viernes, 28 de diciembre de 2012

JESÚS, PARADIGMA DE OBEDIENCIA





Esta conjunción entre una novedad radical y una fidelidad igualmente radical… es el verdadero contenido teológico al que apunta el pasaje.

Benedicto XVI

1. La perícopa evangélica en sí

Vamos a ocuparnos de Lc 2, 41-52: «Nos dice que sus padres iban todos los años en peregrinación a Jerusalén para la Pascua. La familia de Jesús era piadosa, observaba la ley.»[1]

«Ha participado… en la “subida” a Jerusalén, la visita al templo, la peregrinación anual que marcaba con el sello del pueblo de Dios a todo israelita adulto en la fidelidad de su fe. Y en la compañía de todos los elegidos. La primera salida de Nazaret para el muchacho que se había criado en aquella remota aldea; la primera aventura lejos del entorno de la infancia; el primer viaje a la capital en compañía de sus amigos y de todas las personas mayores del pueblo, como excursión sagrada, como liturgia a pie, como parábola social de un destino común en el templo venerado, donde Dios es Padre.»[2]

«Israel sigue siendo, por así decirlo, un pueblo de Dios en marcha, un pueblo que está siempre en camino hacia Dios, y recibe su identidad y su unidad siempre nuevamente del encuentro con Dios en el único templo. La Sagrada Familia se inserta en esta gran comunidad en el camino hacia el templo y hacía Dios.»[3]

«Para un muchacho despierto de doce años, que iba creciendo en “sabiduría”, en experiencia, en conocimiento de sí mismo, en profundidad de su conciencia divina y en entrega a su trayectoria humana, aquella escena, llena de luz y color, de voces y alegría, de cánticos y preces, fue una sacudida existencial que avivó los fondos de su personalidad en el escenario de la celebración pascual.
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Al referirnos a este episodio de la vida de Jesús, hablamos de “el Niño perdido y hallado en el Templo”. Pero Jesús ya no era un niño para entonces; y mucho menos “se perdió” en Jerusalén. Más bien habría que hablar del muchacho que “se encontró” a sí mismo en aquella experiencia súbita e intensa de hallarse, por primera vez en su vida consciente, en la Casa de su Padre.

Y entonces hizo lo más natural del mundo en su nueva pero radical circunstancia: se quedó en casa… Para María y para José, este fue un gesto duro e inesperado. Ni siquiera sospecharon el golpe. Anduvieron todo un día de camino, los hombres con los hombres, las mujeres con las mujeres, y los jóvenes con unos o con otros, de modo que nadie los iba a echar de menos, creyendo que irían con el otro grupo.»[4]



En el capítulo 2 de San Lucas, más exactamente en el versículo 44a leemos νομίσαντες δὲ αὐτὸν εἶναι ἐν τῇ συνοδίᾳ “Pensando que iba en la caravana”. Benedicto XVI glosa esta parte diciendo:  «Lucas llama a la comitiva synodía –“comunidad en camino”-, el término técnico para la caravana.»[5]

«Hubo desgarro al notar la falta del hijo, ansiedad en la rápida vuelta a Jerusalén, angustia durante tres días de búsqueda agitada…»[6] Sobre este particular el comentario del Papa nos dice: «… es preciso… dar la razón a René Laurentin cuando nota aquí una callada referencia a los tres días entre la cruz y la resurrección… Son jornadas de sufrimiento por la ausencia de Jesús, días sombríos cuya gravedad se percibe en las palabras de la madre: “Hijo, ¿por qué nos has tratado así? Mira que tu padre y yo te buscábamos angustiados” (Lc 2, 48)… En aquellos momentos se hace sentir en María algo del dolor de la espada que Simeón le había anunciado (cf. Lc 2, 35)»[7]



