sábado, 13 de julio de 2013

GUARDAR SUS MANDAMIENTOS


HACERSE PRÓJIMO

Dt 30,10-14; Sal 69(68), 14.17.30-31.33-34.36ab.37; Col 1,15-20; Lc 10, 25-37

Todo está en función de la vida ajena:…
…que cada día sea capaz de gastarme…
…que me convenza… que
cuánto más me doy, más me pertenezco,
cuando asumo una carga ajena,
me crecen las alas.

Averardo Dini


Salmo Mesiánico

Nos ocuparemos en primer término del Salmo, el Salmo pertinente a este XV Domingo Ordinario del Ciclo C, es el Salmo 68(69), un Salmo de súplica. Este Salmo está conformado por 37 versos (36 si no se toma en cuenta la indicación de autoría y música con la que se debía acompañar). Se puede dividir en 5 partes: I versos 2-5; II versos 6-13; III versos 14-22; IV versos 23-29 y V versos 30-37. Las partes I y II  conforman la Lamentación;  las partes III y IV constituyen la Oración y la parte V la Acción de Gracias. La perícopa que tomamos para la liturgia está formada por dos versos tomados de la Oración (III parte) y cinco versos y medio de la Acción de Gracias (V parte).



De este salmo se toman varios fragmentos de los que se hacen mención en el Nuevo Testamento aludiendo a Jesús por lo que la tradición Católica lo tiene por un Salmo Crístico que pre-anunciaba al Mesías, nuestro Salvador. Contiene en el cierre de la perícopa que nos ocupa (y que constituye el cierre del Salmo) una hermosísima profecía para quienes “aman su Nombre” porque ellos poseerán, heredarán y habitaran esa “Ciudad”, la que Él reconstruirá. Si Jesús, como sabemos, se refería a su Cuerpo como el “Templo” que el re-edificaría al Tercer Día, ¿no se estará refiriendo al Cuerpo Místico cuando ofrece reconstruir las “Ciudades de Judá”? Porque los “constructores del Reino” tenemos que discernir muy bien qué es lo que realmente corresponde reconstruir, claro bajo el liderazgo Suyo, porque ya lo veremos, “Él es también la Cabeza del cuerpo”(Col 1, 18a).

No está en un más allá inalcanzable.

Ahora, una ojeada a la Primera Lectura, tomada del capítulo 30 del Deuteronomio, versículos 10-14. Como primera glosa queremos retomar un fragmento de la Lumen Fidei en el numeral 46 donde el Papa Francisco se refiere la decálogo por que la perícopa del Deuteronomio se refiere a las leyes y mandatos que nos ha dado Dios por medio de Moisés, invitándonos a guardarlos: «La fe, como hemos dicho, se presenta como un camino, una vía a recorrer, que se abre en el encuentro con el Dios vivo. Por eso, a la luz de la fe, de la confianza total en el Dios Salvador, el decálogo adquiere su verdad más profunda, contenida en las palabras que introducen los diez mandamientos: « Yo soy el Señor, tu Dios, que te saqué de la tierra de Egipto » (Ex 20,2). El decálogo no es un conjunto de preceptos negativos, sino indicaciones concretas para salir del desierto del « yo » autorreferencial, cerrado en sí mismo, y entrar en diálogo con Dios, dejándose abrazar por su misericordia para ser portador de su misericordia. Así, la fe confiesa el amor de Dios, origen y fundamento de todo, se deja llevar por este amor para caminar hacia la plenitud de la comunión con Dios. El decálogo es el camino de la gratitud, de la respuesta de amor, que es posible porque, en la fe, nos hemos abierto a la experiencia del amor transformante de Dios por nosotros.»



Esa es la ley de Dios una Ley que es un abrazo portador de misericordia. En la perícopa del Deuteronomio se nos indica, además, que para acceder a la Ley de Dios no tenemos que viajar hasta las estrellas, o ir a sitios inaccesibles. Ni siquiera tenemos que movernos al remoto Tíbet o a la India milenaria. No la Ley de Dios está en nuestro propio corazón y en nuestros propios labios; en el corazón para que la vivamos y vivamos aplicándola, y en los labios para poderla proclamar. Esto nos remite a la Sagrada Escritura, para conocer a Dios, para acercarnos a su Santa Voluntad, para poder conocer sus preceptos y mandatos.

