sábado, 15 de septiembre de 2012

MÁS SOBRE EL VERDADERO DISCIPULADO


Is 50, 5-9; Sal 114, (1-9);  Sant 2, 14-18; Mc 8, 27-35

… que podamos tener la valentía de luchar hasta el fin y ganar la batalla de la fe, de la esperanza y de la caridad.

Card. Carlo María Martini

¿Cómo podemos ser discípulos a menos que entendamos lo que dice el Maestro? El discipulado depende de un conocimiento real y profundo de las enseñanzas del Maestro. Para seguir a Jesús -venimos a darnos cuente precisamente con la perícopa evangélica de la Eucaristía de este XXIV Domingo del Tiempo Ordinario, ciclo B: Mc 8, 27-35- se requiere tener en claro su Identidad.

Exactamente en la perícopa anterior del evangelio de San Marcos se narra la historia del ciego del Betsaida: Jesús lo sana, mojándole los ojos con saliva, pero, según el relato evangélico el hombre no se sana de golpe, inicialmente su ceguera le impide ver con claridad, como si todavía fuera un poco ciego, ve mal, ve borroso, nublado, dice él que ve a los hombres como si fueran árboles que caminan (Cfr. Mc 8, 24b); o sea, que en su primer etapa de sanación, él no está completamente curado, algo de su ceguera permanece. Por eso, se ha dicho que Jesús lo cura por etapas. Jesús, entonces, lo vuelve a tocar con su poder sanador y, ahora si que la vista del ciego queda como diríamos 20/20, ya lo ve todo nítido (Cfr. Mc 8, 25).

Esta es la situación del discípulo. No se llega a ser cristiano maduro de una sola vez, el discipulado tiene su aspecto procesual. Recibimos el Llamado y luego, paulatinamente vamos madurando en nuestra fe, vamos creciendo y fortaleciendo nuestra conciencia y penetrando cada vez más hondo en la verdadera concepción de Jesús, en el meollo de su conocimiento. Esto mismo es lo que le sucede hoy a San Pedro: Él logra una aproximación, brillante, luminosa de Quien es Jesús. Sin embargo, y acto seguido, se descubre que detrás de esta exitosa declaración se esconde una incapacidad para ver bien, para ver claro, para aceptar el verdadero núcleo del discipulado: “Si alguno quiere seguirme, que se niegue a sí mismo , tome su cruz y sígame”. (Mc 8, 34b).

San Pedro es un discípulo en formación, en crecimiento; al leer las Sagradas Escrituras, en el Segundo Testamento, nos topamos con este hombre tan parecido a nosotros mismos, que quiere seguir a Jesús, que cree haber entendido su Mensaje, que cree saber lo que Él se propone y cómo lo llevará a término. Es muy honesto, también es muy impulsivo, es admirable y a medida que uno avanza en la lectura, va entendiendo porque mereció ser puesto como piedra fundamental de la Iglesia. «Hay en él mucha generosidad, entusiasmo, impulsividad y amor sensible al Señor. Pero también hay exceso de confianza en sí mismo y en sus posibilidades. Su ide de Cristo y del Reino a los que se había entregado, era aún superficial… Pedro experimenta una creciente dificultad en comprender la naturaleza de seguimiento. Cuando Jesús habla de la cruz, se escandaliza… El seguimiento de Pedro, desde la conversión superficial e incipiente hasta la conversión madura de la fe, a través de la crisis, es un paradigma del proceso de la conversión de todo cristiano.»[1]

Todos estamos llamados a vivir no el Llamado, porque no podemos quedarnos ahí –pese a que es muy dulce sentirse Llamado, porque uno se siente privilegiado, se siente escogido, casi dijéramos que se siente preferido; en el Llamado se hace evidente un amor preferencial. Pero no podemos quedarnos en la Transfiguración, es preciso bajar del Tabor, y caminar hacia Jerusalén, y luego… hacia el Calvario. Podríamos compararlo con una persona que va  a la Universidad, estudia con esmero, se gradúa, y después, se pasa el resto de la vida sentado en el paraninfo donde tuvo lugar la ceremonia de graduación. Esa es la imagen de alguien que se queda en el Llamado.

En cambio, el verdadero discípulo, como el verdadero profesional, no se conforma con su “diploma”; sale a ejercer su profesión, aun cuando unas serán de cal y otras serán de arena. La vida del discípulo no es de quietismo, no es de metas alcanzadas, sino de caminar permanente. La fe se fortalece en la práctica, (no en el boleo de la camándula, aún cuando las oraciones de repetición son uno de los elementos de su edificación), hay tantas cosas por hacer, que por eso Jesús nos nombro y nos llamó a ser sus Manos, sus Pies y su Boca para llevar el Anuncio hasta los últimos rincones de la tierra. (Cfr. Mac 16, 15. Mt 24, 19-20) El Llamado no es para quedarnos en él, auto-contemplativos y omphalompsíquicos; sino para invertir, para gastar nuestra vida, para perderla en aras de la Buena Noticia (Cfr. Mc 8, 35).

