…Fármaco de
inmortalidad, antídoto contra la muerte…
San Ignacio de
Antioquía
Sistema inmune
El
Cuerpo y la Sangre de Nuestro Señor Jesucristo, esta es la Gran Celebración que
tenemos entre manos. Esta celebración Eclesial une en estrechísima conexión
todos los elementos de la Iglesia. Siendo la “Forma Consagrada” algo así como
el corazón de la celebración, existen unas nervaduras principales y densas que
conectan con Ella: El Sacerdote, la Comunidad, la Liturgia, la
Transustanciación y toda la Sacramentalidad en torno a ella, la Comunión y -un
tema que nos es muy querido, casi obsesivo- el Cuerpo Místico de Cristo.
Mucho
hemos insistido combatiendo el individualismo, nuestro mal cultural por
excelencia. Se diría que en nuestra sociedad todos los vicios y todos los
problemas y defectos provienen de ese aneurisma. Nacemos, crecemos y nos
educamos en el individualismo. Todos los
sistemas legales y éticos se han hecho pasar por ahí. En cada recodo de nuestro
cerebro se ha instalado un chip cuya función consiste en filtrar todo para
verlo desde una óptica egoísta. Frente a cualquier análisis siempre anteponemos
–casi inconscientemente- nuestros intereses personales –pero ahí no está el
problema, eso prácticamente es natural, lógico, necesario- lo malo no es
ponerse uno mismo en el primer lugar, lo cual es una herramienta
auto-conservativa; lo malo está en que esos chips allí incrustados, nos inducen
a ignorar a todos los demás, a verlo todo desde nuestra óptica excluyendo
cualquier otro punto de vista, haciéndonos culturo-centristas: sólo lo que
pensamos nosotros es válido, es correcto, es sano…
Claro
que de esa visión del mundo ego-centrada se deriva la intolerancia. La
intolerancia tiene varios disfraces: uno, quizá el más inofensivo es la
indiferencia; pero existen otras máscaras mucho peores como la agresividad y la
violencia, el autoritarismo y las dictaduras (que muchas veces se ejercen no
sólo a nivel estatal –desde los gobiernos nacionales- sino que en muchas
oportunidades se expresa a nivel empresarial, familiar, inclusive en un núcleo
de amigos y –con elevada frecuencia- en las comunidades, en los grupos
pastorales, en las parroquias).
Figúrense
hasta donde pueden llegar las secuelas
de este mal. Pues por muy creativa que sea su imaginación, dudamos que pueda
sospechar la cantidad de males que vive el mundo y todo proviene de ese
individualismo exacerbado. Muchos analistas, usando sus herramientas “científicas”
creen ver en el capitalismo, en esa concepción comercial que se cuela en todos
los poros de la sociedad, el virus de ese cáncer. Uno se pone a preguntarse
¿quién, y con qué propósito, sintetizó este virus? (porque su rápida
propagación tiene tintes de guerra biológica) y, más allá de los “modos de
producción, distribución y consumo”, se encuentra la obra del Malo.
Ustedes
nos dirán: ¡Un momento, alto ahí, ese ya es el colmo de querer satanizarlo
todo! Nada más lejos de nuestro interés; de verdad que ese está descomunalmente
lejos de ser ese nuestro propósito. No queremos pintar al “Enemigo” mucho más
grande de lo que él es. No, queremos guardar nuestro análisis en justas
proporciones. Ni más grande, ni más pequeño de lo que realmente es. Todos
ustedes saben lo decisivo que resulta el conocimiento real del adversario. Es
rotunda la importancia de no desconocer las dimensiones del rival al que nos
estamos avocando, reconociendo también sus impotencia, sus limitaciones, sus
debilidades, en fin, su justa talla.
Al
buscar detectar el foco de contagio es preciso dimensionar los requisitos –si
alcanzables o inalcanzables- que se exigen para extirpar el mal y “exterminar”
el virus. Sabemos que el “Organismo” ya ha generado los anticuerpos (la
Vida-Pasión y Muerte de la Segunda Persona de la Santa Trinidad lo hizo), nos
resta establecer cómo potenciar la producción del anti-virus. Estamos pues muy
interesados en el Sistema Inmunitario: ¿Cómo se defiende el Cuerpo Místico de
Cristo? El interés de nuestra investigación se encauza pues hacia la producción
de estos antígenos.
