sábado, 14 de noviembre de 2020

LA EXIGENCIA DE UNA NUEVA FRATERNIDAD

 


Pro 31,10-13.19-20.30-31; Sal 127, 1b-5; 1Ts 5,1-6; Mt 25,14-30

 


Uno no improvisa instrumentos de misericordia. Es necesario un entrenamiento cotidiano, que proceda de la conciencia de lo mucho que necesitamos, nosotros los primeros, de una mano tendida hacia nosotros.

Papa Francisco

 

… no amemos de palabra y de boca, sino de verdad y con obras

1 Jn 3,18

 

«Tender la mano hace descubrir, en primer lugar, a quien lo hace, que dentro de nosotros existe la capacidad de realizar gestos que dan sentido a la vida. ¡Cuántas manos tendidas se ven cada día! Lamentablemente, sucede cada vez más a menudo que la prisa nos arrastra a una vorágine de indiferencia, hasta el punto de que ya no se sabe más reconocer todo el bien que cotidianamente se realiza en el silencio y con gran generosidad. Así sucede que, sólo cuando ocurren hechos que alteran el curso de nuestra vida, nuestros ojos se vuelven capaces de vislumbrar la bondad de los santos “de la puerta de al lado”, «de aquellos que viven cerca de nosotros y son un reflejo de la presencia de Dios» (Exhort. ap. Gaudete et exsultate, 7), pero de los que nadie habla. Las malas noticias son tan abundantes en las páginas de los periódicos, en los sitios de internet y en las pantallas de televisión, que nos convencen que el mal reina soberano. No es así. Es verdad que está siempre presente la maldad y la violencia, el abuso y la corrupción, pero la vida está entretejida de actos de respeto y generosidad que no sólo compensan el mal, sino que nos empujan a ir más allá y a estar llenos de esperanza.»[1]

 


Este Domingo, como previmos en el anterior, forma -junto con el XXXII y el Domingo próximo, solemnidad de Nuestro Señor Jesucristo Rey del Universo- una unidad escatológica. Los tres Domingos toman su perícopa evangélica del Capitulo 25º del Evangelio según San Mateo. Hablábamos –en ese sentido- de un retablo, mejor aún sería decir de un tríptico; ahora, en el Domingo XXXIII (A), preferimos hablar de una galaxia escatológica. Para esta vez, tomaremos de toda la galaxia sólo tres estrellas: la primera de la perícopa del Libro de los  Proverbios, se trata de la palabra חַ֭יִל (Prov 31, 10) “de carácter”, “fuerte”, “hacendosa”, “virtuosa”, “diligente”; la segunda y tercera estrellas están en la perícopa del Evangelio, se trata de la palabra Πονηρὲ que podríamos traducir como “malvado”, “flojo”, “inactivo por enfermedad”, como “invalido”, y, por eso, “negligente”, el antónimo de diligente; la tercera es ὀκνηρέ “perezoso”, “holgazán”, “atrasado”, “vacilante”. Esta galaxia tiene un “horizonte de eventos” (no hacia un hoyo oscuro, sino hacia un Foco de Luz Radiante) que es el versículo 20 del capítulo 31 del Libro de los Proverbios: “Abre sus manos al necesitado y extiende el brazo al pobre”, que da el sentido a este Domingo, sentido que ha hecho expreso Papa Francisco, consagrándolo como fecha de la Jornada Mundial de los pobres, y es que la diligencia y la laboriosidad están enfocadas y han de volcarse hacia esa Misericordia que atiende a los pobres y se empeña en su redención porque verdaderamente la construcción del Reino está conectada y fundamentada en la remoción de todo aquello que des-dignifica al hombre, todo lo que impide su realización en plenitud, ya que “la Gloria de Dios consiste en que el hombre viva”, esa es la interpretación que damos a esta célebre frase de San Ireneo, que entendemos como moción y exhortación a vencer toda la cultura de la muerte y florecer rotundamente hacia una cultura de la vida. ¡Vida en Jesús! Dice Papa Francisco: «… quise ofrecer a la Iglesia la Jornada Mundial de los Pobres, para que en todo el mundo las comunidades cristianas se conviertan cada vez más y mejor en signo concreto del amor de Cristo por los últimos y los más necesitados»[2]. Que se oferta a todos, sean o no cristianos. A nosotros se nos demanda y se impone responder, porque ¡fue a nosotros a quienes fueron entregados los talentos! que significa –como lo hemos visto- tener siempre listas las lámparas y tanqueadas las alcuzas; y, para los no creyentes, la propuesta es dejarse alcanzar por esa Luz y reconocer que liberta al hombre, que desata sus manos y sus pies para que pueda avanzar,  y se pueda levantar -la pobreza hace inválido a quien la padece, le niega realizarse, lo postra- y caminar hacia esferas Divinas, que de otro modo resultan inalcanzables. La oferta es erradicar toda alienación para que cada ser humano tenga la posibilidad de vivir en plenitud, una vida pleromizada, que es el tipo de vida que se propone y ha de vivirse bajo la Soberanía de Dios.

