sábado, 5 de octubre de 2013

QUE LA FE SE PONGA EN ACCIÓN


Ha 1, 2-3; 2,2-4; Sal 95(94), 1-2, 6-9;  2 Tim 1, 6-8.13-14; Lc 17, 3-10


cuando me pusieron a prueba sus antepasados,
y dudaron, aunque habían visto mis obras
Sal 95(94), 9

Respecto de la fe, todo es Gracia

Cuando uno está des-egocentrizado es capaz de dar y dar y no reparar en cuánto hemos recibido a cambio. Sin embargo, una cultura construida sobre el fundamento del intercambio propone como base de ese “comercio” un cambio aproximadamente equivalente. Inmediatamente se sospecha que tal equivalencia se ha roto con perjuicio de una de las partes se habla de “robo”, de “estafa”. Para no ser “víctimas fáciles” se supone que debemos estar permanentemente alertas, desconfiando, sopesando si hemos recibido “lo que se espera que recibamos” por el “precio” que se pagó. Tal vez todo esto funcione divinamente para el intercambio de objetos, probablemente este intercambio sea el ideal, ¡es muy probable! Pero, cuando este criterio “comercial” se hace extensivo a otros planos de la existencia, sobreviene  –sin demora- una aberración. Para algunas cosas como son los valores, el amor, las relaciones interpersonales, la fe y sus correlativos, esta pauta no tiene nada que ver.

Supongamos por un instante la relación con Dios fundamentada sobre este patrón de mercado: Tanto te doy, tanto me das… Recé diez veces el “Padre Nuestro”, ahora Dios debe darme “x” cosa que pedí. Fui a Misa todo el año, Dios tiene que darme “y” cosa. No suena muy parecido al hijo mayor de la parábola cuando reclama: “Hace tantos años que te sirvo sin haber desobedecido jamás ni una sola de tus órdenes y a mí nunca me has dado un cabrito para hacer una fiesta con mis amigos” Lc 15, 29bc. Parece que ipso facto se percibe su absurdo. ¿Cómo podemos pretender exigirle a Dios un pago equivalente a lo que se le ha dado? ¡Es que a Dios no podemos darle nada porque todo cuanto tenemos proviene de Él! Todo es gracia y todo es gratuidad. Aparece el tema de hoy, el tema de la Gracia, de lo que se recibe porque sí, no por merecimiento, no como paga, como salario, sino regalado, lo que es puro don. A Dios nada le hemos pagado ni le podemos pagar. Aún más, nada necesita de nosotros porque Él lo tiene todo: Nada le hace falta. Si tengo un cabrito o dos, Él me los ha dado “regalados” (aun cuando los haya pagado a otro humano, desde el punto de vista trascendente esa “paga” con la que los adquirí también proviene de Dios, también fue recibida como Gracia), Él ha “´permitido” las condiciones para que los tenga.


Pero, por un momento, supongamos que los cabritos “son nuestros” y que si los ofrecemos en sacrificio Dios “me debe” algo. Y supongamos que Él nos “incumple”, (sólo por suponer). ¿A qué autoridad podríamos elevarle la “reclamación” por el intercambio no equivalente? ¿Qué poder está sobre Dios para demandarlo? Ahí resplandece lo ilógico de este tipo de teología.

Cuando pretendo cifrar mi relación con la Divinidad en términos de “intercambios equivalentes” ya entré en el terreno de la magia. La magia es precisamente eso: el intento de coaccionar a Dios pagándole con cierto tipo de “moneda” que lo obliga, que ata las decisiones de Dios a las de nuestra voluntad, a nuestro querer, a nuestros gustos. Un ejemplo típico, un conjunto de palabras que pronunciadas de tal modo, o escritas de tal manera “nos protegen” o hacen que tal o cual cosa suceda. Demos un ejemplo muy común y corriente sobre el que comentábamos en estos días con nuestros amigos: Venden una estatuilla de San Antonio de Padua a la que se le puede desprender la imagen del Niño Jesús para “secuestrarle” el Niño (es el colmo de una sociedad donde se ha impuesto el plagio de personas para obtener “ganancias” a cambio) y obligar a San Antonio a interceder para que se obre tal o cual deseo nuestro que constituye el “rescate” que se debe pagar para recuperar al “Rehén”.


Este es simplemente un ejemplo que se nos vino a la mente por la conversación tenida con los amigos últimamente; pero son cientos de miles los ejemplos que se podrían mencionar. Es que vivimos inmersos en esa cultura del intercambio “equivalente”: Por diez mil pesos deben darme “diez mil pesos de carne”, o de “harina”, o de lo que sea… Sólo un ejemplo más, recordemos los “cuadrados mágicos” que la gente llevaba en el bolsillo porque se creía que proporcionaban una “protección”, se trata de arreglos numéricos matriciales cuadrados cuya suma de filas o columnas o diagonales siempre da el mismo número, la “constante mágica”. Pero pueden ser herraduras, patas de conejo, atados de cierta planta, dientes de ajo, o matas de sábila… aún más, pueden ser láminas de santos, cruces, botellitas de agua bendita, camándulas, escapularios…usados con mentalidad mágica dejan de ser sacramentales para convertirse en amuletos, en superstición.

