Hch 5, 17-26
Los jefes de los
sacerdotes y los maestros de la Ley no encontraban la manera de hacer
desaparecer a Jesús, pues tenían miedo del pueblo.
Lc 22, 2
Tenemos
aquí, como punto de partida, la presentación de los antagonistas, a saber, la
secta de los saduceos, a la que pertenecían el sumo sacerdote y toda su
cohorte. Estos apresaron a los apóstoles y los enviaron a prisión. Pero he aquí
que un ángel del Señor vino a franquearles la salida y los dirigió al Templo.
Quizás desde otra óptica, y sabiendo la animadversión que los poderosos del
Sanedrín les tenían, deberían haber aprovechado la oportunidad para ponerse
fuera del alcance de sus perseguidores y escapar del peligro. Esta es la
perspectiva humana, pero veamos ¿cuál era el enfoque Divino? Vayan al Templo y
allí expliquen a todos, estas palabras de vida. Así, tan pronto amaneció se
pusieron a la obra, y comenzaron a predicar.
¿Qué
hacen en ese momento los sátrapas del Templo? Encabezados por el Sumo
Sacerdote, llamaron al Sanedrín en pleno y enviaron a traer a los apóstoles de
la cárcel. “… las autoridades, muchas veces elegidas para llevar a cabo la
voluntad de Dios, o que se han arrogado el papel de ejecutoras del proyecto de
Dios, en realidad están en contra de Dios, y exclusivamente al servicio de sus
propios intereses.” (Ivo Storniolo) Aun
cuando la cárcel estaba cerrada y guardada por los centinelas apostados en las
puertas, allá adentro, no estaba nadie. ¡Pues claro! Esto era inexplicable. De
pronto prorrumpió uno notificando que los apóstoles se hallaban en el Templo,
predicando, tan campantes.
Enviaron
a recapturarlos, pero, a traerlos por las buenas no va y fuera que el pueblo se
les amotinara “…tienen miedo del pueblo porque saben que el pueblo puede poner
fin a sus privilegios, que se fundan en la explotación y opresión del mismo” (Ivo
Storniolo). Como se dice, ¡el miedo no monta en burro! Porque, obvio, el burro
no es un vehículo para afanes (el burro no solo alude a la humildad, también
apunta en la dirección de ser pacientes e ir al ritmo de la cabalgadura, no
según las premuras del nervioso y apurado jinete, no es cabalgadura para la precipitud),
y aquí la cuestión era de urgente solución y toma de férreas medidas -aquí con
la expresión “férreas” se mencionan parabólicamente las lanzas y las espadas- por
parte del sequito de los Saduceos. Estaban procediendo afanados por su ζήλου
[zelou] “celo”, valga decir, al fragor de sus sentimientos que veían como estas
“actividades” de los cristianos, eran amenazantes para su estabilidad, ¡nada
mejor que detenerlos cuanto antes! En cierto lenguaje a esto se llama “desatar
la represión”.
Cabe pensar que Lucas intenta de nuevo relacionar la experiencia de la comunidad con la de Jesús. Efectivamente en su primer libro, algunos de los pasajes propios de Lucas subrayan el contraste entre la actitud desfavorable de los dirigentes y la reacción favorable del pueblo. (Michel Gourgues)
Sal
34(33), 2-3. 4-5. 6-7. 8-9
Se
ha organizado la perícopa con 4 versos tomando para ello 8 versículos
consecutivos, de dos en dos, de este Salmo alefático, donde cada verso empieza
con una letra del alefato. Es un Salmo de Acción de Gracias.
En
la primera estrofa, se bendice y se alaba al Señor, convocando preferencialmente
a los
עֲנָוִ֣ים [anawin] “pobres”, “mansos”, “humildes” a
la escucha y la alegría.
Se
convida -en la segunda estrofa- a superar el aislamiento individualista y a
reunirse en “asamblea” para proclamar la grandeza y ensalzar el Santo Nombre de
Dios. Declarando que, si uno se remite a Dios y pone ante sus Ojos y en sus
Manos sus afanes y preocupaciones, el inculca el sosiego y da paz y fortaleza
espiritual.
La tercera estrofa, siguiendo en la misma línea, afirma que si -en medio de las aflicciones se invoca al Señor- Él lo escucha y lo salva de las angustias. Así que, ánimo, contemplémoslo y nuestro rostro resplandecerá con su Fuerza protectora en vez de mantenernos agraviados.
Gustar
y saborear, ver y contemplar la Bondad Ilimitada de Dios que comisiona ángeles
protectores que pone para escoltar de los que amán y respetan Su Santo Nombre.
En particular, saboreemos y degustemos los frutos espirituales cuyo elenco se
presenta en Gal 5, 22.
Es
por esto -y por mucho más- que el responsorio destaca una y otra vez, que el
Señor jamás defrauda.
Jn
3, 16-21
La expresión más
sencilla que resume todo el evangelio, la fe la teología: Dios nos ama de
verdad y nos ama con Amor gratuito y sin límites.
Papa Francisco
Podemos
pensar que sí a Dios le interesara lo más mínimo el destino humano, si Él nos
tuviera destinados al juicio y a la perdición ¿habría destinado a Su Propio-Único-Hijo
para nuestra Salvación? Por el contrario, tal es la prueba fehaciente de que no
sólo se interesa y se preocupa un poquitín, sino que ¡nos A-M-A con derroche!
Con un Amor generoso que no discrimina por nacionalidades, es un Amor que
cobija a todo el mundo. El Fruto Excelso de este Amor es para nosotros la
Salvación.
Esta Entrega de Su Hijo tiene una implicación, es que Él no nos juzgará por no creer, somos nosotros los que nos auto-condenamos y nos ponemos la soga al cuello y nos impulsamos con vehemencia a la muerte eterna, porque no aceptamos el Don. ¡Nos tiramos de cabeza al abismo, con arrogante porfía!
¿Cómo
podemos ser tan “tercos”? ¿cómo podemos persistir en tamaña obstinación? ¿cómo
podemos obcecarnos en cavar nuestra propia fosa hacia la oscuridad perpetua?
Pues, no cabe otra respuesta, por que amamos las tinieblas, ¡es evidente! ¡sólo
quien detesta la luz, corre hacia la oscuridad!
Nos
avergüenza reconocer el error y preferimos conservar el orgullo, aunque nos
cueste la Vida Eterna.
La Cruz de Cristo es la prueba suprema del amor de Dios por nosotros: Jesús nos ha amado “hasta el extremo” (Jn 13,1), es decir, no solo hasta el último instante de su vida terrena, sino hasta el extremo límite del amor. Si en la creación el Padre nos ha dado la prueba de su amor inmenso dándonos la vida, en la Pasión de su Hijo nos ha dado la prueba de las pruebas: ha venido a sufrir y morir por nosotros. Y esto por amor. Así de grande es la misericordia de Dios, porque nos ama, nos perdona con su misericordia de Dios perdona todo y Dios perdona siempre. (Papa Francisco)
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