sábado, 10 de marzo de 2018

ENARBOLAR



2Cro 36, 14-16. 19-23; Sal 136, 1-2. 3. 4. 5. 6; Ef 2, 4-10; Jn 3, 14-21



…la boca se nos llenaba de risas,
la lengua de cantares.

Hasta los gentiles decían:
«El Señor ha estado grande con ellos».
El Señor ha estado grande con nosotros,
y estamos alegres.
Sal 125, 2-3

“Mirad el árbol de la Cruz, donde estuvo clavada la salvación del mundo. ¡Venite adoremus!”.
De la Liturgia del Oficio de la Pasión


Desde el Domingo pasado (3ro de Cuaresma)
hemos empezado a contactar con una manera de comunicar la Palabra:
se nos está induciendo a compenetrarnos en una dinámica de ascenso,
todo se hilvana en una serie de expresiones que nos concitan
al mismo objetivo: Subir.

Subir, levantar, construir, resucitar, con-resucitar.


Empecemos mirando el evangelio del Domingo anterior:
“Destruyan este templo y en tres días lo levantaré”, dijo Jesús.

En este Cuarto Domingo de Cuaresma, (el de lætare)
es Ciro el que ha sido exigido
a la tarea de construirle un Templo en Jerusalén de Judá.
Si esto lo miramos desde la óptica que nos propone Jesús
se trata –no de levantar un edificio- sino de hacer de nosotros mismos
Templos vivos, valga decir, de sacralizarnos.


Tengamos muy presente que no es una tarea individualista,
no consiste en que cada uno en su rincón se sacralice,
la ruta se enuncia con un sentido de colectividad,
no pone por delante el tema arquitectónico
sino que fundamenta la construcción
en el envío de un pueblo
proponiéndoles, a todos los que acepten
y se reconozcan integrantes de ese pueblo, que…
¡vuelvan! (es el mismo volver del hijo derrochador
que se convierte de su vida licenciosa
y regresa –contrito- a la “casa del Padre”):
El fragmento que leemos, del Segundo Libro de las Crónicas,
nos cuenta como, ese pueblo-hijo pródigo,
fue y malgastó la herencia llevando una vida de perdición:
nos dice que “todos los jefes, los sacerdotes y el pueblo multiplicaron
sus infidelidades,
imitando las aberraciones de los pueblos
y profanando el Templo del Señor”.

Hay una llave que destraba las puertas de la Salvación,
¡Hay que destrancar para poder entrar!
este proceso se llama Redención.
¡El Hijo del hombre, tiene que ser enarbolado en el Árbol de la Vida!
La Serpiente de bronce que Moisés enarboló
sanaba del veneno de las picaduras de las víboras;
ahí, precisamente, retomamos la idea de la “dinámica ascensional”,
dice el Evangelio de San Juan, “tiene que ser elevado el Hijo del hombre”
para que puedan sanar del veneno del Maligno.
¿Sobre quienes tendrá efecto este Antídoto?
¡Sobre quienes crean en Él!
“El que crea en Él no será juzgado;
El que no crea ya está juzgado”, no es un juicio ajeno,
es uno mismo quien se juzga, es una opción,
uno mimo opta. Recordemos ese saber fundante
que nos confirió San Agustín: Dios nos creó sin necesidad de pedirnos permiso,
para eso es Dios;
pero no nos forzará a salvarnos,
ahí está la “opción”.

Él nos sale al encuentro, Él “se hace el encontradizo”,
Su Magnanimidad es Gracia, viene explicado en la Segunda Lectura,
en Efesios, esa Magnanimidad es llamada “riqueza en Misericordia”,
y –explícitamente- se nos dice “es Don de Dios, no viene de nosotros”
La recibimos –si queremos, si aceptamos, si creemos-
Está puesta allí, en la Mesa de la Gracia,
La podemos aceptar o pasar de largo.

¿Por qué Domingo de lætare?
Si venimos penitentes, ¿de dónde sacaremos alegría?
Precisamente de allí, de la Fuente de la Salvación,
de mirar al Enarbolado y aceptarlo como Antídoto de la muerte,
y remedio para alcanzar la Vida Eterna;
sacaremos gozo de nuestras lágrimas,
(Los que sembraban con lágrimas, cosechan entre cantares.)
porque allí, en el Altar, en el Árbol-de-la-Salvación,
pende,
            bastará tomarla,
   es gratis,
                  de pan-coger,
                                        si la quieres,
                                                             tómala.


¿Sube Jesús sólo hasta la altura de un árbol?
¡No!
El Árbol de la Salvación, hunde sus raíces en el Gólgota,
pero eleva sus ramas hasta la Vida Eterna.
“Ecce lignum crucis, in quo salus mundi pependit”
Ya lo veremos resucitar, y ser elevado en Gloria hasta la Casa del Padre
(pero no nos quedaremos mirando hacia lo alto, boquiabiertos,
aunque –es bien cierto- que es hermoso contemplar su Victoria,
si somos sus “galileos” tendremos que bajar del Tabor,
y guardarnos la “dicha” en el corazón, y no contarle a nadie,
hasta que el Hijo del hombre haya Resucitado, ¡todo tiene su momento! )
No nos quedemos, pues, estancados en la Teofanía,
En saber que ya ha alcanzado la Victoria,
sí no nos movemos,
¡nos estancamos!
Y el agua estancada se corrompe.
Trencemos nuestras fuerzas vitales,
acompañemos al Señor que va a sufrir a manos de ellos, de nosotros,
esa compañía vale como aceptación,
como opción a su favor,
como Credo vital.
Ese acompañarlo está sintonizado con nuestra santificación,
Caminemos con Él para alzarle el Templo de nuestro propio ser,
Así nos fundiremos con Jesucristo,
por Jesucristo
                       y en Jesucristo.



Por eso hacemos un alto este Domingo (el Cuarto de Cuaresma)
Para anticipar que será elevado hasta el Cielo
                                                                           y si queremos
                                                                                                 podemos seguirlo.
Hubo la caída del Primer Adán (dinámica hacía abajo) que pena y qué tristeza,
pero ahora estamos enzarzados en el Ascenso,
Seguidores del Segundo Adán,
                                                marchemos
                                                                   con regocijo
                                                                                      hacia la Pascua.
Llevemos siempre en el alma el sabor de la Victoria
Y en el silencio del corazón musitemos
                                                               “Oh feliz culpa, que mereció tan grande Redentor”.
¡Y santifiquémonos! ¡Seamos Templo!                                                                              






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