sábado, 19 de febrero de 2022

ASCESIS HACIA EL AMOR CELESTIAL



1Sam 26, 2. 7-9. 12-13. 22-23; sal 103(102), 1-2. 3-4. 8 y 10. 12-13; 1Cor 15, 45-49; Lc 6, 27-38

 

… el cristiano sabe que él mismo es un producto de la magnanimidad divina. Y todo hombre lo es también, por lo que no tengo necesidad de demostrarle que soy más magnánimo que él, sino que simplemente le recuerdo con mi acción que todos nos debemos a la magnanimidad divina.

Hans Urs von Balthasar

 

Si amar es como engendrar un hijo, perdonar es como resucitar a un muerto.

Silvano Fausti


 

Venimos navegando en un río de Luz, Dios va iluminando nuestra existencia y –conforme lo que hemos visto- Dios nos dio como contexto existencial la Libertad, que podemos comprender como un gran bien, un tesoro de inapreciable valor, a la vez que un referente en el cual el ser humano puede construirse, puede desarrollar sus “potencialidades” y –en ese hilo de ideas- potenciar los dones recibidos para poderse poner de pie ante el Rostro Luminoso de Dios con bienaventurado balance: ¡la Vida tiene sentido, la Vida es un don que no se retira, la hemos recibido para que sea nuestra, para conservarla! ¡Dios no quiere esclavos! Ahora bien, la palabra Libertad se puede cargar de muy diversas connotaciones y, de hecho, sucede que se la aplica subrayando algunas de ellas, pero tendríamos que procurar entenderla con mayor precisión y no, de pronto, conformarnos con una oscurecida y reducida definición, y que, en vez de acercarnos a la Luz de Dios, nos aleja de Ella. Entre las más menesterosas versiones está aquella de “poder hacer lo que se nos viene en gana”, otra –muy cercana en sus escases de miras- es aquella que reza “aprovechar las oportunidades que se nos presentan en la vida”. Realmente cualquiera de estas versiones no parecen provenir de la Luz, y más bien parecen conducirnos de cabeza contra un peñasco.

 


Parecería que en el relato bíblico que nos trae la Primera Lectura, el personaje Abisai, usa una lógica que podríamos denominar “oportunista”: cree reconocer en la situación, que la Providencia Divina (precisamente el nombre Abisai significa Dios Padre existe) les ha entregado en “bandeja de plata” la cabeza de Saúl, y de esa manera concita a David para que, sin mediar reflexión ni reparo alguno- cobre su vida. Y, sin embargo, David (el Elegido de Dios, el amado) recuerda y actualiza –de inmediato- que Saúl es un “Ungido de Dios”, lo cual hace que David le respete la vida; a su vez, David –por esa actuación leal- será honrado por Dios. Notemos que la indefensión de Saúl es grande, porque Abner (Linterna para el Camino, es el significado de este nombre) y todo su ejército “escolta” estaba sumido en profundo letargo y no lograron detectar la presencia “enemiga” de David y Abisai que se infiltraron de noche entre sus filas. El regalo providente es la profundidad de su sueño, no la vida de Saúl, que Dios detenta como Dueño Legítimo, como lo es de toda vida.


 

Lo más interesante –nos parece- es la ética de David, quien no ve, solamente la situación de indefensión y la vulnerabilidad del “enemigo”, no se queda en la oportunidad sino que la interpreta y discierne en ella y antepone la óptica de Dios a la suya propia –y resaltamos la expresión “enemigo” porque en esta Liturgia es central el tema del “amor al enemigo” como nos lo enseñará Jesús, en el Evangelio-, mostrado como el amor que es esencial, el que de verdad refleja nuestro discipulado, el amor que sobrepasa el oportunismo y es capaz de perdonar. (No dejamos de observar que este amor -de David- está dirigido a Dios, que puso su mirada en Saúl para constituirlo “Ungido”. Es lo que respeta David -el Amado).

 

Sean misericordiosos como su Padre

Jesús propone a sus discípulos de todos los tiempos, también a nosotros hoy, a pesar de nuestra pequeñez, un ideal tan alto como el cielo: Sean misericordiosos, como su Padre es misericordioso. No es una exhortación moral, sino un estilo de vida.

