sábado, 9 de noviembre de 2013

PROMESA GRANDIOSA


2Mac 7, 1-2. 9-14; Sal 16, 1. 5-6. 8 y 15 (R.: 15b); 2Tes 2, 16--3, 5; Lc 20, 27-38

La resistencia es una alternativa

Perseguir la fe y buscar la traición a las tradiciones religiosas de un pueblo  son vías de opresión y debilitamiento que los tiranos de diverso pelambre usan y usaran a través de la historia, puesto que perdidas las señas de lo más profundo de nuestra identidad los siguientes pasos del sometimiento se facilitan. Efectivamente, cuando damos nuestro brazo a torcer y abdicamos de nuestro credo, nuestra identidad se ve poderosamente vulnerada y si podemos dar la espalda a nuestro Dios las siguientes detracciones parecen de poca monta.  Así, la dominación nos propone o nos exige abandonar algún detalle –señalado como mínimo- consciente de estarnos fragilizando. Cuando los demás vean como se sucumbe a la presión  en algún aspecto “mínimo”, la capacidad de resistencia viene a tierra como un castillo de naipes. Estas debilidades son anunciadas y propagadas con los mejores mecanismos de divulgación a la mano encada momento histórico.



En el episodio que señala la perícopa de la Primera lectura de este Domingo XXXII del tiempo ordinario, ciclo C, esa traición consiste en comer carne de puerco. Muchas personas nos dicen que pudiendo salvar la vida, es una tontería de marca mayor, empecinarse en no comer algo que posiblemente no nos produzca ni siquiera dolor de estómago. Uno lo minimiza, pero, es como cuando se vence un plato o un pocillo, por ahí se quiebra la pieza más temprano que tarde. Así es, pese a parecer insignificante, es la derrota total en potencia.

Nos parece que no entendemos nada si “espiritualizamos” excesivamente este gesto. Uno dice que no se come cerdo porque se ofendería a Dios. Si lo tomamos en esa dirección, no vamos a poder descifrar el mensaje de la Sagrada Escritura. Observemos como lo argumenta el hermano que toma la vocería de los otros seis: “Estamos dispuestos a morir antes que quebrantar la ley de nuestros padres”. 2Mac 7, 2c. “Ley de nuestros padres” implica la continuidad de una tradición, la pertenencia y adhesión a esa línea de tradición, más a fondo, el sentido de pertenencia a una comunidad que así procede, es decir, las señas de identidad; pero no cualquier seña, sino la definitiva, la que identifica, la que nos señala como miembros de “un cuerpo”. Ese es al sentido de “ley” en este contexto. La ley rige porque pertenecemos a esa comunidad. Cumplirla y aceptarla significa reconocer nuestra vinculación.

¿Por qué se enfurece el Rey Antíoco Epífanes? Precisamente porque no lograr hacer quebrantar la ley a estos siete hermanos era no reconocerse súbditos suyos. Eso quebrantaba el propósito hegemónico, adoptaban una posición frente a las tendencias helenizantes, optando por una identidad judía. El helenismo era una alternativa político-militarista; los judíos le opusieron una posición política de resistencia: Esta negativa a consumir carne de puerco es, sin lugar a dudas, la carta de constitución de un pueblo (pueblo escogido) que se resiste y lucha. (En otro lugar de macabeos vemos que hubo otras defecciones, y fueron doblegados a consecuencia de la división y el debilitamiento de la unidad de este pueblo). La historia bíblica nos enseña a resistir.

Pero no una resistencia confusa o caprichosa, una resistencia que es rebeldía incausada, pataleta; sino resistir perseverando en nuestros valores, en nuestra identidad, conservando aquello que nos define, que nos caracteriza, que nos hace ser quienes somos, creyendo en lo que creemos, y rechazando las “modas” con las que pococ a poco nos van a tiranizar.

Déjanos ver tu Rosto al despertar

En este Domingo XXXII, penúltimo del Año Litúrgico, vamos a entonar el Salmo de súplica. El salmista se pone bajo la protección de un “Padrino” que es su abogado, su defensor, que impedirá que lo ataquen, lo castiguen, lo dañen. Se trataba de alguien poderoso, lo suficiente como para detener cualquiera amenaza que fuera. Y en este caso la súplica se dirige a Dios mismo. El Salmista se pone bajo la protección de Dios mismo.



En este caso, el alegato que le presenta a su Padrino es que el merece su protección y que lo defienda porque es inocente y no merece castigo alguno: “Pues sus labios no mienten,…., sus pies se han mantenido firmes en los caminos del Señor, …. Por serte fiel, en cualquier momento que lo examine no le encontrará maldad,…, no dice cosas indebidas, …, no obra violencias, …, vive de acuerdo a los mandatos del Señor.

