sábado, 1 de junio de 2019

ÉL ES EXCELSO



Hech 1, 1-11; Sal 47(46), 2-3. 6-7. 8-9; Ef 1, 17-23; Lc 24, 46-53

Al conocer lo que Dios nos ha dado, encontraremos muchísimas cosas por las que dar gracias continuamente.
San Bernardo de Claraval

… ¿qué hacéis ahí plantados mirando al cielo? El mismo Jesús que os ha dejado para subir al cielo volverá como le habéis visto marcharse
Hech. 1, 11

Dios en la Persona de su Hijo entra con victoria definitiva y queda entronizado por toda la Eternidad a la derecha de Dios-Padre. A Él se entrega el Sitial que ha recibido desde Siempre, su entronización en el tiempo es sólo una simbología, o mejor aún, una metáfora para nuestro entendimiento, de lo que le pertenece por siempre y desde siempre. Desde esta clave podemos leer Efesios 1, 19c-23: "conforme a la eficacia de su fuerza poderosa, que desplegó en Cristo, resucitándole de entre los muertos y sentándole a su diestra en los cielos, por encima de todo Principado, Potestad, Virtud, Dominación y de todo cuanto tiene nombre no sólo en este mundo sino también en el venidero. Bajo sus pies sometió todas la cosas y le constituyó Cabeza suprema de la Iglesia, que es su Cuerpo, la Plenitud del que lo llena todo en todo." El salmo que leemos en esta fecha nos deja ver la oportunidad que tenemos –litúrgicamente hablando- de reconocer y cantar la Victoria de Jesús a Quien Dios-Padre ha levantado de la muerte, entrando así –por Única Vez al Sancta-Sanctorum, (Kodesh haKodashim)- lo que se explica muy bien en la perícopa de Hebreos que constituye la Segunda Lectura de esta Liturgia: "Pues no penetró Cristo en un santuario hecho por mano de hombre, en una reproducción del verdadero, sino en el mismo Cielo, para presentarse ahora ante el acatamiento de Dios en favor nuestro, y no para ofrecerse a sí mismo repetidas veces al modo como el Sumo Sacerdote entra cada año en el santuario con sangre ajena. Para ello habría tenido que sufrir muchas veces desde la creación del mundo. Sino que se ha manifestado ahora una sola vez, en la plenitud de los tiempos, para la destrucción del pecado mediante su sacrificio." Hb 9, 24-26).  Esta Victoria es la que se aclama en el Salmo, que nos habla –tácitamente- de su Regreso, pero a la vez, nos confirma en la heredad que Él nos comunica, de estar también por su Misericordia, invitados para que ascendamos –también nosotros- a su Gloria, que en la Carta a los Hebreos se llama Santuario. En esa misma perícopa se hace mención de su “Última Venida” que allí se llama “La segunda vez” (Hb 9, 28d). Es esta, pues, una fecha de jolgorio, de dicha, para cantar y hacer resonar la trompeta a Jesús-Victorioso, es día de Aclamación, “La Ascensión de Cristo es nuestra garantía que un día estaremos a su lado, en el Cielo, para alabar la Gloria de Dios Nuestro Padre.”
  
En su obra sobre Jesús de Nazaret, nuestro entrañable Papa Emérito, Benedicto XVI escribe: «… una interpretación tomada de las homilías de Adviento de San Bernardo de Claraval, en la cual se expresa una visión complementaria. En ella se lee: “Sabemos de una triple venida del Señor. Además de la primera y de la última, hay una venida intermedia (adventus medius)… En la primera venida, el Señor vino en carne y debilidad, en esta segunda en espíritu y poder; y, en la última, en Gloria y majestad. (In adventus Domini, serm. III, 4. V,1:PL 183, 45ª.5050C.D.). Para confirmar su tesis, Bernardo se remite a Juan 14, 23: “El que me ama guardará mi palabra y mi Padre lo amará, y vendremos a él y haremos morada en él”. Se habla explícitamente de una “venida” del Padre y del Hijo… En ella… el tiempo intermedio no está vacío: en él está precisamente el adventus medius, la llegada intermedia de la que habla Bernardo. Esta presencia anticipadora forma parte sin duda de la escatología cristiana, de la existencia cristiana… Las modalidades de esta “venida intermedia” son múltiples: el Señor viene en su Palabra; viene en los sacramentos, especialmente en la santa Eucaristía; entra en mi vida mediante palabras o acontecimientos. Pero hay también modalidades de dicha venida que hacen época. El impacto de dos grandes figuras –Francisco y Domingo- entre los siglos XII y XIII, ha sido un modo en que Cristo ha entrado de nuevo en la historia, haciendo valer de nuevo su palabra y su amor; un modo con el cual ha renovado la Iglesia y ha impulsado la historia hacia sí. Algo parecido podemos decir de las figuras de los santos del siglo XVI: Teresa de Ávila, Juan de la Cruz, Ignacio de Loyola, Francisco Javier,… Su misterio, su figura, aparece nuevamente; y, sobre todo, se hace presente de un modo nuevo su fuerza, que transforma  a los hombres y plasma la historia.»[1]