«“¿Por qué nos has hecho esto?”. Dolor de padres ante la conducta del hijo, a quien comienzan a no entender. Y comienzan a no entenderlo porque él ha comenzado a entenderse a sí mismo y ha obrado en consecuencia.
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Jesús disfrutó aquellos tres días como no lo había hecho hasta ahora en su vida: en aquellas pocas horas en el templo, “creció en sabiduría” mucho más de cuanto había crecido durante años en Nazaret. Se encontró a sí mismo con la fuerza sagrada de su origen divino y su nacimiento humano. El camino de vuelta a Nazaret fue muy distinto del camino de ida a Jerusalén. El muchacho de doce años había encontrado la Casa de su Padre. “¿No sabíais que aquí es donde debo estar?”.»[8]

«”Ellos no comprendieron lo que quería decir”, y “su madre conservaba todo esto en su corazón” (Lc 2, 50-51). La palabra de Jesús es demasiado grande por el momento. Incluso la fe de María es una fe “en camino”, una fe que se encuentra a menudo en la oscuridad, y debe madurar atravesando la oscuridad»

2. Obediencia o rebeldía

¿Cómo sería vivir con Jesús, tenerlo permanentemente en casa? Si así como nos lo ha dicho el Papa, la fe de María era una fe en camino, ¿quizá podía –por momentos- caer en la inconsciencia de olvidar quien era su Hijo? Muchas veces nos sucede que al estar continuamente cerca del Señor, por ejemplo con su Presencia Eucarística, hay momentos en que no caemos en la cuenta que Él está allí, totalmente presente en su Cuerpo, Alma, Sangre y Divinidad. Estando allí, cerca de nosotros, e inclusive en nuestro propio corazón, al Comulgar, nuestro corazón –inundado de indiferencia- no alcanza a percibir, no logra captar, Su Majestuosa Presencia, Su Divino Amor. En ese momento, perdemos a Jesús, de la misma manera que María y José lo perdieron en Jerusalén al partir sin darse cuenta que se iban de regreso a Nazaret abandonando su Preciado Tesoro: el Mesías Encarnado.

Este es un grave riesgo, es el peligro de cotidianizar a Jesús en nuestra existencia. Peligro no solo para los clérigos, para los Ministros Ordenados, sino peligro para todos nosotros, porque cualquiera puede caer en esa ceguera espiritual que le impide verlo allí donde Él está a nuestro lado. Así como la cercanía a los árboles nos impide ver el bosque, así la Presencia de Dios en nuestra vida puede caer en lo rutinario, en lo diario, en la monotonía; y puede, dejar de hablarnos, puede enmudecer, hacerse imperceptible.

¿Cuánta atención espiritual –o debo decir mejor “tensión espiritual”- hemos de poner para prevenir esta catástrofe. Y es fácil caer en ella: Pensar que si no viene en el Grupo de las mujeres, vendrá en el Grupo de los hombres o viceversa. El hecho a constatar es que podemos “perder” a Jesús, que podemos vivir de espaldas a nuestra fe, como ocurre con no poca frecuencia, inclusive, fraccionando la existencia esquizofrénicamente, de tal manera que todo lo que el discipulado pide, queda relegado como un discurso del que se puede dar razón pero del que nuestra vida no participa con su testimonio existencial.



Ahora bien, al analizar esta situación cabe pensar ¿A Jesús le eran indiferentes sus padres y –con sólo doce años- se estaba “volando” de la casa? ¿Era Jesús un mucharejo rebelde queriendo deshacerse de toda autoridad paterna? He aquí la respuesta que nos da Benedicto XVI: «La libertad de Jesús no es la libertad del liberal. Es la libertad del Hijo, y por ese mismo motivo es también la libertad de quienes son verdaderamente piadosos. Como Hijo, Jesús trae una nueva libertad, pero no la de alguien que no tiene compromiso alguno, sino la libertad de quien está totalmente unido a la voluntad del Padre… Esta conjunción entre una novedad radical y una fidelidad igualmente radical que proviene del ser Hijo, aparece precisamente también en el breve pasaje sobre Jesús a los doce años; más aún, diría que es el verdadero contenido teológico al que apunta el pasaje.»[9]

