sábado, 30 de julio de 2016

LA AMBICIÓN ES IDOLATRÍA


SOBRE LA FRATERNIDAD UNIVERSAL
Ecle 1,2;2,21-23; Sal 89, 3-6. 12-14. 17; Col 3,1-5.9-11; Lc 12,13-21

En el fondo, el amor, es la única cosa que llena, la única realidad.
Arturo Paoli

Las criaturas volverán a parecernos bellas y santas el día en que dejemos de querer sólo poseerlas o sólo «consumirlas».
Raniero Cantalamessa.
OFM Cap.

Tomemos la Segunda Lectura como punto de partida: καὶ ἐνδυσάμενοι τὸν νέον τὸν ἀνακαινούμενον εἰς ἐπίγνωσιν κατεἰκόνα τοῦ κτίσαντος αὐτόν “se han revestido del hombre nuevo, que sigue renovándose continuamente por el conocimiento, a imagen de su Creador” (Col 3, 10). Esto se les dice a los cristianos, son ellos los que han resucitado con Cristo. Eso quiere decir que hay un cambio profundo al hacerse cristiano; uno ya no es el que era, el que era ha muerto, el que ahora empieza  a ser es un νέον τὸν “hombre nuevo”. Pero, notemos que se nos dice algo más en esta frase de la Carta a los Colosenses: El “Hombre Nuevo” no es una condición estática que se alcanza de una vez por todas. El “Hombre Nuevo” se va perfeccionando, se va puliendo en precisión por medio de su experiencia en Jesucristo, de esta manera dice que “se va renovando continuamente por el conocimiento”, vive un proceso de cristificación. Nosotros entendemos este conocimiento como un conocer personalizado, el que se alcanza con el trato asiduo, no se está hablando de un conocimiento doctrinal o teorético, no se refiere a un conocimiento discursivo sino a una progresión espiritual que se logra por medio de la incesante búsqueda de los bienes trascendentes, los “saberes” de la dimensión en la que vive Cristo, que es la esfera del Trono de Dios Padre, τὰ ἄνω “cosas de arriba”, dado que la dimensión Divina la parangonamos con lo “Alto”, con lo que está Arriba, con lo que es Superior. A renglón seguido, nos invita a “tener la mente puesta en “los bienes del cielo”. Esta es la trasformación tan intensa del creyente cristiano: Ya no tiene la mente fija en los bienes materiales sino que su ser integro está “consagrado” a pensar en Dios para alcanzar, paso a paso, el pleno revestimiento de “Hombre Nuevo”.


¡No se conforma con eso la Epístola! Nos señala la específica tarea para trabajar esta “búsqueda”. Nos señala la necesidad de dar muerte a los vicios terrenos, de la inmoralidad sexual, la impureza, los malos deseos y -hay algo especial contra lo que se debe luchar- la ambición. Además, se nos dice en la Carta a los de Colosas que “no nos mintamos unos a otros”.

¿Por qué es tan mala la ambición? Pues porque es una forma de εἰδωλολατρία idolatría. Esto es, algo que nos separa de Dios y nos conduce hacía falsos dioses. (Cfr. Col 3,5). Claro, la ambición nos lleva a la idolatría del dinero. Y nos hace perder de vista a nuestro prójimo. En vez de tener nuestra atención puesta en las personas, la enfocamos en las cosas.

«Hubo una vez un limosnero que estaba tendido al borde del camino cuando vio a lo lejos venir al rey con su corona, su capa y sus seguidores. Pensó: "Le voy a pedir y seguramente me dará bastante. Y cuando el rey pasó cerca, le dijo: "Su majestad, ¿me podría por favor regalar una moneda?" Aunque en su interior pensaba que el rey le iba a dar mucho más. El rey le miró y le dijo: "¿Por qué no me das algo tú? ¿Acaso no soy yo tu rey?"

El mendigo no sabía que responder a la pregunta y dijo: "Pero su majestad, ¡yo no tengo nada! El rey respondió: "Algo debes de tener. ¡Busca!". Entre su asombro y enojo, el mendigo buscó entre sus cosas y supo que tenía una naranja, un bollo de pan y unos granos de arroz. Pensó que el pan y la naranja eran mucho para darle, así que en medio de su enojo tomó 5 granos de arroz se los dio. Complacido al rey, dijo: "¡Ves como sí tenías!" Y le dio 5 monedas de oro, una por cada grano de arroz.

El mendigo dijo entonces: "Su majestad, creo que acá tengo otras cosas", pero el rey le dijo: “Solamente de lo que me has dado de corazón, te puedo yo dar".

Es fácil en esta historia reconocer como el rey representa a Dios, y el mendigo a nosotros.

Notemos que este aun en su pobreza es egoísta. Ocasionalmente, Dios nos pide que le demos algo para así demostrarle cariñosamente que somos sus hijos y Él es el más importante. Unas veces nos pide ser humildes, otras ser sinceros o no ser mentirosos. Nos negamos a darle a Dios lo que nos pide, pues creemos que no recibiremos nada a cambio, sin pensar en que Dios devuelve el ciento por uno.
 
No sé qué te pida Dios en este momento… ¿Confianza? ¿Sencillez? ¿Humildad? ¿Abandono en su voluntad? No lo sé. Solamente sé, que por lo que le des, te devolverá mucho más, y recuerda no darle solamente unos pocos granos, dale todo lo que tengas, pues sinceramente, VALE LA PENA.»[1]


Según el cuento-parábola no sabemos que nos pide Dios en este momento, pero según Colosenses sí. Repasemos: dar muerte a los vicios terrenos, de la inmoralidad sexual, la impureza, los malos deseos y -ese algo especial que se debe descartar- esa es la ambición. Pues bien, La Segunda Lectura se saca del capítulo 3, los versos 1-5 y luego, 9-11. O sea que prescindimos de los versos 6-8. Pero en particular, en el verso 8 nos señala otras cosas que debemos rechazar, (que no las leemos porque hoy el foco de las Lecturas está en el tema de la ambición y estas “desviaciones”, estas “vanidades” no pertenecen a ese “foco”); pero –bien vale la pena nombrarlas-: enojos, malas intenciones, ofensas y que no salgan groserías de su boca. También se nos pide, en la Carta a los de Colosas, que “no nos mintamos unos a otros”.


Pues bien, tenemos todo un programa de trabajo para revestirnos de la calidad de Hombres Nuevos. ¡Sí sabemos lo que Dios nos pide porque la epístola nos lo indica explícitamente!

