sábado, 17 de diciembre de 2022

VERDADERA REVOLUCIÓN

             

IV ADVIENTO (A)



Is 7, 10-14; Sal 24(23), 1-2. 3-4ab. 5-6(R.: cf. 7c y 10b); Rom 1, 1-7; Mt 1, 18-24

 

El Hijo de Dios, en su encarnación, nos invitó a la revolución de la ternura.

Evangelii Gaudium # 88.

Papa Francisco

Profecía de una עַלְמָה [‘almah] - madre

Para entender la profecía de Isaías es necesaria una breve digresión: Nuestro Papa Emérito escribió: «… aquello que la Escritura ha querido decir en muchos lugares, sólo se hace visible ahora, por medio de esta nueva historia. Es una narración que nace en su totalidad de la Palabra pero que da precisamente a la Palabra ese pleno significado suyo que antes no era aún reconocible. La historia que se narra aquí no es simplemente una ilustración de las palabras antiguas, sino la realidad que aquellas palabras estaban esperando. Esta no era reconocible en las palabras por sí solas, pero las palabras alcanzan su pleno significado a través del evento en el que ellas se hacen realidad…. hay efectivamente palabras en el Antiguo Testamento que permanecen, por decirlo así, todavía sin dueño… el verdadero protagonista de los textos se hace aún esperar. Sólo cuando él aparece, las palabras adquieren su pleno significado… esas palabras que,  por el momento, siguen a la espera de la figura de la que están hablando.

 

También la historiografía del cristianismo de los orígenes consiste precisamente en asignar su protagonista a estas palabras que siguen a la espera. De esta correlación entre las palabras “en espera” y el reconocimiento de su protagonista finalmente manifestado se ha desarrollado la exegesis típicamente cristiana, que es nueva, y sin embargo, sigue siendo totalmente fiel a la palabra originaria de la Escritura.»[1]

 


Volvamos ahora sobre la perícopa de Isaías que nos ocupa en este IV Domingo de Adviento, tomada del capítulo 7, el primero de los seis capítulos, del 7 al 12, denominados “libro del Emmanuel”: «Como garantía de la propuesta profética se ofrece una señal que tiene la función de certificar la ayuda divina… Asistimos, en cambio, al juego de esgrima del hombre que alega una aparente religiosidad (“no quiero tentar al Señor”: ver Sal 78, 18.41.56; 106, 14; Ex 17, 7) como mampara para esconder un vacío de fe. En efecto, el rey no puede mostrarse explícitamente incrédulo, rechazando la propuesta isaiana, pero no puede tampoco pedir el signo milagroso porque quedaría luego comprometido y atado. Opta entonces por un pretexto evasivo. Pero la maniobra no hiere al profeta, sino al mismo Dios que, a los ojos de Isaías, parece romper sus relaciones con Acaz: nótese el cambio de pronombre en el v. 11 (“tu Dios”) y en el v. 13 (“mi Dios”). “No has mentido a los hombres sino a Dios” (Hch. 5,4)……. Para que el signo sea perceptible a los oyentes debe contener datos verificables y comprensibles, de lo contrario  ya no sería tal. Además, ya en este punto la finalidad no es la de dar solidez a la fe del monarca, sino confesar la fidelidad del Señor que supera las incredulidades humanas… La señal…la concepción y el nacimiento de un hijo… que aparece en el embrollado horizonte del reino de Acaz, nacerá de una ‘almah, término hebreo que indica una mujer joven que aún no ha dado a luz y que puede ser desposada o núbil (Gn 24, 43; Ex 2, 8; Ct 1, 3; 6, 7-8; Pr 30, 19). Es fácil pensar que los oyentes de Isaías identificaran inmediatamente a esa mujer en la joven esposa del soberano, Abí, hija de Zacarías (2Cro 29, 1)… La señal, por tanto, comenzaría reafirmando la continuidad  de la dinastía davídica según la promesa de Natán (2S7) que se realiza con  el nacimiento de Ezequías, rey fiel y piadoso (2R 18-20)…………………………. Es natural, entonces, que los elementos de la señal mesiánica alcancen en esta perspectiva una nueva fisonomía. La cual aparece inmediatamente en el vocablo que señala a la madre de Ezequías, que en la versión griega de los Setenta y en la cita del Evangelio de Mateo (1,23) es traducido “virgen”. Tras el rostro, aunque justo, de Ezequías, la tradición hebrea habría intuido al Mesías Salvador y el Cristianismo la figura de Cristo, Hijo de Dios, rey y sacerdote, presencia perfecta de Dios en la carne y tiempo del hombre. En realidad, el centro de la señal no era tanto el modo (virginal) del nacimiento, cuanto el nacimiento mismo, el significado encerrado en el nombre y el destino futuro. Pero el profeta fijaba también la mirada más allá de ese primer plano todavía empañado e imperfecto, hacia una salvación y liberación más excepcional.»[2]

 

¡YHWH ENTRA A REINAR!