Ahora, si nos fijamos en el sujeto vemos que está en primera persona, habla a partir de “yo tal cosa, yo hago, yo soy, yo patatí, yo patatá” pero tras de este sujeto aparente habla un pueblo. Los eruditos nos dan cuenta de este modo de pensar en la cultura donde se dieron los Salmos, nos encontramos con este tipo de “yo” colectivo, un “yo” pueblo-entero, donde el “yo” es el pueblo de Israel. Si en la Primera Lectura de este Domingo, nos encontramos con alguien que se niega a comer carne de puerco porque daría mal ejemplo a su pueblo rompiendo la ley de sus padres, en este salmo encontramos un “yo” que habla también por ese pueblo, por esa comunidad, habla en primera persona, pero es un “yo” corporativo, que incorpora a varios en un solo corpus. ¡qué excelente sentido de pertenencia!

¿Qué pide el suplicante? Que lo atienda, que lo oiga, que no le permita hablar falsedades, en general que mantenga su inocencia (en todos los sentidos que hemos citado arriba), que lo guarde como si se trataran de sus propias pupilas, que lo defienda y lo proteja poniéndolo bajo la sombra de sus alas, que lo libre de los malvados. Toda esa protección clama el Salmista al Señor en nombre de su pueblo.



Y una reclamo final, el que sella el salmo como conclusión. Que esta defensa sea para toda la vida, de modo tal que al “abrir los ojos” en la otra vida se encuentre con el premio que el Señor ha prometido a  los que vivan una vida coherente en los caminos de Dios: Despertar en su Presencia, contemplar su Rostro, saciarse de verLo.

No se pediría este “premio”, esta corona de “premio olímpico” (como decía San Pablo) si no se creyera que hay vida después de la muerte, que allí se puede seguir con algo mejor, muy pero muy superior que consiste en gozar de la Plenitud de la Vida que es Dios mismo, porque donde esté Dios presente nada faltara o todo será perfecto. Esta petición, esta súplica pináculo, es una declaración de fe en la “resurrección de los muertos”, en la justicia de la vida eterna, en el sentido de vivir conforme a los “mandatos del Señor”, en fin, es una declaración de fe en el “Cielo”, pronunciada por una boca que es “un pueblo entero”, es la fe de la nación, es Israel quien la proclama.

Creemos y vendrá

En cambio San Pablo, en la perícopa de la Segunda Carta a los Tesalonicenses que leemos en esta fecha, habla de un ustedes, pide que rueguen por un ustedes que una vez más es corporativo, porque está dirigido a los “hermanos” como lo expresa en el comienzo de la Carta, en el mismo saludo, en el versículo 3a. Y queremos dirigir el reflector hacia estos dos elementos primordiales de la Palabra en este Domingo:

a)    El sentido de pertenencia a una comunidad, en este caso una comunidad creyente, lo que permite una conciencia “corporativa”, un sentido de solidaridad, de unicidad, de nosotros-uno.
b)    La fe en una realidad escatológica, mucho más que una esperanza, porque dimana de la confianza en lo que Dios nos ha dicho, en lo que Él nos ha revelado.

También san Pablo empieza la perícopa de este Domingo orando para que podamos vivir (como lo hablaba el Salmo) una vida coherente en los caminos del Señor, “que nos disponga el Señor a toda clase de obras buenas y de buenas palabras”. Notemos que no basta obrar bien, también lo que pronunciamos es importante.



Dos ruegos siguen: El primero para que la Palabra de Dios se propague, para que se extienda, para que muchos tengan acceso a ella. Y la segunda, para que Dios nos libre y nos defienda de οὐ γὰρ πάντων ἡ πίστις. los que no la aceptan, porque ellos obrarán como enemigos, porque ellos “nos hostigan” con ἀτόπων καὶ πονηρῶν ἀνθρώπων su perversidad, con su maldad.

La palabra que se usa es la palabra πείθω que deriva de la palabra fe, πίστις pistis: πεποίθαμεν se traduce como “tengo confianza”, en otros textos como “estoy persuadido” pero trasmite algo como: “la fe que profesamos nos garantiza que”.

San Pablo nos enseña, en el versículo siguiente, que el Poder de Dios es mayor que el poder del Malo cuando dice que el Señor nos librará del Maligno: ὁ Κύριος, ὃς στηρίξει ὑμᾶς καὶ φυλάξει ἀπὸ τοῦ πονηροῦ.



Y retoma el tema de ὑπομονὴν τοῦ Χριστοῦ la Segunda Venida, orando por nosotros para que la esperemos con paciencia, porque, como lo examinábamos el Domingo anterior, “no está  a la vuelta de la esquina”; y sólo Dios Padre sabe el día y la hora señalados.

Pero Jesús si podía saber y responder

Uno de los grandes gustos de nuestros contradictores consiste en venir con sus argumentos y reducirnos al silencio, entonces nos rodean petulantes y atorrantes como quien estrena zapatos (no hay nada malo en estrenar zapatos, casi todo el mundo en algún momento lo hace y no es una gran hazaña para que nos pavoneemos de ello).