Vincenzo Paglia

 

La condición de discípulo y además de Apóstol viene a lograrse por una metanoia, una conversión que nos explicará la Primera Carta a los Corintios en la perícopa que leemos este Domingo (VII Ordinario del ciclo C), de la situación de simple χοϊκοῦ “hombre terrenal” (o sea, hecho de polvo), a la condición de Hombre Nuevo, la heredad que nos trasmite Jesús, la de ser ἐπουρανίου “hombres Celestiales” (del ámbito ουράνιος Celestial). Esto es definitivo, de alguna manera se podría interpretar el derrotero del discipulado, el proceso de cristificación, como una “transformación” de lo puramente biológico-material a lo trascendente-espiritual. Ese proceso es –mucho más que humano, no depende de la propia voluntad, ni la voluntad más tesonera podría -por sus propias fuerzas- “levantarnos” hasta esas alturas. Sólo el Amor-Misericordia de Dios puede “salvarnos”, el Amor-Ágape es nuestro único recurso-esperanza para poder enderezarnos. Roguemos y agradezcamos con intensidad y perseverancia para que Dios nos ayude con su Gracia y su Poder. ¡Señor, asístenos para caminar en pos tuya!


Nos ocupa, por otra parte, el Salmo 102(103) que pertenece a una clase que llamamos Salmos Eucarísticos, precisamente porque son “acciones de gracias” por todo el Amor que Dios nos da, por todos los beneficios que nos prodiga: Nos perdona, nos cura, nos rescata, nos provee con abundante gracia y ternura. Hay aquí, como culmen de la perícopa, una formulación proclamada, que será medular en el conocimiento que Jesús nos revela de Dios, que ¡Dios es Padre!: “Así como un padre siente ternura por sus hijos, siente el Señor ternura por sus fieles”. No es sólo que Dios Padre ve a Jesús como su Hijo, sino que Dios tiene ternura paternal por todos. Dios siente esta ternura, aun a sabiendas de nuestro origen del polvo, reconociendo que Él nos hizo de polvo, que somos frágiles, tiene Misericordia, e infunde en nosotros -junto con el soplo de vida- la dignidad, valga decir, la fabulosa potencialidad del Ascenso. Ese sublime Ascenso también es don de Dios, también es Gracia, también nos lo demuestra Jesús en su propia terrenalidad, toma su Trono, y con el Trono a cuestas “sube” hasta el Gólgota, y nos muestra que ¡es posible! Posible, despojándose de su Divinidad.

 

Por eso aquí va el Salmo Eucarístico: gracias a Dios por ese Amor que brota –como el amor materno- de las entrañas, del mismísimo “útero” (vientre materno) de Dios Padre-Madre, lo que llevo a André Chouraqui a referirse a él como un amor matricial. Nuestra fragilidad se granjea como rasgo que seduce ese Amor-infinitamente-desinteresado de Dios, que no necesita nada de nosotros, pero se complace en nuestro bien y se da, se entrega.

 


«El material de la catequesis bautismal acerca de la misericordia, que se desarrolla en los versículos 27-38, viene de la tradición de la Iglesia primitiva.»[1]Para adentrarnos en el Evangelio podríamos segmentarlo en cinco partes:

1.    Amen a sus enemigos

2.    Traten a los demás como querrían que los traten a ustedes

3.    ¿Qué mérito hay en hacer los fácil, lo que todos hacen, lo que es natural, lo “terrenal”?

4.    El Padre es Misericordioso, la meta por alcanzar es serlo también nosotros. Asumamos lo que nos compete por ser sus hijos.

5.    Recibiremos en la misma medida en que seamos capaces de dar.

 

Pero al mezclar las dosis convenientes de estos cinco elementos vamos a obtener que –en nuestro caso personal-individual, y como miembros que somos del Cuerpo de Cristo, valga reiterarlo, como miembros de la Comunidad, del organismo de la Iglesia, nos corresponde, nos hace corresponsables de poder dejar brotar desde el “útero” de cada uno de los fieles discípulos, el Amor-matricial: Amor-ágape.

 


Por el contrario, «…el amor de intercambio es típico de los pecadores. Amar a uno que me ama y porque me ama, significa que no lo amo sino me ama… este tipo de amor es pecaminoso y destinado al fracaso… tiene las características contrarias a las que se describen en 1Co 13: es siempre interesado, inconstante y tendiente a la ira, se apropia de todos los bienes del otro y descarga todos los males sobre él… rechaza al otro y sus necesidades. Es eros el brazo derecho de thanatos (muerte), lo contrario del ágape que da libertad y vida. Como es comercio y búsqueda de sí mismo, no hace feliz a quien lo da ni a quien lo recibe. Dura mientras hay cómo despojar al otro; cesa cuando ya el otro no tiene nada que dar… Hacer el bien a quien nos hace el bien, y porque nos lo hace, no es amor. ¡Es desendeudarse!... Hacer el bien a quienes nos hacen el bien es un principio inmovilizante, que impide la iniciativa: ninguno se movería primero… Del bien queda sólo el envoltorio: dentro hay chantaje, rapiña y muerte.»[2]

 

Perdonen y serán perdonados

Jesús… pronuncia palabras que nadie había pronunciado jamás… sólo en estas palabras el mundo puede encontrar su salvación y la fuerza para detener las guerras, construir la paz y fomentar la convivencia entre los pueblos.