Se podría, simplemente, entender como descuido, ¡qué padres tan despreocupados, tan irresponsables!, ¿Cómo es posible que hayan dejado descuidado y desatendido a un niño de tan sólo doce años? «Según nuestra imagen quizá demasiado cicatera de la Sagrada Familia, esto puede resultar sorprendente. Pero nos muestra de manera muy hermosa que en la Sagrada Familia la libertad y la obediencia estaban muy bien armonizadas una con otra. Se dejaba decidir libremente al niño de doce años el que fuera con los de su edad y sus amigos y estuviera en su compañía durante el camino. Por la noche, sin embargo, le esperaban sus padres.»[10]

Tratemos de entender, pues, la conducta de Jesús. «La persona se define en sus decisiones. Mi identidad se revela en las opciones que tomo… La suma de esas opciones, serias o ligeras, trascendentes o leves, rápidas o dilatadas, es la que va determinando, sumando a sumando, el resultado total de mi personalidad. Mis decisiones labran, golpe a golpe, el perfil de mi alma, y lo revelan al labrarlo… La primera información que tenemos acerca de una decisión tomada por Jesús es su conducta, con sólo doce años, en el templo de Jerusalén… Primera Pascua de su vida joven, que culminará en la última Pascua de su sacrificio final*… En la sinagoga de Nazaret había oído los sábados la explicación de las profecías, había vivido en la recitación de los salmos el anuncio de la redención cercana, había dejado resonar en todo su ser las urgentes plegarias de su pueblo por la venida esperada del Mesías… Pero los rabinos de Nazaret eran gente sencilla y de saber limitado, mientras que ahora en Jerusalén, se le brindaba la ocasión única de escuchar, en su propia cátedra del templo sagrado, a las autoridades, supremas en la interpretación de las escrituras… Por eso se puso a escuchar a los doctores de la ley y a hacerles preguntas. No eran preguntas de niño sabio para poner en apuros a los maestros ante los oyentes. No. Eran preguntas de adolescente interesado… y sentía surgir en las intimidades de su ser acerca de su propia misión, su vida, su relación con su Padre y su compromiso de establecer el Reino de Dios en la tierra. Escuchaba y preguntaba porque quería saber…»[11]

En Lucas 2, 49 se lee: καὶ εἶπεν πρὸς αὐτοὺς· τί ὅτι ἐζητεῖτε με; οὐκ ᾖδειτε ὅτι ἐν τοῖς τοῦ πατρός μου δεῖ εἶναι με;Él replicó: ¿Por qué me buscaban? ¿No saben que yo δεῖ tengo que estar en la casa de mi Padre?” La palabra clave en la explicación de la decisión que tomó Jesús de quedarse en el templo de Jerusalén es el verbo ‘δεῖ’ que significa lo adecuado, lo que se debe, lo natural, lo propio, lo necesario, lo inevitable; en este caso se traduce –nos parece muy adecuado, y que refleja de manera óptima el sentido que tiene en la frase que registra San Lucas- por “tengo que”. «La palabra griega deí usada aquí por Lucas retorna siempre en los Evangelios allí donde se presenta lo que se establece la voluntad de Dios, a la cual está sometido Jesús. Él “debe” sufrir mucho, ser rechazado, sufrir la ejecución y resucitar, como dice a sus discípulos después de la profesión de Pedro (cf. Mc 8, 31). Este “debe” vale también en este momento inicial. Él debe estar con el Padre, y así resulta claro que lo que puede parecer desobediencia o una libertad desconsiderada respecto a los padres, es en realidad precisamente una expresión de su obediencia filial. Él no está en el templo por rebelión a sus padres, sino justamente como quien obedece, con la misma obediencia que lo llevará a la cruz y a la resurrección.»[12]

3. La familia y su función

La vida de Jesús, cada aspecto, cada detalle son sorprendentes, ¿por qué eligió la cruz para morir?, ¿por qué eligió un pesebre a manera de cuna?, ¿por qué quiso tener una familia sí habría podido nacer en un hogar uni-parental, o aparecer en una cesta depositada en cualquier puerta, o –simplemente- haberse aparecido ya adulto sin pasar por ese referente tan, pero tan humano, que es la familia?