Desembocando justo en el Evangelio. Podemos proponer la pregunta clave: «¿De qué nos salva el Cristo que es la Redención, la salvación, la liberación? La cuestión es vital, pues se podría formular también con el interrogante: “¿En qué consiste el ser cristiano? Cristo nos salva de esta soledad, de este encierro, del congelamiento de nuestro yo, dándonos la capacidad de descubrir y de comunicarnos con el Otro.»[2]

Podríamos quizá explicar el asunto de la conversión en “Hombre Nuevo” explicándolo como un proceso de humanización. Una vez alcanzada la hominización, se debe vivir el proceso de humanización. Pero para podernos humanizar tenemos que plantearnos la pregunta teleológica. ¿Cómo es el “Hombre Nuevo”? ¿Cuáles son sus características definitorias? El gran interrogante de la humanización radica en saber ¿qué es el verdadero hombre? Una respuesta transitoria es la de afirmar que el Hombre verdadero es el que corresponde a la fiel imagen de la “imagen y semejanza” a la que fuimos creados. Pero enseguida notamos que es una respuesta truqueada que no contesta nada. La luna es la luna y el hombre es el hombre. Y, no fácilmente se puede escapar de este círculo vicioso. Pero podemos por lo menos ampliar el radio, de tal manera que no volvamos al mismo punto, sino a uno que esté más lejano al centro interrogativo, y más cerca del “conocimiento” (otra vez estamos en el conocimiento experiencial del que habla Colosenses), moviéndonos sobre la espiral.

Comunicarnos con el Otro, pasa por un entrenamiento en la comunicación –primero que todo- con el otro. Ya sabemos que el Otro es especialista en disfraces y usa la careta de algún otro –que ni nos imaginamos- para salirnos al encuentro y venirnos a buscar. Al otro nos acercamos con el verdadero amor de amistad, «… el amor de amistad consiste en agradar en todo al Amigo, en devolverle amor por amor, en no negarle nada de aquello que nos pida. Aquello que nos pide es sencillamente que hagamos su voluntad en todo, en lo importante y en lo ordinario, poniendo en ello toda la fe y la caridad de que somos capaces.»[3]

¡Esta es la paradoja de la riqueza! La riqueza nos distancia de los otros. La ambición promueve la riqueza y, nos distancia de lo humano. Ni nos acercamos a los otros, ni nos aproximamos al Otro. Nos trae a la mente aquel breve relato en el cual el marido le decía a su esposa: “Querida voy a trabajar muy duro para que algún día seamos ricos. A lo que su esposa le contestó: Ya somos ricos, querido. Nos tenemos el uno al otro. Tal vez algún día también tengamos dinero”.

¿Qué es lo que se propone el rico del Evangelio? En vez de poder fraguar un proyecto de solidaridad, de fraternidad, lo que cocina su pobre “yo” es un proyecto destructivo: “…demoler los graneros”.

«La justicia del reino consiste en reproducir en la tierra la imagen de Dios, que es la persona que anhela en todos sus actos y en todas sus relaciones un vínculo de amor; es el hombre que descubre que su realización puede cumplirse sólo en el amor. Cosa imposible si no se es pobre. Es decir, si no se libera en su devenir de todos los deseos que lo hacen centrarse en sí mismo e impiden la entrega al otro.»[4]

Así, las codicias, la ambición, son la jaula que nos distancia y nos aliena. La libertad nos espera con los brazos abiertos para que podamos ejercitarnos en la desalienación de todas las idolatrías que coartan al Hombre Nuevo. La verdadera fraternidad hace innecesario el arbitramento del juez que zanja las disputas sobre herencias. Jesús no vino a ser juez sino a construir el Reino, es decir, a hacernos capaces de reconocernos hermanos, como verdaderamente lo somos, ontológicamente hablando; para que compartamos.

En Mayo del 68, un muro de la Sorbona decía: “Una sociedad nueva debe estar formada sobre la ausencia de todo egoísmo y de toda egolatría. Nuestro camino será una larga marcha de fraternidad”. Adueñamos de esas palabras, esa nueva sociedad es el Reino y sus ciudadanos, los “Hombres Nuevos” y los hombres nuevos comprenden desde el centro de su corazón que todos somos hermanos..





[1] Agudelo C. , Humberto A. VITAMINAS DIARIAS PARA EL ESPÍRITU 2. Ed. Paulinas. Bogotá – Colombia. pp. 42-43
[2] Paoli, Arturo. LA PERSPECTIVA POLÍTICA DE SAN LUCAS.  Siglo XXI Editores. Bs.As. –Argentina 1972  p. 51
[3] Galilea. Segundo. LA LUZ DEL CORAZÓN. Ed. San Pablo. Santafé de Bogotá D.C. – Colombia 1995. p.126
[4] Paoli, Arturo.  DIALOGO DE LA LIBERACIÓN. Ed. Carlos Lohlé  Bs. As. –Argentina 1970 p. 150

sábado, 23 de julio de 2016

MISTERIO DE UN DIOS QUE NOS HABLA


Gn 18, 20-21.23-32; Sal 137, 1-2a. 2bc-3. 6-7ab. 7c-8; Col 2, 12-14; Lc 11, 1-13


En Jesús Dios nos ama perdidamente, con el amor total del Padre hacia el Hijo.
Silvano Fausti

… orar no es entrar en una iglesia, es entrar en una promesa y apoyarse en ella.
Jacques Loew.

… es para mí una necesidad de amor el darme, el ponerme en tus Manos sin medida, con una infinita confianza porque Tú eres mi Padre.
Charles de Foucauld

Dios habla al hombre y el hombre le habla a Dios. Dios se manifiesta con diversa clase de mensajes, no solamente verbales, sino con “signos” varios. Pero es central en esta comunicación-trascendental que Dios “humaniza” su relación con nosotros, se abaja a nuestra estatura y nos hace fácil acceder a Él. Sin embargo, la vida diaria, en nuestro trato con nuestros semejantes, nos va haciendo conscientes lo difícil que nos es la comunicación. Efectivamente, el emisor quiere decir algo, pero el mensaje que le llega al receptor es diverso, a veces, rotundamente otro.


Ocurre en no pocas oportunidades que –refutando lo anteriormente dicho- nos parece que el contacto alcanza una plenitud asombrosa. Pese a nuestras limitaciones, la palabra tiende un puente maravilloso entre nuestras existencias. Todos hemos vivido la situación de sentir que con determinada persona la comprensión mutua es tan perfecta que casi exacta. Decimos entonces que nuestra sintonía es maravillosa, que nuestra afinidad es incomparable y, logramos recobrar confianza en el poder del hecho comunicativo. Aun cuando no siempre se alcance tan feliz éxito comunicativo, no renunciamos a la comunicación, y –por el contrario- nos esforzamos en potenciar la claridad de la emisión y, prestamos mayor esfuerzo de atención para “entender” con mayor precisión. La palabra es por excelencia un rasgo humano, define su naturaleza, la comunicación es característica definitoria del ser humano, es lo que nos hace personas.