Benedicto XVI ha sabido expresar está nueva forma de estar de Jesús con nosotros. Lo podríamos platear así: Jesús ilustra y aclara sus enseñanzas en el corazón y la mente de sus discípulos. Establece como un período de “digestión” de su Mensaje. De eso se tratan esos cuarenta días desde su muerte hasta su Ascensión. Entonces, como nuestro paso por la Universidad no es un matricularse para quedarse en ella toda la vida. Se trata de tener una etapa formativa, que debe concluir en algún momento; y dicen los expertos que el período definido y establecido en aquella cultura como tiempo formativo era precisamente ese: cuarenta días. Pero ahora, no se trata como de un “dejar librados a su destino” a sus discípulos. Irse significa haber acabado su “iniciación” –por decirlo de alguna forma- pero Jesús no los abandona. Viene ahora otra forma de Presencia, no la directa del Jesús-Resucitado, sino otra forma de presencia, más espiritual, como su nombre así lo indica: El Espíritu Santo. Hemos dicho, el que nos enseña y nos repasa todo cuanto Jesús nos enseñó.


Si queremos continuar la analogía con la vida académica en la Universidad diríamos –tal vez- que acabados los cursos presenciales en la “aulas”, sobreviene un tiempo de “prácticas”, cuando se sigue aprendiendo, pero en el ejercicio de lo recibido en las aulas, y en cuanto más se aplica y se usa el conocimiento, mejor se entiende y mejores “profesionales” nos volvemos. ¿Significa que la presencia del “Alma Mater” en el ex-alumno ha terminado? ¡Todos cuantos viven este paso de la fase formativa a la fase profesional saben que no! Se recuerda con cariño la etapa universitaria, y, en la práctica, regresan a la memoria las explicaciones de los docentes, los ejemplos más clarificadores, se retoman, a veces, los apuntes tomados en clase para aclarar alguna duda, para ver con mayor exactitud cómo es que se resuelve “esto”. Algunos de esos recuerdos de la vida académica permanecen siempre vivos en la memoria. Hay “lecciones” vistas y aprendidas que se tornan “herramientas” del día a día profesional. ¡lo adquirido en al alma mater permanece!

Cuando Jesús vuelve al Padre no significa que toma un vuelo y se va a vivir en un país extranjero y rompe toda comunicación y se “separa” definitivamente. No, quizás podemos entender mejor si decimos que su amistad es de “chat” diario, de video-encuentro cotidiano; de esos amigos que la distancia no puede nada, que al “partir” están más presentes que nunca; y, todos sabemos que Jesús es el epítome de la Amistad. Pues ahí está, ha pasado al Padre, o sea, está siempre a nuestro lado de una forma nueva, nueva quiere decir, como antes pero más pleno. Por eso Él mismo nos decía que nos convenía que Él se fuera para enviarnos el Espíritu Santo.


Entonces, ¿el Espíritu Santo es simplemente la espiritualización de Jesús? No, ¡esa sería teología equivocada! El Espíritu Santo es “Otra Persona” de la Santísima Trinidad, es la Personificación del Amor del Padre por el Hijo y viceversa, recíprocamente amados. ¿cómo decirlo? Aceptemos la figura literaria, digamos, AMANDOSE A BORBOTONES. Como será ese derroche de Amor que nos alcanza a todos y alcanza para todos. Porque el Amor, mientras más se parte y se comparte, más rinde y más alcanza, hasta que sea “todo en todos”.

Habla la Sagrada Escritura de un “subir”, de un “mirar para arriba” ¿cómo se puede entender esto? Entonces, ¿Jesús si subió? La palabra misma ascensión indica “para arriba”. Pero, como lo comentábamos el año pasado, “arriba” como cuando decimos que una persona puesta en la jefatura está “arriba”, aun cuando está al mismo nivel y en el mismo piso. Vieja costumbre de poner las figuras de autoridad encima de tarimas, de “púlpitos”, etc. Vieja figura espacial que concebía a la Divinidad en lo “Alto”. La idea nos ha penetrado profundísimamente. Por ejemplo, los Asirios y los Babilonios hablaban del Altísimo, y, nosotros adoptamos el “giro idiomático” y lo decimos sin ambages. En nuestro Amor por Dios, YHWH está en lo más alto, y nada hay más alto que el lugar de amor que tenemos para nuestro Dios. No es un “alto” o un “arriba” espacial, eso es lo que hay que enfatizar. Y hoy en día, en la era de los viajes espaciales, lo entendemos supremamente bien; nadie trataría de acercarse a Dios con un viaje en cohete como pretendieron los constructores del Zigurat que se relata en Génesis como “torre de Babel”, ellos podían querer acercarse a Dios “subiendo” con una edificación, otros trataban ascendiendo a una montaña.