Los salmos del Reino, como se ha comentado en repetidas ocasiones, servían al propósito de procesionar con el Arca de la Alianza para entronizarla en el Sancta Sanctórum. Todo esto en el marco de una parodia, como en los reinos antiguos se hacía, al rey se le confería o se le ratificaba –en el curso de las fiestas anuales- su realeza; sin embargo, el pueblo judío era consciente de los límites de la parodia, a Dios no se le puede dar su reinado, ni quitárselo, ni ratificárselo; no puede ser removido, ni derrocado; simplemente se trataba de un acto cultual para loar la Grandeza del Rey de la Gloria, Dueño y Señor de toda la creación. El Salmo 24(23) es un salmo dialogado, a dos coros, podríamos suponer uno de ellos, el pueblo que procesiona, el otro, formado por los guardianes del templo, los sacerdotes, los levitas encargados de preservar la sacralidad y la pureza del Templo (La Tienda del Encuentro). Se habla de una catequesis a las puertas del propio Templo; podríamos también imaginar una guardia con “lanzas cruzadas” impidiendo el paso, cerrando la entrada, a manera de “puertas” que se niegan a permitir el avance. Entonces se les da la orden, ¡permítanles entrar!, retiren las lanzas, franqueen el paso, en otras palabras: שְׂא֤וּ  שְׁעָרִ֨ים  רָֽאשֵׁיכֶ֗ם  וְֽ֭הִנָּשְׂאוּ  פִּתְחֵ֣י  עֹולָ֑ם  וְ֝יָבֹ֗וא  מֶ֣לֶךְ  הַכָּבֹֽוד׃

 


“¡Ábranse, puertas eternas! ¡Quédense abiertas de par en par, y entrará el Rey de la Gloria!

 

No es el pueblo quien procesiona, en este caso, es Dios mismo que viene y va a entrar. ¿A dónde va a entrar? Va a entrar de su Dimensión Divina, en la nuestra; del Kairos va a pasar al Cronos, va a entrar en la historia. Así que el Salmo pide que se franqueen las puertas para que nazca el Niño Dios. En vez de ir el pueblo hacia el Templo Santo, el Tres Veces Santo viene hacia nosotros, ha tenido Compasión de nosotros y viene a Reinar.

 

Pero aquí hay otro cambio radical, al que nos hemos referido con frecuencia, se trata de la manera de Reinar que tiene Dios. Dios no reina por la fuerza, sino por la fuerza del Amor. Por la Ternura-Real-del Bebé-que-es-Dios.

 

“¡Portones, alzad los dinteles,

que se alcen las antiguas compuertas:

va a entrar el Rey de la Gloria!”

 

Evangelio Católico: Para toda la raza humana

Excepto el 3er Domingo de Adviento –Domingo de Gaudete, cuando leímos de la Carta de Santiago- los otros tres Domingos de Adviento nos ocupa la Carta a los Romanos. Todo parece indicar que los cristianos de Roma desconocían a San Pablo, y que Pablo había estado intentando llegar a ellos para llevarles la Buena Nueva y llegar a otros gentiles que no habían sido evangelizados aún. «Pablo escribe esta carta a la comunidad de Roma; compuesta por convertidos del judaísmo y de la gentilidad, según parece entre los años 57-58, desde Corinto… Esta carta es la más teológica de todas; en ella retoma las ideas de otra Carta suya, a los gálatas –que escribió antes que esta-, pero aquí las expone de una manera más ordenada y matizada»[3].

 


Para mostrar la autoridad que le asiste para predicar y enseñar el Evangelio, San Pablo muestra, en el saludo de esta carta que es la perícopa que nos ocupa en este IV Domingo de Adviento del ciclo A, sus acreditaciones:

i)              Siervo de Cristo Jesús

ii)             Apóstol por un llamado de Dios

iii)           Escogido para proclamar el Evangelio de Dios

iv)           Por Cristo Jesús, nuestro Señor, recibió la gracia y la misión de apóstol, para hacer que los hombres lleguen a la obediencia de la fe; y con eso será glorificado su nombre.

v)            “Me ha enviado al mundo de los paganos”, al que pertenece también la Comunidad de Roma, a la que dirige esta carta. Cfr. Rom 1, 1-6.

