sábado, 19 de marzo de 2016

SEMILLAS ANTITÉTICAS


Is 50, 4-7; Sal 21, 8-9. 17-18a. 19-20. 23-24; Fil 2, 6-11; Lc 22, 14-23, 56

Sabemos que el cielo es cielo, lugar de la gloria y de la paz, porque allí reina totalmente la voluntad de Dios. Y sabemos que la tierra no es cielo hasta que en ella se realice la voluntad de Dios. Por tanto, saludemos a Jesús que viene del cielo y pidámosle que nos ayude a conocer y a hacer la voluntad de Dios. Que la realeza de Dios entre en el mundo y así el mundo se colme del esplendor de la paz. Amén.

Benedicto XVI


El episodio del “becerro de oro” que nos encontramos en el capítulo 32 del Libro del Éxodo nos ilustra la “maldad del corazón” que hay en el “pueblo” que le impide entregar su vida plenamente en las Manos del Señor, y –por el contrario- les lleva a hacerse ídolos. La palabra fetiche proviene de la latina facticius “producido, hecho, hechizo”;  según otros investigadores, su origen se remonta a la palabra portuguesa feitiço, “maleficio”. El fetichismo está profundamente relacionado con la creencia animista de la presencia de un alma que “anima” todos los objetos; y con las religiones totémicas, que identifican un objeto –de madera o de piedra- que puede ser un animal (el oso, el cocodrilo, el bisonte, la serpiente, el águila, etc.), una planta o, inclusive, un fenómeno natural como la lluvia, o el rayo, tenidos como “espíritu protector”, que coincide con el ser que dio origen, del que brotó el impulso existencial de ese grupo humano, por lo general representados en un “poste” tutelar; la palabra proviene de una expresión de origen algonquino, en uno de sus dialectos, el ojibwa, que se hablaba en la región del actual Ontario, en vocablos como nīnōtēm “mi marca familiar”; el tema con estas manifestaciones cultuales se encuentra en el desplazamiento de la relación entre las personas y Dios, para enfatizar , de manera excluyente, sólo la relación con objetos materiales: ciertamente se trata de una “cosificación”, como la llama Sartre y reificación (si seguimos la denominación que le da Adorno). El tema de la cosificación problematiza doblemente la relación Dios-hombre, porque pone en cuestión la libertad de Dios para obrar su proyecto salvífico, y la del hombre para aceptarlo libremente.


Ese peligro también nos acecha, y no está nada alejado de nuestra vida del siglo XXI. Vemos un desplazamiento muy evidente en la desmedida importancia que se da a la estampita del Santo, a los “rosarios”, al agua bendita, las estatuillas representativas de una escena sacra y, en estas fechas, a los “ramos”, a los panes bendecidos, a las botellas de vino presentadas en el templo, a los “pascualitos”. De esta manera, el objeto se torna protagónico, y –lo realmente importante- nuestro Redentor, su Santísima Persona, ni siquiera se asoma en nuestro pensamiento, ni  en nuestro corazón, quedando relegado al último -y bien remoto- puesto. Velas, novenas, imágenes, sacramentales se enfocan desde una perspectiva mágica, como talismanes que obligan a Dios a “cumplir nuestra voluntad”, a obrar lo que queremos y como lo queremos –además- en el momento que lo queremos. ¿Dónde queda la libérrima majestad de Dios? ¿Qué pasa entonces con su Santa Voluntad? Y, todavía hay más ¿Qué es de la aceptación de la bondadosa, generosa, providencia del Señor? Entonces, el tema consiste en preguntarnos, ¿Cómo lograr que las cosas recuperen su “legitimo” puesto y orden? ¿Cómo hacer para que nos centremos en Jesús, en su dolorosa-amorosa pasión? ¿Cómo podemos pronunciar con sincero corazón lo de “hágase tu voluntad así en la tierra como en el Cielo? Todos estos interrogantes no son cuestión de poca monta porque están en el meollo mismo de la fe.

En primer lugar, quisiéramos proponer la recordación que el “signo” es algo que “esta puesto en lugar de” (Magariños), y exige, por parte del destinatario del “significado” un constante estado de alerta para decodificarlo sin alienaciones. Es lo que Jesús nos pide cuando nos llama a “velar”, valga decir a “no dormirnos”, donde se alude más a un estado de conciencia que a la función fisiológica del descanso.

En segundo lugar, es trascendente que volvamos sobre los textos de la Pasión, este domingo lo hacemos sobre la Pasión según San Lucas, capítulos 22 y 23. Sumergirnos en su lectura con plena “atención” prestando aplicación a cada frase. La Lectura litúrgica de este Domingo toma arranque en el verso 14 del capítulo 22 haciendo pie en la Última Cena, precisamente allí donde Jesús instituye la Eucaristía, haciendo todo lo contrario de una cosificación: se trata de una “personalización” ya que haciendo uso de su Divino poder, hace de una cosa, una persona, su Presencia-personal; más que una “fabricación”, nos hallamos frente a una “entrega” expresada con palabras “personalizantes” tales como, “Tómenla y compártanla”, “Este es mi Cuerpo que será entregado por ustedes” y “mi sangre que será derramada por ustedes”. Estamos frente a la ”entrega” que es una entrega total; no se queda con nada, da hasta su ropa, no se queda con nada ni con nadie, se queda íngrimo, abandonado de todos, lo más triste, inclusive (y siempre nos ha causado ese doloroso asombro)de aquellos que lo vitoreaban a su entrada en Jerusalén, los que entonaban el Hosanna,  ahora gritan el ¡Crucifícalo!

