sábado, 7 de noviembre de 2020

FRATERNIDAD: VOCACIÓN ORIGINARIA

 



Sab 6, 12-16; Sal 62, 2. 3-4. 5-6. 7-8; 1Tes 4, 13-18; 25, Mt 25,1-13

 

¡Cuántas veces he querido reunir a tus hijos como la gallina reúne a sus pollitos bajo las alas!

Mt 23, 37c

 

Y, si no cambio mi manera de pensar y de querer

¿con qué cara me presentaré

a tu juicio final, Señor?

Averardo Dini

 

El tema de la fraternidad como vocación originaria no se abandona en la sustancia del texto escatológico del capítulo 25 del Evangelio según San Mateo. En el Domingo XXV del ciclo A, entramos en lo definitivo del Reino, trabajar por la justicia para así construirlo. A partir de allí ya estábamos en el Quinto Libro del evangelio Mateano, que abarca los capítulos 19 a 25. Mateo que nos ha mostrado a Jesús como el Nuevo Moisés pasa a mostrárnoslo como el Juez del final de los tiempos. A partir de este Domingo XXXII accedemos al núcleo escatológico – a lo cual dedicaremos estos últimos tres Domingos de este año litúrgico- dicho núcleo gira en torno al Juicio Final, la conclusión de los tiempos, que para nosotros es el de “la Segunda Venida”, la Parusía: “Pues Él Mismo, el  Señor, cuando se dé la orden, a la voz del Arcángel  y al son de la Trompeta Divina, descenderá del Cielo, y los muertos en Cristo resucitarán en primer lugar. Después nosotros, los que aun vivimos, seremos arrebatados con ellos en la nube, al encuentro del Señor, en el aire. Y así estaremos para siempre con el Señor.”(1Tes 4, 16-17)


 

En primer término, este Domingo, examinaremos la parábola de las 10 vírgenes. El próximo Domingo miraremos otra parábola, la de los talentos; y, finalmente, en la celebración de Cristo Rey, -festividad que se celebra en el Domingo XXXIV de cada ciclo- veremos “el Juicio de la Naciones”. Con lo que cerraremos ese retablo escatológico.

 

Γρηγορέω es el verbo pivote: ¡Velad! ¡Permaneced vigilantes! ¡Estad despiertos! ¡Sed responsables! ¡Sed prudentes! Se trata de no ser necio, tonto, sino de ser sabio, prudente, previsor. Velad viene del latín vigilare. Miremos el cuadro referente a las bodas como se desarrollaban en los tiempos de Jesús: La Chica comprometida, es decir, la que detentaba la promesa matrimonial y que por eso conocemos como la “prometida”, aguardaba la llegada del Novio junto con sus amigas, había mucho de suspenso en lo referente al momento preciso en que iba a llegar el Novio a recogerla, había un “alrededor de”, -más o menos un año después del “compromiso”- pero no un conocimiento preciso del instante de irrupción. En el momento dado, se presentaba “el Encuentro” y, era entonces que verdaderamente iniciaba la fiesta. Al iniciar, se cerraba la puerta, ya no se podía acceder, el ingreso posterior estaba vetado. Sin embargo, si por alguna situación excepcional, alguna de las “amigas” llegaba tarde, el novio le podía abrir y –una vez reconocida- era admitida. Las “linternas” de aceite resultaban imprescindibles pues otro muchacho, al amparo de la oscuridad bien podría hacerse pasar por el verdadero prometido, en eso consistía la sabiduría de llevar lámparas para alumbrarse y, la prudencia, en tener alcuzas con aceite de reserva, puesto que este se agotaba conforme progresaba el tiempo y avanzaba la oscuridad. Solo la necedad podría explicar que se descuidara el aprovisionarse del combustible, algo así como –hoy día- no llevar la power-bank a sabiendas de no tener donde conectar el celular para recarga (máxime cuando el celular tiene incorporada “la linterna”).