Aún hay otro detalle curioso: Una de nuestras armas punitivas es precisamente la suspensión del intento comunicativo. Con frecuencia oímos decir, refiriéndose a personas que se han enemistado, que llevan “tal cantidad de tiempo sin dirigirse la palabra”, estamos describiendo la “incomunicación” usada como castigo. Y en tal conducta hay un  “mensaje” que se podría traducir en algo así como “usted no es digno de mi entrega”.


Lo primero que queremos destacar es que la comunicación se toma aquí como “entrega”, seguramente porque al ofrecerle a alguien mi mensaje, de alguna manera estoy poniendo algo de mi propio ser en sus manos, me estoy exponiendo, me exhibo, me confieso. La entrega tiene sustancias que le son connaturales, entre otras es preciso recordar que la entrega significa desasimiento, desprendimiento, desacomodo, generosidad, capacidad de darlo todo: Alma, vida y sombrero. «Vida acomodada, vida burguesa, vida regalada, vida de placer, vida de no faltar nada, y oración, no se da. Porque la oración es una experiencia de Dios y todas esas otras vidas son experiencias de nuestro egoísmo y egoísmo y Dios no se dan juntos. Es preciso perder la vida para encontrarla»[1].

De manera simétrica, cuando “confiamos” en alguien, no tenemos reparo en exponerle y revelarle nuestros detalles y peripecias. El primer mensaje cuando le hablamos a alguien es de elogio, da importancia, reconoce la validez del “interlocutor”. En la Primera Lectura el Señor “dignifica” a Abrahán escogiéndolo para relatarle sus intenciones, para manifestarle lo que va a hacer. “Entonces el Señor pensó: ‘Debo decirle a Abrahán lo que voy a hacer, ya que él va a ser el padre de una nación grande y fuerte. Le he prometido bendecir por medio de él a todas las naciones del mundo. Yo lo he escogido para que mande a sus hijos y descendientes que obedezcan mis enseñanzas y hagan todo lo que es bueno y correcto, para que yo cumpla todo lo que he prometido.’”(Gn 18, 17-19). En el trasfondo alcanzamos a ver una especie de “petición de permiso”, de solicitud de aprobación. Ya esto “declara” Quien es el Señor: Es Alguien que elige al humano para hacerlo “partner”, su Misericordia es tan Infinita, que “eleva” su criatura poniéndola –casi podríamos decir hiperbólicamente- a Su Nivel. Esta faceta del “hacernos a su imagen y semejanza” es fundamental para comprender la centralidad del ser humano en el conjunto creatural.

Luego, el Señor expone a Abrahán que Él va a obrar de cierta manera como consecuencia de una serie de reclamos recibidos: זַעֲקַ֛ת סְדֹ֥ם וַעֲמֹרָ֖ה כִּי־רָ֑בָּה “El clamor contra Sodoma y Gomorra es grande…”. El ser humano le ha puesto de presente la perversión de aquellos pueblos. No se trata de algo que a Él le ha dolido directamente; se trata de las זַעֲקַ֛ת “quejas” (quejas que van acompañadas de llanto, lamentos y gritos de  dolor), que las víctimas directas han denunciado en su Tribunal Santo. Oír denuncias y aplicar la sanción pertinente indudablemente entra en el marco de las acciones definidas como “actos comunicativos”.


El dialogo-respuesta que da Abrahán es un “regateo”, una especie de “puja inversa” (una subasta donde en vez de ir aumentando, va disminuyendo la oferta) para lograr aplacar la ira del Señor –por el pecado demasiado grave, donde, desde los más jóvenes hasta los más viejos, estaban entregados a la sodomía- con una mínima presencia de “justos” en aquellas ciudades. Abrahán llega a “ofertar” seis veces: cincuenta justos, cuarenta y cinco, cuarenta, treinta, veinte y, finalmente, diez. Este regateo tiene como fundamento que los inocentes no pueden ser destruidos junto a los culpables, que implica que Abrahán entiende desde el primer momento del dialogo a su Interlocutor como un Dios-Justicia (y, de paso, observemos cuántos “ídolos” fabrica nuestra cultura, promoviendo el cinismo de los injustos, cuya única regla es su auto-conveniencia, su propio interés, su codicia). Lo cierto es que no llega a solicitar el indulto por un solo justo, (Porque él intuye que hay unos mínimos….!). (En el Nuevo Testamento, la Salvación viene por ese Único Justo, porque se trata del mismísimo Hijo de Dios).

Si vamos a hablar del Único Justo vayamos sobre el Evangelio. La perícopa que leemos este domingo (Lc 11, 1-13) está estructurada en algo así como tres pisos, con un Portal de entrada. Autónomos pero interconectados. Preliminar) La constatación de la COMUNICACIÓN Padre-Hijo e, inmediatamente consecutivo, el deseo expresado por los discípulos de “aprender a comunicarse tan perfectamente”. 1) Cómo hablarle al PADRE. 2) La parábola del insistente peticionista de “Tres Panes”, cuya esencia radica en enseñarnos a ser pertinaces en la oración, 3) La invitación a pedirle al Padre Celestial que encierra una definición de Dios como el Infinitamente Generoso.

A la especie humana no sólo le es propio hablar, sino que –además- le es propio hablarle a Dios, actividad esta a la que llamamos “orar”. Pero orar requiere renunciar a la autosuficiencia, es sabernos “limitados”, imperfectos, es reconocernos seres creaturales, es reconocer nuestro “pecado original”[2], de otra manera no podremos orar, no sabremos cómo. Por el contrario, tener que “pedir” algo (porque todo aquel que “habla” está pidiendo  así sea tan sólo atención), nos permite entender nuestra naturaleza, comprender mejor nuestra identidad, entender quiénes somos. Paralelo al autoconocimiento se despliega el reconocimiento de la libertad del Otro a responder o no, a callar, a conceder o no lo pedido, inclusive a obtener del pedido algo distinto de lo requerido. Además, el “hablar” entraña bilateralidad, incluso en el soliloquio, cuando el receptor es idéntico al emisor.