 

«Los miembros judíos querían imponer la obligación de observar la ley judaica a los miembros que se habían convertido del paganismo, diciendo que sin ley no podría haber salvación. En esa cuestión Pablo entra de lleno. Les demuestra que el único que puede salvar es Dios y que el salva no sólo a los judíos sino también a toda la humanidad destruida por el pecado. Y Dios salva por medio de Jesucristo.

 


Para que la humanidad se salve, Dios concede una amnistía general. Pero para recibirla impone una sola condición: que el hombre crea en Jesucristo como la suprema manifestación del amor de Dios a los hombres y se haga su discípulo.»[4]

 

Dios jugó primero, tomó la iniciativa salvífica, envió a su Hijo, para Él se pide que se abran las puertas, para que entre de la Dimensión Divina en nuestra dimensión. Ahora, como leemos en Apocalipsis “¡Vamos!, anímate y conviértete. Mira que estoy a la puerta y llamo; si alguien escucha mi voz y me abre, entraré a su casa a comer, Yo con él y él conmigo.” (Ap 3, 19b-20). “Está a la puerta y llama… ¿a qué llama, cuál es el objeto de su llamada? La respuesta viene aquí, en esta perícopa de Romanos que leemos en este Domingo. Dice que: “…a los que Cristo Jesús ha llamado; a ustedes a quienes Dios quiere y que fueron llamados a ser santos.” (Rom 1, 7b). Entonces el κλητοῖς ἁγίοις· “llamado es a ser santos”. No nos podemos hacer los desentendidos frente a esta apelación tan clara y contundente, que es la misión de San Pablo, y hoy por hoy, la de la Iglesia: ¡Llamar a la santidad!

 

La perícopa concluye con la fórmula de saludo, examinémosla: «Conforme al modelo universal de aquel momento, las cartas de Pablo, encabezadas por la superscriptio (nombre del mitente) y la adscriptio (nombre del destinatario), comenzaban con un saludo o salutatio. Los griegos saludaban con khaire (alégrate), los judíos con eleos kai eirene (misericordia y paz). Pues bien, Pablo y los cristianos empiezan a hacerlo de esta forma:

Gracia y paz a vosotros,

de parte de Dios, nuestro Padre,

y de Jesucristo, el Kyrios (Señor).



Esta fórmula de saludo, repetida en Gal 1, 3; 1Cor 1, 3; 2Cor 1, 2; Rom 1, 7; Flp 3; Ef 1, 2, refleja la experiencia más antigua de la Iglesia: por gracia de Jesús, los cristianos viven ya en la paz de Dios; ellos se encuentran vinculados a Dios que es Padre y a Jesús que es el Señor. Esta forma de ver en unidad al Padre Dios y al Kyrios Jesús (que después aparecerá como Hijo) constituye el principio de la fe trinitaria de la Iglesia…».[5]

 

Del linaje de David

La perícopa del Evangelio que ha correspondido en este IV Domingo de Adviento -que tantas veces hemos leído y que tan bien conocemos- contiene tantos y tantos detalles que su estudio minucioso está más allá del aliento de nuestro cometido. Sin embargo, queremos tocar –de todos y de tantos- cuatro de ellos.

 

Primero, ¿dónde está puesto el foco? «A diferencia de Lucas, Mateo habla de esto exclusivamente desde la perspectiva de San José, que, como descendiente de David, ejerce de enlace de la figura de Jesús con la promesa hecha a David.»[6]

 

En segundo lugar, el tema del “hombre justo”. En este texto se hace referencia a San José diciendo que δίκαιος ὢν “era hombre justo” «… (zaddik)… ofrece un cuadro completo de San José y, a la vez, lo incluye entre los grandes figuras de la Antigua Alianza, comenzando por Abraham, el justo. Si se puede decir que la forma de religiosidad que aparece en el Nuevo testamento se compendia en la palabra “fiel”, el conjunto de una vida conforme a la Escritura se resume en el antiguo Testamento con el término “justo”…. (Y refiriéndose al Salmo 1, dice que…) La imagen de los cauces de agua de las que se nutre ha de entenderse naturalmente como la Palabra viva de Dios, en la que el justo hunde las raíces de su existencia. La voluntad de Dios no es para él una ley impuesta desde fuera, sino gozo»[7]


