sábado, 22 de octubre de 2011

EL TEMA DEL AMOR

Ex 22, 20-26; 1Tes 1, 5c-10; Mt 22, 34-40

Lo que sucede es que, si las personas están dentro del sistema, este sistema también está dentro de las personas. Habita en ellas, se impone en sus gestos, domina sus miembros.
Carlos Mesters

No se puede amar si no se es libre, la primera condición del amor es la libertad. Dios libero a su pueblo de la esclavitud y lo sacó de Egipto, más tarde lo traerá de vuelta de Babilonia, porque un pueblo esclavo está impedido para amar. Pero no basta la libertad exterior, no basta la libertad “política”; también necesitamos la libertad interior de todo yugo, de toda cadena, de toda prejuicialidad, de toda ideología. Libertad de toda alienación.

El concepto de alienación hunde sus raíces en los terrenos de la filosofía, podemos rastrear sus orígenes y su desarrollo en Rousseau, Schiller, Hegel, Marx, Marcuse, Horkheimer, Adorno y Habermas.

Hay cadenas y esclavitudes profundamente arraigadas en el fondo de nuestra mente, en rincones recónditos  de nuestra conciencia, en zonas limítrofes o declaradamente inconcientes. Existen formas de alienación autoinducidas, como la evasión. En otros casos la persona o la comunidad, están alienados política o culturalmente como es el caso en situaciones de desinformación o mal-información, donde se da la manipulación de la opinión pública y de las decisiones “democráticamente” tomadas, sucede así, allí donde la democracia se ha corrompido. También existen casos de alienación en sociedades que son “educadas”, desde muy temprano, aprovechando los bancos de la escuela, para imponerles “lentes” distorsionantes, para que su difracción “tuerza” la visión y la realidad sea vista desde parámetros deformantes. En tales situaciones la persona (y la comunidad como sumatoria de individualidades) pierden completamente su derrotero puesto que no sabe lo que siguen, ni lo que buscan, ni lo que respaldan. La alienación afecta al ser en su esfera primordial: la esfera relacional, la dimensión del ser donde el yo profundo conecta con la alteridad, allí donde el yo entra en contacto con el , lugar donde se construye el nosotros, donde se edifica lo comunitario; teológicamente hablando, allí donde se construye el Reinado de Dios.

En nuestra época, pero ya desde tiempo atrás, han sido los medios masivos de comunicación el artificio esencial para la inoculación  de una ideología alienante, irracionalmente consumista, centrada en su afán de lucro; y, como concomitante, en el desarrollo de falsas necesidades y en la forja de un estilo de vida signada por el despilfarro, el afán de aparentar, la identificación del ser-del-comprador con el prestigio de la mercancía adquirida; con la manía compradora que, como ya lo expresa el decir popular: “a mí, gastar me calma los nervios”. Una de las lacras conexas con este estilo de vida, es el así llamado “dinero plástico”, artilugio que consiste en poder gastar lo que todavía no nos hemos ganado. Se entiende, de suyo, que gastarnos el futuro equivale a contraer una esclavitud, entrando en un círculo vicioso: “hoy me gasto lo de mañana que mañana me gastaré lo de pasado-mañana”; ahí, ya hemos perdido nuestra libertad, ya estamos alienados. El consumismo ya tejió un contra-argumento incuestionable que se esgrime con ínfulas de irrebatibilidad: “De otra manera jamás tendríamos nada”.

Jesús, en Mateo 22, 34-40 nos habla de dos mandamientos fundamentales, cuando a Él le pidieron “el precepto más importante en la ley” les contestó con dos –dos citas Escriturísticas- pero que contienen en realidad tres preceptos: 1) Amar a Dios, por sobre todo, 2) amar al prójimo y 3) amarse a sí mismo.
 

Lo primero y lo fundamental, la cúspide de la Ley, amar a Aquel que lo ha Hecho Todo, al Sumo Creador, a nuestro Padre Celestial, al Amor-de-los-amores. Pero para llegar a lo más alto de una montaña, siempre hay que pasar por las faldas para ir en ascenso progresivo y poder alcanzar la cima.

Hay que pasar por el segundo piso: Ya nos lo dirá San Juan que uno no puede amar a Dios –a quien no ve- si no ama a su prójimo a quien si ve Cfr. 1Jn 4, 20. Por tanto, para llegar al tercer piso, habrá que pasar por el segundo. Pero ¿cómo amará alguien a su prójimo si no se ama a sí mismo? ¿Cómo construiré el segundo piso sin tener antes el primero?

Así están las cosas: Para alcanzar la meta del amar a Dios ( y cumplir el primer mandato de Jesús) tenemos que vivir y superar un proceso de autoestima, de auto-aceptación y valoración de la propia persona; queremos subrayar que se ame el ser, no el tener; y, podríamos ir más allá: que se ame el acariciar no el agarrar. Esto implica procesos de desasimiento, de ruptura de los apegos: En uno de sus textos, donde Tony de Mello sj. nos muestra cómo Ama Jesús (el texto se titula JESÚS AMA ASÍ) nos dice que el “yo es un impedimento para amar,  porque considero a las personas amadas como algo mío, Amo a mi hijo, a mi marido, a mi familia, porque son algo mío, distinguiéndolos de los que me quedan más lejos. Entonces estoy cosificando lo más cercano como pertenencias a las que debo amar” Evidentemente, la filosofía ha clasificado la cosificación como uno de los principales fenómenos de alienación.