Vincenzo Paglia

 

¿Cómo se cohesionan esos cinco componentes, y como se aglutinan en el Amor-Misericordioso? Por medio de una capacidad de actualización que tiene la fe. No se trata de recordar, porque el recuerdo tiene por esencia la clara comprensión de “lo pretérito”; se trata de una memoria cuya fuerza está en la actualización. Es una clase muy especial de evocación en la cual, lo central no está en entender su rasgo histórico, sino que, lo que se vuelve básico son dos aspectos:

·         Se hizo por mí, cuando sucedió se tuvo en cuenta mi existencia y que su fruto sería para mí alimento, que sus consecuencias me tocarían

·         De qué manera yo, no soy paciente-pasivo, sino agente-activo.


 

Es como viajar en “el túnel del tiempo” para poder asumir y asumirme como con-structor y participar en lo que de otra manera me resultaría extraño y extrañante.

 

Si Dios toma mis culpas sobre sí, si Dios perdona, la consecuencia es que soy perdonado y –por tanto- también yo puedo perdonar hasta lo que me sonaba imperdonable. La voluntad de Dios que no consiste en hundirnos sino en rescatarnos, esa Voluntad que llamamos misericordiosa, puede ser la nuestra si podemos despegarnos de nuestra terrenalidad excluyente y, en cambio, alcanzamos –esmerándonos en ello- nuestro ser-Celestial. Único requisito y condición, cambiar el corazón de piedra por un corazón de carne: «El cielo entero es mío, porque es tuyo en primer término, y ahora me lo das a mí en mi vuelo. Mi juventud surge en mis venas mientras oteo el mundo con serena alegría y recatado orgullo. ¡Qué grande eres, Señor, que has creado todo esto y a mí con ello! Te bendigo para siempre con todo el agradecimiento de mi alma.»[3]

 


Al elevar esta voz de agradecimiento no se puede olvidar el llamado a zambullirnos en la profundidad del Mandamiento del Amor. Venimos repitiendo en todas las tonalidades y con las más diversas palabras que el Amor Ágape es un don. Y, acabamos de agradecer ese don. No obstante, la liturgia de hoy avanza otro paso, entra a hablarnos del Súper-Don, este Don que está –por así decirlo, por encima de todos los dones y carismas, es el “Don de todos los Dones”, es el per-dón.

 

«La venganza no engendra justicia

y el odio no engendra amor.

 

La violencia no engendra paz

y el egoísmo no engendra amistad.

 

Si quiero que cambie el rostro del mundo,

no puedo seguir yo con los mismos rasgos.

 

Si quiero, Señor,

que mi ciudad sea vivible,

tengo que cambiar sus piedras

que saben de ley antigua

pero no encajan con tu evangelio,

aunque por esto se me ubique

entre los pasados de moda.»[4]

 


Entremos en el aprendizaje de ser hijos en el Hijo, de ser “lentos a la ira y ricos en clemencia”: Decíamos arriba, refiriéndonos a la Primera Lectura, que el “enemigo” tenía un papel fundamental en el contexto trasversal de la Liturgia de la Palabra de este Domingo. Nos va a decir sobre la esencia del cristiano y del cristianismo. El amor que Dios nos ha dado, que ha depositado en nuestras manos y en nuestro corazón -que es a imagen y semejanza suya- es el amor que es capaz de volverse súper-don, que no reclama nada y no pide nada a cambio. Que pasa por nosotros sin venir de nosotros y del cual podemos ser cristal-transparente.



[1] Fausti, Silvano. UNA COMUNIDAD LEE EL EVANGELIO DE LUCAS. Ed San Pablo Bogotá-Colombia 3ª ed. 2014 p. 197

[2] Ibid p. 180

[3] Vallés, Carlos G. s.j. BUSCO TU ROSTRO.ORAR LOS SALMOS Ed. Sal Terrae. Santander-España 1989 p. 198

[4] Dini, Averardo. EL EVANGELIO SE HACE ORACIÓN. Ciclo C-Tomo III Comunicaciones sin fronteras. Bogotá Colombia p. 61

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