra estaba con Dios y era Dios” (1,1). Ahora lo repite al final: “Mi Señor y mi Dios”. A los cristianos de todos los tiempos que aceptan eso con fe, nos dice “Felices los que creen sin haber visto” (20, 29)»[6]

5

Podemos aislar la Eucaristía en un vacío litúrgico: una hora escasa robada a nuestros afanes y premuras, durante la cual cumplimos un ritual: “Ya fui a misa”.

Pero hay más y ya lo hemos visto. Ya sabemos que la fe des-acobardada es una que da testimonio, que no se puede callar, que va por todas partes gritando lo que Jesús quiere. Es el compromiso de prestarle la garganta y la voz a Jesús para que Él, en pleno siglo XXI, siga diciendo en todas partes y ante todos que ama la justicia, que Él no es un pretexto para que se sigua maltratando a los más débiles. Que hay que construir una sociedad de otra manera, sin violencia, sin explotación, sin injusticia. Que si se puede levantar una sociedad donde la cultura de la muerte estará definitivamente derrotada y la cultura de la vida será triunfante y que ese será el Reino de Dios, y que su Reinado, entonces, no tendrá fin.

La Resurrección, para los bienaventurados que creen sin haber visto, significa aceptar, aún en medio de la oscuridad más densa, que en el fondo, como al final del túnel, hay un destello Resplandeciente, Cegador, Rutilante, Glorioso: Es Jesucristo, el Vencedor de la muerte. Jesús de la Misericordia, y, … Su misericordia es eterna.

“Y el Espíritu es el que da testimonio, porque el Espíritu es la verdad.” (1Jn 5, 6b)












[1] Martini, Carlo María. LAS VIRTUDES DEL CRISTIANO QUE VIGILA. Ed. San Pablo Bogotá Colombia 2003 p. 46
[2] Ibid
[3] En la película de Mel Gibson, La Pasión de Cristo, Jesús, subiendo con la cruz a cuestas, hacía el Calvario, dice a su Madre: “Mira como hago todas las cosas nuevas”.
[4] Storniolo, Ivo. CÓMO LEER LOS HECHOS DE LOS APÓSTOLES. EL CAMINO DEL EVANGELIO. Ed. San Pablo Santafé de Bogotá 1998 p. 47
[5] Storniolo, Ivo Op. Cit. p. 66
[6] Sebert, Augusto COMO ENTENDER LOS MENSAJES DEL EVANGELIO DE JUAN. Ed. San Pablo Santafe de Bogotá 1999. p.152

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