Designar Padre a Dios en el Primer Testamento es algo verdaderamente esporádico, sólo 15 veces. En cambio, y ¡qué gran cambio!, en el Nuevo Testamento, si vemos sólo los Evangelios, la expresión se registra 180 veces. «La oración de creyentes es experiencia de la paternidad de Dios, es participación en el camino de su Reino en la historia, revelada en plenitud a través de le encarnación del Hijo, y es conciencia nueva de la  filiación, en el Hijo, por obra del Espíritu Santo. El diálogo con el Padre se abre a los valores inéditos del Evangelio y, al mismo tiempo, a la acogida del Espíritu, el divino artífice del mundo interior del creyente. Él es quien hace entrar en el ámbito de los familiares de Dios y hace sentir, en la fe, el calor de una amistad liberadora y alegre. Así como el Espíritu obró la encarnación del Hijo en el seno de María, así Cristo obra, en la oración, la unidad del creyente con la vida de Dios, participándole el amor filial…. El Espíritu de filiación significa liberación del espíritu del mundo, que es espíritu de esclavitud, por un espíritu de libertad; de un espíritu de temor, por un espíritu de confianza; de un espíritu de  desorden, por un espíritu de paz; de un espíritu de egoísmo, por un espíritu de comunión; de un espíritu de miopía, por un espíritu de  discernimiento»[3]. Todo este “cambio” de espíritu es verdadera metanoia, es sincera conversión.

«La pregunta que hacemos en este momento es ésta: ¿Se trata de hacer oración o ser orante?... El orante hace de la oración un estado de vida. Lleva a Dios presente en su vida y le dedica tiempos fuertes cada día. El que “hace oración” busca en la oración compensaciones, o cumplimientos, o satisfacciones. Su juego no es limpio al acercarse a Dios. No va a Dios por Dios. Va a Dios para servirse de Dios… ser orante es estar determinado, decidido, haber optado por la oración, la relación profunda con Dios, a pesar de todos los pesares, a pesar de tener ganas o no, de estar ocupado o no. Ser orante es ser fiel a la amistad con Dios, a tenerla presenta, actualizada, a ser consciente de que Dios es Padre. Y permanecer en esa actitud, en ese estado de oración.»[4]

Ya habremos oído que hay diversos tipos de oración: Oración de alabanza, Oración de exaltación, Oración de Adoración -muy perfecta y perfectamente desinteresada-, oración meditativa que por lo general se hace sobre un tema propuesto, oración reflexiva, con la que se concluyen muchos ejercicios procurando profundizar nuestro auto-conocimiento, Oración de intercesión, como la que hemos visto que hace Abrahán, «Uno de los regalos más grandes que nos podemos dar unos a otros es el de la oración. Este es el tiempo de orar por otras personas. Orar por las naciones, los líderes, los pastores, y por todos aquellos que tienen una posición de autoridad. Pide por los desamparados,  por los bebés abortados, por los enfermos y por los que han muerto. Pide por aquellos que no tienen a nadie que pida por ellos. Pide por tus enemigos, pide por tu familia, tus amigos y asociados. Pero más importante, pide al Espíritu Santo que te indique por quién orar. Él lo hará. Los nombres probablemente continuaran llegando a tu mente en el trascurso del día, ya que una vez te haces disponible al Señor, Él estará siempre buscando por alguien dispuesto a interceder con la oración. Cuando esos nombres lleguen a tu memoria, simplemente, elévalos hacia el Señor. Dile a Él que los ayude, que los perdone, que los toque  con su amor,  que derrame su poder sobre ellos.»[5], Oración de petición, Oración de liberación, oración de sanación, Oración silente, («En el silencio, en cambio, reside la confianza. No urge llamar, no se necesita alabar, no hay que repetir: Él bien lo sabe, está ahí. El silencio es también una expresión firme de amor…»[6]). Muchos piensan que la oración es «…ineficaz o que no sirve… La eficacia de la oración constituye, en cambio, una “desproporción”: la respuesta de Dios siempre es más grande que nuestras peticiones, que nuestras expectativas. Aunque, a veces, “misteriosamente” diversa.»[7]


No perdamos de vista el Evangelio del Domingo pasado (XVI Domingo Ordinario del ciclo C), el de Marta y María, recordemos que «… Cristo no está en una ocupación más que en otra: que no está en la oración más que en la acción. Está allí donde nos ha colocado su divina voluntad: allí lo encontramos y allí se da a nosotros. Y no se da siempre en lo que nos agrada, ni siempre en lo que nos parece más grande.»[8]

Oremos a Jesús, con un fragmento de la Oración de Pedro Damasceno, procurando un corazón dócil y disponible, humilde y orante, diciendo:

«Dulcísimo Maestro,
Yo no soy ante Ti más que tu siervo sin voz,
Sin obras, inerme en tu Presencia.
Pero espero en Ti la iluminación del conocimiento,
porque Tú mismo lo has dicho:
‘Sin mí, nada podéis hacer? (Jn 15, 5).
Enséñame, pues, todo cuanto viene de Ti.
Por ello me he atrevido a sentarme a tus pies,
Como María, la hermana de Lázaro, tu amigo:
Para escuchar cualquier cosa que venga de Ti…»[9]





[1] Mazariegos, Emilio L. LA AVENTURA APASIONANTE DE ORAR Ed. San Pablo Bogotá-Colombia 3ª reimp. 2004. P. 110
[2] «La expresión “Pecado original” señala la noción de esta separación primera, de un distanciamiento trágico respecto de Dios situado en los orígenes de la historia, antes mismo de que esta existiera». Javier Melloni Ribos, S.J. LOS CAMINOS DEL CORAZÓN. EL CONOCIMIENTO ESPIRITUAL EN LA «FILOCALIA» Ed. Sal Terrae. Santander –España 1995  p. 143
[3] Masseroni, Enrico. ENSÉÑANOS A ORAR. UN CAMINO A LA ESCUELA DEL EVANGELIO. Ed. San Pablo Santafé de Bogotá-Colombia 1998 p. 93. 94.
[4] Mazariegos, Emilio L. Op Cit. p. 112
[5] Schubert, Linda. LA HORA MILAGROSA. Ed. María Santificadora Bogotá Colombia 23 reimp. 2010. P. 57
[6] Alves, Rubem. EL PADRENUESTRO. Ed. San Pablo Bogotá Colombia 2007. P. 64
[7] Masseroni, Enrico. Op.Cit. pp. 89-90.
[8] Peyriguère, Albert. DEJAD QUE CRISTO OS CONDUZCA. Ed. Nova Tierra Barcelona-España 1967. P. 37
[9] Melloni Ribas, Javier. S.J. Op. Cit. p. 162

sábado, 16 de julio de 2016

LA ACOGIDA COMO MISIÓN APOSTÓLICA


ESCUELA DE APROJIMACIÓN
Gn 18, 1-10a; Sal 14(15); Col 1, 24-28; Lc 10, 38-42

…el ideal consiste en tener las manos de Marta y el corazón de María.
Dom Helder Câmara