«… hay otro aspecto muy importante,… el de asumir la personalidad corporativa. Uno se convierte en pueblo a través de un proceso gradual, no fácil, fatigoso, porque esto significa también una muerte a sí mismo, una ascesis, una purificación, una conversión: se convierte en un pueblo, en la voz en la conciencia de un pueblo, en el sufrimiento de un pueblo»[2] Esta afirmación del Cardenal Martini nos parece de suma importancia para nuestro caminar en la fe. Haciendo alusión al caminar de San Pedro se nos convida a una espiritualidad vital, a un verdadero discipulado, que va muriendo al egoísmo del “sí mismo” y va creciendo en fraternidad, en solidaridad, en conciencia de ser-prójimo, en la superación del individualismo y del subjetivismo para sentirse pueblo, pueblo de Dios, parte de esa corporeidad que integra el Cuerpo Místico de Cristo. Y ese es el Camino del verdadero Discípulo, el que crece todos los días otra gotita, y, gota a gota se co-corporiza con sus hermanos en la fe, se hace Iglesia, asumiendo en ella, una personalidad corporativa. Así cada día es un peldaño que conduce a ese punto-cúspide donde con San Pablo diremos ”Ya no vivo yo, sino Cristo es quien vive en mí” (Gál 2, 20).

No es por capricho, no es por charlar de algo que Jesús pregunta a sus discípulos ὑμεῖς δὲ τίνα με λέγετε εἶναι “¿Quien dicen que soy yo?”(Mc 8, 29).

2

En la Primera Lectura «… aparece así el aspecto más impresionante del Siervo que ocupará amplio sitio en el poema: el Siervo de Dios sufre, es perseguido. Le golpean en la mejilla como a un idiota (Jb 16, 7-11; 30, 8; Pr 10, 13; 19, 29); a él, que es el sabio por excelencia por ser portavoz de la Palabra, le tratan como un bufón (1Co 1, 17-25); así serán tratados Miqueas, hijo de Imla (1R 22.24) y Jeremías. El desprecio se vuelve agresivo en los esputos, y al mesarle la barba. Sin embargo, sale concientemente al encuentro de estas consecuencias de su ministerio, seguro de la victoria (vv. 7-9; Rm 8,31ss) gracias a la cercanía de Dios (Sal 37, 33).»[3][5]  El  Señor  Yahvé me ha abierto los oídos y yo no me resistí ni me eché atrás. [6]  He ofrecido mi espalda a los que me golpeaban, mis mejillas a quienes me tiraban la barba, y no oculté mi rostro ante las injurias y salivazos.

[7]  El  Señor  Yahvé está de mi parte, y por eso no quedaré confundido; por eso endureció mi cara como piedra. y yo sé que no quedaré frustrado,
[8]  Cercano está a mí el que me hace justicia, ¿quieren meterme pleito? ¿Quién es mi adversario Presentémonos juntos, y si hay algún demandante, ¡que se acerque!
[9] Si el  Señor  Yahvé está de mi parte, ¿quién podrá condenarme? Todos se harán jirones como un vestido gastado, y la polilla se los comerá. Is 50, 5-9

Esta similitud con los profetas en Tanto Que portador de la Palabra de Dios, emisario directo Suyo, y, por tanto la Sabiduría personificada. Sufre, como lo presagiara Isaías, toda clase de vejaciones; y no las padece por casualidad, o por que lo sorprenden consecuencias insospechadas; al contrario, estas son consecuencias de su ministerio que Él arrostra consciente, como inevitable consecuencia. Por eso, en el Evangelio que leemos y estamos considerando, no solamente vaticina su propio destino sino que, además, lo señala como inevitable secuela para sus verdaderos seguidores.  Jesús no hace una propuesta que nos lleva hacia la comodidad, no es una invitación a sentarnos en un sillón reclinable.

¡Seamos honestos! ¡Nada más remoto al lecho de rosas!

3

¿De qué le sirve a uno decir que tiene fe, si no lo demuestra con obras? «Como Pedro, podemos entregar nuestro trabajo y todas las cosas, pero reservarnos en nuestro fondo de egoísmo»[4] El verdadero discipulado entraña el compromiso con el Reinado de Dios. Algunos especialistas señalan que Jesús no nos pide semejante compromiso. ¡Qué clase de especialistas son! La frase no está consignada como tal,  pero con un mínimo de entendimiento del conjunto inmediatamente se percibe que el hilo entreverado en toda la Revelación es esta puesta en obra, pues la fe sin obras es inútil.