 

Volvamos sobre la palabra חַ֭יִל si la entendemos como “diligencia” significa el que ama, el que tiende con ardor hacia algo, el que profesa celo por algo o alguien. Si vamos hasta la fuente etimológica encontramos las raíces dis- separar y legere recoger, elegir, cosechar, leer; que, al ensamblarlo dará “hacer las cosas con premura y pasión”. En cambio, si la traducimos como “ser hacendoso” tendremos por significado tener hacienda o ayudar a adquirirla; y ¿qué es “hacienda”? una propiedad inmueble. Por lo general usamos la expresión “hacendoso” para referirnos al cuidado esmerado al ejecutar las tareas domésticas, pero su verdadero significado –en el origen- se refiere a cosechar “cribando” para garantizar que lo recogido tenga la más alta calidad, y sea todo bueno. Cuando se dice “tener o adquirir hacienda”, no vayamos a empobrecer también el concepto de “hacienda”, que no corresponde exclusivamente a los bienes materiales, porque hay pobreza de cultura, de principios y valores, de consuelo y amistad, de cercanía y comprensión, de disciplina y método, de acogida y solidaridad. La Iglesia nos ayuda a descubrir otros focos de pobreza y des-dignificación si estudiamos detenidamente y masticando una a una las Obras de Misericordia, en particular si detallamos lo que implican las obras de Misericordia espirituales que muchas veces quedan como cara oculta de la moneda (dejando sólo visible las obras de Misericordia Corporales como el lado espectacular de la moneda) y que sin embargo no son menos apremiantes y menos dolorosas.

 


Los antónimos están mencionados en el Evangelio: negligente y haragán. El haragán es el que no quiere trabajar. El negligente es el que no-legere. Arriba dijimos que legere significa recoger, elegir, cosechar, entonces neg-ligente es el que “no recoge la cosecha, o si la recoge no selecciona, sino que echa, revueltos, los frutos buenos con los de baja calidad”; usamos esa voz para designar al que no actúa, al indiferente, al que carece de amor por lo que hace y por quienes lo hace -o lo debiera hacer- ya que el amor es también diligente, y, si verdaderamente amo a mi prójimo, ¿podré ser negligente? «Invito a toda la Iglesia y a los hombres y mujeres de buena voluntad a mantener, en esta jornada, la mirada fija en quienes tienden sus manos clamando ayuda y pidiendo nuestra solidaridad. Son nuestros hermanos y hermanas, creados y amados por el Padre celestial. Esta Jornada tiene como objetivo, en primer lugar, estimular a los creyentes para que reaccionen ante la cultura del descarte y del derroche, haciendo suya la cultura del encuentro.»[3]

 