Otra vez el tema de la conversión

Muy seguramente el ejemplo que Jesús usa en la parábola suene chocante. Se refiere a un esclavo, que no tiene horario, que no puede negarse, que tiene que estar disponible a toda hora, en cualquier momento y circunstancia. Cuando concluye una faena no puede declararse “libre”, debe continuar. Terminó una faena -por ejemplo en el campo- y llega a la casa, no puede pretender que llega a descansar, o que el “Amo” debe invitarlo a sentar, a tomar reposo, a dormirse. Por el contrario, su Amo le manifestará tener hambre y estar esperando que proceda a prepararle y servirle los alimentos.



Este ejemplo del Evangelio suena raro y fastidia en nuestra sociedad de horarios que permite al asalariado manifestar que ya ha cumplido con sus horas reglamentarias y que volverá a estar “al servicio” cuando el reloj cumpla su ciclo y vuelva a llegar a la hora en la que se vuelve a “hacer vigente” el contrato. Pero, hay relaciones como el amor que ¡no “entran en receso”. Mostremos un caso para hacer comprensible y accesible nuestro tema.

La paternidad/maternidad, si, cumplido tu horario del día, te vas a la cama a descansar y, cuando ya has conciliado el sueño, tu hijo llora y su llanto te despierta, y lo encuentras afiebrado… Ciertamente no le dices, espérate que se reanude mi horario “paternal” y, entonces te llevaré al médico, te daré un remedio, te cuidaré y te atenderé. Por el contrario, sin interponer argumento alguno, con la mayor naturalidad, tomaras la situación a cargo y saldrás corriendo hacía el consultorio médico sin importar cuán cansado o cansada estés.



O, como el amigo de la parábola, que fue a “incomodar” a su vecino para pedirle unas hogazas de pan para atender a un amigo que le había llegado de visita… aun cuando ya estaba acostado, con sus hijos y esposa en la cama… se levantó y le dio los panes. Cfr. Lc 11, 5-13. Y es que la verdadera amistad, el verdadero amor, la verdadera fe, no tiene horario, ni paga, ni contraprestación, son pura gratuidad.

Ahora mismo pensemos ¿qué tipo de intercambio haría posible que Dios entregara a su propio Hijo por nosotros? Dios sería el peor negociante si la relación estuviera basada en estos parámetros. Pero el Padre entrega al Hijo por pura Gracia. Porque nos ama y no pide nada a cambio. Ahí está el amor ágape, el amor de total desinterés, que no espera retribución: Como nos enseñó Jesús, invitemos a los cojos, a los lisiados, porque ellos no tienen con qué pagarnos, porque ellos no nos pueden devolver la atención.



La fórmula que nos enseña hoy Jesús es una especie de moraleja que resume en muy breves palabras el significado integro de la parábola: ὅτι Δοῦλοι ἀχρεῖοί ἐσμεν, ὃ ὠφείλομεν ποιῆσαι πεποιήκαμεν. “No somos más que esclavos inútiles, sólo hemos hecho lo que teníamos que hacer” Lc 17, 10b. Pongamos esta frase en nuestros labios para meditarla, para saborearla y, una vez derrotada nuestra altanería, nuestra arrogancia, escuchada-y-pronunciada con profunda humildad, con kénosis, escucharemos reverberar en ella la sencillez del mismísimo Jesús que se da, que se entrega… (como tanto hemos insistido) hasta su última gota de sangre. No dudó en abajarse, en renunciar a sus calidades de Dios para humanarse, para humanizarse, para hacerse en todo (excepto en el pecado) como uno de nosotros. Y, ¿por qué interés? ¡Por ninguno, porque nada hay que tengamos y que Él necesite!



¿Podríamos convertirnos? ¿Podríamos superar nuestros egoísmos y nuestros ego-centrismos y hacernos como Él? ¿Seríamos capaces de darlo todo desinteresadamente? Pues por eso tenemos que “convertirnos”, dejar de ver las cosas desde nuestro “razonable”-irracional punto de vista y volvernos verdaderamente “racionales” porque la verdadera racionalidad consiste en que el hombre no tiene por qué ser lobo para el hombre; la verdadera racionalidad consiste en defender la vida, la creación, la humanidad con “entrañas maternales” como las que Dios tiene para mirarnos, como las de Jesús, como las que hemos recibido en el bautismo al recibir el Espíritu Santo. En ser caritativo, fraterno, solidario.



¿Seremos capaces de tanto? Sí, claro que sí, sólo tenemos que tener mayor fe, … y como ni siquiera eso depende de nosotros sino de Dios, lo que tenemos que hacer es pedírsela a Él, como hacen los discípulos al dirigirse a Jesús: “Señor, auméntanos la fe”.

