sábado, 7 de marzo de 2015

RUTA PARA LLEGAR A SER PIEDRAS VIVAS


Ex 20, 1-17; Salmo 18, 8. 9. 10. 11; 1 Cor 1, 22-25; Jn 2, 13-25

Cristo es la fuerza y la sabiduría de Dios.
Χριστὸν Θεοῦ δύναμιν καὶ Θεοῦ σοφίαν.
1 Cor 1, 24b

Voltear mesas y echar a vendedores, era el gesto de un profeta que anunciaba el paso de un sistema viejo  a una forma nueva. Jesús era el último de una larga línea de profetas que habían denunciado el culto vacío de prácticas exteriores nada más.
Augusto Seubert

Vemos en la literatura en boga y en la cinematografía cómo desenmascara el héroe a los falsarios: con un rayo muy poderoso de altísima tecnología (que a finales del siglo XX era un rayo láser) despanzurraba o  –mejor todavía para alcanzar el toque amarillista tan caro a nuestra épica- lo desintegraba, de tal manera que del timador no quedaba átomo sobre átomo. Al sujeto en cuestión no le sobrevivía ni el recuerdo.

Pues Jesús también es un desenmascarador de la religión pervertida, convertida en mecanismo de alienación, explotación, engaño y manipulación.  Pero, Jesús no lo resuelve con pistolones ni con rayos desintegradores (hasta los discípulos en su momento pretendieron que hiciera llover fuego –cada época tiene sus versión de “rayo láser”); en ese sentido Jesús tipificaría un anti-héroe. El “arma” (si se la puede llamar “arma”) de Jesús es el Amor Infinito, concretizado en Su Preciosísima Sangre. Su “rayo” es “dar su Vida”. A los ojos de nuestros habituales consumidores de cine, el desenlace más desalentador que cupiera imaginar. ¡Qué película tan mala!

¿Queremos poner aun peor la situación? ¿Alguien desearía darle al argumento de esa “película” un puntaje más bajo? Bastaría añadir que la muerte más vergonzosa, la que se daba a los bandidos más miserables, la cruz, fue precisamente la que recibió Jesucristo. El asunto está mal planteado, no es tema de héroes; el misterio salvífico pertenece a la dimensión soteriológica donde la lógica regente es la Sabiduría de Dios. Como dice San Pablo en la Primera a los Corintios: “La locura de Dios es más sabia que la sabiduría de los hombres y la debilidad de Dios es más fuerte que la fuerza de los hombres”. 


Hablando de películas, les invitamos a rememorar una escena de la Pasión según Mel Gibson: La flagelación. Y es que, la perícopa del Evangelio que leemos hoy, tomada de San Juan, nos muestra a Jesús, látigo en mano, arrojando fuera del Templo (la Casa de su Padre, que estaba siendo convertida en un mercado) a vendedores de bueyes, ovejas y palomas; volcando las mesas de los cambistas y tirándoles al suelo las monedas (siguiendo la línea cinematográfica que traemos, les proponemos la escena correspondiente, en Jesucristo Superestrella). Ahora, en Cuaresma, cuando caminamos esta trayectoria preparatoria hacía la Semana Santa, la escena de la expulsión de los vendedores del templo, por ser en ella Jesús quien porta el látigo, nos remite a aquella de la flagelación donde Jesús es la víctima del látigo: A este lado del espejo, Jesús con látigo en mano, desaloja los mercaderes; del otro lado, Jesús es azotado despiadadamente con esos látigos –típicos romanos- que terminaban en huesecillos o piezas de metal que desgarraban, y que nos llevan a preguntarnos hasta que límites puede llegar la malicia humana cuando de causar dolor y vejación se trata; y, hasta dónde puede llegar esa sutil creatividad de la crueldad.

Esta lógica del “espejo”, nos conduce con una lógica de la simetría: del lado de la flagelación está el antiguo Templo, templo –puede ser que espléndido- pero de piedras, donde la explotación y el enriquecimiento fácil a costa del pueblo era el móvil. Del otro lado del “espejo” está el Nuevo Templo, el Cuerpo Místico de Cristo, donde las piedras han sido sustituidas por “Piedras Vivas” y la Piedra Angular es el propio Jesucristo.  Lo cual no es una lógica humana sino una lógica divina revelada.