El Documento de Aparecida, en el numeral 248, precisamente nos habla de este tema, nos dice que… « Se hace, pues, necesario proponer a los fieles la Palabra de Dios como don del Padre para el encuentro con Jesucristo vivo, camino de “auténtica conversión y de renovada comunión y solidaridad”. […] Los discípulos de Jesús anhelan nutrirse con el Pan de la Palabra: quieren acceder a la interpretación adecuada de los textos bíblicos, a emplearlos como mediación de diálogo con Jesucristo, y a que sean alma de la propia evangelización y del anuncio de Jesús a todos.» Ya en el numeral anterior había dicho: «De lo contrario ¿cómo van a anunciar un mensaje cuyo contenido y espíritu  no conocen a fondo?»

Una página cúspide cristológica



Colosas fue evangelizada por Epafras, allí surgió «… una herejía que mezclaba elementos paganos, judíos y cristianos. Sus seguidores daban mucha importancia a los poderes angélicos, a las fuerzas cósmicas y a otros seres intermediarios entre Dios y el hombre…»[1]. Sectas pre-gnósticas cuya labor era desvirtuar a Jesucristo poniéndolo a la misma altura de esos otros seres intermediarios. «En la comunidad cristiana de Colosas se tiende a conjugar la fe cristiana, el culto de las figuras mediadoras y de las potencias espirituales y la observancia de prácticas ascéticas.»[2] Los estudiosos coinciden en que la Carta a los Colosenses no es un escrito paulino sino que nos hallamos ante una seudoepigrafía. Como quiera que sea, en esta carta se procura enfrentar aquellas desviaciones.

La perícopa que conforma la Segunda lectura de este Domingo, son los versículos 15-20 del capítulo primero. El capítulo Primero inicia con el saludo que ocupa los versos 1 y 2; los versos 3 al 8 contienen una Acción de Gracias por los favores que los Colosenses han recibido al ser evangelizados; del 9-11 viene la oración que “Pablo, Timoteo y Epafras elevan a Dios a favor de los Colosenses; los versos 12 al 14 son una nueva acción de Gracias por la redención que Jesús, el Hijo de Dios nos ha alcanzado. Aquí se inserta  el Himno –según afirman los eruditos se trata de un himno pre-existente que se toma y se trae aquí- «un himno a Cristo, jefe del universo; un himno de respiro amplio, cósmico, que no soporta minimizaciones o restricciones algunas. En el himno el misterio de Cristo desemboca y se conjuga con el misterio de la Iglesia; la obra de la liberación abraza a la humanidad entera y a todos los seres creados; la naturaleza divina del Verbo se vincula con la concreción del misterio pascual. Una estupenda síntesis teológica del misterio crístico y cristiano… expresa en términos sensiblemente nuevos, expresa la misma fe en Cristo Señor, reconociéndolo como Creador y como redentor, como imagen del Dios Invisible y como jefe de la Iglesia, como el primogénito de los resucitados y como reconciliador universal.»[3] donde vemos a Jesús mostrado como –y retomamos la imagen Teilhardiana- el Alfa y el Omega.

En primer lugar, la primera afirmación que nos encontramos, es que Jesús es la imagen del Dios Invisible. Ya que nadie puede ver a Dios, Él mismo se manifiesta, se trasperenta poniéndose a nuestro alcance, por medio de su Unigénito.



Luego se nos dice que Cristo es el primogénito de toda la Creación, lo cual es una afirmación histórico-temporal de la existencia de Cristo antes de cualquier criatura, situándolo cronológicamente, hablando de un “antes”, de una precesión: por eso es el Alfa. Además, Él es el “fundamento” de todo lo creado, no sólo en la tierra sino también en el cielo; como las sectas se apoyaban en τὰ στοιχεῖα τοῦ κοσμοῦ “los elementos del cosmos” y se aceptaban la mediación de toda una serie de poderes angélicos, en la Carta a los Colosenses se nos dice que todo –sea visible o invisible- εἴτε θρόνοι εἴτε κυριότητες εἴτε ἄρχαι εἴτε ἐξουσίαι· “tronos, dominaciones, principados y potestades” están supeditadas y subyacen respecto a Cristo. Y se insiste en que Él es el Alfa cuando en el verso 17 leemos: καὶ αὐτός ἐστιν πρὸ πάντων καὶ τὰ πάντα ἐν αὐτῷ συνέστηκεν “Todo fue creado por Él y para Él, Él es anterior a toda existencia.”( συνέστηκεν “hayan consistencia, adquieren orden, resultan, convergen).