 

Ahora, en tercer lugar, examinemos la manifestación del “mensaje” de Dios, comunicado por el ángel, que es diferente en su entrega para María que para San José: «Mientras que el ángel “entra” donde se encuentra María (Lc 1, 28), a San José sólo se le aparece en sueños, pero en sueños que son realidad y revelan realidades. Se nos muestra una vez más un rasgo esencial de la figura de San José: su finura para percibir lo divino y su capacidad de discernimiento. Sólo a una persona íntimamente atenta a lo divino, dotada de una peculiar sensibilidad por Dios y sus senderos, le puede llegar el mensaje de Dios de esta manera… El mensaje que se le consigna es impresionante y requiere una fe excepcionalmente valiente… Mateo había dicho antes que José estaba “considerando en su interior” (enthyméthèntos) cuál debería ser la reacción justa ante el embarazo de María»[8]


 

Para no fatigarlos, quisiéramos considerar sólo un cuarto y –por ahora, último- asunto: El nombre de Jesús: «Es el mismo nombre que el ángel había indicado a María para que se le pusiera el niño: el nombre Jesús (Jeshua) significa YHWH es salvación. El mensajero de Dios que habla a José en sueños aclara en qué consiste esa salvación: “Él salvará a su pueblo de los pecados.”… con el término “Emmanuel” nos referimos al Mesías. Pero la idea del Mesías se ha desarrollado plenamente sólo en el período del exilio y sucesivamente después.»[9]

 

Gestando futuro

«Rahner se atrevía a insistir en que “la Navidad es la fiesta en la que no se celebra un acontecimiento del pasado, que ocurrió una vez y ya pasó, sino algo presente, que es, al mismo tiempo, el comienzo de un futuro eterno que se nos acerca. Es la fiesta del nacimiento de la eterna juventud. Nos ha nacido un niño y en Él se injerta definitiva y triunfalmente en este mundo la eterna juventud de Dios”.»[10]

 

La Navidad en nuestra mente está asociada con el Árbol de Navidad, el Pesebre, las galletas, la Cena de Nochebuena que , en muchas ocasiones, se empieza a disponer con más de un mes de anticipación; las bebidas alcohólicas: el vino, el champagne, y otros; los buñuelos, la natilla y los regalos. A esta enumeración –no exhaustiva- debemos añadirle, por lo menos, la mención de la Novena de Aguinaldos. Pero, el tema central, el Nacimiento de Nuestro Señor y Salvador no aparece en todo el contexto. En este contexto, -pese a que la Novena y los Villancicos hacen mención del Niño Dios- el fenómeno religioso se difumina y se diluye, como lo denuncia Martín Descalzo, “con toneladas de azúcar”.


 

«¿Acaso hay algo más pastelero, más suave, más dulce, más cursi, inerme, inútil, acariciador y blandengue? ¿Y la puerta del futuro? ¿No es acaso Navidad un concentrado de recuerdos, el pasado del pasado, el ayer del ayer, lo definitivamente congelado en las páginas de la historia?

……………………………………………………………………………………………………….

No exagero. No ironizo. Decidme ¿Cuántos, cuántos hombres hay hoy en la tierra que se alimentan de la esperanza de que el mundo será refundido, de que nacerá el hombre nuevo, de que el hombre y Dios participaran de una misma y verdadera vida, de que Belén acabará siendo la patria de todos los nacidos? No nos engañemos. Hace demasiado tiempo que no esperamos nada. Hace demasiado tiempo que nadie vive “tenso” hacia ese futuro. El champagne es una buena disculpa para entretener esa espera en la que nadie sabe si está esperando algo.»[11]

 

En algún momento señalábamos que la Iglesia, en ese momento en cabeza de San Pablo, se vio obligada a predicar que la “Parusía” “no estaba a la vuelta de la esquina”; pero, el anuncio del Evangelio no puede –so pretexto de esto- olvidar que el hecho de su “demora”, no significa que no va a llegar nunca, o que su demora se extiende a una fecha por allá en el borde del infinito, en los linderos de la eternidad. También queremos repetir -machaconamente- que Jesús enseñó que “he aquí, sin embargo, que el Reino de Dios está en medio de ustedes” (Lc 17, 21b), no es algo a futuro, es algo que germina entre nosotros; germina y brota, yEsté dormido o despierto, sea de noche o de día, la semilla brota y crece sin que él sepa cómo”. (Mc 4, 27).

