sábado, 8 de mayo de 2021

HOY MÁS QUE NUNCA- SE REQUIERE DAR MUCHO FRUTO

 


Hech 10, 25-26.34-35.44-48; Sal 98(97), 1. 2-3ab. 3cd-4; 1Jn 4, 7-10; Jn 15, 9-17

 

Sólo cuando existe el deber de amar, sólo entonces el amor está garantizado para siempre contra cualquier alteración; eternamente liberado en feliz independencia; asegurado en eterna bienaventuranza contra cualquier desesperación.

 Søren Kierkegaard

 

Permanecer en su amor para nosotros significa concretamente amar como Él ama… La fe es inseparable del amor, aún más, tiene como objeto el amor…

Silvano Fausti

 

¿Qué encontramos hoy en el frontispicio de esta Liturgia? “Anúncienlo con voz de Júbilo, y que se oiga, anúncienlo hasta los confines de la tierra: el Señor ha liberado a su pueblo, aleluya.” Se declara una comisión, un encargo para nosotros: ser portadores del anuncio, de un jubiloso anuncio, anuncio que ha de ser llevado sin fronteras, a todo lo ancho y lo largo de la geografía universal. ¡Se trata de un anuncio de liberación! Estas ideas nos vienen de Isaías, en el capítulo 18, verso 20. Pero también son paráfrasis del Salmo 98(97), salmo que canta la Realeza de YHWH.


 

La arquitectura Litúrgica implica un “transportón”: Después de la puerta principal –una vez recorrido el zaguán- está la segunda puerta, como una especie de puerta que refuerza la seguridad o, mejor, que refuerza la bienvenida y hace sentir una mayor acogida, consistente en la convicción de haber llegado a moradas que nos reciben con los brazos abiertos. En este transportón se oye la declaratoria –no ya de la Invitación del Señor- sino de los propósitos que nos han movido a venir. Recogidas las intenciones, valga decir colectadas todas, y por eso se llama Oración Colecta, estos propósitos en la voz del Sacerdote (Alter Christus), se confiesan así: “Dios Todopoderoso, concédenos continuar, con sincero afecto, la celebración de estos días de alegría en honor del Señor resucitado, para que estos misterios que estamos recordando, se manifiesten siempre en nuestras obras. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que contigo vive y reina, en unidad con el Espíritu Santo, y es Dios, por los siglos de los siglos. Amén.” O sea, que no nos apartamos ni un ápice de los propósitos que trajimos a la celebración de la Eucaristía, el Domingo anterior. Como recordamos, en la celebración anterior concluíamos haciendo votos por fructificar con generosa abundancia; y, hoy persistimos pidiendo continuidad centrados en ese mismo afecto: ¡Queremos ser fructíferos, ser uvas redondas de los sarmientos injertos en la “Verdadera Vid”. Permanecer, persistir, continuar, todo esto está bajo la misma clave: la celebración del Sexto Domingo de Pascua se encuentra, también, bajo el signo del μένω “la permanencia” [“maneat” -  constantiam” se dirá en latín].

 

Permanecemos, porque somos sus hijos, pero, si vamos a ver nuestra permanencia –desde la óptica de los frutos- tendríamos que llevar nuestra mano al pecho, y buscar allí la profunda consciencia de la clase de frutos que hemos de dar, nosotros, los que reconocemos nuestra vida como la de sarmientos que permanecen unidos a la Verdadera Vid, entonces, ¿qué frutos daremos? ¿Uvas redondas de vino… quizá; jugosas y gordas vides, plenas del elixir de la alegría…, a lo mejor?

 


Cuando nuestros racimos sean llevados a las prensas, o sean pisados por los virginales pies de las vendimiadoras, se alcanzará la nota más altisonante de la partitura de hoy,: “Que el mosto de nuestros granos sea el mosto del Amor”. Somos, pues, uvas que –a la música de la vendimia- rinden vinos de solera, el licor del Amor.

