sábado, 22 de octubre de 2022

¡SE LLAMA GRACIA PORQUE ES DON GRATUITO!

 


Si 35, 15-17. 20-22; Sal 34(33); 2 Tim 4, 6-8. 16-18; Lc 18, 9-14

 

Del mismo modo que los signos externos del amor sólo tienen sentido cuando brotan realmente de un amor verdadero, asimismo, la oración sólo es válida cuando supone y despierta la fe y la caridad.

 Juan Llopis

 

¿Quiénes son los incrédulos? son aquellos que no están dispuestos a ceñirse a una “disciplina”; que no están disponibles para desplazarse a las “periferias (existenciales), para “poner en el centro” a otro distinto de sí mismo. ¡Ay de los altaneros y de los prepotentes! Pero muchos –si no todos- incurrimos en el fariseísmo que denuncia el Evangelio, porque consideramos que son nuestras fuerzas y nuestras virtudes solas, las que nos conducen a “feliz puerto”.


 

Dios juzga con justicia infinita

Carentes de experiencias sobre las realidades trascendentes, Dios nos habla refiriéndose a realidades temporales. Así, por ejemplo, nos ha mostrado su amor Infinito hablando de sí mismo como de Un Pastor. Jesús nos reveló el rostro de Dios refiriéndolo al de Un Padre. Hoy se nos presenta en la figura de “Juez”. Ciertamente Dios no es un Pastor, ni un Padre, ni un Juez; tendríamos que hablar de Un Pastor, o Un Padre o Un Juez “Perfecto”; o -pensando en términos platónicos un Juez “Ideal”. Querríamos poner, hoy, como columna vertebral de la liturgia de la Palabra el tema de: Dios como Juez Ideal y, con simetría dialéctica, arrojar una mirada sobre Dios como “ideal de juez”.

 

Surgió entre los Israelitas, después de la muerte de Josué, la figura de los así llamados Jueces: del verbo [shaphat] que podríamos traducir como, salvar, liberar, acaudillar, juzgar, gobernar -de todo lo anterior hay algo y mucho-. Liberadores porque en la historia de los jueces, en el Libro de la Biblia que va después de Josué, constatamos que estos “caudillos” surgían como liberadores en una situación puntual, frente a la pecaminosidad y al desvío del pueblo escogido cuyos “hechos fueron malos a los ojos del Señor” (Jue 3,12a); pero una vez cumplida su tarea, volvían a su vida corriente; eran, pues, figuras y no institución; Dios los insertaba en la historia de su pueblo como respuesta a un clamor, a una invocación del pueblo arrepentido a cuya súplica daba respuesta.

 

Estos “Salvadores” hacían justicia porque los libraban de la servidumbre y de la opresión. Este hacerles el “Bien”, este perdonarles, este redimirles de Dios a través de aquellos caudillos genera la figura de Juez que hoy nos sirve de referente. Para reconocer el atributo de Dios como justicia, liberación y salvación veamos el elenco de características del “Juez ideal” enumeradas en el Salmo 34(33):

 

a)   Libra de angustias y temores

b) Los que lo contemplan quedan llenos de alegría y no tienen de qué avergonzarse

c)   Si el afligido lo invoca, Él lo escucha y lo salva de sus angustias

d)   Envía su Ángel para que acampe en torno de los que le son fieles

e)   Protege y salva a los que lo honran

f)    Nada le falta a los que temen ofenderle

g)   Los que Lo honran no carecen de lo necesario

h)   Sus ojos miran a quienes le son fieles

i)    Sus oídos escuchan los gritos de sus fieles

j)    Enfrenta a los que hacen el mal y borra de la tierra su recuerdo

k)   Salva y fortalece a los desanimados y abatidos

l)    Libra de todos los males -aunque sean muchos.

m) Cuida de todos los huesos de sus fieles para que ni uno solo le sea quebrado.

n)  Castiga con la muerte al que obra el mal

o)  Y cuando alguien odia a uno que le es fiel al Señor y Juez, lo castiga

p)   En cambio, a sus fieles servidores los redime y salva

q)   Finalmente, promete que, quien confíe en Él, no será castigado.

 

Dios no es un juez como los jueces terrenales que le dan largas a una pobre viuda, sino –nos explicaba Jesús- que Él les hace justicia a sus elegidos que le gritan día y noche (Lc 18, 7ab) y en el verso Lc 18,8 leímos que les hace justicia con total prontitud. Hoy podemos sumar nuestras voces al Salmista para decir, en el responsorio, y garantizar confiadamente que “Si el afligido invoca al Señor Él lo escucha”.

 

“Juez-justo”

Tanto la Primera como la Segunda Lecturas, prefieren adjetivar “Juez-justo” en vez de “Juez Ideal”. En el Libro del Eclesiástico dice que “Dios es un Dios justo” para afirmar -a continuación- que Dios no es parcial. En cambio, entendemos que el texto dice que ¡Dios si es parcial!, Dios es un Juez que no se tiene que parapetar en categorías igualitaristas, su Justica sobrepasa las “equidades nominales”, no se pretende “imparcial” -aun cuando para nosotros, si es justo tiene que ser imparcial- así es la justicia humana, limitada; Él toma partido por el pobre. Dado que el pobre tiene su punto de partida con desventaja frente a los más favorecidos, a los ricos y a los opresores, entonces Dios inclina la balanza a favor del desprotegido para que haya verdadera Justicia. Dios no es un juez de esos que han recibido el “soborno” por debajo de la mesa, Dios es el Juez Ideal, y por eso, el ideal de todo juez que sea verdaderamente ético.