 

« El Señor está aquí. El Señor de la creación y de mi vida. Ese Dios no mira ya, desde el eterno “todo en uno y de una vez” de su eternidad, el eterno cambio de mi vida destrozada. La eternidad se hace tiempo, el Hijo se hace hombre, la eterna razón del mundo, lo que da sentido a toda realidad, se hace carne, humano. Y, por ello, se transforman el tiempo y la vida del hombre, Porque Dios mismo se ha hecho hombre. No en cuanto que hubiera dejado de ser el mismo Verbo eterno de Dios con toda su gloria y felicidad incomprensible. Pero se ha hecho verdaderamente hombre. Y ahora a él mismo le interesa este mundo y su destino. Ahora no es sólo su obra, sino un trozo de él mismo.

 

Desde este momento está él también sobre la tierra, y las cosas no le son a él más propicias que a nosotros. No se le otorga ninguna concesión especial, sino que comparte la misma suerte con todos nosotros: hambre, fatiga, enemistad, la amargura de la muerte y de una muerte miserable. Y lo más inverosímil es que la infinitud de Dios reciba y acepte la limitación humana, que la felicidad suprema reciba la tristeza de la tierra, la vida y la muerte. Pero sólo ella, esa oscura luz de la fe, hace nuestras noches claras, ella sola hace las noches santas.

 

Cuando decimos: “Es Navidad”, afirmamos que Dios ha dicho al mundo su última, su más profunda y bella palabra en el Verbo hecho carne; una palabra que ya no se puede retirar, porque es la obra definitiva de Dios, porque es Dios mismo en el mundo. Y esta palabra dice: “Te amo, a ti, mundo, a ti, hombre o mujer”. Es una palabra completamente inesperada, inverosímil.

 

Y ahora reina una silenciosa tranquilidad en el mundo, y todo el ruido, que se llama orgullosamente historia del mundo y propia vida, es sólo el ardid del eterno amor, que quiere hacer posible una libre respuesta del hombre a su última palabra.

 

Desde el centro vital de la realidad, que es el Verbo hecho carne, todo tiende, con la inflexibilidad del amor, hacia Dios, sin que ante Él tenga que quedar el mundo reducido a cenizas por el ardiente fuego de su santidad y justicia. Todo tiempo queda abrazado por la eternidad, por esa eternidad que se convirtió en tiempo. Toda lágrima queda ya enjugada en lo más íntimo, porque Dios mismo la ha llorado y la ha enjugado en sus propios ojos. Toda esperanza está ya en posesión, porque Dios es ya poseído por el mundo.


 

Navidad es la fiesta en la que se celebra, no un acontecimiento pasado que ocurrió una vez y pasó, sino algo presente… Nos ha nacido un niño. Pero no es un niño que comienza ya a morir en el momento en que empieza a vivir. Es el niño en el que se injerta definitiva y triunfalmente... la eterna juventud de Dios.»[12]

 

 



[1] Benedicto XVI LA INFACIA DE JESÚS. Ed. Planeta. Colombia 2012 pp. 22-25

[2] Ravasi, Gianfranco. LOS PROFETAS. Ed. San Pablo 1996. Santafé de Bogotá D. C. -Colombia pp. 74-76

[3] Miranda, José Miguel. LECCIONES BÍBLICAS. GUÍA PRACTICA PARA EL CONOCIMIENTO DE LA BIBLIA. Ed San Pablo Santafé de Bogotá D.C. – Colombia 2001 pp. 182-183

[4] Storniolo, Ivo y Martins Balancin, Euclides. CONOZCA LA BIBLIA San Pablo. Bogotá D. C. – Colombia 5ª reimpresión 2002 p. 103

[5] Charpentier, Ettienne. PARA LEER EL NUEVO TESTAMENTO. Ed Verbo Divino Navarra- España 2004  p. 61

[6] Benedicto XVI. Op. Cit. p. 44

[7] Ibid. pp. 45-46

[8] Ibid. pp. 47-48

[9] Ibid. pp. 48. 55.

[10] Martín Descalzo, José Luis. BUENAS NOTICIAS. Ed. Planeta Barcelona – España 1998 p. 93

[11] Ibid p. 94

[12]  Rahner Karl S.J. MEDITACIONES BREVES Friburgo de Brisgovia - Alemania, 1904  pp 13-20

 

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