Dice el Padre Gustavo Baena que «la vida familiar es todavía un vientre en que se sumerge a la persona hasta que se acaba de construir»[13] En el numeral 48 de la Gaudium et Spes el ser de la familia, según el designio divino está constituido como «íntima comunidad de vida y amor»[14] de lo cual parte Juan Pablo II para afirmar que: «la esencia y el cometido de la familia son definidos en última instancia por el amor. Por esto la familia recibe la misión de custodiar, revelar y comunicar el amor, como reflejo vivo y participación real del amor de Dios por la humanidad y del amor de Cristo Señor por la Iglesia su esposa.»[15]



Al continuar desarrollando esta idea, da, Juan Pablo II: «cuatro cometidos generales de la familia
1)    formación de una comunidad de personas;
2)    servicio a la vida;
3)    participación en el desarrollo de la sociedad;
4)    participación en la vida y misión de la Iglesia»[16]

Su santidad Benedicto XVI de una manera muy sintética resume señalando las tareas fundamentales de la familia: «que consiste inseparablemente en la formación de la persona y la trasmisión de la fe»[17]

«El Hijo de Dios se hace presente en la sencillez de una familia humana. El nacimiento de Jesús engrandece al género humano y en especial a la familia. Este hogar, donde nace la vida, está enriquecido por las virtudes de un hombre y una mujer, que desde la fe en la promesa, reciben con alegría y esperanza al anunciado por los profetas. Esta pequeña familia recibe en su seno el gran misterio de Dios presente en la persona del Niño, y se convierte en el primer lugar de la solidaridad con el hombre. Así señala el Señor el compromiso de cada familia, de todas las familias de la humanidad: ser el lugar de acogida permanente del Hijo de Dios y el espacio de la solidaridad con todos los seres humanos.

¿Qué hace posible que se obre este gran milagro en una humilde familia? La luz de la fe. Creer en Dios y en su plan de salvación, acoger con toda confianza su propuesta y disponerse para vivir en esa dimensión… Esta familia de Nazaret se convierte en el espacio original para acoger, desde la fe más profunda, el misterio del Verbo encarnado.»[18]

Al concluir su exhortación apostólica dice Juan Pablo II: «…la Sagrada Familia de Nazaret. Por misterioso designio de Dios, en ella vivó escondido largos años el hijo de Dios: es pues el prototipo y ejemplo de todas las familias cristianas… san José, “hombre justo”, trabajador incansable, custodio integérrimo de los tesoros a él confiados… la Virgen María… Madre de la “Iglesia doméstica”, y gracias a su ayuda materna, cada familia cristiana pueda llegar a ser verdaderamente una “pequeña Iglesia”… cada familia sepa dar generosamente su aportación original para la venida de su Reino al mundo, “Reino de verdad y de vida, Reino de santidad y de gracia, Reino de justicia, de amor y de paz”»[19]

Esta aportación se vuelve un imposible si no se cumple con lo que nos señala Benedicto XVI: «Ciertamente, es precisamente la familia, formada por un hombre y una mujer, la ayuda más grande que se puede ofrecer a los niños. Estos quieren ser amados por ambos, por una madre y por un padre que se aman, y necesitan habitar, crecer y vivir junto a ambos padres, porque la figura materna y paterna son complementarias en la educación de los hijos y en la construcción de su personalidad y de su identidad. Es importante, por tanto, que se haga todo lo posible por hacerles crecer en una familia unida y estable.
Con este fin, es necesario exhortar a los cónyuges a no perder nunca de vista las razones profundas y la sacralidad de su pacto conyugal y reforzarlo con la Palabra de Dios y la oración, el diálogo constante, la acogida recíproca y el perdón mutuo. Un ambiente familiar no sereno, la división de la pareja, y en particular, la separación con el divorcio no dejan de tener consecuencias para los niños, mientras que apoyar a la familia y promover su bien, sus derechos, su unidad y estabilidad, es la mejor forma de tutelar los derechos y las auténticas exigencias de los menores.»[20]