 


Es fundamental tener presente para qué necesitaremos la “Luz”: para dar inicio a γάμος la “fiesta de bodas”. No entramos a una asamblea, no a una conferencia, la invitación no es para ir a un gimnasio eterno, ni para asistir a un juzgado celestial a presenciar juicios, ni siquiera la invitación se relaciona con el cuidado eterno de un jardín; seamos conscientes que nuestra invitación, nuestro propósito a largo término, consiste en el gozo pleno de asistir a las Bodas-del-Mesías. Haciendo alusión al que vio pasar el Bautista, “el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo” (Jn 1, 29) solemos hablar de “las Bodas del Cordero” al enlazar con la visión en el Apocalipsis en el Capítulo Séptimo, página Bíblica que se conecta y complementa perfectamente con este capítulo vigésimo quinto del Evangelio según san Mateo, que estamos considerando.

 

Vamos con el “pero”. La cuestión de estar vigilantes, de velar continuamente se puede enfocar de dos maneras diversas. En un enfoque -muy tradicional- el asunto de la vigilancia -que más bien deberíamos denominar la “fidelidad”- tiene como objetivo de fondo la Salvación, permanecemos atentos para salvarnos. Sin embargo, nos parece que tal vez no sea este el enfoque más “salvífico”, el más saludable. ¿Eso por qué? Porque pone en el centro el egoísmo y pierde de vista lo “relacional”. ¡Si!, precisamente el eje que se nos reveló el Domingo previo, cuando considerábamos Mt 23, 1-12. Decíamos que el reflector tenía que dar un giro de 180º -aparece entonces este otro rumbo- para enfocar las relaciones con Dios, con los otros y con la naturaleza. Siendo así, el énfasis no consiste en “salvarme”, consiste en el goce eterno que vamos a compartir, que queremos que nuestros “hermanos” disfruten también. «Necesitamos desarrollar esta consciencia de que hoy o nos salvamos todos o no se salva nadie.»[1] Claro es que, esa “vigilancia” no recae en nadie distinto de nosotros mismos, porque nadie –aparte de cada uno- es responsable de desear para nuestro “semejante” el poder compartir del disfrute inextinguible.


 

¿Cómo es esto? Entonces, porque las vírgenes φρόνιμος “sensatas” (prudentes, sabias) no les compartieron su aceite a las μωραὶ necias? Precisamente porque nadie, aparte de uno mismo, puede asumir sus propias responsabilidades; nadie puede velar en reemplazo de su hermano; esa es una decisión muy personal. Puedo ofrecerte, inclusive mostrarte cual es el camino, inclusive puedo caminarlo a tu lado, apadrinarte en el cuidado para que no lo yerres, para que lo recorras con acierto; lo que no puedo, es recorrerlo por ti, esa parte, es competencia personal. La palabra φρόνιμος tiene como prefijo φρήν que se refiere al fuero más personal, en una gráfica serían las “inmediaciones del corazón”, este prefijo habla de la individualidad, de aquella zona interior donde se regulan nuestras acciones, nuestro comportamiento, algo así como la “consciencia”. Volvamos a la cuestión de por qué no compartieron el aceite, lo que a primera vista puede sonar cicatero: es que puedo asesorarte explicándote quien es el Novio, ayudándote a describir sus facciones para que lo identifiques con precisión, puedo ayudarte a vestirte y a peinarte para que estés listo a Su Llegada; lo que no puedo es, amarlo por ti, estar en vez de ti.

 


Entonces, recapitulemos: Nadie puede “vivir alerta” sino cada uno; pero, al catequizar, soy responsable de advertirte que cuando Dios te llamó para dignificarte con su Amor, surgió una responsabilidad que nace espontáneamente de la conciencia de ser amado, de “responderle” a Dios. Ser amado, pues, implica ser responsable. Frente al amor se puede decir “lo acepto” o, por muy triste que suene, “lo rechazo”; lo que no se puede es “hacerse el loco”. Pues Dios te amó hasta el extremo, no por Su Propio Interés, sino por Pura Generosidad (la que, a falta de otra claridad, llamamos Misericordia, porque es la facultad de ponerse en los “zapatos del otro”, y sentir como propio el dolor que lo azuza, desearle y trabajar para que su remedio sea el Bien) y frente a esa donación voluntaria no podemos pasar desapercibido. «… Existe la gratuidad. Es la capacidad de hacer algunas cosas porque sí, porque son buenas en sí mismas, sin esperar ningún resultado exitoso, sin esperar inmediatamente algo a cambio… Hemos recibido la vida gratis, no hemos pagado por ella. Entonces todos podemos dar sin esperar algo, hacer el bien sin exigirle tanto a esa persona que uno ayuda. Es lo que Jesús decía a sus discípulos: “Lo que han recibido gratis, entréguenlo también gratis” (Mt 10,8).»[2]