Iniciemos nuestra reflexión de este Domingo XVI del tiempo ordinario, en el ciclo C, examinando dos palabas que aparecen en la Primera Lectura: En hebreo tenemos el verbo עָמַד que significa “estar ahí, pendiente”, “permanecer atento, a ver que se ofrece” este verbo aparece en Gn 18, 8. Por otra parte, ya en Gn 18, 2 aparece el verbo קְרָאת en su forma לִקְרָאתָם֙ de “salir al encuentro a recibirlos”. Todos los detalles de Abrahán nos hablan de cordial acogida, de hospitalidad, de generoso trato, de disponibilidad al servicio. Pero especialmente, sabe ver en Ellos al Señor Trinitario, el de las Tres Divinas Personas Y es que podemos decir del Señor-Dios-Trinitario lo que dice el padre Hugo Estrada refiriéndose a Jesús: «No podemos asegurar que Jesús es el Señor de nuestra vida, mientras  no nos hayamos especializado en reconocerlo a través de los varios “disfraces” con que se nos presenta»[1].



Pasemos revista a estos “gestos” acogedores de Abrahán:
·         Saluda al Señor postrado en tierra
·         Ofrece traerles agua para refrescar los Pies del que Camina (porque El Señor Caminante vino para recibir esta atención de Abrahán, camina hacia él para comprobar su apertura, su aceptación, su reconocimiento, su acogida), le ofrece también la sombra del árbol para que descanse.
·         También le ofrece pan. Pide a Sara hacer panes con tres (otra vez tres) medidas de harina.
·         Le da a un criado un “ternero” para que lo prepare para Él, el Dios-Trinidad
·         Le brindo, además requesón y leche.

Abrahán (Padre de multitudes, que eso significa ese nombre) cuando ve las Tres Personas, nos dice el verso 2 del capítulo 18 de Génesis que וַיָּ֤רָץ “corrió” (se trata del verbo correr en hebreo); nos trae a la mente a otro Padre, en este caso al Padre del “hijo pródigo”, también Él “… cuando aún estaba lejos, lo vio su padre, y fue movido a misericordia, y corrió, y se echó sobre su cuello, y le besó”. O sea, todos estos son actos misericordiosos, repletos de amor acogedor, de ternura paternal, de entrañas conmovidas.  

La acogida es gesto fundamental de misericordia, de amor-ágape, podríamos hasta decir –sin exagerar- que es su uniforme principal, el que la distingue, el que nos la deja reconocer. En el Evangelio, Lc 10, 38, encontramos la expresión ὑπεδέξατο que corresponde al verbo ὑποδέχομαι que significa hospedar en aoristo indicativo medio (aoristo es como decir indefinido, o indeterminado; como es aoristo de indicativo indica que aconteció en el pasado; más o menos como nuestro pretérito perfecto; de hecho, en nuestras traducciones dice “lo hospedó”, esta última, proviene del latín hospes que significa “huésped”, o sea “visita” y tiene en su raíz indoeuropea {ghosti} un correlato de “extranjero”, y no perdamos jamás de vista que ¡al extranjero también hay que aprojimarlo!), esta palabra hospedar es el pináculo de la acogida. En fin, lo que queremos postular es que, el meollo del mensaje de la Palabra en este Domingo XVI, es la “acogida”, la acogida es la nervadura del discípulo, la que le abre la sensibilidad. Sin embargo habrá que ver que hay acogidas de acogidas. Por ejemplo, está la forma de acogida de Marta, pero –de otra manera- tenemos otro modelo de acogida retratado en la actuación de María. Jesús, expresamente, aprueba la acogida que da María, y –se puede oír tras esa aprobación- una resonancia de desaprobación –esta vez tácita- para la otra propuesta de “acogida”. ¡Veamos!

Lo que Jesús le dice a Marta (este nombre viene del hebreo מרתא que significa “señora”) es que ella se afana por muchas cosas (muchas cosas la preocupan , la inquietan, así la semilla que llega a ella cae entre espinas (Cfr. Lc 8, 14); en cambio Jesús postula la importancia de “enfocarse”, y volcar todo el interés, ὀλίγων δέ ἐστιν χρεία sobre una sola, la que es necesaria; la palabra χρεία “necesaria”, se refiere a lo que es necesario para poder sobrevivir, algo así como el pan de cada día, pero en este caso, es evidente que lo necesario es el “Pan de la Palabra” porque Jesús dice que María – מִרְיָם- (también es nombr de origen hebreo, significa “excelsa”) Μαριὰμ γὰρ τὴν ἀγαθὴν μερίδα ἐξελέξατο escogió la mejor parte; o sea que, María si está haciendo lo necesario, lo que le proporcionará el “pan de cada día”. ¿Y, qué está haciendo María? Μαριάμ, ἣ καὶ παρακαθεσθεῖσα πρὸς τοὺς πόδας τοῦ Κυρίου ἤκουεν τὸν λόγον αὐτοῦ. Está sentada a los pies de Jesús ¡escuchando su Palabra!: λόγον.

Podemos llegar de una vez a la conclusión: ¡Para acoger la fe hay que escuchar la Palabra! En la aclamación antes del Evangelio, durante la liturgia de este Domingo, proclamamos un cifrado del verso 15 del capítulo 8vo de San Lucas que reza así: “Bienaventurados los que cumplen la palabra del Señor con un corazón bueno y sincero, y perseveran hasta dar fruto”, extractado de la parábola del Sembrador. Este tema de la escucha obediente y dócil, atenta y enfocada es un eje de nuestra fe que se subtiende especialmente desde Deuteronomio 6, 4 hasta Marcos 12, 29, un persistente ritornello del “Shêmá Israel”.

