sábado, 16 de enero de 2021

CONFORMAR CUERPO CON ÉL

 



1 Sam 3b, 3-10.19; Sal 39, 2.4.7-10; 1 Cor 6, 23-15.17-20; Jn 1, 35-42

 

Nadie ha merecido ser llamado a la vida, ni a la vida cristiana, ni al apostolado… Cuando el Señor hace una elección, no lo hace para recompensar merecimientos ni para distinguir a nadie, sino para llamarle a servir más a los demás en su Nombre.

Hélder Câmara

 

Samuel escucha un “llamado”, como toda experiencia humana, al principio es poco clara, incluso ininteligible, y sólo poco a poco se va aclarando. Tres veces se tiene que repetir el “llamado” y todavía no lo entendía; pero, tampoco el Sacerdote Elí –aun cuando habitaba en el mismo templo del Señor donde estaba el Arca, o sea que estaba habituado a un trato cercano con las “cosas” del Señor- acertaba a entender que se trataba de una comunicación Divina, hasta que por fin, se dio cuenta y le dio a Samuel la fórmula para que Dios le entregara el Mensaje. Aquí, evidentemente, la mediación corre a cargo de Elí.

 


Todos sabemos que el Evangelio de San Marcos es el más breve de los Cuatro Evangelios, por ese motivo, este año –que está dedicado a la Lectura del Evangelio Marqueano- encontraremos varias interpolaciones del Evangelio Joánico, ese es el caso de este Domingo, cuando vamos a ocuparnos de la Primera Parte de la tercera perícopa, versos 35-42 del Capítulo 1 del evangelio según San Juan; (la primera perícopa abarca los versos 1-18, donde se aloja la maravillosa declaración sobre la Eternidad del Hijo; la Segunda Perícopa va de los versos 19-34 se refiere muy particularmente al testimonio que dio San Juan Bautista declarando que Él no era el Mesías, sino que el Mesías vendría “detrás de Él”; la tercera perícopa abarca los versos 35-51). En esta perícopa del Evangelio que se lee este Domingo, el mediador es el Bautista. Fue él quien señaló hacía Jesús mostrándolo como el “Cordero de Dios que quita el pecado del mundo” Jn 1,29b. Luego, viene una segunda mediación, es la mediación de Andrés que le dice a Simón: “Hemos encontrado al Mesías” Jn 1, 41c. Felipe es convidado “directamente” por el Señor, en este caso no hay mediación. Pero en cambio Felipe si va a invitar a Natanael (nombre que significa “Dios ha dado”). La mediación de Andrés, conducirá al hecho de que Simón adquiera una “nueva identidad”, dejará de ser Simón, para convertirse en Kefas que traducido corresponde a “Pedro”.

 


«Todo este episodio en su conjunto manifiesta los varios modos como se desarrolla la llamada del Señor: una vez que uno se acoge a ella, puede pasarla a otros; y esta transmisión se da con alegría y con sentido de plenitud, porque se comunica un tesoro que uno ha encontrado.»[1] Aun cuando la comparación puede parecer demasiado mecánica, vamos a compararla con la carrera de relevos. El corredor anterior entrega el “testimonio” (también llamado “testigo”) al siguiente, y así, el testimonio va de mano en mano. De la misma manera, de “mano en mano” se ha trasmitido nuestro “testimonio” de fe. Es claro que hacerse discípulo no es para quedarse allí, sino para trasmitir el “contagio”.

 


Observemos los diversos nombres que va recibiendo Jesús en esta perícopa Evangélica:

·         Cordero de Dios v. 36d

·         Rabí –que significa maestro v. 38f

·         Mesías –que se traduce Cristo v. 41cd

Vayamos un poco más lejos, mirando también los nombres que recibe en la siguiente perícopa:

·         Aquel de quien escribió Moisés en la ley v. 45d

·         Y también los profetas v. 45e

·         Hijo de Dios v. 49c

·         Rey de Israel v. 49d

·         Hijo del hombre. v. 51f.