 

Formar en nosotros esa misma voluntad de ser generosos, de interesarnos por “el aceite” de nuestros hermanos, por advertirles que lo van a requerir, por obsequiarles “alcuzas”, por lograr que las lleven cerca de su corazón y no se separen de ellas para que no los vaya a coger la hora de las tinieblas sin la “Luz” a mano; es la respuesta dadivosa que se espera de cada uno. Y –así como Dios- no por egoísmo, sino por magnanimidad, preocuparnos –no por la propia salvación- sino por el “anuncio” a los otros de todo ese Amor esplendido que se irradia y alcanza a “una multitud enorme, la cual nadie podía contar, de toda nación, raza, tribu y lengua, que estaban delante del trono y en la presencia del Cordero, vestidos de estolas blancas, y con palmas en las manos; y clamaban a una sola voz, diciendo: La victoria a nuestro Dios que está sentado en el trono, y al Cordero” (Ap 7, 9-10). Nuestra misión, nuestra responsabilidad es mostrar que esa “Sabiduría” ese velar en favor de los otros, nos sale al paso, nos aborda benigna en los caminos (Cfr. Sab. 6, 16). Precisamente en el Libro de la Sabiduría, en esta misma perícopa, se presenta la vigilancia, en el verso 15, como “prudencia consumada”. «… me parece que la palabra salvación como la estamos entendiendo por regla general consiste en que uno se muere y se va para el Cielo. Entonces se dice que se salvó. Yo no estoy negando eso, pero la salvación acontece aquí antes de morirnos. Algo más, ni siquiera la Iglesia es un instrumento para que yo me salve, sino un instrumento para que yo salve al otro antes de que yo me muera… Uno salva en la medida en que participa lo divino que uno posee al otro.»[3]

 


También el salmo 63(62), salmo del Huésped de Dios, nos lo presenta como el “mantenerse despierto” sedientos de Dios. Desde el enfoque de este Salmo, Jesús mismo nos conduce al “santuario de la conciencia” donde el Templo verdadero está en ese núcleo de la personalidad, en el fuero interno, en la periferia del corazón. Aunque a eso aludirá más tarde, en el capítulo 16, verso 61, del mismo Mateo: “Puedo destruir el ναός Templo de Dios y reconstruirlo en tres días”. Ναός es “la morada de Dios”, el “Santuario”, esa parte del Templo donde la presencia de Dios mora, desde la perspectiva en la que Jesús habla, se refería al φρήν, que comentamos arriba. Desde la cual aceptamos o rechazamos el Amor donado: «sed en el cuerpo y en el alma. Sed de tu Presencia, de tu Visión, de tu Amor. Sed de ti. Sed de las aguas de la vida, que son las únicas que pueden traer el descanso de mi alma reseca… resplandor en la noche y melodía en el silencio. Te deseo y te amo. En Ti espero y en Ti descanso. Aumenta mi sed, Señor, para que yo intensifique mi búsqueda de la fuentes de la Vida.»[4] Esa es la sed que debe regular nuestras acciones y orientar nuestro corazón al optar nuestros comportamientos. Fraternidad, generosa solidaridad, buenas intenciones y buenos deseos para los otros, deseos de hacerles llegar y hacerles accesibles los dones que Dios nos ofrece, voluntad de compartir el regalo sin igual que nuestra fe nos da. ¿Habría justicia en escatimarlo sólo para ti, o para unos cuantos? Jesús lo ha querido para todos “los pollitos”. ¡Este regalo está destinado a una multitud enorme, incontable! Ayúdale al Cordero a reunirla.

 



[1] Papa Francisco. FRATELLI TUTTI, 137.

[2] Ibid, ## 139-140

[3] Baena, Gustavo. s.j. LA VIDA SACRAMENTAL. Ed. Colegio Berchmans. Santiago de Cali-Colombia 1998 p. 20.

[4] Vallés, Carlos G. s.j. BUSCO TU ROSTRO. ORAR LOS SALMOS. Ed. Sal Terrae. Santander-España 8va ed. 1993. p. 118

No hay comentarios:

Publicar un comentario