Pero, ¡tengamos cuidado! «Es una autentica tentación contraponer a María y a Marta, la contemplación y la acción, la oración y el servicio. Pero no puede tomarse un texto aislado del Evangelio y olvidar el resto, como es por ejemplo la parábola del buen samaritano. Y menos aún puede olvidarse que el Señor resumió la Ley y los Profetas en dos mandamientos igualmente positivos: “¡Ama a Dios! ¡Ama a tu prójimo!” Por eso le digo a usted que el ideal consiste en tener las manos de Marta y el corazón de María.»[2]

La acción deseable e ideal es la de –una vez oída la Palabra- hacerse enviado, pregonero anunciador de la Buena Noticia (el mensaje que Dios mantenía como designio secreto, «Hay facetas de su personalidad que Dios tardó siglos en mostrárnoslas, mientras hay otras que las hizo experimentar desde un comienzo»[3] pero que desde entonces ha sido revelado para nosotros, el pueblo de la Nueva Jerusalén, los Colosenses de hoy en día), eso es lo que promueve la Carta a los Colosenses, cuando San Pablo propone que él fue constituido ministro de la Iglesia que es el Cuerpo de Cristo –pero, ¡ojo! que él lo dice precisamente para impulsarnos a nosotros –los destinatarios de la epístola, los recipiendarios de hoy- para que nosotros hagamos otro tanto y nos incorporemos al Cuerpo Místico de Cristo. Es una idea neural de esta carta que Cristo vive en nosotros y es la esperanza de la gloria y apunta como cabeza de flecha e indicándonos al estado de perfección cristiana (Col 1, 28). Hagamos una cita para resaltar la importancia vital de la acción: «… respiro con la Iglesia, en su misma luz de día, en sus oscuridades de noche; descubro por todas partes las tropas del mal que la acechan o la asaltan; me encuentro en medio de sus batallas y sus victorias, de sus oraciones de angustia y de sus himnos triunfales, de la opresión de los prisioneros, de los gemidos de los moribundos, de las exultaciones de los ejércitos y de los capitanes victoriosos. Me encuentro en medio pero no como espectador pasivo, sino como actor, cuya vigilancia, destreza, fuerza y valentía pueden tener un peso decisivo sobre la suerte de la lucha entre el bien y el mal y sobre el destino eterno de los individuos y de la multitud.»[4]

Volvamos con Dom Helder y analicemos dando una mirada a la acción de los contemplativos: «Yo amo a los religiosos y religiosas de vida contemplativa. Ellos rezan por quienes no saben hacerlo, no tienen tiempo (o piensan que no lo tienen), e incluso por quienes no quieren orar, porque no conocen al Señor. ¡Ah, sí le conocieran, serían los primeros en orar…!

Pienso muchas veces que si existe una esperanza para el mundo –y ciertamente existe-, se la debemos a todas esas personas que, en la soledad, oran en nombre de todos nosotros».[5]

Pero entre la contemplación y la acción se tensa una línea de contacto: «A mí me gusta estar frecuentemente con los contemplativos, entre otras cosas para ponerles al corriente de la situación del mundo: “No podéis presentaros solos ante el Señor! ¡Tenéis que llevar al mundo entero en vuestras manos, sobre vuestras espaldas!”»[6]

Seamos agradables a los ojos del Señor aprendiendo a ser contemplativos-activos, lo que implica un compromiso de acogida: acogida al hermano, especialmente acogida al hermano más necesitado -«… Jesús no es todavía el Señor de nuestra vida, si no hemos aprendido a descubrirlo en los más necesitados, que son los retratos más perfectos de Jesús»[7], acogida a Dios y su Palabra, acogida de la vida y de la historia, acogida de la dicha y del dolor; sigamos las instrucciones dadas en el Salmo 14(15) de la liturgia de este XVI Domingo Ordinario, que nos proporcionan el paso-a-paso de esta vocación-a-enviados:
a)    Procedamos honradamente y obremos con justicia
b)    Seamos sinceros con nuestras palabras sin desprestigiar a nadie
c)    No le hagamos mal al prójimo, ni difamemos a nuestro vecino
d)    No tengamos ojos de aprecio y admiración hacia los malvados
e)    Honremos y temamos al Altísimo
f)     Si prestamos que sea sin usura
g)    Tampoco aceptemos sobornos para ir contra los inocentes

Una constelación de 7 estrellas que apuntan a vivir la acogida con un corazón realmente misericordioso, aunando acción y contemplación. ¡Como el Corazón de Jesús! Que Ama, vive, ora y muere por nosotros, y nos llama “amigos”.







[1] Estrada, Hugo sdb . PARA MÍ, ¿QUIÉN ES JESÚS? Ed. Salesiana Guatemala, 1998 p. 33
[2] Helder Câmara, Dom. EL EVANGELIO CON DOM HELDER. Ed. Sal Terrae Santander-España. 2da ed. 1985 p. 131
[3] Caravias, José L. sj. DE ABRAHÁN A JESÚS. LA EXPERIENCIA PROGRSIVA DE DIOS EN LOS PERSONAJES BÍBLICOS. Ed. “Tierra Nueva-Verbo divino” Quito-Ecuador 2001 p. 14
[4] Martini, Carlos María. POR LOS CAMINOS DEL SEÑOR. Ed. San Pablo Santafé de Bogotá-Colombia 1995 p. 310. Citando al Cardenal Hildefonso Schuster
[5] Helder Câmara, Dom. Op. Cit p.132
[6] Ibid pp. 132 - 133
[7] Estrada, Hugo sdb . Loc. Cit.

viernes, 8 de julio de 2016

AMARAS A DIOS Y AL PRÓJIMO


Deut 30,10-14; Sal 69(68), 14.17. 30-31. 33-34. 36ab. 37; Col 1,15-20; Lc 10,25-37

Cuando alimenté a los pobres me llamaron santo; pero cuando pregunté por qué hay gente pobre me llamaron comunista.
Dom Helder Câmara

¡Ignorar el sufrimiento del hombre, ¿qué cosa significa? Significa ignorar a Dios! Si yo no me acerco a aquel hombre, a aquella mujer, a aquel niño, a aquel anciano o aquella anciana que sufre, no me acerco a Dios.
Papa Francisco

La Parábola del Buen Samaritano es un auto retrato de Jesús. Jesús es el Buen Samaritano en toda le extensión de la Palabra. «Los Padres de la Iglesia han leído la parábola desde el punto de vista cristológico… el hombre que yace medio muerto y saqueado al borde del camino, ¿no es una imagen de “Adán”, del hombre en general, que “ha caído en manos de unos ladrones”? ¿No es cierto que el hombre, la criatura hombre, ha sido alienado, maltratado, explotado, a lo largo de toda su historia?... El camino de Jerusalén a Jericó aparece, pues, como imagen de la historia universal;…Si el hombre atracado es por antonomasia la imagen de la humanidad, entonces el samaritano sólo puede ser la imagen de Jesucristo»[1]. Todo lo cual nos remite al tema de cómo practicar nuestra religión porque nosotros no simplemente creemos, sino que vivimos según creemos. Es decir, nuestra existencia en la fe significa un estilo de vida. Si somos discípulos de Cristo-Jesús se implica una coherencia que exige vivir Jesúsmente. Así arribamos a la conclusión de que profesar la religión católica nos lleva no sólo a saber en qué creemos sino –igualmente- a aplicarlo siguiendo las “Huellas del Maestro”.