Volvamos al texto de Tony de Mello: “Cuando elijes o comparas, o pides compensaciones, es porque necesitas a esa persona para amarte a ti mismo”. La experiencia nos muestra lo fallido de todos estos intentos de amarnos a través de otros; por el contrario, tenemos que usar, necesariamente, como plataforma de despegue, el amarnos primero de manera reflexiva, antes de intentar amar de forma transitiva. Cuando nuestro auto-amor sea sólido, nadie quedará por fuera de ese amor y seremos capaces de compartir a Dios, es decir, de evangelizar-de-verdad, porque la evangelización, la misión de llevar la Buena Nueva, es, simple y llanamente, desbrozar a otros el camino que lleva a le experiencia de Dios-Amor (recordemos que este Domingo, 23 de octubre –penúltimo de este mes- la Iglesia celebra la Jornada Mundial de las Misiones).

Este fenómeno de alienación que bloquea nuestra construcción del edificio teológico de tres pisos tiene su síntoma más flagrante en nuestra cultura cosmética que gasta anualmente ingentes cantidades de dinero en maquillajes que “enmascaran” nuestro yo; esta cosmetomanía nos deja detectar una especie de auto-rechazo so pretexto de “embellecimiento”. «Con menos de lo que la gente rica se gasta al año en maquillaje, helados y comida para mascotas, se podría proporcionar una alimentación adecuada, agua limpia y educación básica a los más pobres del mundo» ( Leíamos en el INFORME ANUAL DEL WORLDWATCH INSTITUTE. LA SITUACIÓN DEL MUNDO 2004). Directamente relacionado con lo anterior y no menos preocupante, en lo que respecta a nuestra baja auto-aceptación, es el crecimiento en flecha del gasto mundial en cirugías plásticas también so capa de estéticidad (leímos, en una revista, que la inversión en este “sector económico” en Colombia es del orden de los 2,3 billones de pesos anuales). Estos síntomas nos traslucen los problemas que enfrentamos en el primer piso de la edificación.

Jesús puede resumir la ley (toda la ley y los profetas) porque el tema del Dios no es el tema de las reglas y las leyes sino el de la superación de toda regla y toda ley para pasar a una aproximación diferente al problema: una práctica de vida integral, no se trata de vivir porque así lo establece una regla, se trata de vivir por Amor, donde cada acto fraternal y cada gesto de solidaridad –aún con mi prójimo-más-remoto- no es pura filantropía sino puesta en vida y obra de mi comprensión de Dios-Padre que en Jesús nos hace a todos hermanos. Así nos liberamos del yugo interno que no es otra cosa que la “internalización” del yugo que el establishment nos impone, a lo cual se nos invita en 1Tes “dejando los ídolos, se convirtieron a Dios”, porque esta alienación es pura idolatría. Desembocamos, pues, en 1Cor 13, 1: “Aunque hable todas las lenguas humanas y angélicas, si no tengo amor, soy un metal estridente o un platillo estruendoso”. Pero si tengo amor, me acepto, me perdono, me amo; y entonces, seré capaz de amar a mi prójimo y Dios se podrá complacer en mi amor.

En la lectura del Exodo 22, 20-26, YHWH se preocupa y entra en defensa de los extranjeros, las viudas, los huérfanos; ataca la usura y cuestiona la hipoteca (un prójimo tuvo que hipotecar su manto, lo único que tenía para cubrirse). Sabemos que Jesús se identifica con los que pasan sed y hambre, con el que está desnudo, enfermo, encarcelado, con los marginados; en nuestra sociedad seguro se identifica con todos los marginados, los pobres de la tierra, los incontables desplazados, los desempleados. Dice en esta perícopa del Éxodo que Dios escuchará su clamor, porque Él es nuestro Señor de la Misericordia. Desalienarnos consiste, en este caso, en encontrar la conexión entre amor al prójimo y justicia; a este respecto, quisiera concluir recordando a San Agustín: “Erit enim voluntas tua libera, si fuerit pia. Eris liber, si fueris servus, liber peccati, servus iustitiæ” (Tu voluntad será libre si es piadosa -es decir, si tiene fe. Si te haces esclavo, libre del pecado, serás esclavo pero de la justicia). ¡Que ideal, que meta para darle sentido a nuestra existencia! Evitar la esclavitud alienante para caer en la única dulce y deseable esclavitud que un discípulo de Jesús puede aceptar: estar esclavizado a la práctica de la justicia, sin discriminaciones, la que es capaz de hacer extensible el amor, sin fronteras, irradiando desde nuestro propio corazón –que ha tomado su fuego de la Llama Luminosa del Maestro- “por todo el mundo y anunciar la buena noticia a toda la humanidad”. Cfr. Mc 16, 15c.

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