 

Poco a poco el ser humano se fue dando cuenta que pisar la uva era algo más que mecánico, y musicalizaron la labor, le pusieron ritmo y canciones, de manera tal que con el correr del tiempo se transformó de simple pisado, en danza de vendimia. ¿Cómo se llaman todos estos operarios encargados de convertir las uvas en vino? ¿Obreros…? ¿Empleados…? ¿Jornaleros..?  ¿Siervos…? Atención a este glorioso momento en el que Jesús nos enseña cómo se llaman: “Ya no los llamo δούλους siervos, porque el siervo no sabe lo que hace su amo; a ustedes los llamo φίλους amigos, porque les he dado a conocer todo lo que le he oído a mi Πατρός Padre.” (Jn 15, 15)

 

Φίλους se podría traducir “queridos”: ¡Queridos amigos”. La fiesta de la vendimia está marcada por el ritmo de este tierno cantar que se transforma en danza: “No son ustedes los que me han elegido, Yo los he elegido a ustedes, dándoles a conocer todo lo que me ha dicho el Padre. Los he elegido para llamarlos queridos amigos y darles mi Mandamiento, que es el Mandamiento de mi Padre: Que se amen unos a otros. Así que vivid vuestra existencia cristiana como una danza de vendimia, con alegría ininterrumpida, porque quien vive unido a Mí, cumpliendo la Voluntad de mi Padre, vive en la Plenitud de la Alegría”. (Cf, Jn 9.15) ¿Faltaría algo a esta cita? ¡Sí! La perícopa concluye diciendo que esta es la danza de la vida plena, de la alegría a manos llenas, porque el Padre está dispuesto a darnos todo cuanto queramos si damos fruto, el fruto de amarnos recíprocamente, de construir una sociedad de amor y de amistad.

 


Cada una de las Lecturas, tiene como una “tea encendida”. Para profundizar en la Liturgia de hoy, vamos recogiendo una a una esas “antorchas”, para juntar un ramillete de Luz.

 

La Primera Lectura tiene esta “antorcha”: “¿Quién puede negar el agua del bautismo a los que han recibido el Espíritu Santo lo mismo que nosotros? Y los mandó bautizar en el Nombre de Jesucristo”. Esta llama brillantísima es la superación de toda discriminación, es la que hace de nuestra fe, una fe católica. Sin reparar en nacionalidad, en raza, ni en color de piel. Una fe para todos y una amistad brindada con amplia acogida.

 

Teruá: En la antigua cultura hebrea, más que un canto, lo que se entonaba era un griterío, una ovación como el grito agudo de mil gargantas, la agudeza de este grito era aturdidora, parecía el gorjeo agudo de mil aves que piaban agresivas de regocijo, de dicha victoriosa; ese sonido –con el tiempo- evolucionó hacia un reclamo de la trompeta (del shofar que tiene una voz grave, similar al sonido del trombón), sonido típico de jubileo. Este salmo 97, también ocupa el sitial del Salmo Responsorial en la Misa Navideña. Reconoce el Amor y la lealtad de Dios, que no quebranta sus Promesas, y las cumple con el Magnífico-Amor-Suyo (lleno de Justicia, pero como lo subrayamos siempre, no de justicia vengativa, sino de piadosa-Justicia), que a falta de otra palabra llamaremos Misericordia. Luego, la antorcha del Salmo Responsorial está en el propio responsorio: “El Señor nos ha mostrado su Amor y su Lealtad”. Nuestro Dios es el Dios-de-la-fidelidad.