Tomaré los versos de Jesús Burgaleta para decirlo:


Tú, Jesús, estás en mi torpe amor entregado a cuentagotas a mi hermano.
Tú eres el que me llama a estar a estar junto al que sufre,
junto al que llora, junto al necesitado.
Tú eres el de la cárcel, que no visito,
Tú eres el que llama a mi puerta,
el que me pide el pan que no comparto.
Tú eres el que tiene hambre y sed de justicia por la que no lucho.
Tú eres el que va desnudo
porque le han quitado la ropa que yo me pongo…

«Es posible que en algunas épocas y lugares esta enseñanza se debilitara en la predicación ordinaria, o que los católicos en números significativos no fueran coherentes, o que haya sido presentada en forma “espiritualista”, sin llevar a las consecuencias sociales… Pero es innegable que la orientación más oficial del magisterio de la Iglesia fue siempre esa.»[5]

Regresemos a Isaías, y leamos un comentario que sobre el Siervo Sufriente hace Carlos Mesters: «Un rostro no es par ser descrito. No se podría! Es par ser descubierto, mirado y amado… Para nosotros hablar de Dios suele ser cosa abstracta y distante que tiene que ver muy poco con los problemas concretos de la vida del pueblo… Un rostro tiene muchos rasgos…destaco sobre todo cuatro: amor desinteresado, poder creador, presencia fiel y …el Dios del pueblo es un Dios santo: pide justicia, exige compromiso y envía a la misión… “Evangelizar” es anunciar los hechos donde la gente observa a Dios venciendo la opresión y liberando a su pueblo; se anuncia la victoria de Dios en hechos concretos que están sucediendo aquí y ahora (Is 52, 7-10; 62, 11-12; 40, 9-11).»[6]

Por mencionar una de las obras que nos compromete:

a) Anunciar que Dios está vivo, que no está muerto, ni dormido, ni distraído
b) Que Dios vence aquí y allá; que el Malo, por mucho que se haga propaganda, que adule sus obras malévolas, está siendo vencido por el Bien. Claro que muchos no lo ven, sólo ven hombres que parecen árboles. Nosotros tenemos que ser el segundo pase de la Mano Sanadora de Jesús.
c) Que no nos agote el pesimismo, que no nos cunda el desaliento, que no tiremos la toalla solo porque algunos “desanimadores” profesionales tratan de hacernos ver las cosas marrón oscuro, cuando la Claridad del Señor resplandece como Alborada anunciada.
d) Hagamos la tare a conciencia: No busquemos a Dios venciendo con bayoneta calada y misiles. Busquemos a Dios floreciendo por doquiera en ternura inmortal y amor eterno.

«Los profetas son las torres de Dios; se dejan conducir por el Espíritu Santo y, por eso, son los primeros en captar los signos de los tiempos, las señales que Dios hace a los hombres para que puedan encontrarlo y seguirlo»[7]

Tenemos miles de obras por emprender, tenemos que permitirle a la fe que de sus pasitos, que aprenda a caminar, hasta que tenga paso firme, y luego… caminar, caminar y caminar. Correr, si se puede, mientras la piernas resistan, siempre adelante, siempre en pos de Jesús, y jamás desfallecer: ¡anunciar y denunciar!

Pedro pensaba como los hombres, nosotros hemos sido convidados a pensar como Dios. Pensar como Dios, dice Averardo Dini “es comprometerse a realizar su proyecto,/ es buscar ante todo su voluntad,/ es gastar la vida por amor,/ es aceptar subir al calvario,/. es escoger el último sitio en la mesa,…[8]

Oremos con Monseñor Martini:

«Permanece en nosotros, Cristo Señor, por la fuerza de tu Espíritu, ora en nosotros, para que podamos comprender la plenitud de nuestra llamada, los peligros que nos amenazan, las acechanzas de Satanás sobre nosotros, sobre la Iglesia, sobre nuestro tiempo, y para que podamos tener la valentía de luchar hasta el fin y ganar la batalla de la fe, de la esperanza y de la caridad. Te lo pedimos, oh Padre, por medio de Cristo nuestro Señor. Amén»[9]



[1] Galileo, Segundo. EL SEGUIMIENTO DE CRISTO. Ed. San Pablo. Santafé de Bogotá – Colombia 1999. pp. 12-14
[2] Martini, Carlo María. ITINERARIO ESPIRITUAL DEL CRISTIANO. Ediciones Paulinas. Santafé de Bogotá, 1992. p. 9
[3] Ravasi, Gianfranco. LOS PROFETAS. Santafé DE Bogotá – Colombia 1996 p. 123
[4] Galileo, Segundo. Op. Cit: p. 18
[5] Ibid. p. 46
[6] Mesters, Carlos O.C.D. LA MISIÓN DELPUEBLO QUE SUFRE LOS CÁNTICOS DEL SIERVO DE DIOS EN EL LIBRO DEL PROFETA ISAÍAS. Quito –Ecuador. 1993 pp. 58-67
[7] Estrada, Hugo. sdb.  PARA MÍ ¿QUIÉN ES JESÚS? Ed. Salesiana Guatemala, 1998 p. 169
[8] Dini, Averardo. EL EVANGELIO SE HACE ORACIÓN TOMO II – CICLO B. Ed. Comunicaciones Sin Fronteras Bogotá Colombia pp. 80
[9] Martini, Carlo María. Op. Cit. p. 14

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