 

Vayamos, ahora, al verso 38c. Es la primera vez que Jesús pronuncia palabra en el Evangelio de San Juan. Y, ¿cuáles son esas palabras?: “¿Qué buscan?”. Entendemos que el encuentro se da por una “búsqueda”. El que va a encontrarse con Jesús, aquellos a quienes Jesús les sale al encuentro, con quienes se hace el encontradizo, son los que están buscando. Los que buscan serán llamados a ir y ver Cfr. Jn1, 39. «Jesús no dice de hacer o de buscar algo, sino “Venid y veréis”, esto es, hagan la experiencia conmigo… su experiencia se ampliará en el contacto conmigo.»[2] Tomemos el caso de los dos discípulos de Juan el Bautista a quienes les señala al “Cordero”, si estaban con el Bautista era porque estaban en estado de búsqueda, porque estaban “sedientos” de Dios. Tan pronto el Bautista les señala al “Cordero” ellos –sin tardanza alguna- empiezan a seguirlo, ese seguimiento les gana el discipulado. «Cuando pienso en los primeros apóstoles consagrados por Cristo, pienso que ellos mismos consagraron a otros, y éstos a otros…, y así hasta nuestros días. Así pues, cada apóstol de hoy está ligado a un apóstol de entonces. Yo suelo preguntarme a menudo: ¿A qué apóstol habrá Dios vinculado a Dom Hélder? ¿A Andrés? ¿A Felipe…?»[3] Se refiere a las mediaciones hoy por hoy, siempre en el linaje apostólico, así nosotros –todos los bautizados- ingresamos en la serie ininterrumpida de los discípulos–misioneros. Veamos el #1267 del Catecismo de la Iglesia Católica: “El Bautismo hace de nosotros miembros del Cuerpo de Cristo. "Por tanto [...] somos miembros los unos de los otros" (Ef 4,25). El Bautismo incorpora a la Iglesia. De las fuentes bautismales nace el único pueblo de Dios de la Nueva Alianza que trasciende todos los límites naturales o humanos de las naciones, las culturas, las razas y los sexos: "Porque en un solo Espíritu hemos sido todos bautizados, para no formar más que un cuerpo" (1 Co 12,13)”

 

Ahora, el numeral 1268 comienza diciendo: “Los bautizados vienen a ser "piedras vivas" para "edificación de un edificio espiritual, para un sacerdocio santo" (1 P 2,5).” Y, en el numeral 1270, se lee: “Los bautizados "por su nuevo nacimiento como hijos de Dios  están obligados a confesar delante de los hombres la fe que recibieron de Dios por medio de la Iglesia" (LG11) y de participar en la actividad apostólica y misionera del Pueblo de Dios (cf LG 17; AG7,23).”

 


El discipulado es la incorporación en un Cuerpo Místico, donde el cuerpo del discípulo se incorpora al Cuerpo de la Fe; lo místico está en la manera inexplicable e inextricable como el cuerpo individual se injerta en el Cuerpo de Jesús, el cuerpo individual se hace “órgano” del cuerpo comunitario. Por eso, es comprensible que en la liturgia de este Segundo Domingo Ordinario del ciclo B, aparezca la perícopa del capítulo 6 que alude al cuerpo refiriéndose a su pureza. «El cuerpo de cada uno es parte del cuerpo de Cristo, y el cuerpo de todos forma el templo del Espíritu Santo (construcción del cuerpo social)…. No basta glorificar a Dios con el propio cuerpo. Es necesario que el cuerpo social, es decir, la comunidad y la sociedad entera, sea el lugar de la manifestación de la gloria de Dios.»[4]

 