Jesús es la encarnación del irrevocable amor de Dios por el hombre. «… la característica fundamental de Dios, sus entrañas maternas se mueven de compasión a la vista del hombre, que es su hijo, al que no puede dejar de amar. El viaje del samaritano –la misión de Jesús es la misma compasión de Dios por sus hijos»[2]. En Jesús, «En sus palabras y gestos tomamos conciencia de lo que Dios es para el hombre: amor y perdón, denuncia y exigencia, donación y presencia, elección y envío, compromiso y fuerza…. La única forma en que nosotros conozcamos a Dios es reconociéndolo en el mismo Jesús. Él no revela “cosas” sobre Dios, sino que Jesús es la forma humana, vital, de decírsenos Dios…. El mensaje de Jesús consiste en afirmar que nada se adelanta en querer conocer a Dios en sí mismo, directamente…. En Jesús se nos ha comunicado de tal manera la presencia amorosa, perdonadora y regeneradora de Dios,… Él hace visible a Dios a través de su inagotable capacidad de amor, su renuncia a toda voluntad de poder y de venganza, su identificación con todos los marginados de este mundo… Cristo es… el sacramento primero de Dios, pues Él es Dios de una manera humana y es hombre de una manera divina.»[3]

«Según Pablo, la fe cristiana no se reduce a creer en una serie de “dogmas”, ni a cumplir una serie de leyes, ni a practicar ritos religiosos especiales. Su fe se centra en una persona. Jesús, a quien quiere conocer a fondo para poderlo querer de veras y ser capaz así de seguirlo cada vez más de cerca. Se trata de querer y seguir a alguien que es plenamente Dios y plenamente hombre, imagen humana de la divinidad, camino nuevo y vivo para llegar a Dios con confianza y seguridad.»[4] Así mismo nos lo explica la Carta a los Colosenses: “Cristo es la imagen de Dios invisible” (Col 1, 15). «Los cristianos de la ciudad de Colosas, junto con los de Laodicea y de Gerápolis, forman parte de la Iglesia de Asia que gira en torno a la metrópolis que es Éfeso. De hecho, la ciudad de Colosas, situada en Frigia, se halla en el valle del río Lico sobre el camino imperial que una a Éfeso con el oriente. Aquí se hacen sentir los diferentes influjos religiosos y culturales de cuño helenista y judío. En la comunidad cristiana de Colosas se tiende a conjugar la fe cristiana, el culto de las figuras mediadoras y de las potencias espirituales y la observancia de prácticas ascéticas»[5]. «…las extrañas ideas de los frigios fue la oportunidad para que se nos legara una idea universalista y cósmica de la fe, totalmente ajena ya a las cuestiones judías y considerando todo el universo como un inmenso territorio donde Dios ejerce su soberanía por medio de Cristo resucitado. Al mismo tiempo, la carta insiste en la figura central de Jesucristo visto no como un ángel especial sino como la misma imagen visible de Dios. Cristo es el Dios encarnado en medio de los hombres; más aún, es la Palabra, como dirá Juan, que dio origen al mundo, y el principio de una nueva humanidad renacida de las cenizas de la muerte. Es también universal el carácter de la redención, como obra reconciliadora de toda la humanidad y del cosmos entero, en paz con Dios y en armonía consigo mismo. Pero este ideal de reconciliación supone, como es obvio, una nueva estructura de la sociedad, un nuevo orden del que la comunidad cristiana debiera ser el prototipo.»[6]

Como ya hemos enfatizado el discipulado lleva implícito un “hacer”, un poner en práctica, «En el centro de la historia del Buen Samaritano se plantea la pregunta fundamental del hombre…: “Maestro, ¿Qué tengo que hacer para heredar la vida eterna?”… “Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con todas tus fuerzas y con todo tu ser. Y al prójimo como a ti mismo” (Lc 10, 27) Sobre esta cuestión Jesús enseña lo mismo que la Torá,… la palabra de la Escritura es indiscutible, pero su aplicación en la práctica de la vida suscitaba cuestiones que se discutían mucho en las escuelas (y en la vida misma). La pregunta en concreto, es ¿Quién es “el prójimo”?... Jesús respondió con la parábola del hombre que, yendo por el camino de Jerusalén a Jericó, cayó en manos de unos bandidos que lo saquearon y golpearon, abandonándolo medio muerto al borde del camino.»[7] La manera como resume la perícopa del Evangelio el Papa -ahora- Emérito, subraya el hecho de que el Doctor de la Ley estaba preguntando por la ortopraxis, pero que esta pregunta es una pregunta de validez intemporal. Así se desprende que el Buen Samaritano es Jesús, pero nosotros estamos llamados a vivir Jesúsmente, «La relación Iglesia-mundo la definen estas palabras de Jesús, que envía la Iglesia a continuar su misma misión como samaritano: “Vete y haz tú lo mismo”.»[8]  En griego reza así: Πορεύου καὶ σὺ ποίει ὁμοίως. Aquí, el verbo ποιέω “hacer”, “Construir” está en presente de imperativo activo ποίει, así se resalta que el asunto se refiere a la praxis, al “deber hacer”. «Jesús cambia la prospectiva: no clasificar a los demás para ver quién es el prójimo y quién no lo es. Tú puedes hacerte prójimo de quien se encuentra en la necesidad, y lo serás si en tu corazón tienes compasión, es decir, tienes esa capacidad de sufrir con el otro»[9].


Decía Helder Câmara: «Estoy convencido, sin embargo, de que, hoy día, el buen samaritano no se limitaría a cuidar de las víctimas de los bandidos y a subirlos no ya en su cabalgadura, sino en su coche. Hoy, el buen samaritano se ocuparía de las víctimas, cada vez más numerosas, de la injusticia. Estaría ahí –lo está, de hecho- para luchar pacífica pero valerosamente contra las estructuras de injusticia que oprimen a los hombres. Porque no basta con socorrer a las víctimas de la desdicha, sino que hay que atacar las raíces mismas de esa desdicha, que es inaceptable».[10]

Volvamos con el Papa Emérito: «La actualidad de la parábola resulta evidente. Si la aplicamos a las dimensiones de la sociedad mundial, vemos cómo los pueblos explotados y saqueados de África nos conciernen. Vemos hasta qué punto son nuestros “próximos”; vemos que también nuestro estilo de vida, nuestra historia, en la que estamos implicados, los ha explotado y los explota…les hemos llevado el cinismo de un mundo sin Dios, en el que sólo importa el poder y las ganancias; hemos destruido los criterios morales, con lo que la corrupción y la falta de escrúpulos en el poder se han convertido en algo natural. Y esto no sólo ocurre en África»[11].