Jesús ascendió al “lugar” que le permite estar siempre Presente; insistimos que no “ascendió” hacia lo alto, sino –retomemos una vez más la forma de decirlo de Benedicto XVI- «Puesto que Jesús está junto al Padre, no está lejos, sino cerca de nosotros»[2]

Hay otro aspecto que no nos podemos cansar de resaltar: Jesús en Persona, sigue a nuestro lado; de manera muy especial en su Presencia Eucarística, se hace Presente durante la celebración en la Persona del Sacerdote quien preside en Persona Christi, en el Altar, en la Palabra, en el Vino y el Pan, y en cada uno de los allí presentes, de los fieles con-celebrantes. Pero, Además, como leíamos arriba cuando recogíamos la cita de San Bernardo de Claraval, se hace presente a través de ciertas personas que Él nos envía y que son hitos de la Vida Eclesial, de la economía salvífica. Jesús no cesa de hacerse presente en puntos “álgidos” de la historia por medio de personas de carne y hueso, que no están allí para ser endiosadas (como pretendieron hacer en Listra con Pablo y Bernabé), no son Jesuses, son “personas históricas” que Dios designa para dinamizar la continuidad de su Iglesia, para re-direccionarla, para ratificar que está con nosotros hasta al final de los “tiempos”, para hacerla Santa a pesar de su fragilidad como institución de humanos entre humanos, tan humanos, tan frágiles.

No pueden cambiar la Iglesia a su arbitrio, no nos son enviados para, como niños caprichosos o mal criados, ponerla patas-arriba. Tampoco las dona Nuestro Señor, para que hagan una encuesta de opinión a ver qué es lo que la gente quiere que sea la Iglesia e implementarla dándole gusto a todos. En la economía salvífica es el Plan de Dios lo que prima, es la Voluntad Divina lo que rige. No es una entidad demagógica para que se haga según las modas y las ideologías al uso. La Iglesia y el Proyecto de Salvación no son ni conservadoras ni revolucionarias; son ambas cosas, pero según la Partitura que ha escrito el Divino Compositor. Ninguno de nosotros quiere tocar en otra orquesta diferente a la que siempre ha querido tocar la Partitura Divina, aun cuando todos se vayan porque no les gusta su Melodía. La Iglesia toca para complacer al  Señor y no para satisfacer los vaivenes de los gustos y caprichos de una u otra generación. En ese sentido la Iglesia cambiará lento o rápido y sólo en la dirección que Dios quiere. Eso disgusta a todo el que está imbuido de la cultura mediática de la “opinión” que considera que todo debe hacerse según los resultados de las encuestas: ¿cuál jabón se prefiere?, ¿qué marca de auto? ¿Cuáles son las zapatillas de moda? ¿Cuáles espaguetis son los más vendidos? Entonces, ¡a comer de esos espaguetis! Este es un tema comercial, es el “árbol” del mercado y la mercadotecnia; de la cultura consumista y la manipulación de los gustos, las opiniones y las ofertas-demandas.


Pero, empeñémonos en entender; hay Un Árbol, que era el Único Árbol del Jardín del que no debíamos comer: El árbol del Bien y del Mal. Sólo a Dios toca su cuidado, su manipulación, su poda, su abono. Es el árbol de los valores imperecederos, como su nombre lo señala, es el árbol del discernimiento de lo que es Bueno y de lo que es inhumano porque es anti-humano y anti-divino. Los enemigos dirán que es el monopolio de los valores por parte de la Iglesia; nosotros decimos que es la Voluntad de Dios la única “autorizada” y la fe, ese don maravilloso y sobrenatural, la que nos permite aceptarlo sin forcejear, con agrado, con verdadero placer, con sincera obediencia porque al ser la Voluntad de Dios, es la Voluntad del Padre y ¿qué Padre le dará a su hijo una serpiente cuando su hijo le pide un pez, o una piedra cuando le pide un pan? (Cfr. Lc 11, 11) Puede que si –porque entre los humanos todo se puede esperar, el Malo hace parrandas y orgias en el corazón de algunos- pero de manos del Padre Eterno, jamás; de sus Misericordiosas Manos sólo recibiremos Bondad. Sea nuestra oración, usando categorías de la cultura consumista: ¡Señor, estamos felices de vivir sujetos al monopolio de tus Valores, los queremos, los aceptamos, y no otros!




[1] Benedicto XVI JESÚS DE NAZARET 2da PARTE DESDE LA ENTRADA EN JERUSALÉN HASTA LA RESURRECCIÓN. Ed. Planeta. Ed Encuentro Madrid-España 2011. pp. 336-338
[2] Ibid p. 329

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