Ante la persecución

La fe está inextricablemente unida a la vida toda, a nuestras actuaciones, a cada acción, no es algo de ratos, no es un paréntesis dominical, ni media hora de rezo del Rosario sino algo que satura la existencia. Cada acción debería estar penetrada hasta la médula por el sentido de caridad, de misericordia, de fraternidad, de humildad, de servicio al prójimo; toda acción tendría que estar profundamente empapada en el pensamiento-oración que reza. “Esto también lo hago a la mayor Gloria de Dios”.

Un caso frecuente es que haya persecución, en muchas partes del mundo creer en nuestro Dios implica persecución. No siempre es persecución abierta, declarada, política. Muchas veces es sólo el desprecio de la gente, la burla, la discriminación; muchas veces podríamos hablar de una persecución sicológica: se refieren a nosotros como “el bobo ese”, “el ingenuo”, “el anticuado”, “el lame baldosas”… y no sé cuántas cosas más. Pero todavía hay países y lugares donde la gente va a la cárcel, o es torturada y hasta asesinada porque cree en Dios.



A San Pablo le ha sucedido, fue llevado a prisión, en condiciones muy rigurosas, ya no se trata de la prisión domiciliaria, cuando todavía podía predicar, ahora se ve solo, abandonado, sin apoyos, sin defensa cuando fue llevado al tribunal, ve venir la muerte, el martirio y –muy seguramente- eso atemorizaba y debilitaba a muchos de los que habían optado por esta fe, entre ellos a Timoteo, lo mismo que nos evoca el Salmo sobre la errancia del pueblo Hebreo que vagó por el desierto durante cuarenta años, y desafiaron (des-fiaron) de Dios (Massa) y dudaron de Él (Meriba);  todo eso “enfriaba” en la fe a Timoteo y ahí es donde San Pablo interviene con su Carta, para invitarlo a Δι’ ἣν αἰτίαν ἀναμιμνῄσκω σε ἀναζωπυρεῖν τὸ χάρισμα τοῦ Θεοῦ, ὅ ἐστιν ἐν σοὶ διὰ τῆς ἐπιθέσεως τῶν χειρῶν μου. “Te recomiendo que reavives el don de Dios que recibiste cuando te impuse las manos”.2Tim 1, 6 Aparece como palabra griega χάρισμα (carisma) para designar el “don”, el “regalo” τοῦ Θεοῦ de Dios.

Si la fe es “regalo” de Dios, nosotros ¿cómo podemos “reavivar” nuestra fe? Pues, ciertamente no será escondiéndonos, o amilanándonos ante las críticas y ataques, ante la mofa y los comentarios y chismes. O sea que no hay que avergonzarnos, que no podemos caer en el temor sino apelar a la fortaleza que es el espíritu que Dios nos ha dado.

Un riesgo común es el de la acomodación. Acomodar la doctrina de nuestra fe para “aclimatarla” respecto de las presiones que la sociedad y el mundo aplican. Aceptar así sean “leves” modificaciones ya es traición, ella (la fe con su doctrina integral) constituye una heredad παραθήκην (consignación depositada, confiada a nuestras manos) recibida de Cristo Jesús: ἐν πίστει καὶ ἀγάπῃ τῇ ἐν Χριστῷ Ἰησοῦ· 2Tim 1, 13.

Una sola palabra sobre la Primera Lectura



Los frutos de la fe pueden tardarse. 1) La Denuncia: Mientras el mundo y su historia están cargados de violencia, de injusticias, de opresión y asaltos la fe aguarda y –no pocas veces- desespera. 2) El anuncio: Por medio del profeta Habacuc, en la Primera lectura, el Señor nos comunica la fuerza de la espera con paciencia y con “fe”. El Señor nos garantiza que, aun cuando es algo lejano, no para el minuto siguiente, viene, y no viene lento sino corriendo y aunque se tarda se cumplirá sin falta: הִנֵּ֣ה  עֻפְּלָ֔ה  לֹא־  יָשְׁרָ֥ה  נַפְשֹׁ֖ו  בֹּ֑ו  וְצַדִּ֖יק  בֶּאֱמוּנָתֹ֥ו  יִחְיֶֽה׃  “El malvado sucumbirá sin remedio, el justo, en cambio, vivirá por su fe”. Otra moraleja: La justicia de Dios llegará y se cumplirá más temprano que tarde, ¡confiad en ello! Aun cuando ahora nada se perciba la semilla está puesta en la tierra “esté dormido o despierto, de noche o de día, la semilla brota de cualquier manera y crece sin que él se dé cuenta” Mc 4, 26d-27.  Depositad en ello toda vuestra fe, tened en Dios confianza, y en Su Palabra. Poner todo en Sus Manos y gozar (regocijarse) de una confianza ciega.







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