«Un día me invitaron a la inauguración de una gran empresa. Hacía muchísimo calor. Pero en el despacho del director había aire acondicionado, y los camareros ofrecían whisky. Una, dos, tres veces… Yo prefería tomar Coca-Cola, no por virtud, sino porque, aunque no me disgusta un poco de alcohol, ni me plantea ningún problema moral, no me cae bien…

En un momento dado se me acercó uno de los invitados y me dijo: “¡Hombre, Dom Helder! ¿Qué tal? ¿Cómo va su demagogia? A propósito, ¿cómo tiene el valor de decir constantemente que en Recife hay miseria y se pasa hambre?” envalentonados, se acercaron otros invitados a hacerme la misma pregunta. Entonces les dije: “¡Vaya! Estaba yo tan discretamente en mi rincón, y vienen ustedes a provocarme… Pues les daré respuesta: todos ustedes tiene aquí sus coches, ¿no es así?; pues bien, podemos montar en ellos y, en muy pocos minutos, les introduzco a ustedes de lleno en la miseria, en el hambre…”

Aceptaron el desafío. Al cabo de diez minutos nos hallábamos en uno de esos lugares donde el ayuntamiento hace quemar las basuras de la ciudad. Antes de quemarlas las distribuyen en montones por el suelo. Yo conocía aquello muy bien. Llamé a un amigo a quien llamaban “Doctor Podredumbre” y que es funcionario municipal. Es un verdadero experto en saber si los alimentos que han sido arrojados a la basura son aún comestibles. El distingue entre alimentos de primera clase, reservados a los funcionarios, alimentos de segunda clase, aptos para la gente que intenta vivir allí y para los cuervos, que picotean como gallinas, y alimentos de tercera clase, que se salan y después se venden en las tascas de cuarta o quinta clase, donde cualquier cosa sirve para acompañar un trago… El “Doctor Podredumbre” explicaba todo esto a aquellas decenas de empresarios que me habían seguido hasta allí. Yo pensaba que les impresionaría. Pero al día siguiente, uno de ellos me telefoneó: “¡Dom Helder, he tenido una idea formidable! ¡Se puede hacer negocio, se puede ganar dinero con el ¿Doctor Podredumbre’” ¡Terrible!

¿Cómo estamos tan lejos de tener el espíritu del buen samaritano?»[12]

Después de ver la anécdota de Helder Câmara conviene que retomemos –una vez más- a Su Santidad Benedicto XVI: «Ciertamente tenemos que dar ayuda material y revisar nuestras propias formas de vida. Pero damos siempre demasiado poco si damos sólo lo material. ¿Y no encontramos también a nuestro alrededor personas explotadas y maltratadas? Las víctimas de la droga, del tráfico de personas, del turismo sexual; personas destrozadas interiormente, vacías en medio de la riqueza material. Todo esto nos afecta y  nos llama a tener los ojos y el corazón de quien es prójimo, y también al valor de amar al prójimo. Pues… quizás el sacerdote y el levita pasaron de largo más por miedo que por indiferencia. Tenemos que aprender de nuevo, desde lo más íntimo, la valentía de la bondad; sólo la conseguiremos si nosotros mismos nos hacemos “buenos interiormente, si somos “prójimos” desde dentro y cada uno percibe qué tipo de servicio se necesita en mi entorno y en el radio más amplio de  mi existencia, y cómo puedo prestarlo yo»[13].


Hacerse prójimo es una tarea, no es una situación que nos “llueve” porque siempre correremos el riesgo de pasar indiferentes o inmóviles por el miedo; o –lo que es aú peor- impotentes porque hemos sido educados para la impotencia bien maquillada con pretextos. El Sacerdote y el Levita tuvieron por pretextos –muy seguramente- la pureza ritual; Papa Francisco lo dice así «La Ley del Señor en situaciones símiles preveía la obligación de socorrerlo, pero ambos pasan de largo sin detenerse. Tenían prisa. El sacerdote, tal vez, ha mirado el reloj y ha dicho: “pero, llegare tarde a la Misa… Debo decir la Misa”. Y el otro ha dicho: “pero, no sé si la Ley me lo permite, porque hay sangre ahí y yo quedare impuro…”. Van por otro camino y no se acercan.»[14]. Nuestra sociedad –que el Malo usa como máscara- nos agencia un sinfín de justificaciones para evadir la samaritanidad. Pero el mandato de Jesús prevalece como guía para nuestra ortopraxis: Πορεύου καὶ σὺ ποίει ὁμοίως “Vete y haz tú lo mismo” (Lc 10, 37d) 













[1] Benedicto XVI. JESÚS DE NAZARET I Parte. Ed. Planeta 2da ed. Bogotá- Colombia 2007 pp.240-242
[2] Fausti, Silvano. UNA COMUNIDAD LEE EL EVANGELIO DE LUCAS. Ed. San Pablo Bogotá-Colombia. 2013. P. 392
[3] José Luis Caravias s.j. DE ABRAHÁN A JESÚS LA EXPERIENCIA PROGRESIVA DE DIOS EN LOS PERSONAJES BÍBLICOS. Ed Tierra nueva y Centro Bíblico “Verbo Divino” Quito –Ecuador. 2001 pp. 174-175
[4] Ibid. p 207
[5] Fabris, Rinaldo. PARA LEER A SAN PABLO. Ed. San Pablo 2ª re-imp. 2006 Bogotá – Colombia p. 148
[6] Benetti, Santos. PABLO Y SU MENSAJE Ed. San Pablo Santafé de Bogotá-Colombia 1994 p. 253
[7] Benedicto XVI. Op. Cit. p. 237
[8] Fausti, Silvano. Op Cit. p.395
[9] Papa Francisco. AUDIENCIA GENERAL Vaticano, 27 Abril de 2016 
[10] Helder Câmara, Dom EL EVANGELIO CON DOM HELDER CÂMARA. Ed. Sal Terrae Santander – España 1985 p. 130
[11] Benedicto XVI. Op. Cit. p. 239
[12] Helder Câmara, Dom Op. Cit. pp. 129-130
[13] Benedicto XVI Op. Cit. pp. 239-240
[14] Papa Francisco. Ibid