Muchos
éxitos se deben reconocer a los estudiosos que han invertido ingentes esfuerzos
así como horas y horas de estudios. A ellos hay que –no sólo felicitar- sino
también apoyarlos en su afanosa búsqueda, de cuyos resultados todos no podremos
beneficiar. Enumeremos algunos de sus hallazgos: La solidaridad, la tolerancia,
la fraternidad, el perdón, la amistad sincera, el compañerismo, la escucha, el
trabajo en equipo, la capacidad de construir comunidad, el compartir, la sana
preocupación por el prójimo, la caridad, la compasión (no la lástima), por
citar sólo algunos…
Pese
al reconocimiento de estos antígenos, no basta haberlos identificado, es
preciso que la gente “se vacune”, ponga en práctica las medidas profilácticas y
todas las recomendaciones que los médicos
vienen haciendo por siglos y que se pueden resumir en un breve slogan: “…para
que sean uno como lo somos nosotros. Yo en ellos y Tú en mí, para que sean
plenamente uno; para que el mundo conozca que Tú me enviaste y los amaste como
me amaste a mí” ἵνα ὦσιν ἓν καθὼς ἡμεῖς ἕν·ἐγὼ ἐν αὐτοῖς καὶ σὺ
ἐν ἐμοί, ἵνα ὦσιν τετελειωμένοι εἰς ἕν, ἵνα γινώσκῃ ὁ κόσμος ὅτι σύ με ἀπέστειλας
καὶ ἠγάπησας αὐτοὺς καθὼς ἐμὲ ἠγάπησας. (Jn 17, 22b-23) O si les gusta en dos palabras:
LA UNIDAD EN EL AMOR.
La tensión escatológica suscitada por la Eucaristía
¿Cómo conceptualizar el rol de las Formas del
pan y el Vino Consagrados?: Como una especie de lente. Presencia real de
Jesucristo en su Cuerpo, Sangre, alma y Divinidad. Pan que es verdadera Comida
y Sangre que es Verdadera Bebida. Queremos relacionar la Dimensión Ontica del
pan y el Vino, porque todo Pan y todo Vino lo son con relación a un hambre y
una sed, al cumplimiento de la función nutricia y refrescante de la comida y la
bebida respectivamente. ¿Se había detenida a pensar en eso? El Pan, la Hostia
lo es para un comulgante, la realización de su existencia consiste en “nutrir”
a alguien, y es alguien que se alimenta queda “lleno” (ha saciado su hambre) y
su Llenura es que quedó Cristificado. Pero –y este “pero” es una objeción de
tamaño mayor: Veamos, hay personas que se alimentan, se acuestan a dormir la
siesta y cuando se despiertan… simplemente otra vez tienen hambre, esa es una
forma de llenura, de saciedad. Otras personas se nutren y se ponen a trabajar,
trasforman el alimento en energía creadora, trasformadora, “consumen” para
“producir”, definitivamente esta es otra forma de “quedar lleno”, es quedar
lleno de fuerza dinamizadora, creadora.
Así nos pasa al Comulgar: Podemos meter a Jesús
en nuestro ser, en nuestro corazón y tenerlo allí enjaulado en la prisión de
nuestro individualismo o podemos “permitir” que esa Dynamis cree del verbo
hebreo בָּרָא, bara (crear) pero el
hombre no crea propiamente, en el sentido del verbo bara que es Crear como Dios
que crea de la nada, el hombre crea trasformando… pero, Dios crea todos los
días por medio de su criatura, el hombre.
Vemos que Jesús dedicó su vida a predicar el
Reino, es decir, a proponernos una tarea creativo-trasformativa, que no podemos
ejecutar con nuestras solas fuerzas, requiere nuestra fuerza más un “plus” que
la convierte en super-fuerza; y esa super-fuerza se alcanza con un suplemento
vitamínico denominado “Comunión”. ¡Qué nombre tan raro para una vitamina!
La propiedad que tiene esta vitamina es la de
derrotar el individualismo, hacernos capaces de la Unidad, de volvernos Cuerpo
Místico, de integrarnos a un Organismo y ponernos enteramente al servicio de
esa Voluntad Superior que dirige, que lidera y que muestra el Camino: por eso
Él mismo es el Camino. «Es un aspecto de la Eucaristía que merece ser
resaltado: mientras nosotros celebramos el sacrificio del Cordero, nos unimos a
la liturgia celestial, asociándonos con la multitud inmensa que grita: «La
salvación es de nuestro Dios, que está sentado en el trono, y del Cordero» (Ap
7, 10). La Eucaristía es verdaderamente un resquicio del cielo que se abre
sobre la tierra. Es un rayo de gloria de la Jerusalén celestial, que penetra en
las nubes de nuestra historia y proyecta luz sobre nuestro camino.»[1]
Y continuaba diciendo allí el beato Juan Pablo II: «Deseo recalcarlo con fuerza…, para que
los cristianos se sientan más que nunca comprometidos a no descuidar los
deberes de su ciudadanía terrenal. Es cometido suyo contribuir con la luz del
Evangelio a la edificación de un mundo habitable y plenamente conforme al
designio de Dios.
Muchos
son los problemas que oscurecen el horizonte de nuestro tiempo. Baste pensar en
la urgencia de trabajar por la paz, de poner premisas sólidas de justicia y
solidaridad en las relaciones entre los pueblos, de defender la vida humana
desde su concepción hasta su término natural. Y ¿qué decir, además, de las
tantas contradicciones de un mundo «globalizado», donde los más débiles, los
más pequeños y los más pobres parecen tener bien poco que esperar? En este
mundo es donde tiene que brillar la esperanza cristiana. También por eso el
Señor ha querido quedarse con nosotros en la Eucaristía, grabando en esta
presencia sacrificial y convival la promesa de una humanidad renovada por su
amor.»[2]
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