En el verso 18 vemos que καὶ αὐτός ἐστιν ἡ κεφαλὴ τοῦ σώματος τῆς ἐκκλησίας· Él es la Cabeza del cuerpo que es la Iglesia. En el numeral 18 de la Lumen Fidei se dice que: «Para la fe, Cristo no es sólo aquel en quien creemos, la manifestación máxima del amor de Dios, sino también aquel con quien nos unimos para poder creer. La fe no sólo mira a Jesús, sino que mira desde el punto de vista de Je­sús, con sus ojos: es una participación en su modo de ver.»

Luego, apuntando hacia el final de los tiempos, tomando como referente la resurrección de Cristo, se remonta con visión escatológica hacía el futuro remoto y se afirma que ὅς ἐστιν [ἡ] ἀρχή, πρωτότοκος ἐκ τῶν νεκρῶν, ἵνα γένηται ἐν πᾶσιν αὐτὸς πρωτεύων, “Él es el principio, fue el primogénito de entre los muertos en resucitar, para tener así el primer puesto en todo”. Todo esto es vital para nuestra fe, significa que la historia no va errabunda, tiene un inicio, y luego, no con linealidad, pero si con seguridad, se encamina hacía un punto Omega, una especie de Feliz Desenlace; y esa Omega es perfección, es plenitud, alcanza el Pléroma: ὅτι ἐν αὐτῷ εὐδόκησεν πᾶν τὸ πλήρωμα κατοικῆσαι “Pues en Él (en Cristo) quiso residir la total plenitud”



El numeral 17 de la Lumen Fidei inicia diciendo que “Ahora bien, la muerte de Cristo manifiesta la total fiabilidad del amor de Dios a la luz de la resurrección. En cuanto resucitado, Cristo es testigo fiable, digno de fe (cf. Ap 1,5; Hb 2,17), apoyo sólido para nuestra fe. « Si Cristo no ha resucitado, vuestra fe no tiene sentido », dice san Pablo (1 Co 15,17). Si el amor del Padre no hu­biese resucitado a Jesús de entre los muertos, si no hubiese podido devolver la vida a su cuerpo, no sería un amor plenamente fiable, capaz de ilu­minar también las tinieblas de la muerte.” Por eso, en el cierre de la perícopa que nos ocupa de la Carta a los Colosenses, en el verso 20  leemos: καὶ δι’ αὐτοῦ ἀποκαταλλάξαι τὰ πάντα εἰς αὐτὸν εἰρηνοποιήσας διὰ τοῦ αἵματος τοῦ σταυροῦ αὐτοῦ, [δι’ αὐτοῦ] εἴτε τὰ ἐπὶ τῆς γῆς εἴτε τὰ ἐν τοῖς οὐρανοῖς. “Y por medio de Él todo se mudó, reconciliándolo (haciendo la paz) todo en Él mediante su sangre de cruz, lo de la tierra lo mismo que lo del cielo.” (Col 1,20).

Vamos a correr el riesgo de extendernos con exceso, pero nos parece muy importante procurar un mínimo de profundización en el concepto de “pleroma”; para tal efecto acudimos a Pierre Benoit, op.  Quien nos da tres intelecciones posibles de este concepto: « Los exegetas no están acordes en la interpretación de Col 1,19. Unos ven en la palabra pléroma la Iglesia, que completa a Cristo como el Cuerpo a la Cabeza. Este punto de vista tiene algo de verdadero. La epístola a los Efesios significa el culmen de una evolución en la que Pablo identifica prácticamente el Pléroma con la Iglesia. Pero este sentido no puede admitirse para Col 1, 19, pues esta evolución no ha llegado a su término.
Otros intérpretes, la mayor parte de los exegetas antiguos y modernos, ven en el pléroma la Plenitud de la Divinidad, de la vida divina. Pero la argumentación histórica en este sentido no es convincente. Además, si pléroma significa aquí plenitud de la presencia divina, la expresión plugo al Padre que en Él (Cristo) habitase toda la plenitud (Pléroma) tiene resabios de nestorianismo y contradice la doctrina de Pablo. Para éste, Jesús -Hijo de Dios- es Dios por naturaleza, no se hace Dios….
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El pléroma abarca todas las cosas, así las de la tierra como las del cielo. En otras palabras, el mundo terrestre y el celeste, incluido el mundo divino que Cristo lleva ya en sí por naturaleza, como Hijo de Dios. Así se comprende como la presencia del pléroma en Cristo es objeto de una habitación y el resultado del beneplácito divino. Esta incorporación del universo constituye una nueva etapa, gratuita por añadidura, en el plan divino de salud. Esta etapa comienza en la Encarnación y tiene su realización completa en la Redención. En el contexto de Col 1, 19 lo que le preocupa a Pablo es la integración de las Potestades celestes y el mundo material que ellas rigen en el mundo nuevo en Cristo. Cristo glorioso es su Jefe y por ellas el Jefe de todo el universo, como es de modo especial el Jefe -la cabeza- del Cuerpo que ha salvado. Así habita verdaderamente en Cristo toda la Plenitud: de Dios, que lo es por naturaleza, y del Mundo, que él ha reducido definitivamente a su obediencia.»[4]