Siempre está presente el riesgo de construir una fe “aislante”, fe de sólo oratorio, encerrada en una tipo de piedad solipsista que ignora al prójimo, que se reduce a una burbuja de indiferencia, fe que deshumaniza endureciendo el corazón, dirigiéndonos –constante- hacia un despeñadero de crueldad, llevándonos al vicio de inhumanidad, de  ser indolentes ante el padecimiento y hacia la ferocidad de ver bañarse en sangre o sufrimiento nuestro entorno, viendo sin pestañear las necesidades y penurias que otros atraviesan, pensando que se trata de una realidad distante o de una historia extraterrestre, tan remota, que seguramente sea pura ficción. « Estamos llamados, por lo tanto, a tender la mano a los pobres, a encontrarlos, a mirarlos a los ojos, a abrazarlos, para hacerles sentir el calor del amor que rompe el círculo de soledad. Su mano extendida hacia nosotros es también una llamada a salir de nuestras certezas y comodidades,… »[4] No podemos incurrir en el pretexto de la lejanía ni en el de la incompetencia, achacando que eso no nos corresponde, que no nos compete. Cabe aquí retomar enfáticos la sentencia de Terencio “Soy un hombre, nada de lo humano me es ajeno” Y, no exclusivamente por filantropía, sino porque el interés preocupado por el otro es Mandamiento Divino y núcleo de nuestra fe. ¿A dónde se ha relegado –en esa “fe” a nuestros semejantes, ocultando al otro tras la imagen del Otro-y-yo que no es más que un ídolo egocéntrico? Semejante ocultamiento es el ocultamiento (enterramiento) del “Talento” entregado y recibido. La fe del negligente, del haragán está dibujada con las palabras de denuncia que consigna San Mateo: "Señor, sabía que eres exigente, que siegas donde no siembras y recoges donde no esparces, tuve miedo y fui a esconder tu talento bajo tierra. Aquí tienes lo tuyo". Este haragán le puso a Dios una máscara de exigencia inhumana sólo para ocultar su apatía y la resignación y negar el compromiso que había adquirido ante el don benévolo de haber recibido “un talento” o sea –aunque aparentemente poco- algo así como 34 kilos de oro, ¿era poco? Tengamos presente que Dios nos da ἑκάστῳ κατὰ τὴν ἰδίαν δύναμιν a cada uno según nuestras capacidades (Cfr. Mt 25, 15). «Hoy en día, desafortunadamente, mientras emerge cada vez más la riqueza descarada que se acumula en las manos de unos pocos privilegiados, con frecuencia acompañada de la ilegalidad y la explotación ofensiva de la dignidad humana, escandaliza la propagación de la pobreza en grandes sectores de la sociedad entera. Ante este escenario, no se puede permanecer inactivo, ni tampoco resignado… Benditas las manos que se abren para acoger a los pobres y ayudarlos: son manos que traen esperanza. Benditas las manos que vencen las barreras de la cultura, la religión y la nacionalidad derramando el aceite del consuelo en las llagas de la humanidad. Benditas las manos que se abren sin pedir nada a cambio, sin «peros» ni «condiciones»: son manos que hacen descender sobre los hermanos la bendición de Dios.»[5]

 


«Este momento que estamos viviendo ha puesto en crisis muchas certezas. Nos sentimos más pobres y débiles porque hemos experimentado el sentido del límite y la restricción de la libertad. La pérdida de trabajo, de los afectos más queridos y la falta de las relaciones interpersonales habituales han abierto de golpe horizontes que ya no estábamos acostumbrados a observar. Nuestras riquezas espirituales y materiales fueron puestas en tela de juicio y descubrimos que teníamos miedo. Encerrados en el silencio de nuestros hogares, redescubrimos la importancia de la sencillez y de mantener la mirada fija en lo esencial. Hemos madurado la exigencia de una nueva fraternidad, capaz de ayuda recíproca y estima mutua. Este es un tiempo favorable para “volver a sentir que nos necesitamos unos a otros, que tenemos una responsabilidad por los demás y por el mundo [...]. Ya hemos tenido mucho tiempo de degradación moral, burlándonos de la ética, de la bondad, de la fe, de la honestidad [...]. Esa destrucción de todo fundamento de la vida social termina enfrentándonos unos con otros para preservar los propios intereses, provoca el surgimiento de nuevas formas de violencia y crueldad e impide el desarrollo de una verdadera cultura del cuidado del ambiente” (Carta enc. Laudato si’, 229). En definitiva, las graves crisis económicas, financieras y políticas no cesarán mientras permitamos que la responsabilidad que cada uno debe sentir hacia al prójimo y hacia cada persona permanezca aletargada.»[6]

 

 

 

 

 

 

 



[1] Mensaje del Papa Francisco para la Jornada Mundial de los Pobres 2020, 5.

[2] Ibid

[3] Ibid

[4] Ibid

[5] Ibid.

[6] Ibid, 7.

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