 

Pasamos a recoger la antorcha de la Segunda Lectura: “Queridos, amémonos unos a otros, ya que el amor es de Dios, y todo el que ama ha nacido de Dios y conoce a Dios. Quien no ama no ha conocido a Dios, porque Dios es Amor." (1Jn 4, 7-8) Y hemos puesto en negrilla la parte más brillante de esta antorcha. Para glosarla, daremos la voz cantante a San Agustín. “¡Ama y haz lo que quieras! Si tú callas, calla por amor; si tú hablas, habla por amor; si tú corriges, corrige por amor; sí perdonas, perdona por amor. Esté en ti la raíz del amor, porque de esa raíz no puede brotar sino el bien.”


 

Cuenta la leyenda que en su vejez, San Juan no tenía aire para más que para repetir como repiten los adultos mayores –al menos eso pensaban los miembros de la Comunidad Joánica- que era repetición por senilidad; ¡pero no! Cuando ellos le reprocharon su repetidera, Él les explicó que ese era “El Mandamiento del Señor” y que cumpliéndolo, era suficiente. Así podemos entender el comentario Agustiniano que consignamos arriba. Nosotros como cristianos debemos estar enraizados en este Mandamiento de Jesús, y sí sólo a él atendemos, el Padre nos reconocerá gustosamente como sus amigos.

 

«Nos dice San Juan en su primera carta que “quien no ama no ha conocido a Dios, porque Dios es amor”. Por ello, el amor es la facultad que me permite verdaderamente relacionarme con Dios, ya que puedo ofrecerle algo que también se da y en grado sumo en Él. Podemos intercambiarlo, donarlo mutuamente. Siendo Dios amor, el amor me coloca en un nivel de semejanza, de sintonía y de calidad más altas… Por más que se esfuerce, una piedra nunca podrá amar. Ni siquiera las estrellas más lucientes o los planetas más alejados. Nunca las inmensidades inconmensurables del universo podrán pronunciar un ¡te amo! Solamente la persona, por su imagen y semejanza con Dios, por su alma inmortal, está capacitada para amar… El Papa Benedicto XVI señala que el cristiano, si no encuentra el amor verdadero, ni siquiera puede llamarse cristiano, porque “no se comienza a ser cristiano por una decisión ética o una gran idea, sino por el encuentro con un acontecimiento, con una Persona, que da un  nuevo horizonte a la vida y, con ello una orientación decisiva.»[1]

 

Corremos un peligro inmensurable que esta Noticia del Amor, sea desencarnada y se convierta en un discurso vacío, o simplemente romántico, almibarado, melifluo y empalagoso. Es preciso que a esta mirada a la Luz Resplandeciente del Resucitado que nos muestra el Rostro Amoroso de Dios se le ponga la piel de los caídos, de las víctimas, de los fallecidos por la pandemia, de los desempleados, de los que se acuestan hambrientos y sin techo, de los que han tenido que abandonar su terruño querido y salir a buscar acogida en medio de esta hora inhóspita y desalmada. El aterrizaje de esta reflexión nos lo viene a procurar San Juan Pablo II: « ¡Hombre de nuestra época! Hombre que vives sumergido en el mundo, creyendo dominarlo, mientras eres tal vez su presa, Cristo te libera de toda forma de esclavitud: para lanzarte a la conquista de ti mismo, al amor constructivo y encaminado al bien: amor exigente, que te convierte en constructor, no en destructor; de tu futuro, de tu familia, de tu ambiente y de la sociedad.»[2]


 

El fruto esperado, el vino que tienen que vendimiar nuestras venas para llevarle jolgorio a tanta pesadumbre y consuelo a tanta desesperanza será construir y no destruir. Y que demos mucho fruto y nuestro fruto permanezca ¡Esa es la Luz! Aun cuando todas las tinieblas se aúnen a gritar con su desafinada y desesperanzada voz un pestilente y asqueroso himno de muerte.

 



[1] Guerra, Hector l.c. Ledesma, Juan Pablo. l.c. ¡VENID Y VERÉIS! LA EXPERIENCIA DE UN AMOR QUE NO SE ACABA. Ed. Planeta. Barcelona España 2009. pp.30-31

[2] Ibid p.123.

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