En síntesis, «Dios pone ante nosotros a la Sagrada Familia de Nazaret como el modelo a seguir para todas las familias. La unidad familiar es la estructura básica sobre la que está construida la sociedad humana. Una buena familia cristiana es un poderoso testimonio del amor que Dios ha revelado para nosotros en el ejemplo de Jesús y de su relación con su Madre María y con José.»[21]



El Padre Jaime Restrepo** nos propone compromisos concretos para la familia en este año de la fe:


·         En este Año especial de la fe, la familia está llamada a vivir…en un ambiente muy cristiano. Esto significa tener una disposición interior para fomentar la cercanía, el respeto, la obediencia y el buen trato. Como María y José en actitud de oración, de mucho amor a Dios y a los hermanos. Es muy importante el ejercicio de la reconciliación entre los miembros de la familia para restaurar las relaciones rotas, mediante el perdón sincero y la acogida fraterna.

·         La familia… asume un gran desafío, ante la incredulidad y el vacío de Dios que hay en muchos hogares de nuestra sociedad, la familia cristiana se convierte en el lugar de acogida permanente del Hijo de Dios.




[1] Joseph Ratzinger-Benedicto XVI. LA INFANCIA DE JESÚS. Ed. Planeta Bogotá Colombia 2012 p. 125
[2] González Vallés, Carlos. «CRECÍA EN SABIDURÍA…» Ed. Sal Terrae Santander-España pp. 11-12
[3] Joseph Ratzinger-Benedicto Op. Cit. XVI. p. 126-127
[4] González Vallés, Carlos. Op. Cit. pp. 13-14
[5] Joseph Ratzinger-Benedicto Op. Cit. XVI. p. 127
[6] González Vallés, Carlos. Loc. Cit.
[7] Joseph Ratzinger-Benedicto Op. Cit. XVI. p. 128
[8] González Vallés, Carlos. Op. Cit. pp. 14-16
[9] Joseph Ratzinger-Benedicto XVI Op. Cit.. p. 126
[10] Ibid p. 127
También Benedito XVI se refiere a este aspecto pascual diciendo en la obra citada: “Así, desde la primera Pascua de Jesús se extiende un arco hasta su última Pascua, la de la cruz.” Op. Cit. p. 128
[11] González Vallés, Carlos. Op. Cit. pp. 11-15
[12] Joseph Ratzinger-Benedicto Op. Cit. XVI. p. 129
[13] Baena, Gustavo s.j. LA VIDA SACRAMENTAL Ciclo de Conferencias dictadas en el Colegio Berchmans Cali-Colombia 1998.
[14] CONSTITUCIÓN PASTORAL GAUDIUM ET SPES ed. Paulinas 3ª ed. 1967 p. 69
[15] Juan Pablo II FAMILIARIS CONSORTIO 22 de Noviembre de 1981 p. 31
[16] Ibid.
[17] Benedicto XVI EL AMOR SE APRENDE. LAS ETAPAS DE LA FAMILIA. Romana Editorial Madrid – España 2012 p. 48
[18] Restrepo S, Jaime Pbro. NAVIDAD EN FAMILIA, UNA EXPERIENCIA DE FE. En Revista Iglesia SINFRONTERAS. #361 Misioneros Combonianos.
[19] Juan Pablo II FAMILIARIS CONSORTIO 22 DE Noviembre de 1981 pp. 156-157
[20] Benedicto XVI EL AMOR SE APRENDE. LAS ETAPAS DE LA FAMILIA. Romana Editorial Madrid – España 2012 pp.94-95
[21] Buckley, Michael Mnsr. ORACIONES PARA EL CATÓLIOCO DE HOY Ed. Martínez Roca Colombia 2002. pp. 20-21
**Restrepo S, Jaime Pbro. Loc Cit

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