Cuando se hace un implante hay que evitar el rechazo que hace el cuerpo al “injerto”. En este caso los que se van a “incrustar” deben pre-disponerse para adecuarse al Cuerpo Místico al que van  a pertenecer, al que adhieren, al Cuerpo del Salvador. ¿Qué medicina se debe aplicar para que el injerto pegue bien? Encontramos le respuesta en el Salmo 39, en los versos 9 decimos: “… esto es Señor lo que deseo, tu ley en medio de mi corazón”. El Señor nos llama, y nosotros acogemos su llamada con pureza de intenciones, con docilidad, con obediencia, con prontitud, con disponibilidad, con espíritu de servicio, de entrega. Docilidad hacia el Señor que hemos de renovar cotidianamente. ¿Cómo abre el Señor nuestro oído? ¡Con su llamada! ¿Cuál ha de ser nuestra respuesta? דַּבֵּ֣ר יְהוָ֔ה כִּ֥י שֹׁמֵ֖עַ עַבְדֶּ֑ךָ “Habla, Señor, tu siervo escucha” Es el verbo שָׁמַע que no es simplemente oír, sino acoger la Voz con obediencia dócil. Docilidad para añadirnos a su Cuerpo. Respuesta comprometida a la llamada. A lo que nos pida, a lo que espera de nosotros.

 


Para entender cómo reforzar y estrechar esta incorporación, vamos que remitirnos al 1396 del Catecismo de la Iglesia Católica:

 

“La unidad del Cuerpo místico: La Eucaristía hace la Iglesia. Los que reciben la Eucaristía se unen más estrechamente a Cristo. Por ello mismo, Cristo los une a todos los fieles en un solo cuerpo: la Iglesia. La comunión renueva, fortifica, profundiza esta incorporación a la Iglesia realizada ya por el Bautismo. En el Bautismo fuimos llamados a no formar más que un solo cuerpo (cf 1 Co 12,13). La Eucaristía realiza esta llamada: "El cáliz de bendición que bendecimos ¿no es acaso comunión con la sangre de Cristo? y el pan que partimos ¿no es comunión con el Cuerpo de Cristo? Porque aun siendo muchos, un solo pan y un solo cuerpo somos, pues todos participamos de un solo pan" (1 Co 10,16-17):

 

«Si vosotros mismos sois Cuerpo y miembros de Cristo, sois el sacramento que es puesto sobre la mesa del Señor, y recibís este sacramento vuestro. Respondéis "Amén" [es decir, "sí", "es verdad"] a lo que recibís, con lo que, respondiendo, lo reafirmáis. Oyes decir "el Cuerpo de Cristo", y respondes "amén". Por lo tanto, sé tú verdadero miembro de Cristo para que tu "amén" sea también verdadero» (San Agustín, Sermo 272).

 

Observemos con ojo agudo y despierto cómo inicia la perícopa de 1Corintios 6, declarando para qué es el Cuerpo: “El cuerpo es… para servir al Señor” (1Cor 6, 13c); para eso nos insertamos en su Cuerpo Místico, eso le da sentido a nuestro discipulado y clarifica toda nuestra misión: … así que dije: aquí estoy”. // En tus libros se me ordena hacer tu voluntad: / esto es, Señor lo que deseo: tu ley en medio de mi corazón. (Sal 40(39), 8-9)”

 

 



[1] Martini, Card. Carlos María. EL EVANGELIO DE SAN JUAN. Ed. paulinas. Bogotá-Colombia 1986. p. 170

[2] Ibid. pp. 168-169

[3] Câmara, Dom Hélder. EL EVANGELIO CON DOM HELDER Ed. Sal Terrae. 2da ed. Santander. 1985. p. 49

[4] Bortolini, José. CÓMO LEER LA 1ª CARTA A LOS CORINTIOS. SUPERACIÓN DE LOS CONFLICTOS EN LA COMUNIDAD. Ed. San Pablo Santafé de Bogotá-Colombia 1996. pp. 37-38

1 comentario:

  1. Dios todo poderoso, que gobiernas a un tiempo Cielo y Tierra; escucha paternalmen te la oración de tú pueblo, y haz qué los días de nuestra vida se fundamenten en tu PAZ

    Bendecido Domingo

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