sábado, 10 de diciembre de 2016

ATENGANSE A LO QUE VEN Y OYEN


ἃ ἀκούετε καὶ βλέπετε·
                                             Mt 11, 4d
Is 35, 1-6a. 10; Sal 145, 7. 8-9a. 9bc-10; Sant 5, 7-10; Mt 11, 2-11

El rostro de Dios es el anuncio más subversivo y más incómodo, más exigente y más liberador que se pueda imaginar.
Carlos Mesters

Si Dios se ha hecho hombre, ser hombre es la cosa más importante que se puede ser.
Ortega y Gasset

El Adviento es un Tiempo de preparación: Tiempo penitencial. Es una época para limpiarnos el corazón y purificar nuestras intenciones; época de ejercitarnos en la misericordia, escoger regalos para los niños menos favorecidos y llevar  un mercado a los más necesitados. Es, también un tiempo privilegiado para reconciliarnos con nuestros familiares cuando alguna nube oscura nos ha distanciado. En ese contexto penitencial nos damos de bruces con la sorpresiva “Vela Rosada” de la Corona de Adviento y con el Ornamento Rosado que lucirán algunos Sacerdotes en este Tercer Domingo del Adviento. Se trata del Domingo de Gaudete; Gaudete quiere decir regocijaos en latín, o como diríamos –hoy en día-, “alégrense”, y esta alegría, así nos lo explica el Introito de la Eucaristía Dominical, proviene del hecho de que ya llega el Mesías, nuestro Salvador: “Alégrense siempre en el Señor. Vuelvo a insistir, alégrense, pues el Señor está cerca” (Antífona de Entrada, Flp 4, 4.5). Tenemos, en consecuencia, que la celebración es por el Mesías, “el que ha de venir”. Sin embargo Juan el bautista tiene sus dudas, por eso comisiona dos emisarios que vayan donde Jesús a preguntarle si es Él. (Cfr. Mt 11, 2-3)


Fernando Savater, en su Historia de la filosofía sin temor ni temblor, nos cuanta cómo era el Mesías esperado: «Los judíos tradicionales esperaban que cierto día apareciese entre ellos el Mesías, un santo o enviado de Dios de poder extraordinario que liberase a su pueblo de la opresión de los romanos y les devolviera su libertad y esplendor.»[1]

Vayamos directamente al Evangelio: Jesús, cuando se refiere a Juan el Bautista no escatima su aprecio, se refiere a él como a profeta, “Les digo que sí, y más que profeta. A este se refiere aquel texto de la Escritura: Miren, yo envío por delante un mensajero a prepararme el camino”. (Mt 11, 9d-10). Se refiera a Ml 4,5-6. «La profecía contenida en Malaquías 4,5-6 (3,23-24 en el texto hebreo) alimentó la esperanza de que un personaje comparable a Elías apareciera para preparar al pueblo antes de la venida definitiva del Señor,… El más conocido de los profetas de la penitencia es Juan Bautista, que en el Evangelio de Mateo es identificado con Elías (Mt 11, 13-14; 17, 10-13)»[2]

Para captar esta comparación tendríamos que echar una mirada a Elías. ¿Quién era Elías? «Elías fue una persona que impresionó a todo el mundo, amigos y enemigos. Impresionó principalmente a sus discípulos. Por decenas de años, no se cansaban de recordar su modo de ser: bueno con los pequeños, valiente a la hora de enfrentar a los poderosos, para defender la fe de su pueblo, confiado en Dios; pero también muy humano, sujeto a crisis, con sus limitaciones.

A los viejos estos recuerdos les hacían revivir momentos que jamás volverían. Los jóvenes, que no conocieron a Elías; quedaban “deslumbrados” por aquellas historias.»[3]. Falta mirar la otra cara de la moneda, el mismo Mesters nos la da: «Elías tenía un defecto, el defecto de muchos. Creía ser el único defensor de la causa de Dios: “Sólo quedé yo” (1Re. 19, 10). En realidad quedaban siete mil (1Re 19, 18). ¿Qué le impedía descubrir los siete mil que defendían la misma causa? … El campo de batalla donde él lucha por la justicia y por la libertad no es sólo la sociedad injusta creada por el sistema del rey. Es también su propio interior, donde él enfrentándose consigo mismo y con Dios busca destapar la fuente de la libertad…. La gran tentación de quien lucha por la causa de Dios es pensar que Dios es igual a la idea que él se hace de Él. Esta tentación es como arena en los ojos impide ver siete mil personas.»[4]

«En su búsqueda de Dios, Elías se orienta por los criterios de la tradición: “terremoto, rayo, tempestad” (1Re. 19,11-12), señales de la presencia de Dios desde los tiempos de Moisés (Ex. 19,16-18)… Pero aún debe aprender que, ni aún por eso, tiene privilegios delante de Dios. Dios no queda debiendo nada a Elías! Dios es libre y soberano, no sólo frente al rey, sino también frente al propio Elías. Elías sabe respetar la libertad de Dios y, ´por eso, salvó la libertad del pueblo… Los criterios seguros de la tradición no fueron suficientes. Dios ya no estaba en el terremoto, ni en la tempestad, ni en el rayo (1Re. 19,11-12) Elías tuvo que dar un paso más. Dios estaba en la “brisa leve” (1Re. 19,12).»[5]


A Dios no podemos cazarlo con nuestras trampas seguras, no podemos filmarlo con nuestros sensores de altísima sensibilidad. Con nuestros detectores de finísima fidelidad. No podemos predecirlo ni describirlo después de nuestras sesudas disquisiciones. Dios permanece el Inasible. Pero no podemos claudicar de su búsqueda. Sabemos que sin falta vendrá y, a nosotros sólo nos cabe, con humildad preguntarle ¿Eres Tú? O, ¿aún debemos esperar a otro?

Ya nos dejó atónitos cuando llegó a Belén, la paupérrima, la insignificante; nos dejó boquiabiertos cuando se presentó como un Tiernísimo Bebé en un burdo pesebre. «Dios mostró que continuaba siendo el mismo Dios de siempre; totalmente libre, imposible de ser aprisionado en cualquier proyecto, esquema o pensamiento humano; más grande que todo aquello que nosotros o la tradición, pensamos, hablamos o enseñamos respecto de Él. “Dios es mayor que nuestro corazón” (1Jn. 3, 20)»[6]



[1] Savater, Fernando. HISTORIA DE LA FILOSOFÍA SIN TEMOR NI TEMBLOR. Ed. Espasa-Planeta colombiana Bogotá-Colombia 2da imp. 2014 p. 77
[2] Perkins, Pheme. JESÚS COMO MAESTRO.LA ENSEÑANZA DE JESÚS EN EL CONTEXTO DE SU EPOCA. Ed. El Almendro Madrid-España 2001 p. 32-33.
[3] Mesters, Carlos. EL PROFETA ELÍAS, HOMBRE DE DIOS HOMBRE DEL PUEBLO. Colección Biblia # 13 Ediciones EDICAY Quito-Ecuador. 3ª Ed. 1992 p. 5
[4] Ibidem p.34
[5] Ibidem p. 35
[6] Ibid

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