Sin embargo, esa “convergencia”, esta manera de “abarcar” puede ser mal interpretada y conducir hacia una visión panteísta que quiere ver todo convertido en Dios, todas las cosas –según ellos- son Dios. Pero «Dios está presente en el cosmos y el cosmos está presente en Dios… La teología moderna ha acuñado otra expresión, el «panenteísmo» (en griego: pan = todo; en = en; theos=Dios). Es decir: Dios está en todo y todo está en Dios. Esta palabra fue propuesta por un evangélico, Frederick Krause (l781-1832), fascinado por el fulgor divino del universo.


El panenteísmo debe ser distinguido claramente del panteísmo. El panteísmo (en griego: pan = todo; theos=Dios) afirma que todo es Dios y Dios es todo. Sostiene que Dios y mundo son idénticos; que el mundo no es una criatura de Dios sino el modo necesario de existir de Dios. El panteísmo no acepta ninguna diferencia: el cielo es Dios, la Tierra es Dios, la piedra es Dios y el ser humano es Dios. Esta falta de diferencia lleva fácilmente a la indiferencia. Todo es Dios y Dios es todo, entonces es indiferente si me ocupo de una niña violada en un autobús de Río o del carnaval, o de los indígenas en extinción o de una ley contra la homofobia. Lo cual es manifiestamente un error, pues las diferencias existen y persisten.
Todo no es Dios. Las cosas son lo que son: cosas. Sin embargo, Dios está en las cosas y las cosas están de Dios, por causa de su acto creador. La criatura siempre depende de Dios y sin él volvería a la nada de dónde fue sacada. Dios y mundo son diferentes, pero no están separados o cerrados, están abiertos uno al otro. Si son diferentes es para posibilitar el encuentro y la comunión mutua. Mediante ella se superan las categorías de procedencia griega que se contraponían: transcendencia e inmanencia. Inmanencia es este mundo de aquí. Transcendencia es el mundo que está más allá de este. El cristianismo, por la encarnación de Dios creó una categoría nueva: la transparencia, que es la presencia de la trascendencia (Dios) dentro de la inmanencia (mundo). Cuando esto ocurre, Dios y el mundo se hacen mutuamente transparentes. Como decía Jesús: \"quien me ve a mí, ve al Padre\". Teilhard de Chardin vivió una conmovedora espiritualidad de la transparencia. Decía: «el gran misterio de cristianismo no es la aparición, sino la transparencia de Dios en el universo. No solamente el rayo que aflora, sino el rayo que penetra. No la Epifanía sino la Diafanía» (Le milieu divin, 162).»[5]


  
Así este himno Cristológico nos acerca a Jesús y nos adentra en el Misterio de su ser- Dios-y-ser-hombre y en el Misterio del proceso histórico de cristificación de todo que encuentra su detonante en la Encarnación-Muerte-Resurrección-Redención.