Los judíos no podían tolerar la imagen-promesa que Jesús les descubre al otro lado del espejo: al lado de la justicia. ¿Cómo podrían medio aceptarla siquiera, si esa profecía significaba el desmonte de las condiciones de su enriquecimiento? Lo que Jesús les propone daría al traste con el fecundo negocio del cambio a la moneda tiria, la más estable de la época y, a la vez, la moneda oficial en el Templo, porque estaba exenta de bruscas fluctuaciones. Además, los animales que servían de víctimas sacrificiales debían ser comprados y pagados allí, en ese supermercado-templo, a riesgo de ser desechados por imperfectos (la víctima tenía que estar libre de defectos) y los sacerdotes siempre descubrían alguno, cuando la víctima no había sido comprada en las casetas que arrendaba el Sumo Sacerdote a los mercaderes. Estos y otros múltiples ardites iban engordando la bolsa de los ancianos y de los terratenientes en una sociedad teocrática, donde el poder dimanaba del templo, y se erigía basado en una economía templo centrista. Su intolerancia se traduce en conspiración asesina primero y luego en el proceso que tiene su término en el Calvario…

¿Tiene su término? ¡No! Tiene su punto de transición, su metamorfosis, su transfiguración, su “conversión” en el trono de la cruz pero ese no es ningún término, sino la Sede –mejor aún- el Solio resurreccional.

¿Cómo nos podemos transfigurar en piedras Vivas del Nuevo Templo? A este tema nos remite la Primera Lectura, donde se nos explicita que es por medio de la Alianza –entre Dios y el hombre- y su cumplimiento. Los principios operativos y funcionales de la Alianza son los Mandamientos, que permiten acceder a la Misericordia del Señor.

"Parece no haber una relación entre lo uno y lo otro, pero la base y el estatuto de la Alianza muestran que la coherencia con los Mandamientos desmantela toda alienación y permite vivir la libertad, una coherente marcha por esa senda construye vías de anti-explotación (los mandamientos están en el subsuelo del edificio de los Derechos Humanos como cimientos). Muchas personas se empecinan en visualizar los mandamientos como cadenas  que limitan y atan cuando ellas son precondición y ruta de verdadera libertad. Cuando –desde nuestra libertad plena- podemos elegir ser fieles a la Alianza y vivir persistentemente esa fidelidad, es cuando –en esa praxis- crecemos libres y perfeccionamos nuestra libertad. No hay tal encadenamiento –como ellos lo suponen- se engañan porque las aparentes cadenas, en verdad son las alas de la libertad. Diremos, en conclusión, con el salmista: “Los mandamientos del Señor son verdaderos אֱמֶ֑ת y todos ellos son justos צָֽדְק֥וּ” Sal 18, 10b".


«La gran debilidad, la que tal vez haría hoy a Cristo tomar en sus manos el látigo, se extiende por todo el mapa del mundo, donde puede verse a un pequeño grupo de países que se hacen cada vez más ricos a base de aplastar cada vez más a casi toda la humanidad. Ese pequeño grupo de países es cristiano, al menos originariamente y nominalmente. Son los países de Europa y de América del Norte. Y en la zona teóricamente más cristiana del tercer mundo, en América Latina, se repiten las mismas injusticias que cometen los países ricos y cristianos. La verdad es que, a veces, a Cristo debe entrarle ganas de enarbolar el látigo contra nosotros.»[1]




[1] Câmara, Dom Helder. EL EVANGELIO CON DOM HELDER. Ed. Sal Terrae Santander-España 1985 p. 53.



1 comentario:

  1. Me gustaría añadir una frase que encontré en el artículo semanal del Padre Hermann Rodríguez, sj.: "Pero ya no se trata de un templo de ladrillos que han convertido en mercado... sino del templo vivo de la persona humillada y maltratada por una sociedad de consumo que no se detiene ante ningún valor para alcanzar el lucro y la ganancia. Hoy también Jesús volvería a hacer un látigo para expulsar a todos los que hacen de su templo una cueva de bandidos."
    Para obtener estos comentarios del Padre Hermann, la suscripción se hace en herosj@hotmail.com

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