Los saduceos, como lo hemos comentado en otra parte, pensaban que la justicia era toda en esta vida, vivían bien, eran los acomodados del momento, terratenientes pudientes y solventes, con la “barriga llena” no necesitaban ninguna fe posterior, ninguna otra justicia, ya se habían hartado en el momento, nada más tenían que esperar. Y ¿los que sólo vemos sufrir y ninca vemos disfrutar? ¿Se quedará Dios con algo? ¿Será Dios un dios que permite la injusticia? Si así fuera, ¡no sería Dios!



De todas maneras, a los mortales nos está vetado el conocimiento directo de la realidad trascendente. A él solo podemos llegar por un tipo de conocimiento mediado (ese que los “cientistas” no pueden admitir; decimos “cientistas” porque el científico -ni petulante ni arrogante- sabe reconocer las limitaciones de su “instrumental” y es capaz de –por lo menos- sospechar otro tipo de saberes que se cosechan allende sus laboratorios); este conocimiento sólo nos puede llegar de Alguien que haya estado Allá, y nos pueda “contar” cómo es, nos deje traslucir algo: esa es la Revelación, lo que Dios en su Misericordia nos permite entrever para consuelo y fortalecimiento de nuestra fe,  para que no andemos completamente a tientas, para que podamos orientarnos, son “saberes” que nos sirven de brújula y de mapa en la oscuridad del “hombre caído” así la Luminosa Bondad de Dios traspasa la oscuridad del pecado y nos permite “ver” allí donde los sentidos del pecador no alcanzan a ver.



Y ¿qué vemos? Que en “el otro Toldo” el que está destinado a los “merecedores” no hay necesidad de matrimonio porque no hay necesidad de reproducirnos, porque no hay necesidad de “preservar la especie”, ¿por qué?, pues porque no hay muerte, sólo hay vida; allí rige y gobierna el que es Vida, Vida en Plenitud (y aquí usamos los trucos de la tecnología: copy-paste, nos regresamos y copiamos un par de renglones de arriba) “gozar de la Plenitud de la Vida que es Dios mismo, porque donde esté Dios presente nada faltara o todo será perfecto”.



Así estos saduceos, en vez de poder lucir sus zapatos nuevos tuvieron que partir con sus “zapatos viejos, rotos y desfondados”, pero Jesús Nuestro Señor, aprovechó la coyuntura para revelarnos una Verdades-Luz que nos dejan entrever confiados unas maravillosas conclusiones:

a)    La semana pasada, leyendo una perícopa del Libro de la Sabiduría, vimos cómo ama Dios todo lo creado: «Fe en la vida eterna confía en la promesa de que todos los fragmentos de nuestra vida tendrán su última plenificación en los brazos de un ser supremo que ama y que llamamos “Dios”.  Encontramos la base para esta confianza en la certeza absoluta de que este Dios está apasionado por toda su creación. Él es un Dios cuyo ser más íntimo es el amor. Un Dios inflamado por sus criaturas en una pasión sin límites. Un Dios de la ternura y de la compasión. Y, siendo así, es Él mismo quien quiere ser el último e infinito destino de toda su obra creadora».[1]
b)    «El objetivo final de Dios es que todos los hombres vivan esta vida eterna como plenitud de la vida, como máxima intensificación de todo lo que es la vida.»[2]
c)    «Las personas tendrán acceso al nuevo modo de ser llamado vida eterna, por medio de una acción explicita de Dios. A esta acción la llamamos “Resurrección”… significa una total y plena trasformación de todo el ser humano… es la misma persona que murió, que será resucitada para la vida eterna… pasará por una ampliación inimaginable de todas las dimensiones de sus ser. Todo lo que en la vida terrestre ya podía ser observado como capacidades actitudes y potencialidades, son como vestigios de un ser que, sólo por la resurrección llegará a su plenitud. Las características positivas de la persona no serán eliminadas, sino ampliadas y llevadas a plenitud. Y las muchas y muchas potencialidades que la persona nunca en la vida podía realizar, se mostrarán en fin no ya como potencialidades, sino como características prestes y activadas. Toda persona, en fin, podrá plenamente ser ella misma, con todas sus características y toda su manera característica y original de ser.»[3]

Sólo pensemos cómo será en un marco donde no habrá sometimientos ni dominación, donde nadie querrá ser más que otro, o pasarle por encima; donde no hay orgullos y vanidades, ni doblez, ni apariencias, y donde el único afán será alabar y ensalzar a un Dios tan Grande y Bueno. A un Dios que es Vida-en-Plenitud.




[1] Blank, Renold. CREO EN LA VIDA ETERNA Ed. San Pablo Bogotá – Colombia 2010 p. 18
[2] Ibid p. 29
[3] Ibid pp. 27-28

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