 

Hay que reconocer que los “clientes del Señor”, huérfanos, viudas, pobres, son primeros en su Corazón Misericordioso y que, como leímos en el Salmo, Dios los ve, porque les consagra la atención de sus Miradas y los oye porque les consagra toda la escucha de su Oído. En el Eclesiástico nos ratifica que Dios, Juez-Justo les hace Justicia.

 


En la Segunda Carta a Timoteo, encontramos una doxología: “A Él la Gloria por los siglos de los siglos”. ¿Cuál es el motivo de esta glorificación? Pues ¡precisamente ese!, que Dios es Juez-Justo (2Ti 4, 8d). Se trata de una metáfora que hace alusión a los Juegos Olímpicos. ¿Cómo le hará justicia Dios a Pablo? Dándole la Corona del atleta que ha corrido la carrera y, de principio a fin, hasta llegar a la meta, ha corrido dándolo todo, y no sólo se ha convertido, sino que ha perdurado en su fidelidad. Esta “corona” que era el premio de los atletas en los juegos de la antigüedad, es la metáfora para referirse al “Reino de los Cielos”, y aclara, que ¡no se marchitará jamás!

 

Desaferrarse del yo

Dios nos propone su imagen de Juez-Perfecto para que procuremos vivir en la justicia y practicarla, no para que nos creamos jueces perfectos, lo cual nos convertiría automáticamente en ególatras. El evangelio de este Domingo nos alerta contra ese riesgo de descomunales proporciones. Uno de los temas que repetimos obsesivamente es el del descentramiento en favor de Dios, Único digno de ocupar el centro. Creemos que una de las tareas esenciales de la evangelización es precavernos del peligro de la auto-adoración, de la auto-latría. A la vez, anunciamos que el Centro, el Rey de reyes, Señor de Señores, es Jesucristo, modelo humanizado de la Divinidad, Alfa y Omega; y este tema del Omega, nos invita a estar despiertos y conscientes de la Parusía. El “orante” no se presenta con la “arrogancia” del deportista que llegó a la meta y se ganó la “corona”, por mérito propio, olvidando que, sin la Misericordia del Señor, ni siquiera podría despegar del “punto de partida”, mucho menos, recorrer todo nuestro éxodo para llegar a la Meta. Ilustramos con el siguiente cuento, titulado “Suelta el yo” nos permite adentrarnos en la grave cuestión del orante:

 

.- El discípulo: Vengo a ti con nada en las manos.

.- El maestro: Entonces suéltalo en seguida.

.- El discípulo: Pero ¿cómo voy a soltarlo si es nada?

.- El maestro: Entonces llévatelo contigo.

 

Un hombre se presentó ante Buda con una ofrenda de flores en la mano.

Buda lo miró y dijo: “¡Suéltalo!”.

El hombre no podía creer que se le ordenara dejar caer las flores al suelo. Pero entonces se le ocurrió que probablemente se le estaba insinuando que soltara las flores que llevaba en su mano izquierda, porque ofrecer algo con la mano izquierda se consideraba de mala suerte y como una descortesía. De modo que soltó las flores que sostenía en su mano izquierda.

Pero Buda volvió a decir: “¡Suéltalo!”.

Esta vez dejó caer todas las flores y se quedó con las manos vacías delante de Buda, que, sonriendo, repitió: “¡Suéltalo!”.

Totalmente confuso, el hombre preguntó: “¿Qué se supone que debo soltar?”.

“No las flores, hijo, sino al que las traía”, respondió Buda.


 

Ese aferrarnos con manos crispadas a nuestro propio “protagonismo” (disimulado tras la “ofrenda de flores”), en nuestro caminar hacia Dios requiere ser abandonado a favor de un “ni siquiera atrevernos a alzar los ojos” y en pos de reconocernos “pecadores” necesitados de la Misericordia de Dios. Al “abandono” en sus Manos, en su Justicia-Ilimitada- Bondad-Incomparable, que es tan Amplia que no se deja ganar y que no puede ser derrotada – pero si puede ser bloqueada por la arrogancia.

 

«El hombre debe vivir buscando el Reino de Dios y su Justicia… Para vivirla es necesario aprender a aceptar ser pobres; aprender, de hecho, a negarnos lo superfluo; vigilar para que no surjan en nosotros deseos suscitados desde fuera y aprender a rechazar esas solicitaciones continuas y acosadoras. Es necesario violentarse contra la violencia de la publicidad, contra el poder opresor del capital que me fuerza a servirlo lisonjeándome con calidades, colores, sonidos y voces. Metidos en el bosque embrujado, seguiremos irremediablemente alienados si no nos libera una profunda concentración y una violenta fidelidad a nuestro existir de cristianos y de hombres del Reino.»

 


No sólo hay que orar sin desanimarse, continuamente, perseverantemente; sino que, debemos revestirnos de humildad, de un espíritu sencillo, con el alma verdaderamente puesta de rodillas, figura de abajamiento que en el texto evangélico se plasma con los golpes de pecho, signo corpóreo de reconocimiento de nuestra “nada” que Dios alzará y dignificará en consonancia con El Amor de los Amores. Nada de arrogancias y complejos de superioridad, nada de altanería, de petulancia, de insolencia, no pensarnos propietarios de la salvación, sus detentadores y monopolizadores. “Sólo somos siervos que hacemos lo que tenemos que hacer” y que Dios nos de la gracia de poderlo llevar a cabo.

 

 

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