En síntesis, podemos volver a la reciente Lumen Fidei, donde en el numeral 15, el Papa francisco se expresa así: «La fe cristiana está centrada en Cristo, es confesar que Jesús es el Señor, y Dios lo ha resu­citado de entre los muertos (cf. Rm 10,9). Todas las líneas del Antiguo Testamento convergen en Cristo; Él es el « sí » definitivo a todas las prome­sas, el fundamento de nuestro « amén » último a Dios (cf. 2 Co 1,20). La historia de Jesús es la manifestación plena de la fiabilidad de Dios. Si Israel recordaba las grandes muestras de amor de Dios, que constituían el centro de su confesión y abrían la mirada de su fe, ahora la vida de Jesús se presenta como la intervención definitiva de Dios, la manifestación suprema de su amor por noso­tros. La Palabra que Dios nos dirige en Jesús no es una más entre otras, sino su Palabra eterna (cf. Hb 1,1-2). No hay garantía más grande que Dios nos pueda dar para asegurarnos su amor, como recuerda san Pablo (cf. Rm 8,31-39). La fe cristia­na es, por tanto, fe en el Amor pleno, en su poder eficaz, en su capacidad de transformar el mundo e iluminar el tiempo. « Hemos conocido el amor que Dios nos tiene y hemos creído en él » (1 Jn 4,16). La fe reconoce el amor de Dios manifesta­do en Jesús como el fundamento sobre el que se asienta la realidad y su destino último.».

La parábola del Buen Samaritano

Tratemos de decirlo en breves palabras: Si bien esta parábola nos da un mandato, una ley, un camino a recorrer, indicaciones concretas para salir del desierto del « yo » autorreferencial (si bien esta vez no es entregada por la mediación de Moisés) qué nos señala Dios, por medio de su Transparencia: la Voluntad de Dios es clara πορεύου καὶ σὺ ποίει ὁμοίως.”¡Ve y haz tú lo mismo!”, con esta expresión no sólo le habla Jesús al “Doctor de la Ley”, sino que se dirige directamente a cada uno de nosotros.


También tenemos que reconocer a Dios en el Samaritano, no sólo por ser rechazado, por ser marginado (y reconozcamos que nuestra cultura se basa en ignorar a Dios, donde la fe se convierte en una aceptación “verbal” y no “existencial”), sino también porque Él se ocupa del herido, del necesitado, porque Él se hace Prójimo nuestro al habernos creado a “su imagen y semejanza”. Pero además por su Fidelidad[6], por su Compañía permanente, por su Providencia, por su cuidarnos, por su ocuparse de nosotros.

Jesús también se hace “prójimo”, el hecho de “humanarse”, de “encarnarse”, es el máximo gesto de “projimización”; pero llegó al colmo de su “projimización” entregando la vida por nosotros: “Nadie tiene amor más grande que el que da la vida por los amigos.” Jn 15, 13 Muchos han comentado que no se es prójimo, sino que se llega a serlo, por nuestras actitudes, por nuestra respuesta. Pero también a Jesús lo ignoramos, lo marginamos, lo marginalizamos cuando no somos capaces de ver en el pobre, en el maltratado, en el despreciado, en el herido a la vera del camino, su Rostro abofeteado, humillado y maltratado, su Rostro de Crucificado; cuando damos un rodeo para evitarlo.

Así, reflexionando en torno a la jugada decisiva de la vida, el cumplimiento de la ley de Dios para ganar la vida eterna, la ley cuyo cumplimiento lleva al Pléroma –en el evangelio según San Lucas-, hemos desembocado en el Evangelio según San Juan para ver cuál es el Mandamiento que nos da Jesús –Transparencia de Dios Padre- Αὕτη ἐστὶν ἡ ἐντολὴ ἡ ἐμὴ ἵνα ἀγαπᾶτε ἀλλήλους καθὼς ἠγάπησα ὑμᾶς. “Este es mi mandamiento: Que se amen unos a otros como yo los amé”(Jn 15,12). Esto es lo que hace el Samaritano y lo que se nos manda que vayamos también nosotros a hacer. No sólo decir que nos amamos sino hacerlo realidad con nuestras acciones.



[1] Storniolo, Ivo. Martins Balancin, Euclides. CONOZCA LA BIBLIA. Ed. San Pablo. Bogotá D. C. –Colombia 2002 p. 110
[2] Fabris, Rinaldo. PARA LEER A SAN PABLO. Ed. San Pablo Bogotá-Colombia 2da reimprsión 2006. p. 142
[3] Ghidelli, Carlo SAN PABLO, GRAN APÓSTOL DE LAS GENTES Ed. Instituto Misionero Hijas de san Pablo Bogotá, D.C. –Colombia 2008 p. 44
[6] Por eso, en la Biblia, verdad y fidelidad van unidas, y el Dios verdadero es el Dios fiel, aquel que mantiene sus promesas y permite comprender su designio a lo largo del tiempo.  LUMEN FIDEI # 28

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