A continuación viene una actuación antifetichizante: Él declara que está en medio de nosotros como el que sirve. Es nada más ni nada menos que una re-edición totalmente nueva del mesianismo, Él no es Mesías que domina y somete, sino Mesías que sirve. El “servicio” es la traducción en acciones de la acogida misericordiosa. «El juicio y el perdón pertenecen a nuestro espacio; el acoger está en el espacio del amor, ambos espacios no son intercomunicantes, son paralelos. El hombre por sí sólo puede llegar al remordimiento, al perdón, pero no al amor que implica un renacimiento… Por “acoger” entiendo una relación en la que no cabe ni el dominio, ni la subordinación, ni la venganza, ni mucho menos el perdón tal como lo entendemos nosotros cuando pensamos: el pasado permanece, pero yo –que soy bueno- no lo tengo en cuenta.»[1]


Este juego es intrincado. Las secretas intenciones del corazón están agazapadas tras del fariseísmo. Fue lo que llevó a Jesús a exclamar, airado, “¡Hipócritas!” «El oprimido que pasa a la esfera del poder es opresor,… Es necesario transformar la opresión en acogida»[2] El reinado que los judíos reclaman del Mesías es el que oprime a los otros pueblos bajo su férula explotadora. ¡Expliquémonos!

«Jesús es como una papa caliente que las autoridades no logran tragar. Las autoridades religiosas ya lo habían condenado a muerte… el Sanedrín podía juzgar a cualquier persona del pueblo, hasta condenarla a muerte, pero no podía ejecutar la sentencia. Esto estaba reservado al poder romano… ¿Cómo interesar al poder romano en la causa contra  Jesús? La disculpa de un motivo “religioso” no era suficiente. Ante el poder político romano la causa debía ser política, y contra Roma. … Los miembros del Sanedrín presentan a Jesús ante Pilato… el motivo fundamental es que Jesús sería un subversivo,… prohíbe pagar el tributo al emperador (distorsión de 20, 20-25); afirma ser Él el Mesías, el Rey;… “Provoca rebelión entre el pueblo con su enseñanza” es decir, difunde ideas contra el “orden romano”. Jesús, con su palabra y su acción, estaba conmoviendo los privilegios económicos y políticos de que gozaba la élite judía, gracias a la explotación y opresión del pueblo.»[3]

A veces el debate se ha torcido hacia el interrogante de quien habría sido el responsable y culpable de la muerte del “Justo”, en la puntuación se da un empate romanos-vs-judíos, los votos se reparten equitativamente… Pero habrá que confesar –sacudiendo los tapujos- que los culpables somos todos. Sí, todos los que hemos permitido la supervivencia de un estado de injusticia, unos pretextando impotencia, algunos víctimas de los medios masivos des-informantes, otros porque sus ocultos intereses se veían favorecidos, otros cobardemente hemos callado, o –incluso- avalado con nuestra indiferencia o nuestro silencio, no pocos han consagrado sus fuerzas a alimentar rencores, a envenenar almas, a hacer sangrar las heridas en proceso de cicatrización argumentando el valor de la guerra, la persecución y hasta de la tortura; y no pocos han tomado partido simplemente porque los encandelilla el brillo del fuego, los destellos de la pólvora y los visos luminosos de las armas pavonadas, de los cinematográficos “sables de luz”, y hay otros, nada escasos que han desempolvado antiguas ideologías para justificar la re-edición del odio. Todos nosotros, con diversas variantes lo hemos crucificado, con nuestras “muy buenas y válidas razones” para fomentar el desamor, para esparcir el esperma del Maligno. ¡Cuánta falta nos hacen los que siembren las semillas de las cruz!


«A los que esperan el Reino, Dios les concede el cuerpo del Hijo…. Su cuerpo es el reino, grano de trigo que muere y produce fruto (Jn 12, 24). Se trata de una semilla pequeña tomada y arrojada en el jardín, que llegará a ser el árbol grande; es una medida de levadura que se toma y se oculta, que hará fermentar la tierra, rompiendo su costra de muerte y abriendo sus sepulcros. El reino de Dios entre los hombres es la humanidad de Jesús, en la  que “reside toda la plenitud de la divinidad corporalmente” (Col 2,9), la cual se entrega a nosotros.»[4]







[1] Paoli, Arturo. LA PERSPECTIVA POLÍTICA DE SAN LUCAS. Siglo XXI editores. Bs As.- Argentina 5ª  ed. 1976. pp.  160-161
[2] Ibid p. 163
[3] Storniolo, Ivo. CÓMO LEER EL EVANGELIO DE SAN LUCAS. LOS POBRES CONSTRUYEN LA NUEVA HISTORIA. Ed. San Pablo Santafé de Bogotá-Colombia 1995 pp. 202-203.
[4] Fausti, Solvano. UNA COMUNIDAD LEE EL EVANGELIO DE LUCAS. Ed. San Pablo. Bogotá-Colombia 3ª ed. 2014 p. 775

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